Con la advertencia de que se involucrará en el proceso para definir al candidato presidencial, y que no cometerá el error de 1999 cuando la elección interna entre Amalia García y Jesús Ortega para sucederlo como dirigente nacional del PRD, de tan sucia, tuvo que anularse, Andrés Manuel López Obrador busca conjurar el fantasma de un proceso en Morena que divida al partido, incluida la cada vez menos hipotética ruptura de Marcelo Ebrard para irse a la oposición.
Así leyó la circunstancia política Álvaro Delgado en su colaboración para Sin Embargo, ‘López Obrador se mete a Morena’, publicada el 9 de mayo de 2023, donde reveló que la noche del viernes 28 de abril, en Palacio Nacional, el Presidente de la República se reunió con los cuatro aspirantes a la candidatura (Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Ricardo Monreal) y con los senadores de la Cuarta Transformación, a quienes recordó aquella fractura en el PRD y dejó en claro que no dejará que ocurra lo mismo con Morena.
Hay quienes acusan a López Obrador de estar reviviendo el dedazo de la era priista. No obstante, camino al 2024 no hay un tapado sino tres corcholatas (aquí vamos a descartar a Monreal) que han estado en abierta campaña desde el arranque de la segunda mitad del sexenio.
Jugar con las cartas boca arriba no es la única diferencia de este póquer cuatroteísta. En el priato, el inicio de la carrera presidencial suponía para el mandatario saliente el comienzo de una paulatina pérdida de poder. Pero, en esta primera sucesión de la era de Morena, la viabilidad de triunfo del o la candidata depende casi completamente del capital político que le pueda transferir Andrés Manuel.
Ese inquebrantable liderazgo es lo que le permite a AMLO generar una corriente de opinión favorable a la corcholata que él ya eligió. El presidente ha estado enviando señales inequívocas a la base morenista y demás sectores sociales partidarios de la continuidad. Como ya se está viendo en las tendencias, la encuesta final terminará reflejando la voluntad del mandatario saliente.
ARQUELOGÍA DE LA SUCESIÓN
Entre 1940 y 1994, al presidente en turno le correspondió designar a su sucesor mediante el elaborado ritual del dedazo, el tapado y la cargada. Lázaro Cárdenas, quien llegó a la presidencia todavía en la lógica del maximato de Plutarco Elías Calles, estableció la regla no escrita según la cual el presidente en turno fungiría en la plenitud de su poder como fiel de la balanza, con sólo reconocer la idoneidad de uno de los aspirantes a la candidatura oficial y el compromiso de usar el aparato de Estado para garantizar el triunfo.
Carlos Salinas de Gortari fue el último de los presidentes en designar a Luis Donaldo Colosio como un abanderado del PRI al que todos percibían como sucesor, pero también el primero en entregar la banda a un estadista llegado al poder por un camino indirecto. Si bien CSG ejerció un segundo dedazo en favor de Ernesto Zedillo, lo hizo porque asesinaron (¿con su beneplácito?) al beneficiario de su primera decisión.
Zedillo hizo ganar a Francisco Labastida el simulacro de contienda interna con Roberto Madrazo, pero el PRI perdió en 2000 la presidencia a manos de Vicente Fox, en una transición quizá pactada desde 1994, donde se prefirió sacrificar el modelo político de hegemonía priista con tal de salvar el esquema económico de corte neoliberal.
El guanajuatense no pudo operar la nominación de Santiago Creel en 2006, pero el PAN hiló su segunda presidencia con Felipe Calderón en una elección de Estado donde hubo de todo: lawfare (intento de desafuero a López Obrador), campaña negra, robo de urnas y un sofisticado fraude electoral con base en el algoritmo diseñado por Hildebrando Zavala, cuñado del usurpador.
