La idea de escribir un libro de futbol-ficción, como (de manera atrevida) he autodenominado el género de “El hacedor de goles ha muerto”, surgió de mis años en el periodismo deportivo, mundo en el que inicié hace dos décadas, escribiendo artículos de futbol nacional e internacional y relatando las acciones de futbol de los equipos de nuestro estado.
Escribir una novela de más de 110 mil palabras fue un impulso que se dio después de haber escrito cientos de miles de palabras más, publicadas en la prensa local, donde daba cuenta de eventos deportivos de toda índole. Mi formación literaria y periodística, además de la lectura, se ha dado en gran medida con la práctica: el periodismo deportivo, a muy temprana edad (incluso antes de incursionar en otras temáticas, como la cultura y la política), me permitió desarrollar la habilidad para describir y recrear acciones, movimientos, palabras y emociones, que se va puliendo con el tecleo de muchas letras.
Cuando decidí escribir una novela con una trama inmersa en el futbol, tenía enfrente un objetivo complicado: vincular el deporte con un proyecto cultural, como pudiera clasificarse la gestación de un libro; un proyecto que inició con la primera palabra redactada, pasando por todo el proceso editorial y hasta verlo salir de la imprenta. Sin embargo, me enfrenté con que ese vínculo, deporte y cultura, es cuestionado aún por actores de cada uno de los polos. Y deben creerme que no son fáciles de unir.
El inicio de mi novela lo tenía muy claro; los años en la crónica deportiva hicieron darme cuenta que mi versión favorita del periodismo deportivo era precisamente el relato de un partido. El inicio de una historia que mostrara muchos de los puntos más cuestionables de la industria del deporte, debía empezar con su imagen más pura: el juego en sí. “El hacedor de goles…” inicia de tal manera, con un partido de futbol de poca importancia, en el que un suceso extraordinario le cambia la vida al protagonista, en un mundo donde justamente todo lo positivo y negativo de su existencia está sumergido en el mundo del futbol.
A decir de José Mujica, ex presidente de la República Oriental del Uruguay, “la cultura es la cotidianeidad de los valores con los que nos movemos en la vida, y eso es parte de la construcción de una sociedad mejor”.
Esa cotidianeidad deriva en que el futbol se haya convertido, desde su invención y en especial durante el siglo XX, en parte esencial y activa de la cultura mundial. De acuerdo al libro “Futbol, Seguridad Ciudadana y Derechos Humanos”, de las investigadoras María Erriest y María Eugenia Ullman, en el mundo hay cerca de 264 millones de personas que juegan este deporte de manera formal; existen alrededor de 1.7 millones de equipos en distintas ligas y 300,000 clubes establecidos.
La omnipresencia del juego lo ha hecho un negocio inmenso e inacabable. De acuerdo a la consultora Deloitte, a nivel global la industria del futbol mueve 500,000 millones de dólares anuales. Numerosos periodistas han hablado sobre esta gran industria, algunos lo han llamado “el negocio del siglo”. Equipos como Manchester United, que curiosamente hace años no gana una Champions League, facturan cada año la inmensa cifra de 680 millones de dólares por conceptos publicitarios, 60 millones por encima del Real Madrid y el Futbol Club Barcelona. No por nada, solo el Mundial Brasil 2014 dejó a la FIFA una ganancia de 5,000 millones de dólares.
Gran parte de este negocio es impulsado por el espíritu y la efervescencia que le imprimen los más jóvenes. El glamour del juego en su profesionalismo se ha vuelto el motor de este gran buque, que ofrece comodidades para jugadores, entrenadores, directivos, incluso árbitros, y en el que los aficionados son los únicos obligados a remar sin descanso.
Como periodistas deportivos, también tenemos une encomienda, la defensa de los valores del juego. La FIFA entrega cada año gran parte de su estrategia de mercadeo en permear el mensaje de FAIR PLAY, Juego Limpio, y en las ligas del mundo es obligado que niñas y niños sean los portadores de estos mensajes de cordialidad deportiva. El periodismo deportivo, más allá de estadísticas y análisis del juego, también debe velar por la defensa de estos valores.
La labor de los medios es establecer ese vínculo entre el deporte amateur, según la visión más romántica, y entre la gran industria que moja a todos menos a la afición; la crónica deportiva se mueve entre las vertientes más amigables de la labor periodística, por tales motivos soy un creyente de que en la pluma de cada uno de los periodistas deportivos del mundo existe un medio para generar lectores y amantes de la cultura.
