EL GABO A VILLORO

Al celebrarse 40 años de la entrega del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez, la fundación que el colombiano creó para impulsar el nuevo periodismo iberoamericano decidió otorgar su Reconocimiento a la Excelencia, dentro del Premio Gabo 2022, a un autor “que representa parte de lo que era García Márquez: un periodista y escritor completo, espléndido y versátil”: el mexicano Juan Villoro.

La Fundación Gabo anunció el galardón el 28 de septiembre, destacando que el cronista, cuentista, novelista y ensayista nacido el 24 de septiembre de 1956 en la Ciudad de México, recibe el premio “por el brillante e inspirador conjunto de su obra y trayectoria”, así como por la “mirada propia, profunda y crítica que proyecta en su ejercicio periodístico con rigurosidad, ética y talento ejemplares”.

Juan Antonio Villoro Ruiz recibirá el galardón durante el 10º Festival Gabo que tendrá lugar en Bogotá del 21 al 23 de octubre, y en el acta el Consejo Rector del Premio Gabo exalta que el periodista mexicano es “una de las voces más importantes de la crónica y la literatura actuales, un excepcional intérprete y narrador de las realidades sociales, culturales y políticas de México, América Latina y el mundo”.

Para los periodistas, escritores y académicos que integran el órgano máxima instancia de decisión del premio, el reconocimiento a Villoro exalta a un narrador “que cautiva a través de la palabra viva, que respeta, conoce y usa como pocos”, y a un “gran hablador del idioma que enseña a afinar el lenguaje para contar con hermosura y eficacia”, en diversidad de géneros que van desde columnas y cuentos infantiles, hasta obras de teatro y crónicas.

Las crónicas de Villoro son grandes referentes de este género híbrido entre la novela, el reportaje y el ensayo que él mismo denominó ‘el ornitorrinco de la prosa’. Para los consejeros, el homenajeado “es un hombre que, al salir a la calle, es capaz de convertir cualquier tema en atractivo: en una crónica maravillosa, una crítica social aguda, una intervención necesaria en la conversación pública”.

Premiarlo es “una forma de regresar al corazón de la Fundación Gabo para reafirmar el poder del periodismo narrativo que tanto impulsó nuestro fundador, y recordar su misión: promover que el oficio se desarrolle bajo los más altos parámetros de rigor y calidad”.

UNA CRÓNICA ANUNCIADA

Durante el Festival Gabo, del 21 al 23 de octubre, se homenajeará también a los ganadores de las cinco categorías del concurso: Audio, Cobertura, Fotografía, Imagen y Texto. Es la más grande fiesta del periodismo, la ciudadanía y la cultura de Iberoamérica, que en 2022 festeja su regreso a la presencialidad y llega por primera vez a Bogotá.

En cuanto al Reconocimiento a la Excelencia, cada año se elige a un periodista o equipo periodístico de conocida independencia, integridad y compromiso con los ideales de servicio público del periodismo, que merezca ser destacado y reconocido como referente por el conjunto de su trayectoria o por un aporte excepcional a la búsqueda de la verdad y el avance del periodismo.

Desde su creación, han recibido este reconocimiento: Giannina Segnini (2013), Javier Darío Restrepo y Marcela Turati (2014), Dorrit Harazim (2015), el equipo de El Faro (2016), Jorge Ramos (2017), Ignacio Escolar (2018), Jesús Abad Colorado (2019), el equipo de Radio Cooperativa (2020) y Pedro X. Molina (2021).

Desde junio de 2022, el Consejo Rector que tiene como objetivo incentivar la búsqueda de la excelencia, la innovación y la coherencia ética en el periodismo, con inspiración en los ideales y la obra de García Márquez, está conformado por: Rosental Alves (Brasil), Jon Lee Anderson (Estados Unidos), Carmen Aristegui (México), Martín Caparrós (Argentina), Carlos Fernando Chamorro (Nicaragua), María Jesús Espinosa de los Monteros (España), Héctor Feliciano (Puerto Rico), Jean-François Fogel (Francia), Mónica González (Chile), Leila Guerriero (Argentina), Sergio Ramírez (Nicaragua), Germán Rey (Colombia), Luz Mely Reyes (Venezuela) y Natalia Viana (Brasil).

