EL MAL QUE DURÓ CIEN AÑOS

A los cien años murió Luis Echeverría Álvarez, presidente de México entre 1970 y 1976.

LEA, como abreviaban su nombre en los titulares de los periódicos, vivió lo suficiente para ver caer el sistema político al que ayudó a sostener como subsecretario y secretario de Gobernación, por mencionar los cargos más elevados en su carrera burocrática.

Ya como presidente de la república, llevó al régimen de la revolución al pináculo de un modelo de gobierno autoritario en lo político, estatista en lo económico y benefactor en lo social. Sobre este último aspecto, la administración echeverrista creó el Infonavit, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el Conacyt y el CIDE, entre otras instituciones.

Con Echeverría llegamos a la cumbre del milagro mexicano que se había venido manifestando en las dos décadas anteriores, pero también bajo su mandato llegamos como nación al colapso económico. En los primeros años del sexenio las familias mexicanas gozaron de un cierto poder adquisitivo. Como indicador macroeconómico, la paridad del peso frente al dólar se mantenía estable en 12.50 desde 1954, pero un día antes del sexto informe se devaluó a más de 20 pesos.

Algunos historiadores culpan a Echeverría de la ruina por sus actitudes populistas y la proverbial corrupción de su gabinete. Pero para otros analistas la economía mexicana se habría desplomado aun sin esos factores, porque el modelo del desarrollo estabilizador que aplicó la revolución institucionalizada después de la Segunda Guerra Mundial simplemente se agotó.

No habrían podido salvar el modelo ni siquiera los grandes empresarios que durante los cincuenta y sesenta se beneficiaron de la política de sustitución de importaciones. Los mismos que por su enemistad y diferencias ideológicas con el presidente se negaron a invertir y, de hecho, hicieron realidad esa metáfora de la fuga de capitales.

¿IZQUIERDA PRIISTA?

Irónicamente, siendo un activo –como lo fue Gustavo Díaz Ordaz– de las agencias de inteligencia de Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría, y habiendo operado u ordenado actos de represión tan atroces como la masacre de Tlatelolco y la del Jueves de Corpus con el pretexto de conjurar sendas amenazas comunistas, Echeverría fue saboteado por el empresariado mexicano por sus aparentes inclinaciones socialistas.

A los ideólogos de la iniciativa privada los atemorizaba la simpatía que sintió Echeverría por el gobierno de Salvador Allende en Chile, y la protección que le dio a los perseguidos del régimen golpista de Pinochet y otras dictaduras militares en América Latina. Curiosamente, no se sintieron impresionados cuando el presidente desató una guerra sucia contra los estudiantes y campesinos que tomaron las armas contra su gobierno.

Suspicaces ante las estrategias de seguridad interior del presidente, el grupo Monterrey hizo circular la versión de que grupos guerrilleros estaban tan infiltrados por los agentes gubernamentales que acabaron sirviendo a los intereses de Los Pinos. Así explicaron, por ejemplo, el secuestro y asesinato del patriarca de la industria regiomontana Eugenio Garza Sada a manos de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

EL MILAGRO MEXICANO

Con Echeverría se volvió inoperante un modelo económico basado en el endeudamiento público. Dada la inexistencia de deuda externa, en el gobierno de Adolfo López Mateos el secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena, implementó una estrategia ideada por el subsecretario Jesús Rodríguez y Rodríguez, según la cual usaron una serie de fideicomisos para canalizar a ellos los fondos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, mejor conocido como Banco Mundial.

Todo ese dinero sirvió para incrementar las reservas, pero también para financiar políticas agropecuarias, industriales, energéticas y hasta turísticas, sectores productivos que en la posguerra estaban destinados a crecer y produjeron esas legendarias tasas de hasta un 8 por ciento del PIB.

Se hizo crecer la economía, pero se mantuvo la inflación castigando el campo para garantizar alimentos baratos y, desalentar así, la exigencia de incrementos salariales. Durante esos años hubo disponibilidad de dinero, pero no de bienes en los cuales gastarlo. Las familias se fueron haciendo de electrodomésticos, gracias a que se favoreció el crédito al consumo. Y como crecía el empleo por la expansión de la industria, se formó un círculo virtuoso de más inversión, más producción y más empleo. Hasta que ya no hubo crédito disponible en el mercado financiero internacional. Y, también, porque México acumuló una deuda externa considerable.

ARRIBA Y ADELANTE

Con Echeverría, el esquema de fideicomisos fue saturando los sectores que cada uno atendía. En el sector turístico se hicieron inversiones multimillonarias, en proyectos como Cancún y Bahía de Banderas que tardarían muchos años en rendir dividendos. Quizá habrían empezado a dar dinero antes, de no haberse disparado los costos por efectos de la corrupción.

El campo llegó a estar sobretractorizado, además con maquinaria agrícola diseñada para grandes superficies que un pequeño propietario o un ejidatario no alcanzaba a amortizar con su producción. A Echeverría se le ocurrió en el primer tercio de su administración un programa de caminos rurales para beneficiar a la gente de las comunidades. Como pagaban bien el jornal, muchos campesinos dejaron de sembrar para dedicarse al trabajo en construcción. Por consecuencia, no hubo suficiente abasto de frijol o maíz y hubo que traer esos granos de fuera, pero llegaron a un costo mayor al de los precios de garantía.

Por su parte, la industria transformadora fue saturando el mercado con aquellos bienes que estaban contemplados en la ley de sustitución de importaciones. Pero llegó un momento en que los hogares de clase media ya no necesitaban electrodomésticos y, en vez de comprar un refrigerador nuevo, la familia se gastó ese dinero en vacaciones y otros servicios que no necesariamente incidían en la capitalización.

