Ya lo dijo el clásico, no es nada sencillo vivir del cuento. De hecho, “se puede considerar la escritura de ficción como una actividad dramática”, aclara Javier Zamudio en un texto que escribió para su blog en The Huffington Post: “Diez dramas del escritor de ficción”.
Es una actividad dramática porque “se trata de un trabajo difícilmente remunerado, que exige convicción, disciplina, talento y una gran dosis de suerte. Además, suele escoger a seres tristes para cumplir sus designios”, apunta Zamudio.
Basta con examinar la vida de algunos escritores para llegar a esta conclusión. Por ejemplo: J .M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura 2003: “En una mezcla de ficción y realidad, cuenta su vida en Escenas de una vida de provincias. Los tres tomos, Infancia, Juventud y Verano, dan cuenta de una existencia atravesada por la soledad, la incertidumbre y la culpa. Se contempla a un ser atormentado, que no logra conectarse con su tiempo y el mundo donde ha nacido”.
Hay otros dramas literarios más conocidos. Virginia Woolf, “en su depresión, terminó sus días llenando su abrigo de piedras para ir al encuentro con la muerte”. Mientras el autor de Moby-Dick, Herman Melville, enfrentó a demonios más poderosos que la ballena de su invención: “El suicidio de su hijo y el fracaso”.
Vista así, apunta Zamudio, la escritura “parece la pesada piedra que ha decidido cargar un ser descompuesto. Sin embargo, ni todos los que sufren de depresión son escritores, ni todos los escritores cargan la depresión como un lastre. Habrá alguno cuya vida transcurra con tranquilidad, sin afanes, y haya logrado forjarse una carrera bien remunerada (puede que esté equivocado en lo primero)”.
Un reto emocional
En la lógica del artículo de ese mismo bloguero que ayer reseñábamos, Zamudio parece decirnos que para escribir una novela no sólo hay que hacer un esfuerzo físico e intelectual enorme, también hay que vencer un reto emocional.
Porque, ciertamente, “existe una condición dramática en el oficio literario, que no está relacionada con la condición mental de aquel que ha decidido emprender esta faena, sino por lo que implica: años de dedicación, rechazos de parte de editores, interminables envíos, exploración de la condición humana, y la lista puede continuar”.
Pocos son los escritores y las escritoras que viven de su trabajo. Y menos todavía los que se atreven a etiquetarse como escritores. Si hacemos un repaso de estos últimos, enlista Zamudio, ¿John Kennedy Toole se habrá considerado un escritor en su intimidad?, ¿qué habrá pensado sobre su trabajo literario en el momento de su muerte?
Y el que todavía no era un escritor exitoso, al grado que tenía que vivir de otros oficios como el periodismo o el guionismo de cine, Gabriel García Márquez, ¿dudó en “ese instante épico de enviar” por correo Cien años de soledad (en dos paquetes porque no le alcanzó el dinero para las estampillas) “del tiempo dedicado y el dinero adeudado por la escritura de la novela”?
Zamudio piensa incluso en los anónimos, “esos que han escrito bajo la lámpara del fracaso y cuyo trabajo no ha conocido más que el silencio de un cajón lleno de telarañas”.
Ha conocido algunos, dice, que “se cansaron de acumular cartas de rechazos. Sus escritos son los trofeos de un antiguo desamor. No se reconocen como escritores, pero resaltan lo mucho que aman escribir”.
El decálogo del drama
En este diálogo con el aspirante a escritor, Javier Zamudio desglosa los diez dramas que enfrentan los escritores de ficción. Cito en extenso:
- Eres adicto a la escritura de ficción. Sabes que hay oficios más rentables, menos angustiantes, con mayor prestigio social, pero sigues escribiendo. Tratas de dejar de hacerlo, no logras pasar más de unos pocos días limpio. Si no escribes, comienzas a ver historias en todas partes. El síndrome de abstinencia es insoportable.
- Escribes algo que no te gusta, se publica, los lectores lo aman. Escribes algo que te gusta, los editores lo odian.
- Tienes una idea, piensas en ella mientras trabajas, cuando estás con tu familia, durante tus comidas, en el cine, se aparece en tus sueños; se convierte en notas, planificas, creas perfiles de los personajes… Te sientas a escribir. Te sale otra cosa.
- Dedicas años o meses a la escritura de un texto. Revisas de manera exhaustiva. Envías a editoriales (o revistas) y, mientras evalúan tu manuscrito, sigues revisando. Una editorial o revista se interesa en tu texto. Un corrector pasa su ojo experto sobre él. Te envían los cambios, revisas, te envían el machote, vuelves a revisar. Todo perfecto. Se va a imprenta. Te envían ejemplares del libro (o revista). Te sientas a hojearlo… Encuentras erratas.
- No saber cuándo usar la etiqueta “escritor”. Te preguntan a qué te dedicas y respondes: a) con una labor alternativa: recepcionista, traductor, profesor, barrendero, etcétera; b) dices que eres escritor con timidez y cambias rápido de tema, sabes que pueden descubrirte.
- Ser escritor. Su condición es de por sí dramática.
- El verdadero problema no es la página en blanco, sino llegar a fin de mes.
- Se te ocurre una historia y recuerdas que ya tienes 4 empezadas con más de 50 páginas cada una. No se pierde la costumbre de creer que se tiene una gran historia.
- Escribes buscando tu voz. Hablas frente al espejo: es claro que la tienes, es diferente a la de tus conocidos. Cuando alguien la escucha, te reconoce. Sin embargo, te sientas frente al papel no puedes oírla. Necesitas tiempo, no se trata de que no tengas voz, se trata de poder reconocerla.
- Antes de llegar al papel, la escritura está en tu cabeza. Vas tejiendo la trama, el argumento, los personajes crecen, se perfilan. En varias ocasiones te sientas frente al papel o el computador, pero nada sale. Sabes que tu idea necesita crecer un poco más. Llevas dos meses. Otras veces ha tardado años. Esperas ansioso ese gran momento. Sabes que este pequeño párrafo que acabas de escribir nació un mes atrás, concluye Javier Zamudio.
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