Álvaro Cueva asegura que la 4T acabó con el chayote. No sólo disminuyó el monto de los pagos legales por publicidad oficial, sino que suspendió los pagos ilegales a medios y periodistas.
Las televisoras están recibiendo relativamente muy poca publicidad oficial, y los medios en general perdieron totalmente el suministro de dinero. ¿Eso es bueno?, pregunta Sabina Berman en la conversación de Largo Aliento que sostuvo con el crítico televisivo, en la emisión del 12 de noviembre de 2021 del programa que la dramaturga y novelista conduce en canal Once (https://www.youtube.com/watch?v=OL0Cx62iR_k).
“Es bueno, sí, pero ese recorte presupuestal coincide con un momento tecnológico particularmente especial: el ‘apagón analógico’ y la supremacía de internet. El resultado es una megabomba porque ya no hay recursos”, subraya Cueva.
“¿Cuándo habías visto que en un país como México no hubiera dinero para producir telenovelas?”, cuestiona el también historiador del melodrama televisivo nacional.
“Hoy no podemos competir en los mercados internacionales porque una telenovela coreana cuesta muchas veces más que la más cara de las telenovelas mexicanas. Perdimos el mercado del que fuera el producto cultural más exportable de nuestro país.
“Por eso es que vemos a estos grupos mediáticos, junto a todos los otros grupos empresariales que se están viendo afectados en distintos rubros, generar contenidos desconcertantes para la población, que fundamentalemente tienen que ver con la infodemia. Hacen un escándalo, hablan siempre de lo mal que estamos, tratan de influir negativamente.
“No me atrevería a decir que los medios buscan extorsionar al gobierno, pero aquí está pasando algo y lo percibes inmediatamente en las noticias y hasta en los programas de entretenimiento. No suena raro en ese contexto el menú de noticias ni que se refieran a ciertas autoridades con una perspectiva que hace suponer que están recibiendo dinero para pegarle a López Obrador.”
¿De dónde sale este dinero? Lo mismo de la Iglesia Católica que de algunos empresarios o hasta del crimen organizado, afirma Cueva:
“Hace tiempo construí una hipótesis y la publiqué en muchas ocasiones, respecto al origen del financiamiento de las televisoras. Estoy convencido que, hasta hace algunos años, el crimen organizado estuvo metido en la televisión mexicana. Qué casualidad que, de la noche a la mañana, los narcotraficantes se volvieron nuestros máximos héroes nacionales, o que las heroínas de las telenovelas eran secuestradoras. Fue un atentado contra el melodrama y contra los valores morales.”
LA REINA DEL SUR:
Jugando al abogado del diablo, Sabina Berman quiere matizar: tal vez porque los norteamericanos empezaron a hacer series de narcos, en México hicimos telenovelas de narcos. Pero ante la mirada irónica de Álvaro Cueva, se suma a su teoría: es verdad, de pronto empezamos a ver a las mujeres de los narcos como el nuevo modelo de mujer empoderada, posando con un cuerno de chivo.
El crítico también quiere otorgarles el beneficio de la duda a las televisoras mexicanas, y acepta la posibilidad de que estuvieran siguiendo una moda. Pero no puede dejar de observar que “en la televisión de Estados Unidos vimos triunfar series como Los Soprano en HBO, un canal de cable por el que pagas una cuota extra y cuya influencia se da de otra manera. Aquí vimos las narcoseries en la misma televisión abierta que ha venido educando al pueblo mexicano desde hace décadas. Es un descaro, se rompieron las reglas y dónde quedó la ética, los valores familiares que se suponen sostienen nuestra industria.”
En Colombia, Caracol Televisión hizo las mejores narcoseries de la historia, recuerda Berman. ¿Había dinero del narco en esas producciones?
“Pues algo ocurrió ahí que, súbitamente, dejaron de hacer narcoseries y comenzaron a hacer bioseries para contarnos la historia de un cantante o un futbolista. Y eso coincidió con cambios en el gobierno colombiano.
“En nuestro país, la desaparición de las narcoseries también coincide con los cambios sexenales. Mi primer libro, Lágrimas de cocodrilo, historia mínima de las telenovelas en México (1990), está dividido por sexenios porque cada seis años cambia nuestra historia, incluida la historia de la telenovela.”
