En su libro ‘Deshumanizando al varón. Pasado, presente y futuro del sexo masculino’ (2019), el historiador español Daniel Jiménez dividió las teorías sobre los orígenes de la dominación masculina sobre las mujeres, en dos grandes grupos: las académicas y las políticas. Estudios históricos, antropológicos y arqueológicos, por un lado. Lecturas morales del pasado a fin de instrumentalizarlo políticamente para servir al presente, por otro.
Al reseñar en su videocolumna ‘Filosofía para la Vida’[1] uno de “los textos más importantes que se han publicado” sobre el tema de género, en el marco de la conmemoración del Día Internacional del Hombre el 19 de noviembre la argentina Roxana Kreimer explica estas teorías:
La academia relaciona el inicio de la dominación masculina con el papel central de la carne en las culturas cazadoras-recolectoras, la patrilocalidad para defenderse de otros grupos (una sociedad patrilocal es donde el hombre lleva a la esposa a la casa paterna) o la introducción del arado.
Las teorías basadas en una lectura moral del pasado tienen mayor impacto en la opinión pública. Así, el libro de Kate Millet, ‘Política sexual’ (1970), no muestra el proceso de dominación masculina como una evolución histórica influenciada por una multiplicidad de factores, sino como una agresión del género masculino al femenino con la finalidad de oprimirlo y beneficiarse de ellas.
Estas teorías moldearon la narrativa de género, que se origina en los escritos de Federico Engels. ‘El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado’ (1884) situó las relaciones entre el hombre y la mujer en una dialéctica comparable a la del amo y el esclavo, el señor y el siervo o el obrero y el burgués.
Para Engels, la propiedad privada nació en el Neolítico por el desarrollo de la ganadería, la agricultura e incluso la esclavitud, que enriquecieron al hombre y lo empujaron a desear que sus hijos –ya no sus hermanos, cuya consanguinidad sí le constaba– se beneficiaran de la herencia.
Y asocia la nueva posición de la mujer con la esclavitud, indicando que la palabra ‘familia’ deriva del latín ‘famulus’ (esclavo doméstico) y refería originariamente a un grupo de siervos. Los romanos designaron así a un nuevo organismo social, cuyo jefe tenía bajo su poder a la mujer, los hijos y cierto número de esclavos, con la patria potestad y el derecho de vida y muerte sobre ellos.
DIOSA DE LA FERTILIDAD
La definición de ‘patriarcado’ que da Lidia Falcón, líder del Partido Feminista de España, es un claro ejemplo de la influencia de las ideas de Engels:
El patriarcado –señala esa académica– es el sistema de dominación de las mujeres y de los niños más antiguo de la humanidad; los hombres, por tener más fuerza física y no sufrir las cargas de la maternidad, poseen poder despótico sobre las mujeres. Y, hasta hace 200 años, ellas no se oponían a un dominio masculino sostenido mediante la violencia.
La premisa es: todo hombre, no sólo aquellos que maltratan, en cualquier sociedad y momento histórico maltratará a la mujer salvo que haya algo que se lo impida, desde la educación hasta medidas punitivas ejemplares.
En este discurso, el hombre no es un ser humano capaz del bien y del mal, sino un maltratador por defecto que ha de mantenerse a raya so pena de que someta o agreda a la mujer. Así es como esta visión del pasado contribuye a deshumanizar al varón, resume Jiménez.
No sólo Engels contribuyó a las teorías populares sobre la dominación masculina. Johann Jacob Bachofen postuló algo que la antropología basada en la evidencia ya no sostiene: que el ser humano vivía en organizaciones matriarcales durante la prehistoria. El posterior dominio del culto a deidades masculinas simboliza el fin de esta organización y el comienzo del modelo patriarcal.
La influencia de Bachofen fue decisiva en la manera que la feminista estadounidense Gloria Steinem describe los orígenes del patriarcado: muchas culturas ancestrales formaron parte de la era ginocrática; la paternidad no había sido descubierta, se pensaba que las mujeres daban fruto cuando estaban maduras, y el nacimiento era misterioso, vital y envidiado; se adoraba a las mujeres, considerándolas superiores.
Lentamente, el orden social fue revertido. Las mujeres se convirtieron en una clase subordinada, marcada por sus visibles diferencias. Para derrocar las deidades femeninas y sustituirlas por dioses masculinos, fue necesario despreciar la feminidad y caracterizarla como una categoría ontológica inferior, lo que sirvió para imponer una nueva cultura y religión en torno a una ideología violenta, dominadora y excluyente.
