LA REVOLUCIÓN MEXICANA TIENE HISTORIA Y TIENE FUTURO, SOSTIENE CUAUHTÉMOC CÁRDENAS

La Revolución Mexicana tiene historia y tiene futuro, sostiene Cuauhtémoc Cárdenas.

Sus postulados ideológicos se remontan hasta los albores del movimiento de independencia, pero sobre todo se nutren de las Leyes de Reforma. Actualizar sus metas en materia de desarrollo político, económico y social, obliga a un amplio debate para “formular el proyecto de democracia estable, sustentable y progresista que hoy requiere el país”.

Ya desde la presentación del libro Por una democracia progresista. Debatir el presente para un mejor futuro (Debate, 2021), Cárdenas Solórzano lanza su convocatoria para reiniciar la obra constructiva de una revolución cimentada en la democracia con adjetivos. Quienes participaron en la lucha armada de hace un siglo, nos dice ya en las conclusiones, “no plantearon la democracia en abstracto”.

En los últimos 40 años se nos quiso hacer creer que la única democracia es “la democracia del capitalismo con pretensiones hegemónicas”, que tolera “una cierta apertura en lo electoral”. El neoliberalismo mexicano aceptó “pasivamente subordinarse a la distorsionada democracia de la hegemonía estadounidense”. Pero, como escribió el presidente Lázaro Cárdenas en sus apuntes: “No puede existir democracia política mientras no se imponga la democracia económica”.

Ya desde entonces los conservadores mexicanos querían la democracia que se practica en los estados capitalistas: “libertad para sus intereses e imposición de su criterio”. Por eso, el general Cárdenas pedía “combatir el capitalismo”, a esa escuela liberal capitalista “que ignora la dignidad humana de los trabajadores y los derechos de la colectividad”.

Para su hijo Cuauhtémoc, “no se trata de una democracia anticapitalista. La Revolución Mexicana postula una democracia igualitaria… Una democracia que privilegia lo colectivo sobre lo individual. Los intereses de las mayorías sobre los de las minorías”.

Los actores del movimiento revolucionario, viendo la constante evolutiva de los pueblos y las naciones visualizaron que la etapa superior de organización política y social sería un sistema socialista. Pero antes debían cumplirse las metas de la Revolución Mexicana.

“En el curso del tiempo, con avances y retrocesos, es evidente que los objetivos primigenios de la Revolución no se han alcanzado a plenitud: vigencia efectiva de un estado de Derecho, una democracia amplia, igualdad en el ejercicio de derechos y en el acceso a oportunidades de progreso, soberanía plena sobre los recursos y el proceso de desarrollo, universalización de la educación, la atención a la salud, la seguridad social, etcétera”. Son desafíos pendientes.

La obra revolucionaria, apunta Cuauhtémoc Cárdenas, “podrá considerarse concluida en el momento en que México cuente con un sistema democrático en lo político, igualitario en lo social, con una economía que crezca sostenidamente, distribuya con equidad y se desenvuelva dentro de un efectivo Estado de derecho, con ejercicio pleno y sin trabas de la soberanía nacional”.

Trabas como las que ha venido imponiendo el consenso de Washington, establecido después de la caída del comunismo soviético y de la afirmación, posterior a la guerra fría, de un nuevo orden mundial con Estados Unidos a la cabeza. Condicionados por una prolongada crisis económica pero también por afinidades ideológicas, “frente a las administraciones estadounidenses, los gobiernos [mexicanos] del neoliberalismo, más allá de su adscripción partidaria, han sido monolíticos, sin fisuras: doblegados políticamente y entreguistas en lo económico”.

Con la referencia de Rodrigo Borja, el ingeniero Cárdenas que explorará en este ensayo los alcances del socialismo que vislumbraron quienes participaron en la Revolución, explica que para el sistema capitalista la fuente del valor entre los factores de la producción –que son trabajo, capital y tecnología– está en el capital: el dinero, los recursos naturales, los bienes de capital; en contraste con las doctrinas socialistas que sostienen cómo la esencia del valor está dada por el factor trabajo.

Cárdenas quiere pensar que “así entendieron estos conceptos los participantes de la Revolución y que no fue la ambición de acumular capital, ni como objetivo principal de carácter nacional ni como logro colectivo o individual, lo que los movió en su lucha”.

