¿Ópera democrática?

Está de moda hablar de democracia en México. Después de los resultados de la votación del primero de julio que no logran ser digeridos por algunos políticos hasta hace poco, encumbrados ni por muchos comentaristas ligados a esa clase política; así como por de la reciente aparición en nuestros escenarios capitalinos de Javier Camarena, el gran tenor mexicano de la actualidad, que cosecha éxitos por doquier y quien se uniera con su arte a la reconstrucción del México destruido a raíz de los terribles terremotos de septiembre del año pasado, se dibujó en la mente de quien junta estas letras, la presente reflexión.

En la ópera también existe la democracia, pues en muchas obras de este arte magnífico, el pueblo (o un colectivo) se ha expresado, y lo ha hecho a través de los coros. Y ningún compositor como Giuseppe Verdi (1813-1901) supo interpretar a esas masas populares. Aída (Gloria all’Egitto o Marcha Triunfal), Trovador (Coro de Gitanos y Coro de Soldados) y, sobre todo, Nabucco (Va, Pensiero, sull’ali dorate o Coro de los esclavos judíos), son ejemplos acabados de lo dicho. Y claro, Verdi no fue el único compositor de coros famosos: Beethoven lo hizo con el Coro de los Prisioneros de Fidelio, Mozart con el Coro de Sacerdotes de la Flauta Mágica, Wagner en Lohengrin (Coro de invitados o Marcha Nupcial) en Tannhausser (coro de Peregrinos) o en Los Maestros Cantores (Coro del Despertar), Weber en el Cazador Furtivo (Coro de los Cazadores), Donizetti (Coro de criados de Don Pasquale), Gounod (Coro de Soldados de Fausto) o Bizet en Carmen (Coro de las Cigarreras) podrían ser otros ejemplos de lo dicho, porque la lista podría prolongarse al infinito. Los coros citados, seguro estoy, los han escuchado los lectores de esta columna, algunos conscientes de ello y los otros, de manera inconsciente.

De por sí, los coros son un ejemplo de democracia musical, pues lo que luce no es la voz de un individuo, que generalmente es bella y expresiva, sino que es una masa coral la que hace la música. Y en ella, tan importantes resultan las sopranos como los tenores o los bajos. Se mezclan hombres y mujeres, texturas y colores y producen un sonido incluyente: Todos cuentan y entre todos hacen. Todos crean una voz y todos transmiten un mensaje.

Pero existe un antes y un después en los coros de ópera y ese momento lo podemos ubicar sin duda, en Nabucco. Se trata de una ópera que pudo no haberse escrito. Giuseppe Verdi había hecho ya dos óperas y ascendía a la fama con dificultades, pero en un período muy corto, perdió a su esposa y a sus dos hijos en tres desafortunados momentos muy cercanos en el tiempo y eso produjo, como es lógico, una depresión terrible en nuestro autor. Se produjo entonces, un encuentro afortunado cuando Verdi fue visto durante el otoño de 1841 en un café milanés por Merelli, empresario del Teatro alla Scala de Milán quien le mostró el libreto de la ópera, escrito por Temistocle Solera (basado en el Antiguo Testamento) y que ya había sido rechazado por un par de compositores. La leyenda (que según los expertos se aparta de la historia real, pero es muy bonita y digna de ser contada) cuenta que Verdi se negó a conocerlo siquiera y el productor lo encajó en el abrigo de Giuseppe y cuando éste, en su casa se dio cuenta de lo ocurrido, fue porque el libreto cayó al suelo y quedó abierto donde se encontraba precisamente el coro. Eso detonó su deseo de componer la música y la ópera fue llevada a escena en dicho Teatro, donde se produjo su estreno el 9 de marzo de 1842. Esta fue la segunda de cinco colaboraciones entre Verdi y Solera.

El éxito de esta ópera comenzó durante los ensayos. Se platica que los trabajadores del Teatro paraban sus labores para escuchar y cuando la ópera se estrenó ya todos los asistentes conocían el coro, a pesar de que, para evitar las distracciones de los operadores, los ensayos tuvieron que retomarse a puerta cerrada para que no se siguieran escuchando. El destino de la ópera, estaba claramente escrito.

La historia de la ópera es la historia del conflicto del pueblo judío con Babilonia (Asiria) en el año 560 antes de nuestra era y además de la calidad de la música, fue definitivo el momento que entonces se vivía en Italia, cuando buscaba unificarse (y quitarse los yugos extranjeros. Lombardía estaba ocupada por Austria. A este movimiento se le conoce como Risorgimento). El pueblo italiano se identificó con el pueblo judío de otra época y poco después, todo Italia cantaba ese coro. Además, comenzaron a aparecer por todos lados, grandes letreros que rezaban: Viva Verdi (que, en realidad, era un acróstico, que resultaba en una feliz coincidencia pues era leído como Viva Vittorio Emmanuel, Re De Italia, es decir, Verdi). Y nuestro autor fue símbolo de ese movimiento de unidad de Italia y Nabucco fue su primer gran éxito. Y Vittorio Emanuel de Saboya fue Rey de Italia.

La ópera era entonces (sobre todo en Italia) lo que las telenovelas fueron más de un siglo después y se convertía en un vehículo que transmitía ideas que el pueblo asimilaba y se identificaba con ellas. Los argumentos de las óperas, que a veces contaban historias de opresión, pobreza, traiciones reales y otras, eran asimiladas por los pueblos. Además, muchos pasajes de esas obras, por su música, eran fácilmente recordadas por el pueblo.

La democracia es desde la Revolución Francesa cuando se creó la República y la división de poderes algo muy querido por la humanidad y que los artistas han sido capaces de captar y crear obras maestras a partir de ello. La ópera entonces no es una excepción. El que junta estas letras anima a sus contados lectores a escuchar ópera, o al menos ese puñado de coros que se anuncian en esta columna. Seguro los disfrutarán.

Es todo. Nos encontraremos pronto. Tengan feliz semana.

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