LA CASA Y LA CAZA
Más científico es el enfoque de Ernestine Friedl que estudió numerosos grupos de cazadores-recolectores contemporáneos, concluyendo que el mayor estatus del varón provino de su monopolio sobre la carne de caza de grandes presas. Aunque las mujeres podían proveer la mitad o incluso más de los alimentos consumidos por las familias del grupo, la carne por su escasez era un bien más valioso.
Y como se repartía públicamente, creaba obligaciones hacia los cazadores por parte de quienes recibían la carne. Los cazadores eran también los primeros en establecer relaciones de intercambio con otros grupos.
Las mujeres no se dedicaban a la caza porque es mayor la compatibilidad de la actividad recolectora con el embarazo y la lactancia. Siendo habilidades especializadas que requerían años de entrenamiento, tenía más sentido educar a las mujeres para recolectar y a los hombres para cazar.
En cuatro grupos de cazadores recolectores contemporáneos o recientemente extintos, Friedl observó que donde los hombres proporcionaban poca carne (tribus indias de América del Norte y nativos de Tanzania), las relaciones tendían a ser igualitarias. Entre aborígenes australianos donde los hombres suministran grandes cantidades de carne, había un pronunciado dominio masculino. Y en la cultura esquimal donde prácticamente toda la comida proviene de la caza, el dominio masculino es absoluto.
Friedl determinó que las mujeres debían participar en el control de los bienes y servicios valiosos fuera del ámbito familiar, para aumentar su estatus con respecto al varón.
LAS MACHISTAS SON ELLAS
Jiménez opone esta teoría razonable basada en una multiplicidad de factores y contrastada con grupos humanos actuales, a otras basadas en la maldad masculina innata. Y usa varios ejemplos de hombres y mujeres que comparten los mismos valores además del papel crucial de la mujer en la transmisión a los hijos, para sostener que términos como ‘machismo’ y ‘patriarcado’ que solo referencian al hombre, son tan injustos como incorrectos.
Una encuesta en la India reveló que las mujeres justifican la violencia de género en mayor porcentaje que los hombres. Y, en Europa, hombres y mujeres consideran ocuparse del hogar y los hijos como el papel más importante de la mujer; y coinciden en que es más probable que ellas tomen decisiones basadas en emociones.
En España, un sondeo sobre los comportamientos no adecuados en las relaciones de pareja mostró resultados casi idénticos en la opinión de chicos como de chicas. En Estados Unidos, una encuesta sobre el aborto en 2011 mostró opiniones prácticamente idénticas entre hombres y mujeres, a favor y en contra de la práctica legal. Pero un estudio de UNICEF mostró que en África y Asia, las jóvenes justifican la violencia hacia la esposa en mayor proporción que los muchachos.
En 1911, desfilaron por las calles de Nueva York muchos de los 20 mil miembros de la Liga Nacional de Hombres por el Sufragio Femenino (otros miles partidarios a la causa no estaban afiliados), mientras la Asociación Nacional Contra el Sufragio Femenino contaba con unas 41 mil mujeres. Y en el genocidio de 1994 en Ruanda, la ministra de Bienestar Familiar y Promoción de la Mujer, Pauline Nyiramasuhuko, ordenó la violación de mujeres y niñas.
Por supuesto, reconoce Jiménez, no faltan hombres que cometen actos violentos sin que nadie los apremie. Su interpretación es que hombres y mujeres pueden tener sus diferencias, pero comparten en gran medida los mismos valores y visión del mundo.
LA REINA GUERRERA
Si el hombre tiene la culpa de todo por haber estado en el poder con más frecuencia, contamos con ejemplos históricos de mujeres gobernantes que no actuaron diferentes. Las reinas soberanas europeas libraron más conflictos e iniciaron más guerras de agresión, desde finales del siglo XV hasta principios del siglo XX.
En el supuesto ‘gobierno de los padres’, en la mayoría de los países industrializados los hombres pierden rutinariamente la custodia de los hijos. Y ‘padre’ es una figura bastante desprestigiada, dice Jiménez.
‘Patriarcado’ es útil para hablar de un sistema de organización familiar, pero no es el término correcto para el sistema que rige a hombres y mujeres en Occidente.