En 2012, Calderón Hinojosa ni siquiera se preocupó por buscarle un contrincante más competitivo que Josefina Vázquez Mota al priista Enrique Peña Nieto. Pero, seis años después, el mexiquense fracasó en un primer intento informal de fusionar al PRI con el PAN en la candidatura de José Antonio Meade, y tuvo que reconocer el triunfo inobjetable de López Obrador en 2018.
CUENTAN LOS DÍAS…
En la mañanera del 15 de mayo, usando la relación del gobierno con los maestros como ejemplo de las cosas que han cambiado en las políticas públicas desde que asumió la presidencia, AMLO recordó que si bien lo han visto como enemigo y no como adversario, “nosotros luchamos… por la transformación de manera pacífica, sin violencia, por la vía electoral”. Cuando muchos pensaban “que no se iba a poder, que los cambios tenían que darse por la vía armada”, la transformación se logró “informando, orientando, concientizando al pueblo”.
En 2024, esa vía pacífica y electoral “tiene que consolidarse”. Aun “con las diferencias… no han pasado las cosas a mayores”. En ese sentido, si bien los conservadores “tienen la posibilidad de… vencernos en buena lid ahora que vengan las elecciones”, la verdad es que saben que no lograrán vencerlo y “están contando los días para que yo me vaya, …con la idea que, aun triunfando nuestro movimiento y continuando la transformación, pues ya va a ser distinto, va a haber un corrimiento al centro, no va a ser igual, porque es continuidad, pero con cambio, porque cada quien tiene su estilo, su manera de ser”.
En otras palabras que no pronunció pero todo mundo entendió, si el sucesor es Marcelo Ebrard habrá un cambio. Y “qué bueno… porque no puede haber un pensamiento único, no todos podemos ser iguales, lo mismo en términos políticos”.
CORRIMIENTO A LA DERECHA
Existen, pues, dos posibilidades: Una, “que nos derroten” y “el pueblo diga: ‘Queremos cambio, queremos que regrese lo que había antes’: el clasismo, el racismo, la corrupción, la discriminación; ‘que el gobierno sea de oligarcas, disfrazado de democracia’; que se roben el presupuesto y los ministros de la Corte sigan ganando 500 mil pesos mensuales. Habría un retroceso–admite el presidente–, pero como sería por la vía legal “se acepta”.
También podría ocurrir que, al jubilarse López Obrador dentro de un año cuatro meses, aun triunfando “nuestro movimiento” y continuando “la transformación” haya otro presidente o presidenta que vuelva “a invitar a Palacio a López-Dóriga, a Loret de Mola, a los periodistas más famosos; o, sin cooptarlos, sin comprarlos”, tenga “tiempo para atenderlos bien, porque yo no [lo] tengo”.
Por dedicar “todo el tiempo a la transformación, no tengo tiempo para las relaciones públicas. Pero ya como va a quedar avanzado el trabajo, a lo mejor quien llega sí va a poder ir a ver a Junco, el dueño del Reforma, o ir a ver a Ealy Ortiz, el dueño de El Universal, y así a otros”, insistió AMLO, en clara alusión a Ebrard quien el 11 de mayo ofreció una entrevista más a Joaquín López-Dóriga en Radio Fórmula.
Lo que acaso Andrés Manuel quiso decir es que, como presidente, se va a involucrar en la elección de 2024 pero, como expresidente, no va a interferir en el gobierno de su sucesor o sucesora, incluso si éste o ésta se corre al centro y se reconcilia con esa prensa corporativa que ha estado en pie de guerra desde el primer día de su administración.
Sin embargo, sugieren varios analistas, esa última promesa no implica que como líder del movimiento renuncie a usar su autoridad moral y fuerza política para que la transformación no se detenga. El cambio, en ese sentido, implica una progresión no un retroceso. Porque, como se cansaron de decir los priistas respecto del arribo del PAN a Los Pinos (y como tendrían que haberlo dicho con relación a las contrarreformas neoliberales), la reversa también es un cambio.
