Mucho ha pasado desde que el licenciado en derecho Rogelio Humberto Rueda Sánchez, previo a la contienda electoral del 1 de julio de 2018, sustentado en la confianza de la estrategia electoral que había desplegado, afirmó que presentaría su renuncia a la dirigencia estatal del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en caso de no mejorar los resultados electorales conseguidos en 2015. Esa afirmación y, seguramente, las decisiones y las acciones tendientes a competir en el proceso electoral de 2018, no fueron las necesarias ni las mejores. Eso quedó claro porque el PRI en Colima perdió casi todo.
El resultado fue adverso para el Senado y la Cámara de Diputados. En el Congreso del Estado el PRI pasó de tener 8 a 3 diputados Locales y en los Ayuntamientos pasó de gobernar 4 a 2. Si la gubernatura del Estado hubiese estado en juego en 2018, también se habría perdido. De ese tamaño fue el retroceso del Partido Revolucionario Institucional. ¿Cuáles fueron los errores del PRI estatal Colima en 2018? Dos saltan a la vista: Por un lado, en la dirigencia y entre la militancia prevalecía un ambiente y una sensación de soberbia y sobrades, que hacían evidente una falsa proyección de superioridad electoral, lo que llevó a confiarse, subestimar a los oponentes y, quizá, hasta a bajar la intención combativa con que se fue a competir.
Ejemplo de ello fue lo que expresó desatinadamente en su Facebook personal, el 7 de junio de 2018, es decir, a menos de un mes antes del día de la elección, el priista y al mismo tiempo funcionario del Poder Ejecutivo Estatal, Juan Pedro Vera, al decir: “Si van a votar por AMLO no necesitan llevar pluma, con la pura mugre de los codos pueden votar.” El segundo error fue entregarse, sin necesitarlo, al Partido Verde Ecologista de México (PVEM), al que, en coalición y sin significar una votación mayor al 6%, el PRI le cedió la primera posición de la fórmula al Senado de la República (que actualmente ostenta la licenciada Gabriela Benavides Cobos del Verde), el 44% (7 de 16) de las posiciones para diputado local de mayoría, el 20% (2 de 10) de las alcaldías (Manzanillo y Tecomán) y un sinnúmero de sindicaturas y regidurías.
Eso llevó a muchos priistas a no participar en la elección, a dejar de apoyar a su partido y hasta a ungirse en proyectos radicalmente contrarios, pues las candidaturas priistas se entregaron, casi gratuitamente y sin consulta, al PVEM. Manzanillo es un ejemplo que dibuja esa realidad por completo, pues la dirigencia municipal, la estructura y la militancia del PRI sufrió durante la campaña y posteriormente tal grado de invisibilidad, dispersión y hasta cooptación por el Verde, que desde entonces ha sido complejo que los militantes y simpatizantes recuperen su orgullo priista de antaño. Algunos, simplemente, nunca volverán. Estos dos errores deben dar lecciones importantes a los dirigentes priistas, de qué, en definitiva, evitar en el futuro. Aquí queda documentado para la historia.
¿Los errores continúan en el PRI local? La respuesta es sí. Se manejan viejas estrategias para tiempos y paradigmas completamente nuevos y distintos. Al PRI, pareciera, lo manejan mentes cuyo pensamiento estuvo vigente en los 80 y hasta en los 90, pero que hoy son veneno puro. La renovación parece de rostros, de cuerpos, pero no de ideas, estrategias ni métodos. ¿Qué requiere el PRI? Primero, humildad, de pensamiento, de actitud y de trato. No sólo sus dirigentes, sino todos los priistas, su estructura, militantes y simpatizantes. Reconocer errores, expresar el deseo de enmendarlos, dejar claras las acciones que lleven a ello. No para ganar electores, sino para demostrar una postura política, la de estar del lado de la gente.
Segundo, cercanía con la población. O se está con el pueblo o se está en contra de éste. No hay más que esas dos opciones. Y al PRI le ha gustado, sin dudarlo ni un poco, estar en contra del pueblo. ¿Deuda pública, decisiones en lo oscurito, protección a malos servidores públicos, poca transparencia, tufo a corrupción, acciones que transgreden de manera flagrante la ley, abuso de poder, excesos y lujos con recursos públicos? Esto ni siquiera está a debate, no es un tema de opiniones, perspectivas o enfoques, sino de qué clase de partido político se desea ser. Hago énfasis en ello: O se está con el pueblo o se está en contra de éste.
