Cuando la Universidad de Guadalajara era la opción para estudiar una licenciatura más cercana a los colimenses, no pocos de los profesionistas que luego destacaron en la entidad se formaron en esa casa de estudios.
Muchos sólo cursaron la preparatoria, pero incluso a ese nivel de educación media superior padecieron o se beneficiaron de la política universitaria en la capital de Jalisco, donde estuvo concentrada la UdeG hasta el rectorado de Raúl Padilla.
Aun como foráneos, algunos de esos colimenses conocieron y trataron a las figuras de la entonces Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG), casta que manejó la institución hasta que el recién fallecido presidente de la Feria Internacional del Libro, el Festival de Cine y demás empresas ‘culturales’ suplantó a Álvaro Ramírez Ladewig como cacique universitario y desconoció a la FEG para transferir la representación del alumnado en el Consejo General a la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), estableciéndose como jefe político indiscutible del Grupo Universidad.
En sus mensajes a este espacio editorial, varios de nuestros lectores coincidieron al señalar que Padilla López consiguió lavar la imagen de porro universitario que heredó de los líderes de la FEG dándose baños de cultura. Durante los últimos cinco años del rectorado de Enrique Javier Alfaro Anguiano (1983-1989), Raúl fungió como director del Departamento de Investigación Científica y Superación Académica. Pero, sin duda, el logro que lo catapultó a suceder al padre del actual gobernador de Jalisco en el edificio del Paraninfo fue la fundación de la FIL de Guadalajara en 1987.
HIJO DE TIGRE…
Desde que en 1948 desplazó al Frente Estudiantil Socialista de Occidente (FESO) como representación del alumnado universitario, la FEG fundada por Raúl Padilla Gutiérrez (padre de los futuros rectores Raúl y Trinidad), Carlos Ramírez Ladewig y los hijos de José Guadalupe Zuno –todos con la asesoría de la Dirección Federal de Seguridad (DFS)–, fungió como aparato de espionaje y control político en las escuelas y facultades. Por lo mismo, esos líderes y pistoleros a su servicio recibieron formación policial.
Uno de nuestros lectores nos cuenta que conoció a Raúl Padilla López en 1977, cuando ambos coincidieron en la oficina de Javier Garcia Paniagua en la DFS. El padre del actual secretario de Seguridad Pública en la CDMX, Javier García Harfuch, era en esa época titular de la temible policía política del Estado.
Raúl era dirigente de la FEG y, pese a la retórica socialista que se empleaba en los discursos fegistas, no llamaba la atención encontrarlo en la oficina de García Paniagua dado el enfrentamiento que el gobierno federal y esa organización habían venido sosteniendo con el Frente Estudiantil Revolucionario desde 1970, cuando (por intrigas de los Zuno, ahora enfrentados a Ramírez Ladewig) el FER tomó la Casa del Estudiante en medio de una refriega que dejó un muerto y varios heridos.
La pugna entre la FEG y el FER continuó luego que, en 1973, la disidencia universitaria pasó a la clandestinidad ya en el gobierno de Luis Echeverría, yerno de don Guadalupe. Cuando se produjo el encuentro que narra nuestro lector, ya estaba terminando en el país la Guerra Sucia contra grupos comunistas como el FER. Para dar cauce a la participación electoral de quienes se habían ido a la guerrilla, el presidente José López Portillo decretó la reforma política.
A diferencia de su padre que tuvo otros cargos fuera de la estructura universitaria (entre otros fue oficial mayor de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, con Jorge Jimenez Cantú como titular de la SSA), Padilla López operó preferentemente dentro del aparato universitario.
Tras conocerse su deceso, los detractores de Raúl moderaron sus acostumbradas críticas, mientras sus admiradores lo exaltaban como un gran promotor de la cultura. Y para nuestro lector que lo conoció de joven, “fue un hombre singular, de claros y oscuros, pero le dio a la UdeG un gran impulso a nivel nacional y, a la cultura, un avance sin precedente en el país”.
