DEVOLVER EL PODER A LA GENTE

Varios países del mundo se fundaron bajo la idea de que podrían convertirse y consolidarse como democracias representativas. México es uno de esos países. ¿Pero qué significa esto realmente? En términos simples refiere a que el poder que se ejerce a través del gobierno, en cualquiera de sus formas, tiene su origen en la gente. Y es ésta, la gente, la que delega ese gran poder en sus representantes y les autoriza para actuar en su nombre. Es como cuando en la escuela elegimos a un coordinador de grupo, y le damos las responsabilidades de decidir y hablar por nosotros, así como algunas veces de establecer reglas y hacerlas cumplir. Pero es sólo eso, un coordinador. Quienes realmente tenemos y tendremos el poder, somos todos los que pertenecemos al grupo.

Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, el poder de la gente es subestimado y llega a ser secuestrado por la gente en el poder.De ahí que, de acuerdo a datos del Latinobarómetro 2018, 84% de los mexicanos no está satisfecho con la democracia del país. A ver, pongamos esto en términos reales. Si la población de México estuviese conformada por sólo 100 personas, 84 de ellas no se sienten satisfechas con las decisiones y el actuar de quienes les representan en el gobierno. Representantes, que dicho sea de paso, debieran hacer solamente, y no más pero tampoco menos, lo que la gente les ha instruido a hacer. Bajar el costo de vida, mejorar la infraestructura, elevar la calidad de los servicios y un sinnúmero de peticiones que no están siendo atendidas adecuadamente.

Es por eso que el índice de Democracia elaborado por The Economist, en su edición 2020, evalúa a México como una democracia imperfecta. Esto es, un país en el que su gobierno no sólo está alejado de la gente, sino que le representa poco o nada. En mis términos, es un país en el que la gente no tiene voz, no tiene opinión, no tiene decisión y lo peor de todo, no tiene control sobre su gobierno. Digámoslo como es, México se ha convertido en una democracia imperfecta porque la gente, el ciudadano de a pie o también llamado ciudadano promedio, no tenemos poder. Lo hemos perdido. Nos lo han quitado. Nos lo han secuestrado. Por ello, podríamos acuñar la frase, muy realista, de que un mexicano, como nunca ha tenido poder y de pronto lo llega a tener, loco se quiere volver.

Hagamos unas preguntas muy pertinentes: si usted no forma parte del gobierno, si no es directivo en alguna universidad o escuela y además no trabaja en corporaciones empresariales, ¿qué tanto poder siente que tiene?, ¿exige sus derechos laborales sin temor a represalias y le dan respuesta satisfactoria?, ¿pide que arreglen su calle y le solucionan de inmediato, sin obstáculos?, ¿le llega un cobro excesivo por agua, luz o teléfono, hace la aclaración correspondiente, y le resuelven como esperaba?, cuando lo ocupa, ¿se siente defendido por la comisión de derechos humanos, por PROFECO, la CONDUSEF, la PRODECON o cualquier otro organismo de defensa ciudadana?, y, finalmente, alguien roba su casa y usted llama a la policía, ¿se siente protegido?, ¿cree que le harán justicia?, ¿piensa que ya no habrá robos en su colonia?

Si de manera reiterada usted que lee esto responde no a los anteriores cuestionamientos, es confirmación clara de que en México la gente no es la que tiene el poder. Lo tienen quienes están en el gobierno, los directivos con grandes sueldos, los dueños de las grandes empresas, los dirigentes sindicales, los representantes de partidos políticos, los candidatos, los diputados, los presidentes, pero no la gente de a pie, no los campesinos ni los transportistas, no los obreros ni los profesionistas, así como tampoco los comerciantes. Entonces, ¿qué se debe hacer para devolver el poder a la gente?, ¿cómo se puede lograr tener una mejor democracia, más representativa?

La respuesta no está en un partido político o en otro. No está tampoco en el llamado movimiento de regeneración o en el autodenominado movimiento ciudadano. Por supuesto no es un tema de colores o de filias y fobias políticas. Sí lo sigue estando en las elecciones. Lo está en un voto razonado, analizado, previamente informado. Lo está también en un cambio de reglas, sobre todo para una mayor apertura a la participación social. Lo está en lograr un reparto equilibrado del poder, que nadie lo concentre todo ni lo concentre mucho. Lo está en lograr un sistema de pesos y contra pesos, en el que haya vigilancia y señalamiento mutuo. Lo está en fortalecer, sin duda, los órganos constitucionales autónomos en materia de transparencia, derechos humanos y todos los de defensa de la gente.

Por todo lo anterior, es que quizá el reto fundamental de esta época moderna de México, más allá de los problemas cotidianos a los que nos enfrentamos diariamente, como la inseguridad, la violencia, el desempleo, la pobreza, el Covid-19 y muchos otros, sea el devolver el poder a la gente. Con ello no sólo habría más felicidad y plenitud en cada hogar del país, sino también mayor nivel y mejor calidad de vida, un gobierno más pequeño en tamaño y más eficiente en el uso de los recursos, menos corrupción y más crecimiento económico, menos quejas y más propuestas. De aquí surge mi invitación a candidatos, a partidos y a gobernantes, para que uno de los ejes transversales de sus campañas y postulados de gobierno, estén dirigidos a tener menos gente con poder y más poder para la gente.

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