Esas palabras que sólo apuntan hacia los hombres terminan alienándolos, cuando existen términos alternativos como ‘sistema de roles de género’, ‘sistema de género’, ‘tradicionalismo de género’ o, simplemente, ‘tradicionalismo’. Y, ‘sexismo’, puede sustituir a ‘machismo’.
EL OTOÑO DEL PATRIARCA
Una elección más correcta, justa e inclusiva de las palabras es importante para no señalar al varón como único responsable de los valores de género. Eso ignora la contribución femenina al fenómeno, y minimiza o descarta el sufrimiento masculino.
Al achacar los problemas del varón al ‘patriarcado’ o al ‘machismo’, se culpa al hombre de su propio sufrimiento, creando una falsa equivalencia moral y de poder entre víctimas y agresores. Cuando insistimos que los valores tradicionales son una creación masculina, tenemos menos simpatía hacia quienes consideramos únicos responsables de su propio dolor. Eso posibilita ignorar problemas de enorme magnitud, mientras mantenemos tranquila la conciencia.
Que la palabra ‘patriarcado’ sólo invoque connotaciones negativas, muestra que no es un término científico sino puramente ideológico que se corresponde con la imagen del enemigo. Si todas las sociedades son patriarcales, habría que atribuir al patriarcado entonces la democracia, el Estado de derecho, las libertades religiosa, de expresión y prensa, los derechos humanos y los avances médicos y científicos que han mejorado la vida de millones de personas, así como el enorme progreso de los últimos 200 años con respecto a la reducción de la pobreza extrema.
En un contexto negativo, ‘patriarcado’ define la peor cara del sexo masculino y justifica derribarlo a cualquier precio. Hablar de un sistema de roles de género apoyado por ambos sexos y que tanto perjudica como beneficia a ambos, puede identificar el problema con mayor exactitud. Pero desdibuja la figura de un enemigo que facilite la movilización de las activistas.
En un sistema de género, la mujer y el hombre forman parte del entramado. Lo que nos obligaría a examinar los roles de género de una forma menos polarizada, en lugar de atribuir las diferencias a la maldad masculina y a su deseo de dominio. Y permitiría establecer un diálogo más justo, que reconozca la contribución de ambos sexos al sistema de roles de género tanto como sus problemas. Términos más precisos ayudan a avanzar juntos, en lugar de empujarnos a una guerra de sexos.
EL MARIDO PAPÁ
El patriarcado otorgaba privilegios a cada sexo: al hombre, un mayor estatus y poder en el área de lo público; a la mujer, una mayor protección y poder en el área de lo privado. Había la costumbre del esposo de entregar su salario a la mujer, para que lo administrase en el hogar. Y hay legislaciones donde la mujer debe ser mantenida de por vida en caso de divorcio.
Si los hombres hubieran ejercido su poder en forma despótica y violenta, en algún momento histórico o lugar del mundo las mujeres se habrían levantado en armas contra sus opresores. Esto no ocurrió, piensa Jiménez, porque el menor estatus de la mujer tenía como contrapartida una mayor protección.
Es más apropiado entender la relación entre hombres y mujeres en forma similar a la de padres e hijos, que entre explotadores y explotados. Aunque la autoridad solía detentarla un varón, las mujeres podían ejercer otras formas de poder que equilibraran las relaciones entre los sexos.
Ser cabeza de familia confería prestigio y privilegios al varón, pero también acarreaba pesadas cargas, responsabilidades y obligaciones que la mujer no tenía. Debía proveer a la esposa en función de su riqueza y proveer a los hijos. La mujer era responsable de los hijos hasta los tres años debido a la lactancia; después, la responsabilidad pasaba a ser exclusivamente del padre.
Proveer a los padres y abuelos no era una obligación específica para el hombre, pero sí en la práctica como administrador de los recursos familiares. Otorgar la dote a las hijas era su responsabilidad para que no quedara desamparada en caso de separación, ya fuera por muerte del marido o divorcio.
Y debía proveer a los hijos ilegítimos, que se consideran sólo del padre. Cuando la mujer quedaba embarazada tras cometer adulterio, su hijo se presuponía del marido y era considerado legítimo por haber nacido en el seno matrimonial. También estaba obligado, pues, a mantener a los hijos ilegítimos de la esposa.
