¿Por qué hay tanto odio en las redes socio-digitales?
La licenciada en Psicología Clínica, maestra en Literatura por la UNAM y doctora en Filología por la Universidad Autónoma de Madrid, Blanca Montoya, responde a la pregunta de Gabriel Sosa Plata:
“El odio depende de muchas variables, pero se genera a partir de una emoción muy primitiva que se ubica en el sistema límbico, que es donde se alojan en el cerebro instintos como el miedo”.
Para la académica de la Universidad Nacional Autónoma de México, “el miedo es una emoción que preserva la vida. Cuando la persona ve que algo la amenaza, siente miedo y eso le sirve para proteger su vida. Pero aun cuando el miedo tiene esa función en la supervivencia de la especie, se pervierte en tanto el ser humano no es capaz de acceder a un estrato más evolucionado del sistema nervioso: el pensamiento”.
“Cuando uno siente miedo a algo la conducta puede ser irracional, pero si razonas ese pensamiento puedes entender no sólo a qué le tienes miedo, sino que eso a lo que temes se puede resolver”.
Montoya fue entrevistada el 20 de mayo de 2021 en Media 20.1, el programa de análisis de los medios que conduce en TV UNAM el pionero de la defensoría del televidente en México (https://www.youtube.com/watch?v=MXzl5QXUedw).
La fundadora del Centro de Orientación Psicológica y Psicoterapia A.C. y autora del libro El dominio mediático (2011), señala que “el miedo se convierte en odio por falta de conocimiento y de pensamiento racional, ya no digamos por falta de valores. Y esta perversión es generada en mucho por los medios de comunicación”.
Guionista de cine y televisión, Montoya explica que “esto ocurre desde hace muchos siglos. No es una técnica nueva. La propaganda de Joseph Goebbels se cimienta en el odio hacia un sector o una persona para que estos sean identificados como enemigos, aunque en realidad sólo sean enemigos de las clases poderosas. Las elites aprovechan esas técnicas para inducir odio a sus enemigos, para que ese odio lleve a la violencia y la violencia a una desestabilización del país”.
USAN LA BIG DATA
Autora de artículos en donde, por ejemplo, cuestiona el espectáculo del terror que montó CNN con su falsa filantropía, aborda la suerte de López Obrador en la elección de 2012 o revela las trampas “del imperio” estadounidense para países como Cuba o Venezuela, estudiosa de la ideología de los medios de comunicación y analista del papel de esos medios en las guerras de cuarta generación, Montoya dice que “en las redes sociales podemos ver con claridad cómo funciona la técnica guebeliana”.
Lo primero que busca la técnica desplegada por el orquestador de la propaganda nazi, es identificar quién es el enemigo. Uno de los principios guebelianos es enfocarse en “el enemigo único”: centrar todo el odio en un sujeto o una etnia (los judíos en el caso de Hitler) para culparlos de todo.
“Es decir, asociar a ese enemigo con todo lo malo, utilizando palabras que todos rechazamos: dictador, asesino, corrupto, ladrón, feo, ignorante. Incluso todas aquellas palabras que estimulan un rechazo general, como caca, son asociadas a ese enemigo común.”
Al vincular este sujeto objetivado a una emoción, y fortalecer ese sentimiento por la vía de estar repitiendo y repitiendo las palabras clave, “ya después el pensamiento no funciona. John Stuart Mill decía una cosa sabia: cuando una idea está asociada a una emoción, por más que te demuestren que estás equivocado, te aferras a la emoción porque el pensamiento está mutilado”.
La ideología neoliberal está muy bien pensada, la sociedad fue privada de la enseñanza escolarizada de la Filosofía (el arte de pensar), la Ética, el Civismo y de la Historia que te da identidad y fortalece tu Yo, sostiene Montoya.
“Te quitan de la educación todos los elementos que podrían hacerte menos manipulable, y a la hora que lanzan una campaña de odio cae en blandito, porque la sociedad ha sido preparada para recibir esas ideas. Sobre todo, cuando se trata de una sociedad tan agredida como la mexicana.