Tercero, coherencia ideológico-programática. El PRI perdió la brújula. ¿Es un partido de izquierda, centro o derecha? ¿Es un partido institucional o revolucionario? ¿Es un partido de cuadros o de masas? ¿Es un partido de pobres, clase media o de ricos? ¿Es un partido liberal o conservador? ¿Es un partido técnico o intuitivamente inercial? ¿Es un partido democrático, oligárquico, monopólico, autoritario? ¿Es un partido ordenado y unificado o conflictivo y radicalizado en su interior? ¿Es un partido nuevo o viejo? ¿Es un partido que ofrece resultados y soluciones a la gente o que simula y emula acciones para generar gatopardismo?Seguro estoy, ni el mismo PRI, de la mano de sus dirigentes, lo sabe. ¿Se imaginan a sus militantes? ¿A sus simpatizantes? ¿Al resto del electorado? No se puede votar por lo que no se conoce, no se entiende o no se puede descifrar. Toca recuperar su posición ideológico-pragmática que le diferencie en el amplio espectro existente.
Cuarto, oír, escuchar la crítica, la opinión distinta o la idea disidente, sobre todo viniendo de cuadros o militancia. El priista habla y expresa su sentir, por las vías institucionales pero también en foros externos. Dirigencias que no saben escuchar generan una elevada insatisfacción, pierden apoyo y se muestran como necios. Si eso es así de manera interna, la magnitud del problema crece exponencialmente con la población no priista. Y el PRI se ha vuelto experto en no escuchar y en no atender. Quinto, hacer política para todos, no para unos cuántos. ¿De cuándo acá la política se practica para beneficio de pocos y perjuicio de muchos? Eso no es política, es negocio. Al priista que, a estas alturas no le quede claro que la política es una actividad humana y social para servir a los demás, no es político, pero sí empresario. Y a esos, el PRI los debe ver de lejos. O no quedará PRI.
Desde el 1 de julio de 2018, el PRI ha pasado ya por tres dirigencias estatales. La primera, la del licenciado en derecho, Rogelio Humberto Rueda Sánchez, la que se dio por terminada el 14 de enero de 2019. En esa misma fecha inicia la segunda dirigencia, la del licenciado en comunicación, Enrique Rojas Orozco (Kike Rojas). La tercera, la de su actual dirigente, el licenciado en derecho, José Manuel Romero Coello, que inició el 18 de junio de 2020. Me detengo en la de mayor duración, la de Kike Rojas, pues en la publicación más reciente de Massive Caller, publicada el 19 de julio de 2020, esa empresa encuestadora completa un tracking mensual que tiene publicado en su cuenta de Twitter y que mide la preferencia electoral de los partidos políticos en Colima.
En esa medición, el PRI tenía, en agosto de 2019, una preferencia electoral de 9.3% y a junio de 2020, cuando entregó la dirigencia estatal a José Manuel Romero Coello, esa preferencia era ya de 15.9%, es decir, 6.6 puntos porcentuales más de preferencia, que se traducen en alrededor de 22 mil votos ganados en condiciones totalmente adversas, cuando al PRI se le veía totalmente perdido. ¿Qué estaba haciendo Enrique Rojas Orozco que le llevó a entregar esos resultados? Cualquier cosa que haya sido, de acuerdo a estos datos duros, estaba funcionando. De ahí que, en sexto lugar, el PRI en Colima requiere revisar, agradecer y aprender de lo hecho por Kike Rojas. Sin duda se transparenta como un error estratégico y táctico haber quitado al único dirigente que, en su crisis más profunda, estaba entregando resultados contundentemente positivos al PRI. Grande es el reto de la actual dirigencia del PRI, a la que bien le vendría incluir a Kike Rojas como parte de la fórmula para competir en el 2021. Hasta aquí esta participación. Nos leemos en la siguiente oportunidad.