LA POLICÍA POLÍTICA
Otro colimense que estudiaba en Guadalajara durante los años terribles de la lucha estudiantil de los sesenta, nos contó que el suicidio de Raúl Padilla lo retrotrajo a “la historia del más viejo y terrible porrismo que ha campeado por esa universidad desde hace más de medio siglo”. Y no duda en llamar a los líderes más notorios del movimiento estudiantil tapatío “gavilla de malhechores”.
La presencia de Raúl hijo en el despacho del director de la DFS lo explica este otro lector porque Raúl padre fue parte del equipo político del general Marcelino Garcia Barragán, progenitor de Javier García Paniagua.
Mezcla de combatiente revolucionario y oficial de carrera, García Barragán fue maderista y luego villista, pero se pasó al bando carrancista antes de quedar finalmente del lado de Obregón. Con su experiencia en batalla, ingresó en 1920 al Colegio Militar donde más tarde, en 1941, fue nombrado director.
Dejó la milicia para asumir la gubernatura de Jalisco, pero su periodo (1943-1947) terminó semanas antes al ser destituido presuntamente porque simpatizó con la precandidatura presidencial de Miguel Henríquez Guzmán, opuesta al dedazo de Manuel Ávila Camacho a favor de Miguel Alemán Valdés.
Reincorporado al servicio activo del Ejército Mexicano en 1960 por Adolfo López Mateos, cuatro años después Gustavo Díaz Ordaz lo designó secretario de la Defensa Nacional y, como tal, la infamia por la masacre de Tlatelolco persiguió a García Barragán hasta su muerte en 1979.
De esa responsabilidad, por cierto, queda parcialmente liberado en el libro a cuatro manos de Julio Scherer y Carlos Monsiváis, Parte de guerra: Tlatelolco 1968. Documentos del general Marcelino García Barragan: los hechos y la historia (Aguilar, 1999).
El texto se armó con base en el expediente de informes y planos que García Paniagua guardó y pidió a su hijo, Javier García Morales, a su muerte le entregara al director de Proceso. Los papeles señalan al jefe del Estado Mayor Presidencial, general Luis Gutiérrez Oropeza, como autor intelectual de la matanza estudiantil en la plaza de las Tres Culturas.
EL MAQUINISTA
Desde su restauración en 1925 por parte del gobernador José Guadalupe Zuno, luego de 65 años de ausencia y a partir de la Escuela Preparatoria de Jalisco creada en 1914 durante el gobierno de Manuel M. Diéguez, la Universidad de Guadalajara fue controlada por el grupo obregonista que se impuso en la posrevolución y al que en los veinte pertenecía García Barragán.
El manejo político de la UdeG lo asumió Margarito Ramírez Miranda luego que, entre 1927 y 1929, fuera gobernador interino de Jalisco como pago al favor que le hizo a Obregón en 1920 cuando, según la leyenda, lo sacó de la Ciudad de México disfrazado de ferrocarrilero. Pesaba sobre el caudillo sonorense una orden de arresto por parte del gobierno de Venustiano Carranza contra su antiguo aliado. Todo porque el manco de Celaya pensaba postularse a la Presidencia, en contra de la intención del primer jefe del Ejército Constitucionalista de imponer a Ignacio Bonillas.
Margarito fue cinco veces diputado federal y una senador, superintendente y luego director general de los Ferrocarriles Nacionales de México hasta que lo obligaron a renunciar por no poder someter al sindicato. Incluso, despachó como director del penal en las Islas Marías. Le heredó el control de la UdeG a su hijo Carlos Ramírez Ladewig, a quien sucedió como líder moral su hermano Álvaro cuando el mayor fue acribillado en plena vía pública en 1975.
El vínculo entre García Barragán, Margarito Ramírez, Carlos Ramírez Ladewig y Raúl Padilla Gutiérrez explica el nexo que varios colimenses constataron entre García Paniagua y Padilla López. Pero de eso hablaremos en la siguiente entrega de esta columna.
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