Juan Villoro, autor de El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México (Almadía Ediciones, 2018), reconoce “muchas coincidencias que no sólo yo observo sino también algunos de los lectores” entre la película Roma de Alfonso Cuarón y las crónicas sobre paisajes urbanos y personajes de la Ciudad de México incluidas en este, su más reciente libro.
“Cuarón es un poco más joven que yo, o menos viejo, pero él encontró algunos paisajes urbanos que me llaman mucho la atención, como la zotehuela y las azoteas con sus tinacos; esos espacios que parecen destinados a no verse o que no son la parte más vistosa de una ciudad, pero donde ocurre de manera un poco callada y discreta parte de la vida urbana; los lugares donde las mujeres se reúnen a lavar ropa, a contar chismes o a cantar. Y en mi libro hay muchas escenas parecidas.
“Por otra parte, toda ciudad es una urbe que existe pero también otra que se recuerda, porque las grandes metrópolis han cambiado muchísimo en los últimos tiempos. Nunca en la historia de la ciudad se había dado la situación de que la mancha urbana creciera setenta veces de tamaño en la vida de una sola persona. Es decir, alguien mayor de 70 años ha vivido en la ciudad de México una expansión avasallante del espacio urbano, un crecimiento que nunca jamás se había dado en la historia de las ciudades del mundo. La forma en que han crecido Calculta, Sao Paulo, Tokio, Los Ángeles o la misma Ciudad de México era una experiencia humana inédita hasta hace algunos años.
“Ciudades tan demoledoras del espacio, tan avasallantes, son urbes donde uno piensa lo que está sucediendo pero también pensamos en lo que antes había y lo que antes pasaba. Hay una ciudad del recuerdo que tenemos muy presente, y la película Roma de Cuarón alude a esta memoria.
“Por eso fue portentoso ver cómo resurgía esa ciudad del pasado ante nuestros ojos, con una nitidez que nunca tendrán mis sueños porque no tienen tanto presupuesto ni tan buenos efectos especiales. De pronto aparece en la pantalla el cruce de dos avenidas, Baja California e Insurgentes, donde estaba el cine de Las Américas, y eso es extraordinario”.
Para Villoro, vivimos en una doble dimensión: en el presente y en ciudades como la de Cuarón que regresan. Y muchos habitantes de la capital mexicana tienen presentes “esas capas del tiempo donde han ocurrido otras etapas de nuestra vida o bien de la gente que estuvo antes ahí”.
LOCALIDADES AGOTADAS
Entrevistado en el marco de la visita que hizo a esta ciudad a invitación de la Fundación Puertabierta, la Universidad de Colima y la Secretaría de Cultura, para dictar dos conferencias en el Teatro Hidalgo, una el miércoles 6 y otra el jueves 7 de febrero sobre ‘la conciencia narrativa’ y el ‘viaje al centro de la mente literaria’, Juan Villoro agradece la forma en que lo recibió el público.
Y en verdad, de haber sido la función de alguna de las obras de teatro escritas por Villoro que se han puesto en escena con éxito, afuera del Hidalgo hubieran podido colocar un aviso de “localidades agotadas”, porque se ocuparon hasta los palcos del último piso. Que el publico abarrote un espacio en una conferencia de literatura se debe a que el autor de El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica es poco menos que un rock star de la lectura:
“Uno nunca sabe qué va a pasar con las cosas que escribe. Es como si lanzaras una botella al mar. Como los náufragos que esperan ser rescatados, no sabes si lo que uno escribe va a llegar a la orilla correcta. Durante mucho tiempo escribía y me quedaba con la sensación de que sólo unos cuantos amigos, y por obligación, me leían. Afortunadamente, con el tiempo se ha dado la circunstancia en que tengo más lectores. Es algo que uno no busca, pero si sucede está muy bien”.
