EL MUNDO DESPUÉS DEL COVID-19

Las decisiones que la gente y los gobiernos tomen las próximas semanas para enfrentar la crisis global provocada por la pandemia del Covid-19, quizá la mayor crisis de nuestra generación, darán forma al mundo en los próximos años y no sólo a los sistemas de salud, sino a la economía, la política y la cultura.

Esto escribió el historiador israelí Yuval Noah Harari, llamado ser uno de los pensadores más influyentes de las primeras décadas del siglo XXI, en un artículo titulado ‘El mundo después del coronavirus’, que el autor de Sapiens, Homo Deus y 21 lecciones para el siglo XXI publicó en Financial Times, el 19 de marzo de 2020 (https://www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75).

En el texto, Harari llama a “actuar rápida y decisivamente” y a tener en cuenta “las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones”. Debemos elegir las alternativas que se nos presentan, buscando no sólo “superar la amenaza inmediata” sino también modelar “qué tipo de mundo habitaremos una vez que pase la tormenta”.

Siendo un historiador con un enfoque evolucionista, Harari no duda que la humanidad sobrevivirá. “La mayoría de nosotros seguiremos viviendo, pero habitaremos en un mundo diferente”.

Las emergencias hacen avanzar rápidamente los procesos históricos. Y decisiones que en tiempos normales tomarían años de deliberación, se aprueban en cuestión de horas. “Se ponen en servicio tecnologías inmaduras e incluso peligrosas, porque los riesgos de no hacer nada son mayores. Países enteros sirven como conejillos de indias en experimentos sociales a gran escala”.

Al terminar esta crisis, descubriremos qué sucede cuando todos trabajan desde casa y se comunican sólo a distancia, o cuando escuelas y universidades enteras se conectan. En tiempos normales, gobiernos, empresas e instituciones educativas jamás realizarían tales experimentos. “Pero estos no son tiempos normales”.

Para Harari, en este momento de crisis debemos hacer dos elecciones particularmente importantes: la primera, optar entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano; y, la segunda, decidir entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global.

VIGILANCIA BAJO LA PIEL

Para detener la epidemia, poblaciones enteras deben ajustarse a ciertas pautas de conducta. Y, básicamente, hay dos formas primordiales de lograrlo: la primera consiste en que el gobierno monitoree a las personas y castigue a quienes infrinjan las reglas.

Por primera vez en la historia humana, la tecnología hace posible monitorear a todos, todo el tiempo. Ya lo hubiera querido hace medio siglo la KGB que dependía de agentes de campo y analistas humanos para procesar toda la información reunida, a sabiendas de que no podían seguir a todos y cada uno de los ciudadanos. “Pero ahora los gobiernos pueden confiar en sensores ubicuos y algoritmos poderosos en lugar de espías de carne y hueso”.

En su batalla contra la epidemia, varios gobiernos han implementado ya nuevas herramientas de vigilancia. China monitorea los teléfonos inteligentes, hace uso de cientos de millones de cámaras que reconocen la cara y obliga a las personas a verificar e informar sobre su temperatura corporal y condición médica. De este modo, las autoridades chinas no sólo pueden identificar rápidamente a portadores sospechosos de coronavirus, sino también rastrear sus movimientos e identificar a cualquiera con quien hayan entrado en contacto. Una amplia gama de aplicaciones móviles advierten a los ciudadanos sobre su proximidad a pacientes infectados.

Este tipo de tecnología no se limita al este de Asia, resume Harari. “El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, autorizó recientemente a la Agencia de Seguridad de Israel desplegar tecnología de vigilancia que normalmente se reservaba para combatir a los terroristas, ahora para rastrear a los pacientes con coronavirus. Cuando el subcomité parlamentario pertinente se negó a autorizar la medida, Netanyahu la aplicó con un ‘decreto de emergencia’”.

Tanto los gobiernos como las corporaciones privadas han estado utilizando, en los últimos años, tecnologías cada vez más sofisticadas para rastrear, monitorear y manipular a las personas. Por eso, si no tenemos cuidado la epidemia podría marcar un hito en la historia de la vigilancia. No sólo porque normalizaría el despliegue de herramientas de vigilancia masiva en países que hasta ahora las han rechazado, sino porque significa una transición dramática de la vigilancia ‘sobre la piel’ a una ‘bajo la piel’.

Hasta ahora, al tocar la pantalla del celular simplemente dejábamos una huella digital del enlace al que le habíamos dado clic. Desde la explosión del coronavirus, el gobierno también quiere conocer la temperatura de ese dedo y la presión arterial bajo la piel.

