Cuando, el pasado 14 de febrero, casi mil manifestantes se plantaron frente al edificio de La Prensa para protestar por la cobertura que hizo ese diario del feminicidio de Ingrid Escamilla, el director del rotativo Luis Carriles recibió a una comisión de cuatro representantes de los colectivos feministas y se comprometió con ellas a iniciar “un proceso de reflexión” sobre el manejo de la nota roja.
Parte de “ese proceso de reflexión es estar aquí contigo”, le dijo Carriles a Julio Hernández López, quien lo invitó el 17 de febrero a su espacio de Julio Astillero en La Octava (https://www.youtube.com/watch?v=IlQ-DTwejaU). Y comenzó desde el arribo de Carriles a la dirección de La Prensa en mayo de 2017, después de haber estado encargado de asuntos especiales en El Economista.
Según el director, este periódico popular nunca ha sido un diario de información exclusivamente policial sino de ciudad: “Tenemos 20 años editando el suplemento Archivos Secretos de Policía pero, justo, ese viernes cuando hicieron el mitin afuera de La Prensa, lo dedicamos a los 20 años de que la Policía Federal Preventiva entró en la Universidad Nacional”.
Días después de la protesta, La Prensa y reporteros de otros medios se reunirían con las feministas para acordar “cómo vamos a organizarnos, qué quieren exactamente ellas y cómo lo podemos hacer. El tema es ¿cómo podemos seguir avanzando en ese proceso, como medios y como sociedad?”
NO SALEN DE LA CARPETA
Luis Carriles le comenta al también columnista de La Jornada que los periodistas “tenemos que esperar cuál es la evolución en el marco legal”. Y sobre lo que dijo la fiscal de la CDMX, Ernestina Godoy (en el sentido que se debe castigar penalmente a los funcionarios ministeriales que filtran a la prensa fotografías de víctimas, porque ofenden a la familia y a la sociedad entera), advirtió: “hay que tener mucho cuidado”.
Godoy dijo que “van a sancionar a quien filtre fotos de la carpeta de investigación, pero yo puedo asegurarte que no hay fotos de las carpetas de investigación en ningún periódico. Hay fotos de la escena del crimen o de los muertos y de los heridos en accidentes, pero son fotos tomadas por fuera”, enfatiza Carriles.
La Prensa tiene sus propios fotógrafos “que van, toman fotos y se regresan”. Pero ante la sospecha de Julio Astillero de que pueda haber agentes de la policía o personal forense que venda esas fotografías a los medios, Carriles precisa: “Yo no pago y yo no conozco ningún periódico que lo esté haciendo”.
Sin embargo, “en internet te encuentras fotos de los casos que los propios vecinos suben, en Twitter sobre todo, en Facebook. No es la gran ciencia, alguien toma una foto con un teléfono y al subir el post se vuelve viral. Hay quien incluso le pone marcas de agua” para acreditarse la autoría.
UNA FORMA DE VISIBILIZAR
¿Se han sentido amenazados con esta protestas feministas?, pregunta Julio Astillero.
“Fueron mil o 950 mujeres, depende del reporte, a gritarnos afuera el periódico. Y hubo medios que decían que yo no quería salir, pero es que la recomendación de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad fue que esperara a que formaran una comisión de negociaciones y que pasaran conmigo. Por eso no salimos antes.
“A mí me habría gustado estar desde el principio con ellas, pero no hubo manera por la forma tan violenta, tan fuerte, con mucho coraje, como llegaron.
“Nosotros, esa manifestación lo cubrimos con reporteras mujeres, en la mañana, a mediodía y en la tarde. Hicimos patente así los nuevos protocolos. Por eso digo que sí estamos haciendo las cosas, al menos, dentro del marco de la ley. Y si hay que cambiar la ley, vamos viendo cómo queda”.
Reitera Carriles que el reclamo de la feministas con los medios no tiene por qué alcanzar a La Prensa. “Nosotros estamos, en todo caso, escribiendo sobre lo que está ocurriendo en la ciudad, en la zona metropolitana y en lugares que en muchas ocasiones no tienen más salida que ésta”.
El caso de la saxofonista en Oaxaca, por ejemplo, “se dio a conocer por una nota policiaca, no por una nota de cultura o de sociedad. Fue la cobertura policiaca sobre esta mujer la que le dio voz y figura, la que puso un nombre al sospechoso, y por la que ahora es perseguido un político importante del estado”, concluye Carriles.
