51 AÑOS DESPUÉS, NO SE OLVIDA

Hace ya 51 años de aquel 2 de octubre de 1968. Uno de los hechos sangrientos más sentidos de los que haya provocado el gobierno mexicano. Un crimen de Estado que tantos años después, no se ha podido esclarecer totalmente. Desde julio de ese año, miles de jóvenes habíamos tomado las calles de la Ciudad de México para manifestar nuestra inconformidad y repudio hacia un gobierno represor, injusto, insensible, intolerante, corrupto, autoritario, indigno. Aquel día, miles de jóvenes exigían igualdad y justicia cuando celebraban un mitin en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Y de pronto y desde entonces, la plaza y las manos del autoritario simio que nos gobernaba, Gustavo Díaz Ordaz, se mancharon con la sangre de esos jóvenes. Y esa sangre no se secó, ha sabido mantenerse viva hasta ahora, y seguramente, para siempre.

Creyeron los gobernantes (si se les puede dar ese nombre) que con la matanza se eliminaba el peligro que esos jóvenes significábamos para el régimen de privilegios que nos oprimía. Creyeron que el miedo que nos provocaban sería superior al deseo de cambio, a la exigencia de igualdad y de justicia social. Pero las ideas no se conjuraron. La lucha se puso en pausa sólo mientras se encontraba un mejor y más efectivo modo de alcanzar los ideales. El régimen opresor contaba con un ejército armado, con cuerpos policiacos, como los granaderos, que se lanzaban sin piedad contra los manifestantes (y no sólo truncaban vidas, sino también destruían el patrimonio artístico de la Nación). Los jóvenes sólo teníamos ideas y esperanzas. La lucha era dispareja, pero, como siempre, la fuerza de las ideas, terminó por ser mayor que el poder de las armas y por triunfar.

Medio siglo más tarde, México continuaba sufriendo un gobierno con las mismas características, pero en grado superlativo y los inconformes no sólo éramos quienes habíamos sido aquéllos jóvenes del ‘68 sino muchos más, una mayoría aplastante de mexicanos. Y la manifestación y la exigencia ya no se manifestó sólo tomando calles y celebrando mítines en plazas públicas, sino votando masivamente en las urnas. Y no sólo en la Ciudad de México, sino en todo el País.

El gobierno en 2018 era mucho peor del que padecíamos en 1968 y el descaro de su actuación era mucho mayor del que habíamos tenido medio siglo atrás. Se sentían intocables. Paralelamente, la inconformidad era mayor proporcionalmente que la de 50 años antes. Ya no se pudo parar al pueblo. Y el pueblo y sus demandas se hicieron gobierno. El régimen que encabezó el PRI era monolítico en 1968, después requirió asociarse con otros partidos políticos para conservar su poder, su corrupción y su impunidad, hasta llegar a constituir el Pacto por México, por ello el desprestigio reprobó a todos los antiguos partidos políticos y ahora se encuentran en agonía. No se puede tener popularidad si antes dieron la espalda al pueblo para conservar intactos sus privilegios.

Muchos ya sentían que la desigualdad y la asimetría entre los mexicanos era normal. Algunos sentían que habían nacido predestinados para ser gobierno y otros, que habían nacido predestinados para ser explotadores; pero los explotados no sentíamos haber nacido para eso y deseábamos un México mejor, en el que cupiéramos todos a pesar de nuestras ideas diferentes, en el cuál se pudieran alzar todas las voces y que las voces constituyeran un coro, que fueran armónicas. Un país que fuera tolerante a las ideas de todos los mexicanos y en el cual se eliminaran la corrupción y la impunidad.

Las altas capas del poder político y económico eran impermeables. Los pobres no podíamos tener acceso a ellas, excepto en las telenovelas de Televisa, que por eso era importante y adoctrinaba. Hoy Televisa y los demás medios conservadores no tienen credibilidad y tampoco pueden penetrar a través de sus noticiarios porque difunden verdades a medias y mentiras completas, como tampoco nos resultan creíbles las opiniones sesgadas y malintencionadas de sus comentaristas. México cambió y si los conservadores no se dieron cuenta oportunamente de lo que sucedía, fue por sus abundantes limitaciones y por sentirse predestinados a ser poderosos. Ahora, como consecuencia su credibilidad se encuentra irremisiblemente perdida.

50 años tuvieron que pasar para que las demandas, hechas viejas ya pero aún vigentes, pudieran concretarse en gobierno. No nos las pueden arrebatar y menos, ahora que empiezan a cristalizarse. El viejo régimen está tocado de muerte, pero no se hace el ánimo a perder sus privilegios y por eso lucha como fiera. Se niega a morir. Y habría que recordar a las ballenas que aún heridas de muerte, llegan a dar coletazos tan fuertes, que son capaces de partir una embarcación. No debemos permitir que nos derroten de nuevo.

Esos son los logros y los peligros de la 4T. Y ese es el reto y también el tamaño del reto. El 2 de octubre no se olvida, ni debe olvidarse. Es un día de remembranza, pero también un día para gritar, para que no se nos olvide lo que sucedió y, sobre todo, para unirnos y no permitir la regresión. Nunca más debemos ser oprimidos como lo fuimos. No se trata ya de protestar contra el gobierno sino de mantener viva la memoria de los que se fueron o sufrieron porque se mantuviera vivo un ideal que empieza a ser realidad, pero no ha triunfado aún. Debemos luchar para no ser callados ni derrotados. Y ahora, las marchas para recordar lo sucedido, pueden ser infiltradas para que los vándalos porros del conservadurismo, disfrazadas de anarquistas, desprestigien una lucha limpia y justa.

 La lucha no ha acabado pero la trinchera es otra. Ahora, debemos defender los logros para asegurarlos y ampliarlos. El enemigo continúa en casa y debemos ir hasta la victoria final. Siempre.

Es todo. Nos encontraremos pronto. Tengan feliz semana.

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