ABRIR EL ABANICO
Durante cuatro sexenios, Jorge Zepeda Patterson coordinó la serie de libros Los Suspirantes, donde se presentaban los perfiles de los posibles candidatos a la presidencia.
Para su nuevo libro, La sucesión 2024. Después de AMLO, ¿quién? (Planeta, 2023), entrevistó a profundidad a las tres principales corcholatas, añadiendo un capítulo en el que analiza quiénes son, de dónde vienen, quiénes son sus amigos y enemigos, actitudes personales, estilos, sus logros y fracasos. En resumen, el autor se pregunta en un análisis de “política ficción” cómo sería la presidencia de Claudia Sheinbaum y cómo la de Marcelo Ebrard. A Adán Augusto López no le concede Jorge Zepeda reales posibilidades
Recuerda el autor que López Obrador abrió la sucesión justo a mediados de su sexenio, tres años antes de los comicios y dos antes de lo que acostumbraban los presidentes que siempre trataron de retrasar hasta el último instante el destape del candidato oficial. Y como Jorge Zepeda recordó en una conversación con Los Periodistas, Álvaro Delgado y Alejandro Páez Varela (en Sin Embargo al Aire el 9 de mayo), la primera mención del posible sucesor la hizo Andrés Manuel en la mañanera: sin dar nombres, habló sobre el relevo generacional.
Tres meses después, apenas pasada la elección intermedia, “uno de los preguntones de la mañanera” lo hace confirmar casualmente las posibilidades de Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, pero AMLO “metió en el bulto” a Juan Ramón de la Fuente, Tatiana Clouthier, Rocío Nahale y Esteban Moctezuma.
No obstante, nadie se fue con la finta y el debate se centró en dos figuras, reconoce Zepeda Patterson. AMLO no habló de la siguiente corcholata viable, Adán Augusto López, hasta casi nueve meses después, llevado por la preocupación de que el escándalo de la Línea 12 del Metro produjera el descalabro de uno o de los dos punteros. Buscando apagar el fuego amigo entre los cuartos de guerra de Claudia y Marcelo, el presidente sintió la necesidad de abrir el abanico para no fomentar una batalla entre dos.
ELECCIÓN POR ENCUESTA
En esa charla con Los Periodistas, como en la columna que publicó el 7 de mayo en ese mismo portal de Sin Embargo, ‘Morena y el riesgo del haiga sido como haiga sido’, Jorge Zepeda Patterson señala que desde hace cuatro décadas “no veíamos un partido con la preponderancia y las probabilidades de repetir sexenio”. Es muy probable que en la encuesta partidista y no en la elección presidencial se defina quién dirigirá al país los próximos seis años. Unos cuantos miles de ciudadanos escogidos por las encuestadoras, determinarán quién ganará los comicios constitucionales ocho o nueve meses después.
De ahí la importancia de que el resultado de la encuesta deje satisfechos a todos los contendientes. Por ahora, “la noción misma de que Claudia Sheinbaum sea ‘la favorita’ genera incomodidad en alguien [como Marcelo Ebrard] que lleva 23 años con el presidente”, casi los mismos que su rival, y que incluso fue el elegido por AMLO como su sucesor en la Ciudad de México en 2006.
Por congruencia histórica, sostiene el columnista, después de lo que pasó en 2012 cuando la candidatura presidencial de la izquierda se definió con una encuesta entre AMLO y Ebrard, Morena no puede venir a decirle a Ebrard, López Hernández, Monreal y hasta Gerardo Fernández Noroña que, ‘haiga sido como haiga sido’, Sheinbaum ganó la encuesta.
Para Zepeda Patterson es difícil que Claudia se descarrile. Ya pasó por el incidente de la Línea 12 del Metro. Las encuestas después del accidente mostraron que la tragedia no le afectó en absoluto. De alguna manera, el blindaje de López Obrador se extiende a Sheinbaum. Aunque, en el tema de la Línea 12, el efecto teflón alcanzó también para proteger a Marcelo. Los dos sobrevivieron al escándalo cuando se pensaba que el colapso del paso elevado sería su tumba política.
