Luego de vivir uno de los procesos internos más cuestionados y desangelados de su historia, llevado a cabo para legitimar la asunción de Alejandro “Alito” Moreno Cárdenas a la dirigencia nacional priista, el PRI no solamente atraviesa por un momento de crisis inédito, cargado de gran incertidumbre por la más reciente debacle electoral, pero también por el desapego, decepción y desencanto de sus bases.
Luego de ganar el proceso interno con 1 millón 603 mil votos y ante una magra participación que no llegó ni al 30% del padrón priista, el ex gobernador de Campeche encabeza formalmente la dirigencia de un partido que como saldos de seis años de “peñanietismo”, acumula una serie de descalabros electorales, la pérdida de espacios políticos en todas las posiciones y un descrédito que en el 2012, con las promesas de transformar a México, era sumamente difícil pronosticar, al menos en la magnitud tan desastrosa que vive hoy día.
Pero, ¿qué es lo que le pasó al PRI? ¿No aprendió la lección que la sociedad mexicana le dio en el año 2000? ¿Volvió a incurrir en los mismos errores y prácticas que lo dividieron y alejaron de la sociedad? Pese a que el tema amerita un análisis mucho más amplio, me atrevo a decir que la respuesta es sí, pero acentuada por una corrupción que trascendió en escándalos inusitados, y en el ejercicio del poder para beneficio de la misma clase política dominante que años atrás llevó al PRI a entregar la presidencia del país al PAN: la tecnocracia. Una tecnocracia que principalmente vio a la política como el medio para obtener, acrecentar y usar el poder para sus objetivos económicos, y cuyos propósitos, tanto en el gobierno como al interior del PRI, continuaron acumulando contradicciones no solamente con respecto al proyecto original de Nación establecido en el México posrevolucionario, sino contribuyendo al aniquilamiento del PRI como espacio de convivencia, participación, formación política y equilibrios de poder.
En lo económico, entregado a la tecnocracia por completo, el PRI echó por la borda la posibilidad de transitar de un modelo económico agotado que a grandes rasgos se caracterizó por el proteccionismo y la rectoría del estado, a otro, por ejemplo, que hubiese mostrado mayor apertura comercial, así como libertad y certidumbre para las inversiones, pero en el que mantuviera el control de sectores estratégicos como el petróleo. En lugar de ello los tecnócratas ascendidos al poder con el visto bueno de Washington y el FMI, no solamente arrancaron de raíz la herencia de la Revolución Mexicana, de la que los priistas se decían depositarios, sino que la vendieron al mejor postor, e incluso, algunos se quedaron con parte de ella. El surgimiento de nuevos ricos desde la década de los ochenta, empresas y grandes consorcios que emergieron al amparo del poder, agravios como el FOBAPROBA una corrupción de escándalo que fue exhibida con mayor libertad en los medios de comunicación, resultaron factores que contribuyeron a los resultados del año 2000.
En lo político, la nueva clase gobernante neoliberal, formada en su esencia por economistas egresados del ITAM en México, y con posgrados en universidades de Estados Unidos e Inglaterra, asumió el control del PRI sin tener la menor formación política. No pasó mucho tiempo para que el desapego de los gobernantes para con el partido se reflejara en las designaciones para cargos, candidaturas y las cuotas de poder que anteriormente garantizaban equilibrios entre grupos y cacicazgos, y que a la vez influían en el buen ánimo, entusiasmo y la identificación de los militantes.
A finales de los años noventa Roberto Madrazo entendió esta situación y construyó un proyecto personal que buscaba capitalizar el descontento de la militancia, pero como sabemos, el tabasqueño no solo fue aplastado en su intento por el presidente Zedillo apoyado en la mayoría de los gobernadores priistas, sino que después de la derrota del año 2000 y de lograr la dirigencia nacional de su partido, padeció en carne propia los efectos de aquél desafió inicial, así como los saldos de diversos enfrentamientos que sostuvo por su visión y ejercicio autoritario de la política.
La elección presidencial del 2006, fue la ocasión ideal para que algunos gobernadores que habían sido afines a Francisco Labastida, cobraran la factura a Madrazo Pintado por dividir al PRI seis años atrás. Después de ese ajuste de cuentas que prácticamente aniquilo lo que quedaba del madracismo, el tricolor, con la figura conciliadora y experimentada de Beatriz Paredes Rangel como dirigente formal, consolidó la disgregación del poder hacia los gobernadores priistas, quienes se habían convertido en amos y señores del partido en sus respectivas demarcaciones. Esto hizo posible que durante esa etapa los mandatarios fortalecieran su liderazgo político con prácticas paternalistas y autoritarias que tan efectivamente le habían funcionado al priismo en sus primeras décadas de vida.
Dicho proceso de fortalecimiento fue más evidente en estados donde el PRI no había perdido el poder y donde los gobernadores se caracterizaban por tener en su currículum una genuina carrera de partido. Fue así como la cercanía con el PRI del mandatario en turno acrecentó el activismo, la formación y proyección de cuadros, así como la posibilidad real de reconquistar posiciones. Oaxaca con Ulises Ruiz, Nayarit con Ney González y Colima con Silverio Cavazos, por citar algunos ejemplos, fueron una muestra de ello.