La infantilización se ajusta mejor a este modelo, que la opresión.
LA NUERA JOVEN
En el modelo de residencia patrilocal donde la esposa abandona su familia para unirse a la de su marido, las consecuencias para las mujeres distan de ser benignas.
Como la responsabilidad de mantener a los padres recae sobre los hijos varones, un conocido proverbio indio afirma que ‘criar a una hija es como regar el jardín del vecino’. En ese enfoque, educar a la hija implicaba un desperdicio de recursos porque se iba a otra familia, dice Jiménez, Y la consecuencia más terrible de este modelo patrilocal era el infanticidio femenino, particularmente en las familias con menos recursos.
La verdad es que la educación superior tampoco estaba al alcance de la mayoría de los varones. Y, sobre todo, cuando se trataba de mantener el patrimonio en manos del primogénito, los otros hijos varones también podían ser asesinados. En casos especialmente crueles, hijos e hijas eran sacrificados cuando tenían un defecto físico o enfermedad grave cuya atención la familia no podía permitirse.
Tras contraer matrimonio, la autoridad recaía automáticamente en la suegra que, en su momento, había sido como su nuera una mujer extraña en la familia. Encontraba su lugar teniendo un hijo con quien desarrollar una relación especial, al ser su apoyo en un entorno ajeno y porque cuidará de ella en su vejez, especialmente tras la muerte del marido.
La nuera es percibida así como una persona que puede entrometerse en el vínculo emocional que une a la madre con el hijo, y también como quien puede descarrilarlo y dilapidar los recursos que la madre necesitará en su ancianidad.
EL CASADO, CASA QUIERE
El modelo patrilocal no se originó por capricho o para dominar a la mujer como indica la narrativa del feminismo radical, sino para concentrar a todos los varones en la familia, clan o tribu, unidos por lazos de sangre. Era eficiente para la defensa contra grupos enemigos, ladrones de ganado o familias rivales y clanes enemigos.
Si bien es cierto que Grecia y Roma fueron sociedades donde predominaba la residencia patrilocal, durante la Edad Media europea hubo múltiples modelos: patrilocal, matrilocal y neolocal (el establecimiento del matrimonio en un lugar que no es el de los padres de ella ni los de él).
Quizá por esta multiplicidad de modelos, la idea de inferioridad intelectual femenina que devenía de su poca educación comenzó a ser cuestionada a finales de la época, con debates como la querella de las mujeres que se dieron en el siglo XV en varias cortes europeas, incluyendo la castellana.
No en vano, uno de los principales argumentos esgrimidos por los defensores de las mujeres era que si ambos sexos recibieran la misma educación, algo menos frecuente en las sociedades patrilocal, no habría diferencias a nivel intelectual. Estos debates prepararían el terreno para la llegada del feminismo contemporáneo, señala Jiménez.
La Revolución Industrial dio a los hombres derechos y libertades sin precedentes, incluyendo el voto que amplió su papel en la esfera pública. Y en Europa y América durante el siglo XIX cambió la interdependencia económica entre los sexos, ya que en la mayor parte de los casos el salario se entregaba enteramente al trabajador varón.
LA COSA ES PAREJA
En síntesis, tanto hombres como mujeres han sido explotados de manera diferente por las sociedades a lo largo del tiempo, en función de la supervivencia y la reproducción.
La tesis central del libro de Jiménez sostiene que no existe un sistema unidireccional que oprima solo a las mujeres y favorezca a los hombres, sino que ambos sexos han enfrentado históricamente desventajas y ventajas.
Si el patriarcado fue una conspiración masculina, alguien olvidó invitar a los hombres que caen del andamio y se hundieron en las trincheras. Los hombres no sólo llevan los pantalones, también el casco de seguridad, las botas de minero y, a veces, el chaleco antibalas. Al final, el ropero está más lleno de equipos de supervivencia que de privilegios, concluye Roxana Kleimer.
Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com
[1] ‘Deshumanizando al varón. La historia de las mujeres como no te la contaron’. Roxana Kreimer, 19 de noviembre de 2024. https://www.youtube.com/watch?v=EC7Fp9L0c1U
la discusión hombre-mujer por género actualmente es para trasnochadas (os) que quieren que volteen a verlos, no porque quieran aportar y enriquecer la discusión. Es un tema trillado pero se revive por el que quiere reflectores. 👊