EL MUERTO ES EL MENSAJE
Denunciar la violencia de imágenes como las del feminicidio de Ingrid Escamilla que divulgaron periódicos y redes sociales, “abre un nuevo frente en la lucha por la seguridad y la igualdad de las mujeres”, asegura Pablo Piccato, doctor en Historia y profesor en la Universidad de Columbia, en Nueva York, en un artículo publicado en The Washington Post el 17 de febrero de 2020.
“La prensa criminal, conocida en México como nota roja, adquirió su popularidad durante el siglo pasado gracias a su capacidad para presentar ante el público los detalles de los crímenes más impresionantes, que los gobiernos querían ocultar”. Pero lo que era periodismo crítico se convirtió en “una extensión de la violencia de género”, afirma el autor de History of Infamy: Crime, Truth and Justice in Mexico.
En ‘La nota roja y la violencia de género tienen una historia complicada’ (https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2020/02/17/la-nota-roja-y-la-violencia-de-genero-tienen-una-historia-complicada/), Piccato observa que, como en el caso de Ingrid, además de la violencia es común la sevicia contra el cuerpo de las asesinadas, al igual que “sucede con muchas de las miles de víctimas del crimen organizado. Los grupos criminales instalan escenas del crimen (ahorcados, decapitados, cadáveres con un mensaje a su lado) porque quieren que los medios de nota roja local las reproduzcan”. Con ello atemorizan a rivales, autoridades y sociedad civil.
NOTA ROJA Y VIOLENCIA
“Los criminales no hacen más que utilizar un lenguaje que está disponible. Desde principios del Siglo XX la nota roja ya publicaba imágenes sangrientas. Esto respondía a las condiciones del sistema judicial y policial en México”: el Estado no ofrecía una verdad sobre el crimen ni castigo a los responsables, desglosa Piccato.
“Los editores imprimían todos los detalles sobre cada caso sensacional, desde las fotos de la escena del crimen hasta los testimonios de testigos y la confesión del sospechoso. Con un reporteo extenso, la nota roja servía a los lectores como una fuente informativa completa sobre la realidad del crimen y la impunidad, y les permitía fundar su propio juicio. Además, con su éxito comercial, La Prensa y otras publicaciones gozaban de cierta autonomía del gobierno y podían criticar la corrupción en los niveles más bajos del aparato estatal, los más relevantes en la vida de sus lectores.
“Pero en las últimas décadas del Siglo XX, la nota roja comenzó a privilegiar imágenes a color escandalosas y a devaluar el reporteo de la historia. Al publicar fotos que privaban a las víctimas de cualquier dignidad, estos periódicos no sólo buscaban aumentar sus ventas, también sugerían que parte de la culpa era de las propias víctimas, sobre todo cuando se trataba de mujeres o personas homosexuales. Muchos asesinatos eran caracterizados como ‘crímenes de pasión’, en los que el acusado argumentaba que la conducta de la víctima lo había orillado a usar la violencia para ‘defender su honor’”.
DOBLE VIOLENCIA
“Esta concepción de la víctima y ese lenguaje visual han sobrevivido hasta nuestros días”. Las imágenes sangrientas contribuyen a “normalizar la violencia provocada por el crimen organizado y las estrategias represivas del Estado”. Faltarle el respeto a los cuerpos “significa, en ese lenguaje, que algo sucio hubo en sus vidas y que su muerte era inevitable”. Para lograr likes y clicks, las redes sociales y la nota roja “deshumanizan a las víctimas”.
Para Piccato, “no se trata de censurar la nota roja, que en cierto punto ha servido para alimentar una actitud crítica de los lectores hacia un Estado ineficaz para garantizar justicia y seguridad”. Además, será difícil “contrarrestar el morbo en las redes sociales” mientras Facebook y Twitter “se nieguen a aceptar su responsabilidad como editores”. Sin embargo, “combatir la violencia de género ahora incluye también revisar críticamente el lenguaje y las imágenes de la nota roja, que todavía permea la esfera pública mexicana cuando se habla del crimen y se acepta la impunidad”.
Y resume: “consumir o circular esas imágenes significa aceptar las explicaciones implícitas que la nota roja nos vendió como de sentido común cuando dejó de hacer investigación periodística y empezó a solo publicar imágenes sangrientas, en las cuales la culpa es de la víctima y el uso de la fuerza es un privilegio masculino”.
Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com.