EL PUDÍN DE EMERGENCIA

En sus libros, Harari ha predicho el advenimiento de un nuevo tipo de sapiens (el homo deus), inimaginable para la especie actual porque nos resulta imposible adivinar cómo pensará un cerebro potenciado por la inteligencia artificial o cómo sentirá un organismo alterado genéticamente, con piezas biomecánicas de repuesto o cuyas reacciones bioquímicas derivarán de sustancias que no forman parte de nuestra actual alimentación ni medicación.

En esa línea, el historiador sostiene que “uno de los problemas que enfrentamos al determinar dónde estamos parados en materia de vigilancia, es que no sabemos exactamente cómo estamos siendo vigilados ni qué nos depararán los próximos años. La tecnología de vigilancia se está desarrollando a una velocidad vertiginosa, y lo que parecía ciencia ficción hace 10 años son hoy viejas noticias”.

A los usuarios de un smart watch no les costará trabajo realizar el siguiente experimento mental: un gobierno hipotético exige a cada ciudadano usar un brazalete biométrico que monitorea la temperatura corporal y la frecuencia cardíaca las 24 horas del día. “Los datos resultantes son atesorados y analizados por algoritmos gubernamentales. Los algoritmos sabrán que estás enfermo incluso antes de que tú lo sepas, y también sabrán dónde has estado y a quién has conocido. Las cadenas de infección podrían acortarse drásticamente e incluso cortarse por completo. Tal sistema podría detener la epidemia en cuestión de días”.

Es una idea maravillosa pero tiene una desventaja: “esto le daría legitimidad a un nuevo y aterrador sistema de vigilancia”. El gobierno conocerá los puntos de vista políticos y tal vez incluso la personalidad de sus ciudadanos si sabe, por ejemplo, que le dio clic a un enlace de Fox News y no a CNN.

Si pueden monitorear lo que sucede con la temperatura de mi cuerpo, la presión arterial y la frecuencia cardíaca mientras veo un video clip, también podrán descubrir qué me hace reír, qué me hace llorar y qué me pone realmente muy enojado, plantea Harari.

“Es crucial recordar que la ira, la alegría, el aburrimiento y el amor son fenómenos biológicos al igual que la fiebre y la tos. La misma tecnología que identifica la tos también podría identificar las risas. Si las corporaciones y los gobiernos comienzan a recolectar nuestros datos biométricos en masa, pueden llegar a conocernos mucho mejor que nosotros mismos, y no sólo pueden predecir nuestros sentimientos sino también manipularlos y vendernos lo que quieran, ya sea un producto o un político”.

Para Harari, el monitoreo biométrico haría que las tácticas de piratería de datos de Cambridge Analytica parecieran de la Edad de Piedra. Si en la Corea del Norte de 2030, bromea, un ciudadano escucha un discurso del Gran Líder y el brazalete recoge signos reveladores de ira, está frito.

Podemos suponer que la vigilancia biométrica sea una medida temporal, y que desaparecerá una vez terminada la emergencia, “pero las medidas temporales tienen el desagradable hábito de sobrevivir a las emergencias, especialmente porque siempre hay una nueva emergencia al acecho en el horizonte”.

Refiere que en Israel se declaró el estado de emergencia durante la Guerra de Independencia de 1948, lo que justificó una serie de medidas temporales, desde la censura de la prensa y la confiscación de tierras hasta regulaciones especiales para hacer budines. No es broma, apenas en 2001 se abolió el decreto del pudín.

“Incluso cuando las infecciones por coronavirus se reduzcan a cero, algunos gobiernos hambrientos de datos podrían argumentar que necesitan mantener los sistemas de vigilancia biométrica en su lugar porque temen una segunda ola de coronavirus, o porque hay una nueva cepa de ébola en evolución en África central, o porque…” esa es la idea.

“Se ha librado en los últimos años una gran batalla por nuestra privacidad –advierte Harari– y la crisis del coronavirus podría ser el punto de inflexión de la batalla. Cuando las personas tienen como opción privacidad o salud, generalmente eligen salud”.

LA POLICÍA DEL JABÓN

“Pedirle a la gente que elija entre privacidad y salud es, de hecho, la raíz del problema. Porque es una elección falsa. Podemos y debemos disfrutar tanto de la privacidad como de la salud. Podemos elegir proteger nuestra salud y detener la epidemia de coronavirus sin instituir regímenes de vigilancia totalitaria, sino empoderando a los ciudadanos”, sostiene Harari.

“En las últimas semanas, Corea del Sur, Taiwán y Singapur organizaron algunos de los esfuerzos más exitosos para contener la epidemia de coronavirus. Si bien estos países han utilizado algunas aplicaciones de seguimiento, se han basado mucho más en pruebas exhaustivas, en informes honestos y en la cooperación voluntaria de un público bien informado. 