La larga cola para pedir autógrafos que se formó ambos días se debe, quizá, a que Villoro es un escritor transgeneracional:
“Escribo para niños y también he escrito cuentos y novelas que tienen que ver con jóvenes. Afortunadamente, esos libros han permanecido en el gusto de algunos de ellos. Y para mí es muy estimulante que, de repente, en la fila están el abuelo, los padres y los hijos o nietos y todos han leídos libros de distintas características que son para diferentes edades. Me siento muy gratificado por esta circunstancia que no siempre se da”.
PERIODISMO Y LITERATURA
Durante la rueda de prensa que Villoro ofreció la semana pasada para anunciar el contenido de las conferencias, las preguntas de los reporteros al terminar la exposición se centraron en dos temas: la estrategia nacional de lectura que acaba de anunciar el gobierno federal y el futbol, porque algunos de los libros más conocidos del autor (como Los once de la tribu, Balón dividido o Dios es redondo) reúnen crónicas del balompié.
Ya en su primera conferencia, Villoro habló de las diferencias entre información y ficción, de la literatura como una forma de conocimiento y del gran desafío que enfrenta el periodismo en una era en la que existen robots que pueden redactar una nota informativa sobre el resultado de un partido.
En ese contexto, le pregunto: ¿se puede seguir haciendo periodismo sin perder la visión personal, y conseguir que el periodismo sea también una forma de conocimiento de la realidad que se corresponda con una visión del mundo sin que nos acusen de subjetivismo?
En todo caso, añado en una breve conversación sostenida en el Museo Alejandro Rangel Hidalgo de Nogueras: ¿dónde está la línea entre el periodismo como una expresión literaria y la literatura de ficción?
Para Villoro, “el periodismo tiene un compromiso con la verdad, que no siempre se cumple porque hemos visto que hay muchas falsas noticias en los medios y sólo algunas se desmienten. Pero el compromiso con la verdad existe y ésta debe ser verificada. Por lo tanto, el periodista tiene un contrato con los datos, que son incontrovertibles, unívocos y nos llevan en una dirección determinada.
“Por eso la información se tiene que entender de una manera y solo de una manera: no puede ser que yo deje en la incertidumbre quién ganó un partido de futbol, cuando hubo un ganador a menos que se haya suspendido el juego; cuál fue el marcador es un dato muy concreto que no se puede negar.
“Ahora bien, la creatividad humana en el periodismo puede influir muchísimo en la manera en que uno estructura las noticias y cómo las cuentas. Pienso que algo que nos sirve de modelo es la fotografía: todos vemos lo mismo y, sin embargo, de pronto llega un gran fotógrafo y encuentra un ángulo, con la luz adecuada, con un detalle en que sólo él se fijó, con la composición de algo que está ocurriendo frente a sus ojos y que no puede modificar; con esa toma, ese enfoque, ese encuadre, logra algo que los otros no vemos. Es decir, la mirada del fotógrafo le agrega algo a la realidad sin alterarla.
“Ese es el desafío del periodista: que sin alterar datos que son incontrovertibles, pueda componerlos, estructurarlos, adjetivarlos, ordenarlos de tal manera que resulten sorprendentes, conmovedores, cautivadores.
“En cambio, el escritor de ficción no tiene compromiso con lo verificable. Cuando Gabriel García Márquez dice en Cien años de soledad que Remedios la bella tomó una tasa de chocolate y se fue volando al cielo, lo creemos porque el novelista hace que eso sea creíble para nosotros. Como sucede con los cuentos de hadas: aceptamos que algo pase en la lógica que escribe el autor.
“No es que el narrador no tenga un sentido de lo verosímil o lo riguroso, pero es otra su manera de establecer leyes. Por ejemplo, cuando nos dice un autor que una hada madrina puede conceder tres deseos, ahí está proponiendo un mundo diferente donde los deseos se cumplen. Pero si el hada cumple cuatro deseos, ya se rompió la lógica. Es otra la que se establece y también se tendría que respetar en todo caso. Mas si la lógica es que cumple tres deseos, sólo se deben cumplir tres”, apunta Juan Villoro.