No es un paso sencillo. Una nota, un reportaje, una entrevista, una crónica, se realizan con esmero en un lapso muy corto; en cambio, el deporte trasladado a un cuento o una novela adquiere otra dimensión, la de contar cosas que solo tú imaginas, aunque estén basadas en experiencias que se hayan visto en un escenario de la vida cotidiana.
La producción de entregas literarias se vuelve un proyecto sumamente complejo, sobre todo cuando se trata de atrapar la atención de los aficionados acostumbrados a la inmediatez.
Hay un gran paso intermedio antes de llegar a la estética y el lenguaje cadencioso de una producción literaria, partiendo desde el periodismo deportivo, pero este viaje debe hacerse. Para entender la frase con la que Jorge Valdano inmortalizó a Zinedine Zidane, “el falso lento”, habría que haberse visto (o leído) sobre los enganches y cambios de dirección del argelino-francés en el campo de juego. Pasa lo mismo con el periodismo deportivo. Hay que hacer muchos regates verbales antes de buscar esa falsa lentitud de la literatura.
El periodismo de deportes puede ser, o más bien dicho, es una gran escuela. La crónica es una gran antesala a un texto literario, de cualquier envergadura; es la joya de la corona. Comparando escenarios, la trama en una historia literaria se asemeja a la trama de un partido de futbol en muchos sentidos; todo entrenador desea ir ganando en el medio tiempo y que el desenlace sea lo más terso posible. Un final abierto es igual de inquietante que un empate con sabor a derrota.
Producir texto para un público que está acostumbrado al video necesita de herramientas que van más allá de la imaginación; en ocasiones se requiere de una amplia y costosa investigación.
Hablando nuevamente de Valdano, alguna vez relató que vio a los delanteros de la selección de Brasil del Mundial 1998 hacer en el entrenamiento un concurso de disparos ininterrumpidos que pegaran directamente al travesaño; no fueron menos de 20 los que lograron pegar en el larguero de manera consecutiva; el argentino pensó, en su momento, que debió existir mucha voluntad de superación en esos botines infantiles, para generar tanta precisión en esos botines adultos.
Dos de las mejores biografías de futbolistas que he leído, “Maradona, la mano de Dios”, de Jimmy Burns; o “Ronaldo, un genio de 21 años”, de Wensley Clarkson, sin olvidar la biografía no autorizada de la FIFA, “¿Cómo se robaron la Copa?”, de David Yallop, tienen la precisión de bisturí de un cirujano curtido bajo años de ejercicio periodístico de la mayor exigencia.
En Colima, sin embargo, esta distancia entre la cultura y el deporte no plantea el mejor escenario para los periodistas de este género que quieren producir literatura de interés para el aficionado.
En nuestro país, lastimosamente, las biografías de jugadores son de temporada, casi siempre mundialista cada cuatro años. Ha habido casos incluso sui géneris, como el de Lupillo Castañeda, un correlón lateral izquierdo que llegó a jugar en Chivas y Cruz Azul después de haberse ido de mojado a Estados Unidos, cuenta él. Ya retirado decidió escribir su autobiografía, imprimiéndola con los errores ortográficos y una edición sin formato, acordes a un hombre que a duras penas terminó la escuela secundaria.
Esfuerzos hay. En México hay publicaciones deportivas e investigaciones relacionadas con la sociología, la educación física, la psicología, la táctica, e incluso la mercadotecnia. Como periodistas deportivos podemos generar productos que aumenten y potencien este espectro.
Mi primera novela fue un proyecto independiente, como son muchos de los esfuerzos literarios relacionados al deporte en nuestro país, con el objetivo desafiar esta separación que aún persiste entre el futbol y la cultura.
La literatura en la crónica deportiva también es un tema de selección natural en el ámbito periodístico. Así como hay fondistas o maratonistas innatos en el atletismo, hay quienes vuelan la pista en los 100 metros planos.
Espero que muy pronto tengamos en nuestro país más maratonistas o más velocistas en el periodismo deportivo. Todos podemos generar un pequeño texto o un largo relato que incentive el acercamiento entre el deporte y la literatura.
*Texto realizado por el autor con motivo del VI Seminario Internacional Sobre Estudios de Juventud en América Latina, organizado por la Universidad de Colima en coordinación y la Universidad Autónoma del Estado de México, en la participación del grupo de trabajo “Periodismo deportivo y jóvenes”, coordinado por el maestro Guillermo Torres López.