“El monitoreo centralizado y los castigos severos no son la única forma de hacer que las personas cumplan con pautas beneficiosas. Cuando a las personas se les informan los hechos científicos, y cuando confían en las autoridades públicas para contarles estos hechos, los ciudadanos pueden hacer lo correcto incluso sin un Gran Hermano que vigile sobre sus hombros. Una población bien motivada y bien informada suele ser mucho más poderosa y efectiva que una población ignorante y vigilada. 

“Considere, por ejemplo, lo de lavarse las manos con jabón. Este ha sido uno de los mayores avances en la higiene humana. Esta simple acción salva millones de vidas cada año. Si bien lo damos por sentado, sólo en el siglo XIX los científicos descubrieron la importancia de lavarse las manos con jabón. Anteriormente, incluso los médicos y enfermeras procedían de una operación quirúrgica a la siguiente sin lavarse las manos. Hoy, miles de millones de personas se lavan las manos todos los días, no porque le tengan miedo a la policía del jabón, sino porque entienden los hechos. Me lavo las manos con jabón porque he oído hablar de virus y bacterias, entiendo que estos pequeños organismos causan enfermedades y sé que el jabón puede eliminarlos. 

“Pero para lograr ese nivel de cumplimiento y cooperación, se necesita confianza. La gente necesita confiar en la ciencia, confiar en las autoridades públicas y confiar en los medios de comunicación. En los últimos años, los políticos irresponsables han socavado deliberadamente la confianza en la ciencia, en las autoridades públicas y en los medios de comunicación. Ahora, estos mismos políticos irresponsables podrían verse tentados a tomar el camino al autoritarismo, argumentando que simplemente no se puede confiar en que el público haga lo correcto.

“Normalmente, la confianza que se ha erosionado durante años no se puede reconstruir de la noche a la mañana. Pero estos no son tiempos normales. En un momento de crisis, las mentes también pueden cambiar rápidamente. Puede tener discusiones amargas con sus hermanos durante años, pero cuando ocurre alguna emergencia, de repente descubre un depósito oculto de confianza y amistad, y se apresura a ayudarse mutuamente. En lugar de construir un régimen de vigilancia, no es demasiado tarde para reconstruir la confianza de las personas en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación. Definitivamente deberíamos hacer uso de las nuevas tecnologías también, pero estas tecnologías deberían empoderar a los ciudadanos. Estoy totalmente a favor de controlar la temperatura de mi cuerpo y mi presión arterial, pero esos datos no deberían usarse para crear un gobierno todopoderoso. Más bien, esos datos deberían permitirme tomar decisiones personales más informadas y también hacer que el gobierno rinda cuentas por sus decisiones. 

“Si pudiera rastrear mi propia condición médica las 24 horas del día, descubriría no sólo si me he convertido en un peligro para la salud de otras personas, sino también qué hábitos contribuyen a mi salud. Y si pudiera acceder y analizar estadísticas confiables sobre la propagación del coronavirus, podría juzgar si el gobierno me está diciendo la verdad y si está adoptando las políticas adecuadas para combatir la epidemia. Siempre que la gente hable de vigilancia, recuerde que la misma tecnología de vigilancia generalmente puede ser utilizada no sólo por los gobiernos para monitorear a las personas, sino también por las personas para monitorear a los gobiernos.

“La epidemia de coronavirus es, por lo tanto, una prueba importante de ciudadanía. En los días venideros, cada uno de nosotros debería optar por confiar en los datos científicos y los expertos en atención médica sobre las teorías de conspiración infundadas y los políticos egoístas. Si no tomamos la decisión correcta, podríamos encontrarnos renunciando a nuestras libertades más preciadas, pensando que esa es la única forma de salvaguardar nuestra salud”.

NECESITAMOS UN PLAN GLOBAL

El segundo gran dilema que enfrentamos, dice Yuval Noah Harari, es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global. Tanto la epidemia como la crisis económica resultante son problemas mundiales. Sólo se pueden resolver de manera efectiva mediante la cooperación global. 

“En primer lugar, para vencer al virus necesitamos compartir información a nivel mundial. Esa es la gran ventaja de los humanos sobre los virus”. Un microbio en China y un germen similar en Estados Unidos “no pueden intercambiar consejos sobre cómo infectar a los humanos”, bromea el historiador.

“Sin embargo, China puede enseñar a los Estados Unidos muchas lecciones valiosas sobre el coronavirus y cómo tratarlo. Lo que un médico italiano descubre en Milán a primera hora de la mañana bien podría salvar vidas en Teherán al anochecer. Cuando el gobierno del Reino Unido duda entre varias políticas, puede recibir consejos de los coreanos que ya se han enfrentado a un dilema similar hace un mes. Pero para que esto suceda, necesitamos un espíritu de cooperación y confianza global. 

