El 21 de diciembre de 2019, Cristina Fernández de Kirchner estrenó la presidencia del Senado argentino en el marco del debate por la Ley de Solidaridad. Un clip de video de esta sesión se ha hecho muy popular en las redes por el cruce de opiniones que la ex mandataria tuvo con José Mayans, coordinador de la bancada del Frente de Todos, quien en reiteradas ocasiones se refirió a ella como «presidente».
Apenas iniciaba la sesión cuando Cristina corrigió al senador formoseño. Como Mayans tenía el uso de la palabra, al terminar de hablar le llegó la réplica: “Presidenta, Mayans, presidenta”. Y volvió a repetir la palabra, remarcando la “a” final.
Según la reseña de Página 12 (https://www.pagina12.com.ar/237708-cristina-kirchner-presidenta-mayans-presidenta), con una sonrisa, Mayans alegó: “La palabra presidente no tiene sexo”. A lo cual Cristina respondió: “Eso lo dicen los machistas; no, de ninguna manera”. Mayans no tuvo más remedio entonces que contestar “presidenta”, eso sí, con otra gran sonrisa.
En la política argentina, Cristina Fernández ya fue presidente de la nación pero no se recuerda otro momento en que haya defendido su derecho a ser llamada “presidenta” o “jefa” de Estado. En el gobierno de Alberto Fernández, ella será vicepresidente o, como insiste ella, vicepresidenta de la república.
LES CHIQUILLES CHILENES
En junio de 2018, otra ex jefa de Estado, Michelle Bachelet fue noticia cuando en su cuenta en Twitter escribió desde Vietnam su primer mensaje sin variante de género. Al felicitar a la joven Sujey Jara que acababa de ganar 57 mil dólares en la versión chilena del concurso Pasapalabra, la puso como ejemplo para los «chiquilles».
En Chile se ha popularizado el término «compañere» entre las feministas y, aunque la RAE no lo considera necesario, se está utilizando como una nueva visión del lenguaje inclusivo. De hecho, algunas universidades se han abierto a la posibilidad de aceptar trabajos académicos bajo esta lógica, apuntaba Javier Sáez Leal, corresponsal de El País en Santiago (https://elpais.com/internacional/2018/06/27/mundo_global/1530092786_900667.html).
La noticia no era la incorporación de la ex directora ejecutiva de ONU Mujeres al lenguaje inclusivo, sino su posicionamiento respecto al acceso de los chilenos sin recursos al sistema universitario.
Bachelet conoce en persona a la joven de 20 años. En marzo de 2018, siendo aún presidente, la visitó en su casa para felicitarla por sus calificaciones en la Prueba de Selección Universitaria (PSU) que le permitieron entrar a estudiar Psicología. Sujey es además una de las miles de beneficiadas por la gratuidad universitaria, una de las reformas emblemáticas de su segundo Gobierno. En la actualidad Jara cursa segundo año de Psicología en la Universidad de Chile y si no hubiera sido favorecida con el programa estatal tendría que desembolsar el equivalente a más de 4,400 dólares.
El suyo es un caso de superación. La madre de Sujey murió por un derrame cerebral cuando ella tenía dos años de edad y fue criada por su padre. Tres semanas antes de hacer la prueba de acceso a la Universidad, la muchacha dio a luz a un bebé y durante el año y medio que pasó desde ese entonces ha compatibilizado sus estudios con la maternidad.
En cuanto al uso de la letra “e” en lugar de las variantes de género, la Real Academia Española ya explicó que es “innecesario”. Quienes coinciden con el criterio de la RAE opinan que, en caso de emplearse el término, habría una falta de concordancia con el artículo empleado, «los» en vez de «les».
BOGOTÁ PARA TODOS Y TODAS:
En 2017, el lema de la capital colombiana era: “Bogotá mejor para todos”, pero por mandato de un juez la alcaldía debió incluir el «todas» junto al «todos».
La sola decisión judicial desató un intenso debate que, según Jorge Galindo en un texto para El País (https://elpais.com/internacional/2017/12/20/billete_a_macondo/1513742639_067881.html), contiene en su seno dos preguntas:¿es el lenguaje un factor de peso en la generación y reproducción de desigualdades de género?; y en caso de resultar afirmativa, ¿qué partes del lenguaje importan?, ¿cuáles no? y, en definitiva, ¿qué se podría hacer para revertir esta situación?