Para el autor, está pendiente “construir el Estado y la sociedad de una democracia progresista, bien acabados, reconstruir o edificar instituciones y llevar a cabo los cambios políticos necesarios para contar con una sociedad más fuerte y participativa, igualitaria y equitativa, crear una economía de sólido contenido social, romper los lazos de la dependencia y tornar equitativa las relaciones de México con el exterior, garantizar la vigencia y solidez del Estado de derecho, y, de manera ineludible… conformar la fuerza, la indispensable mayoría política y social que impulse y dé sustento popular a estas necesarias realizaciones”.

Convencido de que hay una línea de continuidad ideológica y política “desde los Sentimientos de la Nación y la Constitución de Apatzingán, pasando por la reivindicaciones de la Reforma, los muy importantes pronunciamiento del programa del Partido Liberal Mexicano, la Constitución de 1917, hasta la actual rebelión de las mujeres contra la violencia y la discriminación”, Cuauhtémoc Cárdenas está “más convencido que nunca de que la Revolución Mexicana se trazó como objetivos edificar una nación y un pueblo democráticos… dentro de un mundo también democrático”.

En pocas palabras [comparadas con las de dos de sus libros anteriores –su autobiografía Sobre mis pasos (Aguilar, 2010) y Cárdenas por Cárdenas (Debate, 2016), la biografía de su padre–], el político michoacano se pregunta al final del volumen: “¿Por qué o para qué queremos democracia?” Y la respuesta es sencilla si la entendemos como un resumen de los desafíos sociales, económicos, políticos, legislativos, educativos y culturales que fue desglosando a los largo de los capítulos:

“…para vivir cada vez mejor, sin sobresaltos por carencias materiales, sin negación o pérdida de oportunidades para progresar, sin desastres prevenibles, en paz, con acceso a satisfactores de la más alta calidad. Queremos democracia que garantice nuestro trabajo y también para hacer lo que nos interesa y nos gusta”. En síntesis, “para, en las concepciones de cada quien, ser felices, y que para ello nos demos la mano unos a otros”.

En sus 246 páginas con todo y bibliografía, el ensayo no tiene desperdicio. Es un texto sustancioso, cargado de ideas luminosas. En el ejercicio de subrayar con un plumón amarillo las partes más interesantes, no dejé una sola cuartilla sin marcar una o varias líneas, párrafos enteros.

“La Revolución Mexicana es un movimiento vivo, que tiene antecedentes y distintas etapas en su desarrollo”, sostiene el autor. [Entre los antecedentes están las constituciones de 1814 (sin vigencia nacional pero sí mucha influencia en los hechos posteriores), 1824 y 1857, así como propuestas y experiencias de carácter agrario y de reivindicación de los derechos laborales, no sólo de los jornaleros sino de otros trabajadores como los mineros y los obreros textiles.]

[Las causas que provocaron el estallido de 1910 tenían “un pronunciado carácter agrario, más que cualquier otro contenido de orden social, político o económico; sólo en tiempos recientes las fuerzas de avanzada han evolucionado a dar prioridad a la lucha por la igualdad en su más simple sentido, por los derechos de la gente y contra la violencia y la inseguridad”.]

Para hablar del futuro de la Revolución, hay que hablar de su historia. Y está se fue escribiendo en sus constituciones de 1824 y 1857 y en las reformas que han fortalecido o hecho retroceder a la carta magna de 1917. Cárdenas da un repaso a las influencias que cada uno de estos documentos tuvieron, explica el contexto en el que se promulgaron y los grandes intereses que afectaron.

Repasa los documentos que dieron sustento ideológico a la lucha armada, y analiza las grandes discusiones que enmarcarían la gestación de la Constitución revolucionaria: la cuestión de la tierra, la soberanía y los recursos naturales, los derechos de los trabajadores. Para afirmar que, en la Constitución de 1917, quedó plasmado el proyecto de nación de la Revolución Mexicana.

[Dentro de ella, revisa los avances que supusieron artículos como el 3º constitucional en asuntos como el laicismo, la gratuidad y la obligatoriedad de la instrucción básica, repasando las discusiones que se dieron, fundamentalmente durante el cardenismo, por términos como educación socialista y combate al fanatismo.

