Su nuevo libro, Funderelele y más hallazgos de la lengua (Destino, 2018), es consistente con las otras actividades que ha desarrollado la lexicóloga, traductora y editora Laura García Arroyo, como su participación en el programa de Canal 22 ‘La dichosa palabra’ que conduce junto a Pablo Boullosa, Eduardo Casar y Germán Ortega.
“Como todos, he estado rodeada de palabras desde que nací”, comenta en la entrevista que le realizamos la víspera de la presentación del libro en Colima, en el marco del Festival de la Palabra 2018. Pero su relación con la lengua castellana ha sido distinta a la de cualquier otro hispanohablante:
“Estudié por cuestiones laborales de mi papá en diferentes países, y de hecho aprendí a leer en francés antes que en español. Mi mamá nos enseñó en casa, a mi hermano y a mí, a escribir en español para que no perdiéramos nuestra lengua y pudiéramos algún día volver a España y retomar nuestro nivel académico”.
Con su madre como pedante, en el sentido original de la palabra que eran aquellas personas que enseñaban a los hijos de los nobles, empezó ese juego de fijarse en las letras:
“Mi mamá no es docente, no estudió pedagogía, y sin embargo tenía una manera lúdica de contagiarnos [la emoción del conocimiento], de hacernos sentir que estábamos aprendiendo pero no estábamos estudiando, que saber algo por si luego resultara útil también podía ser divertido”.
Laura García luego estudió Traducción e Interpretación como carrera universitaria, “y ahí entendí que las palabras tienen matices y que cuando tratas de ponerlas en un texto aunque sea uno propio, no sirve cualquier palabra aunque se entienda: Red es Rojo, pero dependiendo del contexto Red no siempre es Rojo, hay que entender toda la familia que rodea a esa palabra, interpretar lo que quería decir el autor y conocer bien tu idioma para elegir las palabras que logren el impacto que lograban las originales en la lengua que fueron escritas o dichas”.
Desde entonces García Arroyo aprendió a observar y a hablar con las palabras: “había que elegirlas con mucha exquisitez”. Pasó diez años haciendo diccionarios, convencida que “tienes que cuidar mucho cada palabra porque, además, eran textos para niños y no te servía cualquier palabra para definir un concepto; tenías que resolver dudas, no provocarles más; tomar cada palabra individualmente pero dentro de un colectivo”.
La palabra, “al igual que el ser humano, es individuo y a la vez grupo. No dice nada por sí misma, necesita un contexto, un entorno, para darle el valor significativo que pueda tener”.
EL LENGUAJE EN INTERNET:
A partir de esa experiencia como editora de diccionarios, “prácticamente toda mi carrera laboral se ha enfocado en hacer cosas con palabras y, sobre todo, en divulgarlas. Si me llega alguna información o descubro algo, considero casi una responsabilidad comunicarlo, compartirlo con alguien a quien le sirva o le abrirá una ventana en algún momento”.
Este libro, como el anterior, Enredados: la redes sociales más allá de los memes (SM Editores, 2015), “son un poco el resultado de un encargo”, pero también del afán de estudiar un fenómeno “sobre el cual me interesaba saber la verdad, fuera de la superficialidad con la que se estaba manejando, por ejemplo, el lenguaje de los jóvenes y de las redes sociales”.
La investigación para su primer libro, la hizo cambiar de premisa. Al inicio, Laura García pensaba como muchos que el idioma se está deteriorando en las redes sociales. En el camino descubrió que era irrelevante defender el uso correcto del idioma en las redes, porque en internet hay muchos fenómenos del lenguaje positivos de los que se no se habla o se les ha estado satanizando.
Parecían claras las desventajas que implicaba para el idioma el uso de las redes, pero nadie hablaba de lo positivo del enriquecimiento del lenguaje, del conocimiento obtenido, del aprendizaje y de “los fenómenos de lectura que nacen de los chavos en las redes sociales”.
Su libro Enredados fue una manera de decir que “está más democratizado que nunca el tema de la lectura y del idioma, y que ahora somos más dueños que nunca de la evolución que le queremos dar” a la lengua.
