Según el columnista Carlos Ramírez, tres elementos de análisis nos permiten entender que no se ha redefinido la relación del presidente Andrés Manuel López Obrador con los medios de comunicación, pese a lo anunciado en las conferencias de prensa mañaneras.
Para que se dé un cambio verdadero en esa relación, dijo el autor de Itinerario Político durante la conferencia titulada ‘La prensa ante la Cuarta Transformación, redefiniendo el nuevo paradigma’, que dictó en la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima el miércoles 8 de mayo en el marco de la II Semana del Periodismo que organizó Gobierno del Estado, se necesita:
1) Atender la relación económica, ya que una indefinición va a afectar los salarios de los trabajadores de los medios. Ya hay despidos en todas las empresas porque los medios no están recibiendo liquidez a través de la publicidad. Y eso va a llevar a un reacomodo de los medios.
Algunos quebrarán, admite. “Si no llegó el dinero en cinco meses que van del sexenio, quizá no llegue antes de finalizar el año. La lógica del Gobierno bien puede ser dejar que quiebren unos… y arreglarse con los que sobrevivan”.
2) No habrá una política real de distribución de los beneficios de la publicidad oficial, en tanto no se reconozca el papel social de los medios.
“Otra vez salió López Obrador a decir que él tiene los nombres de los columnistas y los montos que recibieron del gobierno; miles de millones de pesos por trabajar para el gobierno”, señala Carlos Ramírez.
Y es cierto, hay facturas que demuestran que si al gobierno de Peña Nieto le interesaba, por ejemplo, la columna de Raymundo Riva Palacio, mandaba a una persona al departamento de comercialización de Eje Central [título de la columna que comparte el portal del periodista] para firmar un contrato de difusión en ese sitio de la información oficial.
“¡Una relación comercial sana que López Obrador ya tergiversó, al decir que todo fue producto de la corrupción y la compra de conciencia!, cuando Riva Palacio en ningún momento del sexenio pasado varió su crítica al PRI ni a Peña Nieto”, reclama Ramírez.
El nuevo Presidente “está tergiversando esa parte de la relación” prensa-poder, y “nos está obligando a que seamos nuevamente aquellos voceros del régimen: ‘El que me critique no tendrá publicidad y deberá vivir de sus lectores, de sus redes; y el que no me critique sí la tendrá’. Quizá esta sea la redefinición de fondo” de la que habla la 4T, ironiza el ponente.
3) Finalmente, falta una redefinición de la política.
“Si ustedes revisan las intervenciones del Presidente en las mañanera, hay una vertiente que nos lleva directamente a las tesis de Carl Schmitt”, el llamado teórico de las dictaduras que militó en el Partido Nacional-Socialista hasta que los SS lo amenazaron.
A Schmitt, adscrito a la escuela del realismo político y quien creó una teoría del orden jurídico, le interesaba el Estado de excepción, precisamente la idea que le robó Hitler.
Schmitt fue también quien dijo que la política es la relación de amigo-enemigo: los que no están conmigo son mis enemigos. “Y López Obrador los trata así, como enemigos no como adversarios”.
El Presidente utiliza “una dialéctica muy popular: cuando lo agarran en la maroma, sale con que ‘tú eres conservador’. Pues sí o no, pero el debate debería centrarse en si su detractores tienen o no razón y dónde están las pruebas en un sentido o en otro. López Obrador no debate, sino que descalifica al adversario”, advierte Carlos Ramírez.
EJECUTIVO UNITARIO
Lo que Andrés Manuel está redefiniendo es la Presidencia, señala el columnista. Y a la pregunta de a dónde lleva esta redefinición, hay que anteponer algunas referencias históricas.
“Una que encontré en ciertos ensayos de ciencia política de Estados Unidos, es la que se maneja en la película Vice (El vicepresidente: más allá del poder; Adam McKay, 2018), que es la historia de Dick Cheney, compañero de fórmula de George W. Bush. En la tercera parte hay una plática de Cheney con un abogado conservador que luego llegaría a ser ministro de la Suprema Corte, quien en ese momento le explica la Teoría del Ejecutivo Unitario”.