De los artículos 27º constitucional (en el que se plasma el orden económico de la nación y todo lo referente a la propiedad y el mundo de los recursos naturales), 39º (que habla de la soberanía nacional que reside esencial y originariamente en el pueblo, y de cómo todo poder público dimana del pueblo y se instituye para su beneficio), 123º (los derechos de los trabajadores) y 130º (el desconocimiento y posterior reconocimiento de la personalidad jurídica de las agrupaciones religiosas denominadas iglesias), al ingeniero Cárdenas le interesa rescatar las batallas que se han librado para dotar de contenido estos artículos y los esfuerzos por anular el sentido original del Constituyente y la tradición filosófica de donde provenían cada uno de ellos, irónicamente realizados por gobiernos y legisladores emanados del mismo partido que institucionalizó la Revolución.]

Cárdenas revisa también aquellas “contribuciones individuales, colectivas o institucionales” que le parecen relevantes para el desarrollo de la democracia, así como algunos de los principales obstáculos. Dedica sendos capítulos al experimento socialista de Salvador Alvarado en Yucatán, y al gobierno de apenas 22 meses de Felipe Carrillo Puerto, quien repartió más de 600 mil hectáreas de terrenos ociosos de las haciendas, y expidió leyes de trabajo, inquilinato, divorcio, expropiación y sobre un derecho que hoy vuelve a estar en el candelero, la revocación de mandato.

Capítulo doloroso es el que dedica Cuauhtémoc Cárdenas a las contradicciones, claudicaciones, desviaciones y retrocesos del proceso revolucionario. [Desde 1911 y hasta 1982, “con excepción del usurpador Victoriano Huerta, todos los presidentes y sus gobiernos se declararon identificados con la Revolución Mexicana”. Pero] si bien los involucrados en el el movimiento impulsaron un proyecto de nación, es claro que “en administraciones que se declararon revolucionarias tuvieron lugar hechos evidentemente contrarios a cualquier conducta que pudiera calificarse como afín a las causas de la Revolución”.

Y el recuento abarca los asesinatos de Zapata y Villa, [de Serrano y Arnulfo Gómez por oponerse a la reelección de Obregón, de los 14 vasconcelistas cuyos nombres se conocen aunque fueron muchos más los cadáveres encontrados en Topilejo (1930), de los sinarquistas de la Unión Cívica Leonesa (1946), los más de 200 henriquistas en La Alameda (1952), el asesinato de Rubén Jaramilo y su familia (1962),] hasta los de centenares de universitarios en Tlatelolco (1968), el de Carlos A. Madrazo y de todos los que viajaban en el avión comercial que fue objeto de sabotaje (1970), de las víctimas del halconazo del jueves de Corpus (1971) y de los centenares o miles de muertos y desaparecidos durante la guerra sucia (1974-1982).

[En contraste con los numerosos actos positivos del régimen, la Revolución hecha gobierno persiguió, reprimió, encarceló y desapareció a estudiantes, sindicalistas, maestros, médicos, campesinos, delincuentes y guerrilleros por igual. A muchos ciudadanos que reclamaban el reconocimiento oficial de ciertos derechos, les aplicaron el delito de disolución social.]

En pocos procesos se notan más los avances y retrocesos que en la nacionalización de la banca. [López Portillo quiso resolver con ella y un riguroso control de cambios la ‘crisis de la deuda externa’, de la cual era tan responsable el gobierno por creer que los precios del petróleo se repondrían, como Estados Unidos, la banca extranjera y el Fondo Monetario Internacional.

La administración de Miguel de la Madrid no aprovechó esa herramienta fundamental para orientar de modo determinante el desenvolvimiento de la economía, ni para acelerar el crecimiento, equilibrarlo regionalmente, fomentar la industrialización o proteger de las codiciones sociales de la población.

Carlos Salinas reprivatizó la banca y después vendría un proceso de extranjerización.] Hasta la fecha, la “actividad predominante de la banca comercial ha sido especular con papel del gobierno mexicano, generando cuantiosísimas ganancias que se concentran en las matrices extranjeras”.

El autor revisa el Plan Sexenal que el Partido Nacional Revolucionario (PNR) propuso al electorado del país como documento programático de lo que sería el gobierno de Cárdenas, y pondera la gestión presidencial de don Lázaro en logros como:

-la reforma agraria, con el ejido como unidad socioeconómica y política;

-el indigenismo, cuya pretensión no era conservar ‘indio’ al indio o indigenizar a México, sino mexicanizar al indio;

-el desarrollo institucional, con la reestructuración del Banco Agrícola y la fundación del Banco Ejidal, además de los Almacenes Nacionales de Depósito; la reafirmación del Banco de México como regulador en la emisión y circulación de moneda, reserva de metales y divisas o control de cambios y el mercado de dinero; la creación del Departamento Forestal de Caza y Pesca; el Banco Nacional de Comercio Exterior, el Banco Obrero y Nacional Financiera; la Comisión Federal de Electricidad y Petróleos Mexicanos;

-para no abundar en detalles sobre la unificación de los trabajadores, la expropiación petrolera y la lucha del general Cárdenas por la paz mundial y la defensa de la soberanía.