“Los grandes sectores, 60 millones de pobres, han sido agredidos. Y cuando las elites lanzan mensajes de odio sobre cuestiones que ya tienen antecedentes como motivo de segregación, entre ellas el racismo (contra el indio o el negro) o el clasismo (contra el pobre, el ‘muerto de hambre’, el naco) que hay mucho en nuestro país, la campaña de odio funciona.”
Las tecnologías de la información, a través de la big data, localizan determinados perfiles en la sociedad y mandan el mensaje más proclive a alimentar esos prejuicios. Si ellos, a través de tus datos, detectan que eres una persona clasista, entonces te van a hablar del huarachudo; si eres racista, te hablan del indio, del prieto; si eres joven, te van a hablar del dictador porque, generalmente, el joven tiene problemas con la autoridad; si eres creyente, te dicen que el enemigo es hereje. Esto es, irán apropiando el calificativo a quien vaya dirigido el mensaje”, resume Montoya.
VOTAR POR LO MALO
Identificar al enemigo fue muy efectivo en las campañas electorales de Trump, en Estados Unidos, o de Bolsonaro en Brasil, observa Blanca Montoya. Las técnicas guebelianas se han utilizado mucho en la política, y podemos verlas aplicadas en el comportamiento de los medios de comunicación.
Esas técnicas son, incluso, anteriores a los nazis. Datan de Sigmund Freud, no porque el padre del psicoanálisis haya desarrollado sus ideas para el control de las masas, sino porque su sobrino, Edward Bernays, retomó sus conceptos para convencer a la audiencia estadounidense de la conveniencia de entrar a la primera guerra mundial. La sociedad norteamericana no quería ir a una guerra que se libraba en Europa, y la convencieron a través de la propaganda.
Estas técnicas de Goebbels cuyo propósito principal era sembrar el odio, más otras que se desarrollaron posteriormente, “nos las están aplicando actualmente en América Latina”. En Colombia, hace cuatro años votaron en un plebiscito por la guerra: “se hizo una consulta y los colombianos no votaron por la paz, siendo que llevan 70 años en guerra desde que mataron a Eliécer Gaitán en los cincuenta”.
“Basta imaginar la cantidad de odio y de violencia que ha generado esa guerra en la sociedad –expone Montoya–. La situación para los colombianos es terrible: tienen la oligarquía más poderosa del subcontinente y están siendo bloqueados por Estados Unidos. El colombiano está mentalmente frágil, muy susceptible al odio. Eso explica porque, en Cali, ya no fueron los paramilitares sino la clase media alta quienes atacaron a la minga indígena”.
EL LENGUAJE DEL AMOR
¿De qué manera podría regularse este discurso de odio en los medios y las redes socio-digitales?, pregunta Sosa Plata.
“Tendrían que ser reguladas, siempre y cuando se respete la libertad de expresión. Y esa libertad la tenemos todos –responde la entrevistada–. Lo único que no se vale es hacer apología del delito o invitar a la población a exterminar a alguien. Eso tendríamos que regularlo porque ya vimos lo que pasó en Ruanda.”
La estructura internacional de derechos humanos y casi todas las constituciones del mundo ponen límites a la libertad de expresión en términos del derecho de terceros, “pero eso es letra muerta”, advierte Montoya.
“En realidad, la sociedad a veces evoluciona más rápido que las leyes y en ocasiones se queda atrás. A todas esas comisiones internacionales de derechos humanos les tengo mucho recelo, porque en realidad pertenecen a organismos mundiales que no están interesados en que nosotros tengamos paz y progreso.”
Dicen que la prensa se regula con la prensa, admite la filóloga, pero “siempre y cuando tengamos piso parejo, que no lo tenemos porque los medios de comunicación tradicionales abarcan el 80 por ciento y los medios de izquierda tienen el otro 20 por ciento de la audiencia”.
Y si bien los periodistas más independientes están en las redes socio-digitales, las plataformas que alojan estas redes son propiedad de las élites del poder “y ponen trampas, no te dejan” trabajar libremente.
Sin embargo, “por eso resquicio que nos han dejado es como podemos incidir para ir paliando este discurso de odio, a partir de un discurso del amor. El odio no se combate con el odio, como el fuego no se combate con el fuego ni tampoco la violencia, sino con su contraparte”.