Juan Villoro ha participado en diferentes ocasiones con la antes llamada FNPI, en 2010 impartió un taller de periodismo narrativo, titulado: ‘Disección de un ornitorrinco’. Y, en 2011, repitió el taller ahora con el título: ‘La centésima moneda (en búsqueda de sentido)’. El 2 de octubre de 2014, seis meses después de la muerte de Gabriel García Márquez, ofreció en Medellín una charla sobre los elementos periodísticos y ficcionales en la Crónica de una muerte anunciada, en el marco de la segunda edición del Festival Gabo. El evento llevó como nombre oficial: ‘Lo que pesa un muerto. Imaginación y verdad’ en la pequeña gran novela de 1981.

ESCRITURA NAVEGABLE

En el perfil que Julieta García González trazó para la Fundación Gabo, ‘Juan Villoro, el mapa de su curiosidad’ (https://premioggm.org/2022/09/juan-villoro-el-mapa-de-su-curiosidad/), se lee que es hijo del fallecido filósofo español nacionalizado mexicano, Luis Villoro, y de Estela Ruiz, una reconocida psicoanalista yucateca, avecindada en la Ciudad de México. “Ambos provienen de tradiciones separatistas”, escribió en El vértigo horizontal, “él de Cataluña, ella de Yucatán”.

La Ciudad de México “se ha modificado de tal forma que el solo hecho de describirla parece una crítica del presente”. Ahí pudo dar rienda suelta a la curiosidad que parece ilimitada: abuelos diferentes, vecinas excéntricas, figuras inalcanzables, compañeros de colegio y recovecos de un espacio que todavía podía conocerse sin riesgo para la vida, con ritos urbanos y calles infinitas, llenas de historias. Además, “mis padres amaban los libros”.

No obstante, Juan fue un extranjero de los textos infantiles, faltante que subsanó con descubrimientos aleatorios y con una lectura que marcaría su paso de adolescente raro al joven que haría de la escritura su vida: De perfil, la novela iniciática que José Agustín publicó a los 22 años y que Villoro leyó a los 15. “Gracias a esa ‘lectura en espejo’… comencé a leer por gusto”, narra en los ensayos de La utilidad del deseo.

Con dos cuentos y un par de mentiras bajo el brazo (con las que Juan se inventó una pequeña trayectoria), el ecuatoriano Miguel Donoso Pareja lo acogió en su taller literario en la UNAM. El círculo de escritura emanaba de la revista Punto de Partida y orbitaba en torno a un concurso prestigiado que servía como trampolín para escritores noveles. Villoro obtuvo dos veces el segundo lugar. Y lo que aprendió con Donoso, lo enriqueció más adelante en otro taller con Augusto Monterroso.

En cascada, Villoro apareció antologado por su tutor; Federico Campbell le publicó una plaquette en su pequeña, artesana y prestigiosa editorial; los once cuentos que había escrito del 74 al 78 los llevó a Joaquín-Mortiz, pero La noche navegable durmió “el sueño de los justos” durante un par de años, hasta que el mismo José Agustín se acercó con Joaquín Díez-Canedo, “el editor por excelencia”, a darle un empujón. Dice Villoro: “El 24 de octubre de 1980 tembló por la mañana. Unas horas después, Joaquín Díez-Canedo habló para decirme: ‘A consecuencia del temblor salió su libro’”.

TESTIGO Y FILÓSOFO

Por “atrabancado absoluto”, descubrió que tenía “facilidad” para escribir, que el patrimonio de lenguajes y rarezas que había heredado le abría puertas que no había sospechado. Pero la facilidad sólo se convierte en talento con trabajo; si no, se diluye. Villoro es un excedido del trabajo, así que su talento puede leerse en ya miles de páginas. Escribe a diario. Le dice a Julieta: “Escribir me sigue gustando. No concibo la vida sin esa actividad. Ni siquiera pienso en el asunto”. Le pesan otras cosas: “el mundo que rodea los libros: presentaciones, ferias, la lucha porque tu libro no se ahogue antes de aprender a nadar”.

Decidido a devolver la amabilidad que recibió cuando era joven, acude a presentaciones de libros en zonas periféricas, barrios con problemas, lugares poco visitados; apoya a autores poco conocidos, prologa sus libros, les entrega recomendaciones por escrito; hace o promueve convivios en los que fomenta entrecruzamientos con sus amistades para que surjan proyectos nuevos; abraza gente, firma libros, escucha peticiones, recomienda gente para puestos varios, residencias, publicaciones. Esto es algo bastante insólito en los medios periodísticos y literarios, casi siempre llenos de recelos. Y más insólito es el talante jovial con el que Juan se aproxima a todo el tema.