[Cárdenas Solórzano se detiene en la cuestión del socialismo y, en concreto, en los fundamentos de la escuela socialista no como un modelo doctrinario y menos aún dogmático, sino como una educación racional.

Repasa las circunstancias que llevaron al decreto del 18 de marzo de 1938, enfatizando las atinadas negociaciones que desembocaron en la aceptación por parte de las compañías petroleras extranjeras de las indemnizaciones. Y explica la postura del general Cárdenas respecto al comunismo y la injerencia soviética, manifiesta en su repudio al asesinato de Trotsky. En contraste con su apoyo decidido a la República Española y, ya como exmandatario, a la Revolución Cubana.]

Interesante es el vínculo que establece el ingeniero Cárdenas entre el Movimiento de Liberación Nacional, la Corriente Democrática del PRI y el Frente Democrático Nacional que lo postuló a la presidencia de la república en 1988. Las candidaturas de 1994 y 2000, lo mismo que la postulación a la jefatura de Gobierno del Distrito Federal en 1997, fueron registradas por el Partido de la Revolución Democrática, del cual Cuauhtémoc Cárdenas fue su presidente fundador.

Y muy ilustrativo de lo que asume como un paso hacia el futuro de la democracia el capítulo en el que describe el funcionamiento de las nuevas autonomías: los caracoles de la región zapatista de Chiapas y el municipio de Cherán, en la meceta purépecha de Michoacán.

En los caracoles, escribió Pablo González Casanova, se combina la democracia participativa con la electoral y cada uno cuenta con su Junta de Buen Gobierno, que son las que “escuchan, hacen, deciden y mandan, obedeciendo a las comunidades y a sus organizaciones territoriales”.

La comunidad de Cherán declaró la autonomía de su municipio al expulsar al presidente municipal y a los partidos políticos, para regirse por usos y costumbres tradicionales, con el objetivo de defender el bosque sujeto a la explotación clandestina y a su consecuente degradación y, también, de librarse de los actos de violencia por parte del crimen organizado, cometidos principalmente en perjuicio de mujeres y niños.

[Pichátaro, Nahuatzen, Sevina y Comachuén, tomando el ejemplo y la experiencia de Cherán, han sido reconocidos como comunidades autónomas por el Instituto Electoral de Michoacán. “El municipio de Cherán, aun cuando toma sus decisiones con plena autonomía, se apega a las normas formales para solicitar y ejercer sus presupuestos, observa en este caso los calendarios oficiales y aprovecha su relación con los gobiernos estatal y federal para coordinarse en aquellos programas de beneficio para la comunidad”.]

El autor propone debatir el presente para un mejor futuro. Y del presente se ocupa en el último capítulo del libro: ‘La recuperación de un proyecto de nación’.

Su diagnóstico arranca con una crítica al neoliberalismo. “Los tiempos neoliberales han sido de entreguismo y destrucción para México y los mexicanos”. En esos años, el Estado perdió el control de los recursos del subsuelo, se privatizaron industrias fundamentales para el desarrollo del país, [desapareció la industria farmacéutica paraestatal, el Estado cedió el control de las líneas aéreas insignia, áreas claves de la infraestructura de carreteras, aeropuertos, puertos y generación eléctrica se entregaron a manos privadas y se privatizó la participación estatal de la industria siderúrgica; desapareció la banca de fomento y la banca de apoyo a la agricultura y la pesca, mientras la banca comercial se dejó ir a manos de extranjeros; las industrias estatales eléctrica y de hidrocarburos se socavaron intencionalmente desde el Estado, “transfiriendo sectores vitales de ellas a intereses ajenos a los públicos y nacionales, lo cual ha debilitado por tanto el ejercicio de la soberanía”.]

