El streaming creó una nueva televisión, no solo en el sentido de contenidos que fusionan la narrativa del cine con los géneros que desarrolló la pantalla chica en sus diferentes de etapas (el predominio de la TV abierta, la de paga y luego con la oferta de canales Premium como HBO), sino también en cuanto a los hábitos del espectador.
Hemos dicho en otras ocasiones que la televisión por internet, en su modalidad de streaming (para distinguirla de la transmisión online), puso fin al acontecimiento televisivo.
Ahora el espectador no tiene que buscar un canal determinado y esperar una hora precisa para ver un contenido en tiempo real, pues el programa empieza a correr en el momento en que el espectador quiera. El televidente tiene además el control de la continuidad de la transmisión: la puede detener y reanudar cuando quiera. Algo que comenzó con la videocasetera.
Con plataformas como Netflix, que técnicamente se denominan OTTs, ver la televisión también pasó de ser un rito familiar a una experiencia personal (aunque eso ya ocurría con los videorreproductores). Y creó hábitos insospechados, como el de someterse a una maratón de episodios.
Hemos explicado que estas nuevas costumbres del espectador valen para la televisión como contadora de historias. Los servicios informativos y los eventos deportivos se siguen consumiendo en tiempo real, pues a casi nadie le interesan las noticias viejas ni la repetición de partidos o competencias, a menos que supongan una novedad o un interés especial para el televidente.
Pues bien, respecto a los maratonistas televisivos Cristian Vázquez, periodista y escritor argentino, escribe en el portal Letras Libres que, frente a la tentación de ver toda la temporada en una sesión de varias horas, lo mejor es proceder “un capítulo por día”. Y con ello se impone a sí mismo “una política para ver series”.
Cuando la gente quiere saber el por qué de esa política, su respuesta es simple: “También quiero hacer otras cosas. Nuestro tiempo es limitado, y el que le dedicamos a algo se lo negamos a todo las demás. Me gusta ver series, pero no es lo único que quiero para mis ratos de ocio”.
Por supuesto, eso es ir contra la corriente. “Para muchas personas, ver un solo capítulo diario se torna una misión imposible: no pueden escapar de las garras de los cliffhangers, esos anzuelos que los guionistas colocan al final de cada episodio para engancharte y que la ansiedad te compela a ver el siguiente. Hay datos que afirman que los usuarios de Netflix ven, en promedio, dos capítulos y medio de series por día, y que el 61 % ve por lo general entre 2 y 6 episodios de un tirón”.
Acelerar la acción
Además de encontrar tiempo para hacer otras cosas, escribe el autor de la novela breve Támesis (2007) y del libro de cuentos Partidas (2012), con un capítulo por día “disfruto más de las series. Les dedico toda mi atención (cuando veo una serie, pongo el teléfono en silencio y lejos de mí, para ni siquiera tentarme con sus distracciones). Gozo de la intriga (si la hay) del final del episodio, pero ni se me ocurre dar play al siguiente. Ejercito el deleite de la espera, de saber que el día siguiente tendré más (si es que el día siguiente veo un capítulo, pues a veces no lo hago). Además, una noche de sueño entre cada emisión contribuye a fijar en la memoria los datos importantes. La política de un capítulo por día es, para mí, una forma de expandir el placer”.
Amén de la saturación, el vicio televisivo se expresa en prácticas como la cada vez más extendida tendencia a ver las series en fast-forward, es decir, a una velocidad mayor de la normal:
“Existen disciplinas artísticas espaciales, estáticas, atemporales: la pintura, la escultura, la arquitectura. Su disfrute no depende del tiempo. Está fuera del tiempo, podríamos decir. Las otras artes exigen la sucesión. En algunas, como la literatura, el tiempo es variable. Alguien puede tardar el doble o la mitad que otra persona para leer una página o una novela, y en ambos casos la página y la novela serán las mismas. En otras no: en música, si los tiempos cambian, cambia la obra. Es como, en un texto, modificar una palabra o una frase”.
Vázquez creía que las artes audiovisuales (el cine, las series) pertenecían a la misma categoría que la música. Que cada obra tenía su tiempo invariable. Si uno quería ver una película de dos horas, debía invertir dos horas”. Estaba equivocado:
“Mucha gente (sobre todo jóvenes) ve las series, y algunos también las películas, y escucha los podcasts, a ‘1.5x’ o ‘2x’. Es decir, a un 50 o 100 % más rápido de su velocidad normal… Para que el tiempo rinda más”.
Un usuario de Twitter, Araide Sensei, explica sus razones: “Va demasiado lento para mí todo. Me aburro, me pongo nervioso, saco el móvil, me distraigo… Necesito un poco (bueno, bastante, je) más de velocidad, que me obligue a mantener la atención y que condense el entretenimiento”.
Y no siente que, de ese modo, se pierda algo de lo que pasa en las series: “En absoluto. De hecho, si las viese a velocidad normal sí que perdería cosas, porque desconecto”.
En una siguiente entrega, reseñamos la conclusión a la que llega Cristian Vázquez: no hay que ver todo lo que hay para ver en la nueva televisión.
Adelantar el tiempo
Por cierto, hablando de adelantar el tiempo. Emilio García Riera, autor de la Historia Documental del Cine Mexicano, pudo completar los 18 tomos en los que pasa revista a 3,500 películas producidas en México desde 1929, gracias a que pudo ver en una videocasetera todas las cintas que no había visto en su momento proyectadas en una sala o transmitidas por televisión.
Para hacerlo, me dijo una vez que lo entrevisté en la Universidad de Guadalajara, oprimía la tecla del fast-forward. No era necesario detenerse en las secuencias de acción sin diálogos de los tiempos muertos con los que los cineastas mexicanos -especialmente los realizadores de películas de ficheras, pero antes que ellos los del cine de luchadores o de charritos- a falta de trama llenaban el largometraje.
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