Es notable que mantenga una curiosidad intacta con el paso de los años. Tampoco su apariencia parece haber cambiado: 1.92 de estatura, tupida barba; jeans, saco, camisa y suéter como uniforme de seriedad y ligereza. Lo profundo y lo popular conviven en él sin ningún problema: el futbol y textos de autores alemanes poco conocidos por estos días; Juan Carlos Onetti y las muchas rarezas de la Ciudad de México; series televisadas, cine, rock, el perfil de los políticos o los signos zodiacales.

Se interesa por los jóvenes autores y tiene las lecturas suficientes como para ubicarlos en distintas tradiciones. La novedad lo mueve en parte porque le sirve para enlazar lo que ya conoce y darle nuevos sentidos a lo que le parece entrañable. Esto termina por aterrizar en novelas, cuentos, ensayos, trabajos periodísticos, obras de teatro, crónicas, libros infantiles, artículos de opinión y algunas piezas sueltas, difíciles de catalogar.

En Palmeras de la brisa rápida, relata en crónicas no sólo su pasado yucateco, sino las peripecias de un viaje en coche. La casa pierde, premio Xavier Villaurrutia, recupera el relato como una forma de ejercitar la mente y emocionarse ante los descubrimientos de la vida cotidiana. En El testigo, premio Herralde de novela, la afinidad de Villoro con el poeta Ramón López Velarde se encuentra con más pasiones: México como idea y realidad, el mito, la familia, los desencuentros amorosos y los encuentros insospechados.

La obra de teatro El filósofo retoma la filosofía con algo más que un grano de sal, en un ejercicio que igual hace reír que sospechar del vecino, el amante, las palabras. Los ensayos de De eso se trata recuperan en buena medida los autores y las lecturas que le resultaron señeros. El vértigo horizontal es una carta de amor —con iguales dosis de susto y gusto, placer y horror, crónica y memoria— a la Ciudad de México.

De Los once de la tribu a Balón dividido, ha reflexionado sobre la vida poniendo en el centro un balón. La saga del Profesor Zíper es una colección encantadora y alucinada de saltos de imaginación para niños, y El libro salvaje subsanará para varias generaciones la falta de libros inteligentes dirigidos a la infancia.

Por su obra, Villoro ha recibido algunos de los premios más importantes de la lengua española, resume García González.

AFINIDADES E INTERESES

Las traducciones que hace, otro de sus cauces, se benefician de la curiosidad que lo ha tomado y que parece ilimitada, como cuando se sienta a platicar con alguien. Siempre cortés, hace preguntas para conocer a la persona con la que dialoga con interés auténtico. Algo de esa charla atrapará su imaginación, las historias se le pegan como si fueran de miel.

Sus afinidades son misceláneas. Pero no se acerca al futbol con el compromiso que tiene con el zapatismo, ese movimiento nacido en Chiapas hace unas décadas, que ha buscado reivindicar a los pueblos originarios mexicanos, devolverles la dignidad, disolver las desigualdades. Con ellos, Villoro ha trabajado de cerca y en distintas ocasiones ha prestado su voz, su tiempo y, sobre todo, su pluma para visibilizar una situación dolorosa que a todos nos afecta.

Tenía una lesión en la cadera y los médicos recomendaron operar. En uno de esos giros del destino que le son tan propios, la cura definitiva vino de lo insospechado: algo se le ajustó al montar un camello. Ya contará el episodio más adelante: a sus amigos, primero; a sus lectores, después.

Es amigo de personajes tan dispares que difícilmente encajarían en el mismo entorno. Juan funciona ahí como la intersección voluntaria de un diagrama de Venn. Tiene excelente memoria y recuerda nombres, fechas, días, episodios. Muchas veces actúa lo que quiere contar: gesticula como tal político, hace la voz de un autor fallecido al que conoció, se pone de pie y encarna al funcionario que le hizo un desaire. Se suma con la energía de un dinamo lo mismo a leer textos para una banda de rock en español que a bailes de salón, a dar ponencias serias en más de un idioma o a distender la charla en una larga sobremesa.

Para Julieta García González, su amiga desde hace más de 25 años, reconocer su trayectoria, su labor periodística y su voz autoral implica reconocer la importancia que hay en el vasto mapa de afinidades e intereses de Juan Villoro.

Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com

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