Jamal Khashoggi, uno de los cuatro periodistas que a título individual mereció ser la Persona del Año 2018 de la revista Time, “era de los pocos periodistas saudíes que hacía periodismo dentro de Arabia Saudí”.
Los otros homenajeados por el semanario son la filipina Maria Ressa y los reporteros de la agencia Reuters, Wa Lone y Kyaw Soe Oo, detenidos en Birmania; además de los cinco reporteros muertos y sus compañeros agredidos en el tiroteo al Capital Gazette, de Annapolis (Maryland), perpetrado por un atacante solitario.
Para seguir haciendo periodismo y no meras relaciones públicas, Khashoggi tuvo que irse de su país, escribió Ángeles Espinoza en una nota para El País fechada en Dubái el 7 de octubre de 2018 (https://elpais.com/internacional/2018/10/07/actualidad/1538932342_477575.html?rel=str_articulo#1544548874166). Para esa fecha ya se sabía que el saudita estaba ‘desaparecido’, pero aún no se acreditaba su asesinato al interior del consulado de su país en Estambul, Turquía.
Autoexiliado, Khashoggi “empezó a escribir en The Washington Post y a participar en debates académicos y televisivos sobre los cambios que se estaban produciendo en el Reino del Desierto. Eso le dio una mayor proyección internacional, pero también un problema: la etiqueta de disidente”.
En su primer artículo para el Post, Khashoggi explicó que la decisión de dejar su casa, su familia y su trabajo se debió a que “otra cosa traicionaría a aquellos que languidecen en prisión”.
Su amigo Esam al Zamil, un economista que había osado criticar el plan del heredero de Arabia Saudí, el príncipe Mohamed Bin Salmán (MBS), para sacar a bolsa un 5 % de la empresa nacional de petróleo, ARAMCO, acababa de ser detenido por las autoridades. Y Khashoggi temía que él sería el próximo. “Puedo hablar cuando otros no pueden hacerlo”, justificó.
UN HOMBRE DEL SISTEMA
El periodista que aparece en una de las cuatro portadas distintas con las que Time salió esta semana iba a cumplir 60 años cuando ya no lo dejaron salir del consulado saudí en la antigua Bizancio. Se había mostrado crítico con las reformas y la represión lanzadas por MBS, pero no era un disidente, insiste Espinoza.
“No se opuso inicialmente a la intervención militar en Yemen (que encuadró dentro de lo que bautizó como ‘doctrina Salmán’), sino que la justificó por la interferencia de Irán; tampoco rechazó las medidas para diversificar y privatizar una economía excesivamente dependiente del petróleo”. Lo que criticó fue su imposición, sin un debate nacional. Y también “receló del excesivo entusiasmo con el que Riad recibió la llegada de Trump a la Casa Blanca, algo que según algunas fuentes le distanció de la familia real”.
Poco antes de irse al exilio, le habían retirado la columna que escribía para Al Hayat, un periódico panárabe propiedad de un sobrino del rey pero que se imprime en Londres. “También le habían vedado expresarse a través de las redes sociales y desde finales de 2016 tenía prohibido hablar con periodistas extranjeros”, tal como le confío a Espinoza, corresponsal de El País en la península arábiga, cuando quiso consultarle algo. Porque Khashoggi, que se dio a conocer con sus entrevistas a Osama Bin Laden, “siempre ha sido generoso con los colegas internacionales que pedían su opinión”.
Khashoggi hablaba “franco y directo, alejado de las precauciones con las que otros saudíes envuelven sus opiniones”. Eso quedó claro en 2003 “al ser cesado como director del diario Al Watan apenas 52 días después de su nombramiento por unos artículos en los que se ponía de relieve la gran influencia del estamento religioso en Arabia Saudí. Volvió en 2007 y aguantó hasta 2010, cuando se retiró por ‘motivos personales’, pero de nuevo se apuntó a sus comentarios sobre el ascendiente de los clérigos”.
Ángeles Espinoza señala que Khashoggi “tal vez se creía protegido por sus relaciones con algunos miembros de la familia real. Fue consejero del príncipe Turki al Faisal, exjefe de la inteligencia saudí, durante su tiempo de embajador en Londres. También mantenía amistad con el multimillonario Alwalid Bin Talal (luego depurado en la purga del Ritz-Carlton), quien le encomendó un proyecto de televisión, Al Arab TV, clausurado apenas 24 horas después de su lanzamiento. Una vez más, Khashoggi quiso ejercer de periodista y llevó al plató a un miembro de la oposición chií de Bahréin”.
JUSTICIA PARA KHASHOGGI
El reconocimiento –el primer post-mortem que otorga la revista Time– como una de las personas del año, todas ellas periodistas, es el paso inicial en el largo proceso pendiente para hacer justicia a Jamal Khashoggi. El homicidio puso “a la comunidad internacional ante el espejo”, escribió Carlos Martínez de la Serna (https://elpais.com/internacional/2018/10/28/actualidad/1540723906_778775.html?rel=str_articulo#1544548874166).
El director de Programas del Comité de Protección de Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), en un artículo de opinión publicado el 28 de octubre en El País, dijo:
“El crimen, reconocido por Arabia Saudí tras varias explicaciones rocambolescas y atribuido a un grupo de la policía secreta presuntamente vinculado al príncipe heredero Mohamed Bin Salmán, ha suscitado tibias condenas, sanciones mínimas y sólo en unos pocos casos la censura clara”.
Martínez de la Serna deploraba a unos día de conocerse el trágico fin del periodista, que la comunidad internacional parecía paralizada “entre el estupor por la brutalidad del crimen y las exigencias y el corto plazo de la ‘política real’ de alianzas políticas y comerciales”. En el mismo diario español, Sami Naïr había vaticinado unos días antes que sería “cuestión de tiempo” antes que “el silencio cubra la sangre del periodista saudí”.
Entre los 44 asesinatos de periodistas documentados en 2018 por el CPJ, 28 de ellos fueron premeditados, como en el caso de Khashoggi, cuyo cuerpo no había aparecido todavía. “La mayoría de estos crímenes queda impune. Pero la justicia para Jamal Khashoggi es necesaria y posible”.
En su última columna, el periodista asesinado se lamentó de la “carta blanca” que disfrutan los países árabes para reprimir a los periodistas críticos. En la “nueva” Arabia Saudí de Mohamed Bin Salmán, inmersa en la desastrosa guerra de Yemen, la política, la religión y la familia real son intocables. El CPJ estima que al menos 14 periodistas han sido encarcelados desde que Salmán accedió al poder en julio de 2017. Las detenciones en ocasiones no se conocen hasta meses después de que se produzcan y es difícil estimar el alcance real de la represión, apuntó Carlos Martínez de la Serna.
“Estas acciones ya no conllevan el rechazo de la comunidad internacional. Como mucho, desencadenan una condena rápidamente seguida del silencio”, escribió Khashoggi sobre las condenas a periodistas. Y el director de la CPJ advirtió al respecto: “La comunidad internacional no puede permitir que sus últimas palabras sean también su epitafio”.