A ello hay que agregar la desigualdad social y el crecimiento imparable de la pobreza, la economía que tuvo una caída como nunca antes le había sucedido y el deterioro de los sistemas educativos, de salud y de seguridad social, que no se ha detenido. Otros flagelos son “la delincuencia, la violencia y la inseguridad, así como la corrupción que siguen desatados e irrefrenables. Su control y erradicación constituye una demanda principal de la población de todo el país. Las acciones hasta ahora emprendidas por las autoridades para abatirlos no han tenido la eficacia deseada.

Entre ellas el uso de las fuerzas armadas en tareas de seguridad, con lo que el ingeniero Cárdenas no está de acuerdo (cuestiona que la Guardia Nacional tenga una esencia militar y no civil), aunque reconoce el derecho d elos militares a organizarse y participar activamente en tareas políticas de afiliación, propaganda, formación, etcétera, “fuera de los tiempos de servicio”.

Con el neoliberalismo, la obra constructiva de la Revolución Mexicana se detuvo. Y ha sido sumamente escasa la cimentación de la democracia. Cumplidas una parte de las metas revolucionarias, el país requiere una auténtica democracia progresista: con una sociedad igualitaria, una economía en expansión, una cultura floreciente y todo ello dentro de un pleno Estado de derecho. Para llegar a la más elevada y mejor etapa del desarrollo social y político, necesitamos una democracia amplia que ya no reclama principalmente el sufragio efectivo y la no reelección, sino nuevos objetivos y anhelos. Los revolucionarios veían al socialismo como la etapa superior del desarrollo humano y la estructuración político-social. Pero hoy pensamos que la Revolución Mexicana estará cumplida cuando tengamos en México un sistema consolidado y en desarrollo de democracia progresista, dice Cárdenas.

En el terreno electoral, hay varias cuestiones pendientes de resolver. Pese al antecedente del asesinato de Obregón y de todas las reformas constitucionales que cancelaron las posibilidades para la reelección del presidente y de gobernadores, la tentación reeleccionista persiste. La Suprema Corte negó la ampliación de mandato de 2 a 5 años que reclamaba Jaime Bonilla como gobernador de Baja California, pero el autor no ve ese suceso como un chiste, sino más bien como un globo sonda.

Está pendiente una discusión amplia sobre la segunda vuelta electoral y, en el momento que escribía el libro, sobre la reelección inmediata de legisladores y munícipes, con la que Cárdenas se declara opuesto porque la renovación de la gente del poder ha sido sana para la República. Además, la selección de las candidaturas a congresistas y ediles se dio sin definiciones ideológicas ni propuestas programáticas, sin compromiso de las coaliciones, los partidos y los candidatos frente a sus eventuales electores. Y está pendiente una discusión sobre la estructura de la autoridad electoral, otro tema en el candelero.

En tiempos recientes más han sufrido las democracias social, económica e internacional, que nuestra democracia electoral. Pero es preciso consolidar ésta, para abrir y garantizar nuevos espacios a la democracia. Sigue habiendo señalamientos graves por la utilización de dineros sucios y la intromisión indebida de autoridades en varios procesos electorales.

Entre otros temas, quien fuera el primer gobernante de la era moderna, electo de manera directa en la Ciudad de México, considera que deben reconocerse los derechos a la ciudad de la gente. En ese sentido, tendrá que desarrollarse una nueva legislación con dimensión metropolitana y para la gestión de las megalópolis.

Finalmente, es muy sugerente la visión que tiene Cuauhtémoc Cárdenas de la democracia participativa, a partir de lo que escribió Armando Bartra, quien señaló:

Necesitamos una democracia básicamente participativa, que emplee igualmente los mecanismos de la representativa. Sin contenido participativo la democracia representativa se desacredita, se desfonda. Pero no en abono de la autogestión, sino de procedimientos autoritarios. Para que la autogestión florezca, necesitamos un Estado democrático, activo, enérgico, fuerte.

Sin duda, una lectura oportuna, y esto ya lo digo a título personal, cuando estamos a asistiendo a un proceso de democracia participativa: la consulta para la revocación de mandato del presidente de la república por pérdida de confianza. Me pregunto si los gestores de la misma realmente debieron haber pedido la ratificación del mandato.

La ratificación tendría sentido, a mi entender, en el afán de crear un tipo de legitimidad distinta a la concedida por la voluntad expresada en las urnas o la que políticamente suponen las elecciones intermedias, con su posibilidad de mantener, recuperar o perder la mayoría en la Cámara de Diputados.

Muchas gracias.

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