La transformación de un país rural a un país urbano se había completado en las grandes ciudades y en muchas intermedias. Aun plazas como Colima, Querétaro o Campeche crecían moderadamente en ese entonces, opacadas por las metrópolis cercanas.

En el país no había posibilidades de seguir al mismo ritmo de crecimiento para siempre. De una u otra forma, más allá de las características de los gobiernos de López Mateos y Díaz Ordaz, el modelo que ellos aprovecharon ya no funcionó igual con Echeverría. Con cualquiera que hubiera sido el sucesor en 1970, el modelo hubiera tendido a su propio agotamiento.

LOS MEMES DE LA ÉPOCA

Como con Cárdenas y ahora López Obrador, el empresariado se rebeló porque Echeverría no era un presidente dependiente de las orientaciones del sector privado. Hubo problemas reales a tomar en consideración, quizá debió cambiarse la política económica y no se hizo.

En lugar de designar un gabinete económico con la claridad que tenían los secretarios que iniciaron el milagro económico, LEA colocó a Hugo B. Margain en Hacienda. Este tomó muchas decisiones equivocadas, no entendió que ya no se podía seguir por el camino anterior, que debía ajustar el modelo.

El balance no resulta favorable, cuesta trabajo encontrar un saldo positivo que equilibre al brazo represor y las cuentas alegres que se convirtieron en distintivos del sexenio. El juicio de la historia medio siglo después, es implacable: a su funeral casi nadie asistió. Eso evidencia la falta de respeto y simpatía de sus correligionarios. Ni a José López Portillo –cuyo legado fue todavía más desastroso, aunque su carisma mayor y no llegó a sufrir la condena pública por terrorismo de Estado ya que promulgó la reforma política– le mostraron tanto desprecio.

Echeverría fue un presidente al que los ricos odiaron sin disimulos. Muestra de este sentimiento fueron los chistes que circulaban de boca en boca, aunque algunos llegaron (o se originaron) en las carpas e incluso en sets de televisión, donde Manuel ‘El Loco’ Valdés ciertamente arrancó su programa diciendo: “Todo sube, nada baja, y el Pelón que viaja y viaja”.

La censura no lograba acallar esas burlas, aunque se multó y de hecho se encarceló a cómicos. O se prohibieron publicaciones irrespetuosas con pretextos como el de combate a la obscenidad (las revistas de James R. Fortson) o a la apología de la violencia (Alarma!, el semanario de nota roja hermano de Impacto al que realmente se buscaba castigar).

A esta imagen caricaturizada contribuía el presidente Echeverría con esas formas estrafalarias de actuar: celebraba reuniones de más de 12 horas en las que no se levantaba a orinar ni permitía que nadie más lo hiciera; y el discurso político era una verborrea en la que mostraba una cara populista que evocaba a aquel Lázaro Cárdenas tan cercano a la población, mientras a puerta cerrada LEA tomaba decisiones contrarias al interés de la población.

De tarado, inútil y demente no bajaban al presidente. Se reían de las aguas de chía que servían en los banquetes de Palacio Nacional y de los vestidos folclóricos de la compañera María Esther Zuno. La pareja se hacía acompañar de Casildita a sus giras internacionales, para que preparara ‘chilacayota’ y horchata almendrada con tuna. La cocinera oaxaqueña se ufanaba de haber servido a más de 20 monarcas y jefes de Estado.

Desde las cúpulas empresariales hubo campañas de histeria en contra de los libros de texto gratuito y las jornadas de vacunación. El gobierno respondió esparciendo la especie de que venía un golpe de Estado.

PINOCHETAZO A EXCÉLSIOR

A diferencia de López Obrador, con quien los detractores de la 4T insisten en compararlo, Echeverría no tuvo a toda la prensa corporativa en contra. Era la época del férreo control del presupuesto para publicidad oficial y del abasto de papel en el caso de los impresos, o de la plena vigencia de las concesiones para radio y televisión. El presidente contaba con el aval de Jacobo Zabludovsky en el Canal 2, y de la cadena de periódicos de El Sol de México propiedad de su amigo (y probablemente socio) Mario Vázquez Raña.

Los diarios de los empresarios políticos, como El Heraldo de México, mostraban su desacuerdo siendo hasta cierto punto tibios en sus elogios a Echeverría. Pero los de los políticos empresarios, como Novedades, eran descarados en sus alabanzas.

En cambio, las críticas del Excélsior que dirigía Julio Scherer García eran durísimas. La historia del golpe que el gobierno echeverrista dio a ese diario interviniendo en las votaciones de la cooperativa, es harto conocida. Rius tituló una de sus historietas: ‘Pinochetazo a Excélsior’.

LEA Y LOS JÓVENES

Se dice que para ocultar su responsabilidad en la masacre estudiantil Echeverría incorporó a muchos jóvenes a su gabinete. Porfirio Muñoz Ledo, por mencionar uno, llegó a las grandes ligas de la política nacional en ese sexenio.

En Colima, LEA apoyó al Grupo Universidad en contra del gobierno de Arturo Noriega. Y, ya de salida, el presidente dio su bendición para que Arnoldo Ochoa fuera diputado federal por el PRI. Pero el Güero no llegó a la reunión en Los Pinos donde sería ungido porque estaba ‘indispuesto’, y la posición se cayó.

La Universidad de Colima hubiera perdido al primero de los cinco diputados federales que llegaría tener, pero el Grupo decidió hacer un segundo intento: Fernando Moreno Peña fue a buscar al candidato presidencial José López Portillo a donde andaba en campaña y, tras salir al paso del convoy, logró hablar con el futuro presidente y recuperó la nominación.

Nuestro correo electrónico: carvajalberber@gmail.com

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