En el gobierno de Echeverría, se hizo una telenovela sobre Benito Juárez recorriendo el territorio nacional: El Carruaje. Y con Zedillo como presidente, Porfirio Díaz apareció como el héroe de una telenovela: El vuelo del águila. Sin embargo, este sexenio de la 4T es atípico porque el gobierno federal no está involucrado con la televisión y, quizá por eso, no vamos a ver una telenovela sobre el Ché Guevara, ni siquiera sobre Francisco I. Madero, pelotean anfitriona e invitado.
“Por eso, y porque el gobierno decidió ya no financiar las televisoras”, resume Cueva.
“Aunque lo que me duele, y es el gran error de la 4T, es que no se está invirtiendo tampoco en medios públicos, que también son parte del esquema de la televisión en México.”
“Los medios públicos murieron cuando se vendió Imevisión. No desaparecieron completamente por el escándalo que se armó cuando Zedillo insinuó que iba a a vender el Canal 22. Todos los intelectuales, encabezados por Carlos Monsiváis, montaron en cólera y frenaron aquello. Y los medios públicos se quedaron, pero de adorno.
“El gran problema de la 4T es que nada ha hecho para revertir eso, no le ha querido meter la lana que en su tiempo invirtió el gobierno en Imevisión. Por eso no tenemos igualdad editorial y, cuando aparece un programa de izquierda en un canal de televisión del Estado, vienen protestas porque supuestamente los medios públicos se están volviendo gubernamentales.”
La verdad es que frente a este programa de izquierda, hay una docena de contenido de derecha que antes nadie señaló, apunta Berman. Canal Once cambió el seis por ciento de su programación y el reclamo llegó hasta el Senado, donde un patricio denunció que la televisora del Politécnico se había vuelto no sólo oficialista sino comunista.
SI NOS DEJAN… SER RICOS:
Para Cueva, “basta revisar las cuentas bancarias de quienes protestaron por esa apertura y pluralidad en los medios públicos, para entender el reclamo. Y basta ver en las notas de las revistas de sociales de los sexenios anteriores, a un periodista presumiendo su residencia o su colección de arte”.
“¿De dónde salió el dinero para esas residencias? Un periodista no gana eso. Cuando un periodista se convierte en estrella de las revistas del corazón, ¿de qué tipo de periodista estamos hablando?”, cuestiona Álvaro.
Sabina coincide con esta apreciación: en todo el mundo, cuando un periodista se vuelve rico tiene esta ilusión de pertenecer al uno por ciento de la población más acaudalada. Pero en realidad no forma parte de esa élite. Es, si acaso, amigo de los potentados y conversa con ellos. No obstante, el periodista enriquecido se comporta por convicción como uno de sus perros guardianes.
Y sí, “hay severos problemas de percepción en muchas de esas personalidades del periodismo, de auto imagen en muchas figuras públicas que, precisamente en los últimos años, dejaron de vivir su realidad. Conozco a periodistas que, en serio, tienen un comportamiento de guaruras”, sostiene Cueva.
Es como si estuvieras hablando con políticos o con empresarios, no con periodistas, apunta Sabina. De hecho, son empresarios de la verdad porque la venden al mejor postor.
Para Cueva, actitudes como éstas las hubiéramos entendido de Verónica Castro o Lucía Méndez cuando eran las reinas de las telenovelas, pero no de una conductora de noticias.
Y, sin embargo, es un fenómeno generalizado: las camionetas, los guaruras, las mansiones, las vacaciones. Todo un estilo de vida que emula la de sus patrones, agrega Berman.
“Y que lo presuman en las revistas del corazón, ¡no tienen perdón de Dios!”, remata Álvaro.
Sabina recuerda que, durante el neoliberalismo, trataron de imponernos la convicción de que todos éramos corruptos, que el ser humano en sí mismo es corrupto y nadie hay que no se venda por 100 pesos, que el único marcador de la vida es el dinero y que si no crees eso es porque tienes alguna incapacidad intelectual o emocional, es decir, porque no son seres humanos.
“Nada más que no lo llamaban corrupción sino ascenso social, espíritu emprendedor. Cambiábamos los términos, para matizar”, concluye Álvaro Cueva.
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