Ahora somos un pueblo más feliz de lo que éramos antes. Diversas mediciones (talvez muy subjetivas) así nos lo dicen. El que junta estas letras piensa que resulta muy difícil, si no imposible, medir con precisión estadística la felicidad de una persona y más, la de un pueblo. La idea de lograr la felicidad de los pueblos, sin embargo, no es una idea nueva y tiene su origen, al parecer, en la Ilustración del siglo XVIII, con François-Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire (1694.1778) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778). Alcanzar la felicidad es probablemente la mayor aspiración que ha tenido el ser humano en toda su existencia. En México, este concepto, bajo el impulso del gran Morelos (1765-1815), ya aparecía en la Constitución de Apatzingán (1814): Artículo 18: “La ley es la espresion de la voluntad general en orden á la felicidad común: esta espresion se enuncia por los actos emanados de la representación nacional”. Por su parte, una descripción más detallada, aparece un poco después en el Artículo 24: “La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La integra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos y el unico fin de asociaciones políticas.
Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) define la Felicidad como el ideal de un estado o como una condición inalcanzable, excepto en un mundo sobrenatural y por intervención de un principio omnipotente. John Stuart Mill (1806-1873), por su parte, decía que la máxima felicidad posible es la del mayor número de personas. Es decir, que la felicidad de un hombre no depende exclusivamente de su actitud, como felicidad individual, sino al hombre como parte de un mundo social e identificaba la felicidad con los placeres que son socialmente compatibles. Así, una idea que se repite en diferentes autores, es la de que el ser humano tiene derecho a ser feliz y es misión del gobernante conseguirlo»
De esta manera, la idea de la felicidad de los pueblos como aspiración se recoge en documentos fundamentales a partir de esa época, tales como la Constitución de los Estados Unidos (1776) o la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (Francia, 1789) que establecen el derecho de todos a la felicidad. Y por supuesto, como dijimos, en la Constitución de Apatzingán.
Ampliando sobre ello, Bertrand Russell (1872-1870) la consideraba indispensable y la definía como la multiplicidad de los intereses, de las relaciones del hombre con las cosas y con los otros hombres, y por lo tanto la elminación del “egocentrismo”, del enclaustramiento en sí mismos y en las propias pasiones.
Aquí cabe citar el caso de Bután, ese pequeño país del Asia budista: Basándose en la creencia elemental que sostuviera Jeremy Bentham (1748-1832) de que la mejor sociedad es aquella en la que sus ciudadanos son más felices, el Rey Cuarto de Bután, Jigme Singye Wangchuck (n. 1855), acuñó en la década de los setenta el término de la Felicidad Nacional Bruta (FNB) bajo la convicción de que la mejor política pública es aquella que produce la mayor felicidad entre sus habitantes (y no así necesariamente la que produjese mayores niveles de ingresos y consumo). Vale la pena detenernos y meditar este concepto un poco, aunque se trata de un concepto que bajo ninguna circunstancia podrá entender un tecnócrata.
Regresando a nuestro País, Andrés Manuel López Obrador, en su primer mensaje de Año Nuevo como Presidente al pueblo de México, declaró que está comprometido con el pueblo de México para lograr la felicidad de los ciudadanos, Se puede hablar del bienestar material y del alma, pero todo eso se resume en felicidad, que es lo que desea el pueblo de México en 2019, que no haya sufrimientos, que no haya tristezas, que haya mucha alegría para todos. En ese sentido el mandatario expuso que el propósito es que el dinero que antes se iba por el caño de la corrupción, ahora se utilice para el bienestar del pueblo y ya se comenzó con ese trabajo.
Esto es, al parecer, algo que el común de los mexicanos ha comprendido. El Índice de Confianza del Consumidor, medido por el INEGI muestra desde que López Obrador ganara las elecciones en julio, un notable ascenso, el mayor desde comienzos del 2008 y además registró su mayor ascenso desde que este cálculo se realiza en 2001. Seguramente durante las últimas semanas, parte al menos ha influido el hecho de que las promesas de campaña han comenzado a materializarse: En un país muerto de hambre, resulta de la mayor importancia que fluyan los apoyos sociales como el de los viejitos, o el destinado a los discapacitados y que se puedan cubrir otras necesidades como las becas o acabar con los ninis. La llegada de estos apoyos se encuentra ligada a un censo que habrá de levantarse en todos los hogares para que se ubique y registre a los beneficiarios de esas ayudas. Y en tal sentido, malas noticias para Colima: Aquí se ha visitado, aproximadamente un tercio de los hogares, sí, apenas un tercio de los hogares y es una de las entidades que muestra mayor rezago (En Comala, nadie me ha dicho que ya pasaron a su casa). Algo sucede en la Delegación de Colima, donde seguramente algunos de los funcionarios deberán grillar menos y cumplir con celeridad con los programas sociales del Presidente. Han de saber que, de este modo se pueden acumular más puntos para el futuro político y que los dividendos podrán ser mayores que los que deriven de las grillas. Ojalá se pongan las pilas y puedan contribuir a lograr la felicidad de nuestros pueblos, pues de otro modo, podrían llegar otros a realizar esa labor y acabar con la rentabilidad política de la Delegada, que se ha mostrado como una estrella en ascenso.
Es todo. Nos encontraremos pronto. Tengan feliz semana.