SUICIDIO POLÍTICO
Para el presidente López Obrador, a falta de un candidato competitivo (o siquiera serio, si pensamos en nombres como Lily Téllez) la oposición está esperanzada en que un presidente como Marcelo, eventualmente, recorra el proyecto alternativo de nación hacia el centro o, incluso, a la derecha.
En las redes sociales muchos ven a Ebrard, de hecho, como un candidato potencialmente opuesto al movimiento de López Obrador. Y están esperando que se decida a separarse del Movimiento de Regeneración Nacional para que atienda la invitación que, en teoría, Dante Delgado le está haciendo para que sea el candidato de Movimiento Ciudadano.
La posibilidad de que eso ocurra depende de dos grandes condicionantes, ha dicho Zepeda Patterson: una es que hubiese tantos agravios, reglas del juego tan injustas, un piso tan disparejo que, desde la perspectiva de Marcelo, no sea digno aceptar una derrota en esas circunstancias; la segunda es que tenga alguna oportunidad de ganarle a Claudia como candidato de otro partido.
Siguiendo la lógica de ese columnista, una cosa es que Marcelo pueda llegar a sentirse muy agraviado y otra que sea ingenuo. No puede esperar a que amplios sectores del obradorismo lo sigan fuera de Morena. Y es impensable que MC llegue a tener la fuerza necesaria para ganar la elección por sí solo. A lo más, sus posibilidades le permitirían dividir el voto de la centroizquierda y mermar la votación para la candidata de Morena.
Zepeda Patterson se pregunta si las dirigencias del PRI y el PAN estarían dispuestos a considerar una candidatura única o si los tiempos alcanzan para integrar una coalición de centroderecha con MC (De hecho, a esos dos partidos les conviene no postular a Ebrard. Con el oficialismo dividido, calculan que el triunfo de un abanderado del prianismo sería tan probable como lo está siendo en la elección de gobernador en Coahuila).
En síntesis, si Marcelo no se va para ganar, una ruptura con AMLO sería un suicidio político.
EL PLAN C
El capital político no se transfiere al cien por ciento y el presidente es, hoy, más popular que cualquiera de las corcholatas.
Con sus niveles de aceptación si no intactos muy por encima de lo esperado para un presidente en su quinto año de gobierno, ya que no va a ir en la boleta el Plan C es la manera más eficaz que tiene López Obrador de impulsar la victoria de la o el candidato de su partido.
Este comprende obtener una estrategia para lograr un voto tan masivo que le garantice a Morena y sus aliados la mayoría calificada en las dos cámaras del Congreso de la Unión, mayorías absolutas –cuando no de las dos terceras partes– en las legislaturas estatales que integran el Constituyente permanente y un buen número de los gobiernos locales y municipales que se disputarán en 2024.
Pero el Plan C es, también, la agenda de reformas constitucionales que no fueron aprobadas en la segunda mitad del sexenio por falta de una mayoría calificada y que, como leyes secundarias, en su caso fueron anuladas por la Suprema Corte casi siempre alegando defectos de forma, sin entrar al fondo.
De conseguir el primer objetivo del Plan C (obtener la mayoría calificada), Andrés Manuel tendrá apenas un mes para operar con esa nueva legislatura las reformas constitucionales que, en realidad, corresponderían al programa electoral con el que todos esos congresistas habrían hecho campaña y obtenido sus curules y escaños.
El Congreso se inaugura el primero de septiembre, pero el próximo periodo de gobierno no arrancará el primer día de diciembre como había sido hasta ahora, sino el primero de octubre. En ese lapso, si logra la segunda meta del Plan C (que se modifiquen, adicionen o supriman diversos artículos de la Constitución) López Obrador le habrá heredado al o la siguiente presidente un Estado de naturaleza distinta.
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