“Los países deberían estar dispuestos a compartir información abiertamente y buscar consejo humildemente, y deberían poder confiar en los datos y las percepciones que reciben. También necesitamos un esfuerzo global para producir y distribuir equipos médicos, especialmente kits de prueba y máquinas respiratorias. En lugar de que cada país intente hacerlo localmente y atesore cualquier equipo que pueda obtener, un esfuerzo global coordinado podría acelerar en gran medida la producción y garantizar que el equipo que salva vidas se distribuya de manera más justa. Así como los países nacionalizan industrias clave durante una guerra, la guerra humana contra el coronavirus puede requerir que ‘humanicemos’ las líneas de producción cruciales. Un país rico con pocos casos de coronavirus debería estar dispuesto a enviar equipos preciosos a un país más pobre con muchos casos, confiando en que, si posteriormente necesita ayuda, otros países acudirán en su ayuda.

“Podríamos considerar un esfuerzo global similar para agrupar al personal médico. Los países menos afectados actualmente podrían enviar personal médico a las regiones más afectadas del mundo, tanto para ayudarlos en su momento de necesidad como para obtener una valiosa experiencia, todo ello si más tarde, en el foco de los cambios epidémicos, la ayuda pudiera comenzar a fluir en la dirección opuesta. 

“La cooperación global también es vital en el frente económico. Dada la naturaleza global de la economía y de las cadenas de suministro, si cada gobierno hace lo suyo sin tener en cuenta a los demás, el resultado será un caos y una crisis cada vez más profunda. Necesitamos un plan de acción global, y lo necesitamos rápido. 

“Otro requisito es llegar a un acuerdo global sobre viajes. Suspender todos los viajes internacionales durante meses causará enormes dificultades y obstaculizará la guerra contra el coronavirus. Los países necesitan cooperar para permitir que al menos un goteo de viajeros esenciales continúen cruzando fronteras: científicos, médicos, periodistas, políticos, empresarios. Esto puede hacerse alcanzando un acuerdo global sobre la preselección de los viajeros por su país de origen. Si se sabe que sólo a los viajeros cuidadosamente seleccionados les fue permitido subir al avión, otro país estaría más dispuesto a aceptarlos. 

“Desafortunadamente, en la actualidad los países apenas hacen nada de esto. Una parálisis colectiva se ha apoderado de la comunidad internacional. Parece que no hay adultos en la habitación. Uno esperaría ver hace unas semanas una reunión de emergencia de líderes mundiales para elaborar un plan de acción común. Los líderes del G7 lograron organizar una videoconferencia apenas esta semana, y no resultó en ningún plan de este tipo”, dijo Harari cuando todavía no ocurría la cumbre del G-20 el jueves 26 de marzo.

“En crisis mundiales anteriores, como la financiera de 2008 y la epidemia de ébola de 2014, Estados Unidos asumió el papel de líder mundial. Pero la administración estadounidense actual ha abdicado el trabajo de líder, dejando muy claro que le importa mucho más la grandeza de Estados Unidos que el futuro de la humanidad. 

“Esta administración ha abandonado incluso a sus aliados más cercanos. Cuando prohibió todos los viajes desde la Unión Europea, no se molestó en darle a la UE ni siquiera un aviso previo, y mucho menos consultarle sobre tan drástica medida.

Escandalizó a Alemania al ofrecer supuestamente mil millones de dólares a una compañía farmacéutica alemana para comprar los derechos de monopolio de una nueva vacuna Covid-19. Incluso si la administración Trump eventualmente cambia de táctica y elabora un plan de acción global, pocos seguirían a un líder que nunca se responsabiliza, que jamás admite errores y que habitualmente toma todo el crédito para sí mismo mientras deja toda la culpa a los demás. 

“Si el vacío dejado por los EEUU no lo llenan otros países, no sólo será mucho más difícil detener la epidemia actual sino que su legado continuará envenenando las relaciones internacionales en los próximos años. Sin embargo, cada crisis es también una oportunidad. Debemos esperar que la epidemia actual ayude a la humanidad a darse cuenta del grave peligro que representa la desunión global. 

“La humanidad necesita tomar una decisión: ¿recorreremos el camino de la desunión, o adoptaremos el camino de la solidaridad global? Si elegimos la desunión, esto no solo prolongará la crisis sino que probablemente dará lugar a catástrofes aún peores en el futuro. Si elegimos la solidaridad global, será una victoria no solo contra el coronavirus, sino contra todas las futuras epidemias y crisis que podrían asaltar a la humanidad en el siglo XXI”, concluye Harari.

Traducción libre del inglés al español sin fines de lucro, a partir de la herramienta facilitada por Google. Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com. Esta columna también se puede leer en: www.carvajalberber.com y sus redes sociales.

Comentarios

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *