Desde el punto de vista político –cita Alfonso Reyes a J. S. R. Phillips, del Yorkshire Post, en Las mesas de plomo (Fondo de Cultura Económica, México, primera edición 1957)–, el siglo XIX “fue muy benéfico para el desarrollo de la prensa”.
Reyes está hablando del periodismo inglés que, luego, contrastará con el modelo de periodismo que se desarrolló en los Estados Unidos. La cita textual de Phillips reza:
“Durante los primeros años, Inglaterra tuvo que sufrir la experiencia de la guerra napoleónica. Después se comenzó a abogar por la abolición de ciertas leyes, por la emancipación católica, la educación popular, la ampliación de franquicias, y muchos otros cambios políticos que a menudo eran consecuencia unos de otros. Y también hay que contar la guerra de Crimea, los motines en la India, la expansión del Imperio británico. El creciente número de sectas religiosas, planes de mejoramiento social, universidades y otros centros literarios y científicos, los trade unions, la afición por los conciertos, las temporadas teatrales con su ciclo de noticias, los actos políticos locales, el advenimiento del maestro de escuela a las más pequeñas aldeas; todo eso ha contribuido a hacer del periódico, que antes podía pasar por un lujo, un artículo de primera necesidad.”
Reyes se refiere a las nuevas condiciones espirituales que la prensa decimonónica creó sobre la base de una industria que, gracias al “desarrollo de los medios de comunicación y transporte” (la combinación de la linotipia y el papel en rollo, las prensas movidas con vapor, el ferrocarril y el telégrafo), había multiplicado y abaratado las noticias “de una manera extraordinaria”, creando “nuevas relaciones” que fueron “a su vez renovadas fuentes de noticias”.
La prensa, escribe Reyes, “va conquistando el derecho a la información”. Las fronteras entre la vida privada y la pública se irán borrando “día por día” y, más tarde, “con el cine y la radio, se llega en esa tolerancia a extremos casi inconcebibles”.
UNA PRENSA PLEBEYA
Como ahora en México con el nuevo sistema de justicia penal, “tiempo hubo en que estaba prohibido dar cuenta de una acusación mientras no hubiera recaído sentencia definitiva en el caso”. Pero Reyes resume “ese proceso tan complejo y tan acelerado”, considerándolo en “uno de sus principales aspectos: la democracia difunde por todas partes un nivel mínimo de cultura, que es el de la enseñanza primaria”. “Respondiendo a las necesidades del nuevo publico, el periódico abandona poco a poco su antiguo atuendo literario; de lo bello se pasa a lo útil; del arte puro del ensayo, al arte aplicado de la editorial o de la noticia. La inteligencia se va convirtiendo en un servicio público cada vez más indispensable, y deja de ser aristocrática para echarse por mitad de la calle. O bien puede suponerse, simbólicamente, que se establece una pugna entre lectores y periodistas: el promedio –no muy literario pero ya suficientemente instruido– de los lectores acaba por imponer a los periodistas un procedimiento más llano y corriente, invitándolos a escribir en forma menos comprometedora, a cambio de que proporcionen mayor cantidad de datos y orientaciones de utilidad inmediata.”
Ciertamente “la prensa inglesa nunca ha prescindido de la colaboración exquisita”, pero “mucha parte del trabajo que antes se encomendaba a los literatos y poetas de nota vinieron a realizarla más tarde” respetables señores desconocidos.
“El anonimato viene a ser la regla del periodismo inglés; permite mayor libertad al escritor, tanto para decir verdades como para hacer transacciones entre su criterio personal y el de su periódico, al paso que le da mayor fuerza respaldándolo con la responsabilidad colectiva. Además, vistas las cosas desde afuera, el anonimato hace del periódico algo como una unidad de combate coordinada y enorme, un ‘tanque’. Es notable que, en una revista como el suplemento literario del Times, todos los artículos –excelentes muchos, y los demás siempre concienzudos– aparezcan anónimos.”
LOS TIEMPOS DE EL TIEMPO
Reyes declara: “No es posible seguir paso a paso la historia del Times, aunque es posible seguir paso a paso a la historia en el Times”. El prestigio indisputable de ese periódico sólo padeció una vez cuando, en 1886, publicó de buena fe cartas que creía auténticas, atribuidas al líder de la política irlandesa. Tras cuatro meses de escándalo, el falsificador acabó suicidándose.
The Times es “una gran institución humana”. Emerson lo consideró “un compendio de la civilización europea”. Con periódicos de ese calado, la prensa inglesa “contribuye a todas las reformas legales del país”. El Estado inglés se acerca al tipo norteamericano “y esta evolución será obra de sus periódicos”.
El súbdito inglés es “periodista por educación y temperamento, así como es hombre de sociedad y deportes”. Las cuatro causas del gran desarrollo periodístico en Inglaterra son: “la plétora de profesionales, el interés por las discusiones políticas, la facilidad de llegar al periodismo y lo bien que paga el periódico”.
Por su conducta, “no pretende este periódico ser verdaderamente ideal; se contenta con ser franco y característico”. Lo que el Times dice por la mañana, será el tema de “conversaciones en la sociedad de la noche”.
El Times es una potencia europea que, por el estilo y la pulcritud académica de su redacción, “bajo la vigilancia de hombres maduros y probados”, no necesita nunca rectificarse “y habla siempre con autoridad y aun con jactancia”.
Para ganarse al Times, hay que “imponer a la sociedad la causa por la que se lucha. Cuando esta causa se convierte en una verdad social podrá contarse con la ayuda del Times”. Es inatacable. “Ningún periódico puede competir con él, y muchos hay que sólo viven porque lo atacan”.
Si el Times fue “el Imperio británico”, dice Reyes, son comparables con él otros diarios que se identifican con una época nacional: Le Temps, de París; El Imparcial, de Madrid; La Nación, de Buenos Aires; el Jornal do Commercio, de Río de Janeiro; el Diario de la Marina, de La Habana; El Comercio, de Lima; El Mercurio, primero de Valparaíso y luego de Santiago de Chile; o El Imparcial, de México, cuyo fundador Rafael Reyes Spíndola “fue maestro de periodistas que han imitado sus métodos”, aun después de la era porfiriana. Reyes Spíndola decía que su periódico se escribía para las cocineras. Y “la gente de servicio correspondió a su galantería, porque, en aquellos tiempos, llegó al extremo de llamar a los diarios ‘los imparciales’”.
“En cuanto a las funciones políticas, el periodismo inglés recibía antes una influencia de los gobiernos demasiado directa […] Muchas veces el periódico era la voz reconocida de un ministro pero la ola democrática lo cambia todo. Los partidos vienen a ser los verdaderos poderes, y los periódicos se convierten en órganos de los partidos. Ya no hablan a través del periódico los gobernantes, sino que desde el periódico se les observa y se les juzga. Con todo, hay entre uno y otro estado un periodo de indiferencia, en que los diarios alcanzan su mayor imparcialidad. [Más tarde] la concentración de las masas […] arroja al periódico en brazos de este o de aquel bando político.”
Esa polarización que hoy es un tema a debate, la vivía ya Alfonso Reyes: “Hay gentes honradas que tuercen el gesto cuando ven salir un nuevo diario con un programa independiente. La libertad de criterio resulta, cuando menos, inquietadora”.
TRIBUNA PÚBLICA
Son cuatro las principales funciones del periódico, desglosa Reyes: la información, la opinión (editoriales), la publicidad y servir de tribuna pública.
“Al definirse claramente las funciones del periodismo, se produce una bifurcación entre los procedimientos ingleses y los americanos. El contraste entre unos y otros nos servirá para comprenderlos mejor”.
Exagerando rasgos, podría decirse que “en el tipo americano domina la función informativa, mientras que en el inglés la función editorial resalta con singular importancia”.
Si pudiéramos definir la psicología media de las dos grandes naciones de habla inglesa según el testimonio de sus periódicos, la norteamericana:
“hubiera opuesto el afán de la noticia escandalosa (afán un tanto crudo para un pueblo un tanto infantil) al gusto, más mesurado y correcto, por apreciar y medir una opinión, gusto propio de un pueblo ya tan castigado por las letras y por la lógica, que llega, a través de su humorismo continuo, a una perpetua, a una indefinible disolución de la cultura.
“Abrir los ojos para presenciar una explosión, sentir el escalofrío del peligro y arrojarse a todas las hazañas del salvamento: he aquí lo americano. Asimilar una opinión, reaccionar después, pesarla, revertirla, volatilizarla al fin entre una sonrisa y un ceño: he aquí lo inglés”.
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