Para Blanca Montoya, “nunca hay que responder con insultos sino con pensamiento. Y en los casos donde no se puede establecer un diálogo, lo mejor es ya no seguir ese intercambio de insultos. Si uno esgrime argumentos, quizá alguna semillita quede. Sobre todo, hay que buscar que la gente reconozca cuando está actuando por odio”.
“Hasta el niño enojado se calma cuando traduces lo que está sintiendo: ‘Ya sé que estás muy enojado’. Lo importante es que el ser humano entienda la emoción que siente. Cuando ya es adulto y tiene capacidad de pensamiento abstracto, hay que hacer el señalamiento de que está actuando por odio e invitarlo a hablar con argumentos porque con descalificaciones no podremos entendernos. Y hay que identificar qué motiva al otro a decir lo que está diciendo.”
NO ALIMENTE AL TROL
En las redes no siempre hablamos con personas, sino con troles a los que les pagan para fomentar el odio, o con bots que son respuestas automatizadas. ¿Qué hacer en esos casos?, plantea Gabriel Sosa Plata.
“Cuando se identifica que estamos ante un trol o un bot, lo mejor es cortar la comunicación. Además, a ellos les pagan en función de cuántos les contestan. Los podemos identificar porque, regularmente, los troles y los bots usan oraciones muy hechas que repiten incansablemente. De pronto, hay usuarios reales que interactúan con un odio auténtico. Con algunos de ellos es posible llegar a razonar, pero si los mueve el odio por más que trates de motivarles no vas a poder establecer un diálogo.”
Un truco que sugiere Montoya es mostrarse dispuesto a escuchar a esos tuiteros o usuarios de otras redes: “invitarlos a que ellos me convenzan a mí y, de esa manera, iniciar el diálogo”.
El problema es que en las redes sociales topamos todo el tiempo con la verdad. “La infodemia que padecemos es tan brutal que no acabamos de desmontar una mentira cuando ya hay más. Esa campaña de desinformación genera odio porque están inventando cosas terribles, pero además causa desconcierto e incertidumbre en las personas”.
NOS SALVARÁ LA CULTURA
¿Hay riesgo que, en la conversación pública, acabemos como Colombia porque se exacerben tanto los ánimos con la polarización?, pregunta Sosa Plata.
“Colombia tiene su historia y México tiene otra. Independientemente que a todos los países latinoamericanos nos apliquen la misma receta, cada nación tiene sus particularidades históricas. Nosotros tenemos la gran ventaja de contar con un ejército-pueblo que deviene de la revolución, no conformado por las oligarquías ni entrenado en Estados Unidos.
“Tenemos una cultura tremenda, una fuerza cultural muy grande en valores y tradiciones”. Cuando el imperio mexica fue conquistado, España ni siquiera era un reino unificado. Fue hasta después que se conformó España como Estado nación. “Han tratado de quitarle peso, pero tenemos esa enorme cultura”. Tuvimos una lucha independentista ejemplar y enormes modelos históricos con los cuales identificarnos, símbolos de estatura mundial como Juárez, Villa o Zapata.
“Tenemos un bagaje cultural tan grande que esa identidad nos permite no caer en el horror de Colombia, pero sí es peligroso regresar a la época anterior cuando la corrupción lideraba. Si eso ocurre, nuestro país seguirá sometido a las clases poderosas y al imperio yanqui.
“Es aquí donde la población tiene que sacar la casta, y aferrarnos a la filosofía, la historia, la ética y el amor; a todo aquello que realmente protege la vida y el bienestar común, que debería ser el objetivo de la política.”
En ese sentido, ¿proteger la vida y el bien común debería ser también la función de los medios de comunicación?, plantea finalmente Sosa Plata.
Y Blanca Montoya invita a: “volver al periodismo, a la investigación, a la búsqueda de la verdad, al sentido de la oportunidad y a la ética de reconocer que no somos neutrales”.
“Los medios mexicanos se supone que aman a su patria. Ese amor tiene que estar en los periodistas y comunicadores para que le ayuden a la población a ser libre, igualitaria y justa; siempre en función de la verdad, la justicia y la responsabilidad que uno tiene.”