Esta teoría fundamenta que el Presidente de la República asuma la función ejecutiva concentrando todos los poderes. Los aliados o colaboradores acaban siendo empleados, no líderes camerales, ministros de la Corte o secretarios de Estado; todo se concentra en la Presidencia.
“El ejecutivo unitario es, pues, donde manda el Presidente. Y si vamos a otras referencias históricas, hay que revisar la República Centralista en México (1836-1846), que se gobernó con las Siete Leyes Constitucionales”. Estas crearon su propio aparato de administración del poder, con un supremo poder conservador que podía declarar la incapacidad física o moral de cualquiera de los tres poderes.
“Ese modelo de Ejecutivo ya lo conocíamos. Vimos el absolutismo con el que operó López Portillo, que era así, un monarca. Regañaba a Julio Scherer, director de Proceso, pero como éste era su primo y era muy tolerante le daba la suave. Echeverría, no se diga. Alemán fue también muy centralista. Salinas…
“Carlos Salinas de Gortari fue el primer presidente en crear un departamento de publicidad del gobierno, para concentrar la inversión gubernamental y que no lo criticaran. En su momento, Calles y Obregón no criticaban a los periodistas sino que los mandaban matar, un salida más fácil y funcional para los objetivos del poder”.
EL ESTADO NEOLIBERAL
Si estamos ante una reconstrucción de lo que ya conocemos, entonces más que transformación debamos definirla como restauración, opina Carlos Ramírez. Una reinstauración, cabría interpretar, de aquel Estado revolucionario que fue desplazado por el proyecto neoliberal.
“No hay una modificación constitucional que defina el cambio. Cuando Miguel de la Madrid llega al poder con Salinas detrás, como dice en su libro Cambio de rumbo [que es la crónica de Alejandra Lajous de la presidencia del colimense], hicieron una reforma constitucional y cambiaron la característica del Estado social a Estado autónomo. El primero respondía a los intereses de la gente, el segundo es el que dice: ‘háganse bolas, yo simplemente voy a administrar’.
“López Portillo ya había iniciado el cambio de la política social cuando pasa de inversiones sociales que tienen repercusión en toda la estructura de los marginados, los proletarios, y define que, como el Estado no tiene tanto dinero, en lugar de política social se establezca una política de mínimos de bienestar: darle lo poquito indispensable para que los pobres no se mueran de hambre. Pero no cambia lo que era un objetivo desde la Revolución: la clasificación social, es decir, los tipos de clase social.
“Por cierto, la Revolución Mexicana nunca lo consiguió. Si revisamos la concentración del ingreso por deciles, el 10% de los más pobres en 1958 tenía el 1.2% del ingreso, y el 10% de las familias más ricas tenían el 45% del ingreso. Y desde ahí fue prácticamente lo mismo hasta 2016, cuando se hizo la última encuesta del INEGI sobre este rubro. Sin embargo, de alguna manera los programas sociales ayudaban.
“Con sus mínimos de bienestar, De la Madrid y Salinas tomaron lo que era el programa ideológico del PAN y lo convirtieron en el programa ideológico del PRI:
“Los tres pilares ideológicos del PAN eran: bien común y no lucha de clases; solidarismo, no lucha de clases; y Estado subsidiario, el Estado existe en tanto no haya empresa privada que realice esas actividades, cuando la empresa privada exista en lugares donde el Estado tiene intereses, este último se retira y le deja el espacio al sector privado.
“El Estado subsidiario se hizo realidad en México cuando se vendieron más de mil 100 empresas paraestatales, todas quebradas y desde luego todas corroídas por la corrupción.
“El solidarismo se materializó en el Programa Nacional de Solidaridad.
“Y el bien común es simplemente aceptar que lo que se produce no es botín de la lucha de clases, sino que debemos ponernos de acuerdo y que el Estado lo distribuya a través de políticas fiscales, desde luego también inequitativas”, resume Carlos Ramírez.
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