Un amigo chihuahuense, lector habitual de esta columna, me sugería tratar las fiestas comaltecas desde un punto de vista rulfiano. Y como bien saben los pocos lectores de esta columna, el que junta estas letras es muy fácil de responder a ese tipo de provocaciones. Mi respuesta es que ese tratamiento lo toman solas. No hay que hacer nada para ajustar la narración a un modelo determinado: Son realismo mágico, puro y duro (dicho esto con respeto hacia Rulfo).
Sólo existe una palabra que pueda resumirlas, y esa es, caos. Caos para salir del pueblo, caos para entrar, caos para moverse dentro del propio pueblo. Caos por el ruido, por los vehículos, por las peregrinaciones, por las cabalgatas, por las mañanitas, por los bailes, por las calles invadidas por vendedores. En fin y para no dar demasiadas vueltas: El caos por la incapacidad de la autoridad para organizar un festejo ordenado y el caos por la incapacidad de la zona centro del pueblo para acoger un evento de esa magnitud. El resultado de esa mezcla es sólo uno, realismo mágico.
Hay una polarización creciente en el pueblo: Los del centro nos quejamos, algunos comaltecos de quienes viven en las colonias que dicen a los del Centro: Aguanten al cabo son nomás unos días (es decir, no importa que atropelle tus derechos, nomás son unos días, no es permanente); ultrajar a otros no es importante si no es permanente. Lo que llama la atención es que por lo que parece, las autoridades son algunos de quienes piensan de ese modo (así tutelan nuestros derechos). Y hay necedad alegando que se apegan a la tradición, pero, por supuesto, eso no es cierto: Tradicionalmente, las fiestas eran distintas: Si algunos no las vivieron como eran, que pregunten a los viejos, nosotros sí nos acordamos. Si la autoridad lo ignora, que pregunte para que lo sepa La tradición nunca fue un pueblo dominado por el caos ni por los borrachos (o los enajenados por otras sustancias).
Este año, se mejoró en algunos aspectos, pero se empeoró en otros; total, empatado el juego. Las fiestas debieran servir para unir a los comaltecos, no para dividirnos y distanciarnos, aunque es cierto que entre quienes causan el desorden, hay muchos visitantes, quienes gustan ir a beber (y algo más) entre nosotros. Algún atractivo habremos de tener, pues nos buscan y no poco; ¿Seremos demasiado guapos? ¿O será más bien un asunto de permisividad? Y claro, es difícil encontrar autoridades más permisivas que las nuestras: Los reglamentos son borrados, como si no existieran (o tal vez las autoridades no se han enterado que existen, pues son nuevas). Termina un gobierno y se inicia otro, pero todo sigue igual, pues no cambia el régimen. El hartazgo de algunos se incrementa cada vez, pero la autoridad se niega a escuchar: Que aguanten, al cabo nomás son unos días.
Es un privilegio vivir en el Centro, por eso el Ayuntamiento nos cobra un predial más alto y una tarifa de agua más elevada que las que aplica en otros lugares del Pueblo. Como seguramente se sienten mal por eso, nos compensan con organizar las fiestas allí. No es necesario que vayamos a ninguna parte para que las disfrutemos, pues podemos hacerlo desde el interior de nuestras casas (desde la comodidad del hogar, diría un sangrón), sin asomarnos a la puerta siquiera, y es así, todos los días y sin importar que alguno esté enfermo. Se manejan volúmenes tan altos que un amigo que vive en Aguajitos, me comentó que hasta allá se escucha el ruido del Jardín Principal, después otro me lo corroboró. Eso es ilustrativo ¿Cómo se escucharán en el Centro, si pueden ser oídas en una de las colonias más alejadas?
Y es que las fiestas carecen de planeación, pero, peor todavía, de coordinación. Las autoridades creen que una ocurrencia se implementará en automático, y no resulta así, más bien provoca caos en automático: Caótica la autoridad, caótico el resultado.
Un punto a favor de la autoridad: Se levantaron infracciones, al menos en el último tramo de la calle 5 de mayo, pero ni fue todos los días, ni a todas horas, ni en otros lugares, pues el costado oriente del Jardín Principal, como ejemplo, significó un caos permanente todos los días y a toda hora y añadiría, hasta consentido por la autoridad. El día 12, el caos escaló a niveles insospechados, pues hasta el propio Presidente municipal provocaba lentitud de peregrinos a las 9 de la mañana para capturar imágenes bonitas con su celular (el que junta estas letras, lo vio) y mientras, quienes esperaban el autobús para ir a sus ocupaciones habituales a la capital del Estado, mostraban su desesperación porque el tiempo corría mientras el tráfico no avanzaba. Los comentarios, mejor los dejo a los lectores. Confío en que lo harán mejor que yo.
Las autoridades tienen un largo año para planear las fiestas que siguen, pero ya sabemos la respuesta: Serán iguales o peores que las de este año. Mi optimismo se basa en todo lo que ya hemos observado… y en la necedad por respetar las tradiciones (¿?).
Es todo. Nos encontraremos pronto. Tengan feliz semana.