PLEITOS POR ESCRITO:
Las redes sociales son fuente constante de equívocos que derivan en conflictos, porque no siempre se entiende correctamente lo que alguien quiso decir. Para Laura García el problema no son las palabras, “es la interpretación que le damos los humanos a las palabras”.
Como a todos, a ella le ha pasado que tras poner “un mensaje completamente neutro, de opinión personal”, es atacada por otra gente “con cosas que nada tienen que ver”. Alguien que no entendió el mensaje, la acusa de haber dicho algo que “nunca dije y que está por escrito”.
Más allá de los matices que tienen las palabras, sostiene, “es el desconocimiento que tenemos de ellas” lo que genera estas confusiones. Y “la interpretación tan subjetiva y viciada de temas que tenemos en la cabeza”. Eso hace que a un mensaje que partía de cero se le den una serie de valores que producen enojo por algo que no se dijo con esa intención.
“Las redes sociales también han permitido que la gente que antes era invisible, se vea. Y gente cuya opinión no importaba, ahora opine a todas horas. Es un fenómeno extraño de democratización, pero no todas las cosas que trae la democracia son buenas”, sostiene García Arroyo.
UN TERCER REGISTRO:
Temerosa de no saber escribir correctamente las palabras ni los signos de puntuación, desesperada por la relativa lentitud de la comunicación escrita, hay personas que prefieren enviar mensajes de voz.
A Laura García este fenómeno la lleva a una reflexión: antes estaba muy clara la distinción entre el lenguaje escrito y el lenguaje oral, entendíamos que no se habla como se escribe y no se escribe como se habla, y que sería absurdo mezclar esos dos registros.
Pero con las redes sociales ha nacido esta comunicación intermedia como la que vemos en Twitter y Whatsapp, “esas conversaciones inmediatas y coloquiales que inicias sabiendo que no van a pasar de ahí”.
Laura leyó en alguna parte que “tuitear es hablar con los dedos”. Es una gran definición, comenta, “porque creo que así le damos a la oralidad un valor escrito. Pero ahí es donde está chocando porque lo que tú expresas cuando hablas no se podría escribir con sentido. Y si hablaras en la calle como escribes, la gente pensaría que eres un esnob. Sin embargo, se ha venido desarrollando esta comunicación intermedia que hace que la oralidad se esté escribiendo como reflejo de lo que hablamos”.
La aparición de este tercer registro no representa ninguna amenaza para el idioma, si seguimos entendiendo que hay otros dos registros y éste es uno más. El problema es cuando empecemos a confundirlos y ya no sepamos cuándo usar cada uno. Eso sería lo preocupante.
“No tengo nada en contra de los códigos que establecen los jóvenes, como la abreviatura ‘xq’ para ‘porque’ y los emoticones. Es una jerga como la que hemos tenido todos cuando somos jóvenes y no queríamos que nos entendieran los adultos. Aquel era un código que establecíamos entre nosotros y nadie más veía ni oía. Ahora esos lenguajes y esos códigos compartidos por los jóvenes quedan por escrito en la red, en una plataforma que podemos ver todos. Nos estamos enterando de cómo se comunican… y todos opinamos.
“El problema sería que esa generación empiece a escribir sus cartas, sus currículos, sus leyes con ese lenguaje y esos códigos. Lejos de sumar una manera de comunicarnos, estaríamos sustituyendo las demás. Mientras internet y las redes sociales vengan a aportar una nueva manera de comunicarnos, está bien. Si vienen a eliminar otras formas de comunicación está mal, porque esos jóvenes que así se expresan van a terminar desconociendo que hay diferentes registros y maneras de comportarse en determinados momentos: palabras, tonos, registros coloquiales. Nadie habla igual con un amigo en la cantina que con tu jefe, tu vecina o la abuelita.
“Si los jóvenes empiezan a acostumbrarse a esa manera de hablar y piensan que es para toda ocasión, se estarán limitando”, advierte Laura García.