La inseguridad en Colima ha hecho estragos en el corazón de nuestra entidad; los colimenses hemos pasado por vicisitudes, sobresaltos, desastres naturales, situaciones anecdóticas, y demás, aunque sin duda el final del mes de mayo y el arranque de junio de este 2020 serán una fecha imborrable, en el peor sentido de la palabra.
Habrá de decirse que los motivos por los que Colima se reflejó en el diario The Guardian, o Russia Today, así como otros medios internacionales y nacionales, son vergonzantes. Además de la pandemia que está tomando una curva ascendente como no hubiéramos querido, la muerte de siete policías que perdieron la vida por una orden de trabajo incomprensible, y la despedida a una representante popular que sufrió una muerte atroz, pintan de cuerpo entero lo que ha sido el sexenio del gobernador José Ignacio Peralta, cuyos pocos creyentes tienen todavía el mal gusto de exaltarse cuando algunos sectores, de sociedad y política, concluyen que debe analizar si debe o no permanecer en el cargo.
El sufrimiento de toda la familia del sector de la seguridad en el estado nunca debió darse. Después de lo acontecido, quedan aún más dudas que certezas en un cuerpo policial en el que los que ejercen la profesión debieran sentirse respaldados por el gobierno que depende de ellos para que se luche por recuperar la seguridad, no todo lo contrario.
Penosamente, esta semana tuvo que ser el Presidente de la República, el que con cara de pocos amigos diera a conocer la noticia de que uno de los tres poderes de la entidad había sufrido un atentado indeleble, como es la muerte de una de las representantes electas de la presente Legislatura. Un crimen incomprendido por las personas que la conocieron, por sus compañeros legisladores, por los servidores públicos que colaboraron con ella, y peor aún, con un altísimo grado en la escala de violencia que no deja de crecer en el Colima cada vez más lejano al paraíso tropical del que todos los foráneos querían formar parte, y que se ha convertido en ese lugar que ya nadie envidia.
Ese Colima que queda en la añoranza nunca volverá. Lo que queda es tratar de que nuestra entidad no se mire en el espejo y se sienta avergonzada. Entonces hay que convencerla de que ese mal reflejo tiene fecha de caducidad, como el tiempo que le queda a un sexenio en el que el ex paraíso tropical terminó por perder su esencia.