George Steiner opinó al respecto: «Lo que no se nombra no existe». Mientras que para Máriam Martínez-Bascuñán, profesora de Teoría Política en la Universidad Autónoma de Madrid: «Cuando se habla de todos y todas, entonces se incluye a los dos; aplicar perspectiva de género es ampliar la mirada», comenta, «y eso es lo que toda la teoría feminista desde al menos Simone de Beauvoir pone de manifiesto: que hasta que no se visibiliza el género femenino (‘el otro’) no se descubre al masculino en su particularidad”.
LAS PALABRAS CONDICIONAN
Pasar de la teoría a la práctica es más complicado. La economista Estefanía Santacreu-Vasut, profesora en la francesa ESSEC Business School, se preguntó con sus colegas hace unos años cómo investigar la influencia de la cultura en actitudes y comportamientos, sobre todo aquellos relacionados con las desigualdades de género.
«Para nosotros», explicaba, «la gramática es una especie de tecnología que nos va a obligar a dar cierta información” aparte de, como diría Steiner, ocultar otra. Lo interesante es que «hay mucha disparidad» en la codificación gramatical del género: mientras algunos idiomas sí hacen distinción constante, como es el caso del español, otros no.
Santacreu-Vasut y compañía se propusieron aprovechar tal variación para sus objetivos. Así, compararon cómo cambiaba la distribución del trabajo dentro de hogares de origen inmigrante según la procedencia de las familias. Resultó que las mujeres que vienen de países cuyas lenguas distinguen gramaticalmente entre géneros cargan con hasta un 9% más de horas en tareas domésticas que aquellas con lenguas maternas más neutras en materia de género, mientras los hombres tienen hasta un 28% menos.
Para Galindo, resumiendo, quizás no es sólo «tecnología» lingüística sino todo el bagaje cultural de cada individuo el que marca estas diferencias. Para aislar al máximo el efecto del lenguaje, en un estudio posterior los investigadores franceses sacaron partido de que en no pocos países del mundo se habla más de un idioma, y en muchos casos estas lenguas conviven con diferencias en cómo tratan el género. Decidieron comparar así a personas cuyo entorno cultural de origen era el mismo, también el de destino (al emigrar al mismo lugar), pero cuya codificación gramatical del género difería. Resultó que al menos un tercio del efecto cultural medido sobre las actitudes específicas se debía al lenguaje, mientras que los dos tercios restantes sí procederían de otros aspectos culturales.
DIFERENCIAR, DIFERENCIA
¿Se mantienen estos efectos cuando se observan codificaciones distintas de género gramatical dentro de un mismo idioma?, se pregunta Galindo. Las investigaciones de la profesora Lynn Lyben (Pennsilvania State University) apuntan en esa dirección.
Por ejemplo, en un colegio de habla inglesa demostró que, si el profesor usaba de manera habitual expresiones como «chicos y chicas”, niños y niñas, se volvían más fuertes las diferencias de género en juegos y actividades, replicando en sus actitudes lo que escuchaban en la gramática de sus mayores.
La evidencia apunta en una misma dirección: la lengua importa, pero importa sobre todo porque reproduce distinciones. Esto plantea un serio dilema a las propuestas de lenguaje inclusivo del tipo contemplado en la sentencia judicial hacia la alcaldía de Bogotá: si en las investigaciones de Lyben el uso de “chicos y chicas” reforzaba las actitudes sexistas, si en los trabajos comparativos resulta que los idiomas que no distinguen entre géneros favorecen comportamientos más igualitarios, ¿no podrían llegar a tener el “todos y todas” y modificaciones similares un efecto contraproducente?
El repaso que hace Galindo nos hace pensar que hay un dilema entre visibilizar el femenino si con ello se aumenta la segregación de género en el uso del lenguaje. De ahí que Santacreu-Vasut sugiera explorar el uso de formas neutras distintas al masculino, subrayando que al fin y al cabo si queremos cambiar las normas sociales, el lenguaje debería cambiar también.
Martínez-Bascuñán, por su lado, apunta que a la luz de los datos entiende «por qué algunas personas empiezan a utilizar el femenino como genérico, en lugar del masculino». Añade que «quizás lo más económico sería utilizar expresiones neutras alternativas como ciudadanía. O combinarlo todo. Pero, en cualquier caso, que se problematice ese neutro tradicional ya es positivo.»
Y sí, concluyo por mi parte, pueblo o población, alumnado o estudiantes y electorado o votantes, son términos usados y aceptados por la RAE. En cambio compañeres, mexican@s, ellxs o nosotr*s, resultan francamente chocantes.
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