Todo parecía indicar que como en los viejos tiempos el PRI estaba de vuelta, despertando el entusiasmo de militantes, incorporando simpatizantes y nuevos aliados que estaban decepcionados de los gobiernos panistas de Fox y Calderón, y asumiendo un discurso crítico y altamente lucrativo con la denuncia de los compromisos incumplidos y los errores de sus hasta entonces más acérrimos rivales: los panistas. Hay que precisar que para recuperarse el PRI no necesitó ser ejemplo de honestidad, finanzas sanas y buenas prácticas administrativas, y mucho menos llevar a cabo un proceso de transformación para democratizarse, sólo tuvo que capitalizar el descontento social, construir un andamiaje político en el que podían converger corrientes, grupos y cuadros, pero sobre todo, propiciar el surgimiento y promoción de nuevos liderazgos fogueados al calor de un ambiente cultivado por el líder político de cada estado.
Pese a que la situación por la actualidad atraviesa el PRI es mucho más adversa y complicada que la del año 2000, con el tiempo la nueva dispersión del poder presidencial priista hacia los gobernadores podría tener éxito nuevamente, sobre todo porque bajo esas circunstancias el partido puede repetir un momento similar al que tuvo en sus inicios, cuando era una especie de confederación o suma de partidos locales, caudillos y liderazgos regionales a quienes se respetaba su correspondiente ámbito de influencia, así como la disposición de prácticas que inducían y recompensaban la identidad partidista entre sus agremiados, y que a su vez les permitían mantener el poder.
El desafío de Colima es mucho mayor, pues ahora vuelve a pasar por un proceso similar pero sin una figura con la formación y capacidad para hacer política desde el PRI, como en su momento la tuvieron gobernadores como Fernando Moreno Peña, Gustavo Vázquez Montes o Silverio Cavazos. A diferencia de ellos, José Ignacio Peralta, pese a ser militante del PRI es la antítesis, pues representa a la clase política que llevó al PRI a su debacle, es a lo mucho, un tecnócrata producto de una imposición de Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray. Recordemos que en el momento del famoso “destape” del 2015, pese a haber sido alcalde de la capital y subsecretario de la SCT, Ignacio Peralta apenas era la tercera opción para los priistas colimenses, por debajo de Federico Rangel Lozano y Mely Romero Celis.
Pues bien, se aproximan las definiciones rumbo a la elección del 2021, y pese a la dispersión del poder central hacia los estados, en Colima el PRI carece de muchos de los elementos que en el 2006 lo llevaron a la recuperación: no tiene un gobernador priista, sino uno que prefiere jugarse el presente y el futuro político por otras vías. Además de esto, el gobierno del estado vive un severo descrédito por el incumplimiento de compromisos de campaña del hoy gobernador, quien por cierto de manera reiterada ha sido calificado por diversos estudios de opinión como uno de los gobernadores con menor aceptación de todo el país. Señalamientos de opacidad, discrecionalidad en la entrega de concesiones y el agravamiento de problemáticas como la inseguridad y la violencia, en nada ayudan al PRI y complican todavía más el panorama.
Por si esto fuera poco, la tecnocracia en el poder y las alianzas que ha establecido el partido en los últimos años, acumulan desilusión y tragos amargos a las generaciones emergentes de cuadros, para mujeres y hombres jóvenes para quienes ya no hubo espacios en candidaturas y cargos administrativos en el gobierno. En su lugar se encuentran aliados locales de otros partidos o personas cercanas al gobernador y con perfiles diferentes a los liderazgos priistas.
Experimentos como patrocinar candidaturas de personajes como Walter Oldenburg, Nicolás Contreras o Virgilio Mendoza, ya sea de manera directa o mediante alianzas, han sido más que una afrenta para el priismo tradicional y dejan en claro que al menos mientras José Ignacio Peralta sea gobernador de Colima, es prácticamente imposible que los verdaderos priistas sean valorados y tomados en cuenta por su propio partido. Parece que esto ocurrirá hasta que ese sector del priismo, quizás impulsado también por los liderazgos de antaño, logre apoderarse del PRI y devolverle la esencia perdida por la tecnocracia. Parece que sólo cuando esto ocurra, desde el poder o como oposición local, el PRI podrá construir las bases de una posible recuperación que al menos le permita competir con su alter ego, el nuevo partido mayoritario.
Amarrando Navajas
+Por fin alguien se tomó la molestia de despertar de su letargo al dirigente estatal del PAN, Alejandro García Rivera, quien lamentó que la delincuencia rete a la autoridad estatal, esto en alusión a los disparos realizados a la sede de la Fiscalía General del Estado la madrugada de este martes. La pregunta es si el tono del reclamo, donde no se hacen cuestionamientos directos al gobernador priista Ignacio Peralta, es un adelanto de un nuevo discurso light del panismo local, luego de los acuerdos alcanzados entre Pedro Peralta y Jorge Luis Preciado.
+Después de la mala experiencia –mala para la sociedad, no para el gobierno ni la empresa constructora- que dejó la remodelación de la Unidad Deportiva Morelos, que por cierto nadie sabe si ya concluyó, el gobernador José Ignacio Peralta anunció la gestión de recursos ante la API Manzanillo, para que la ciudad de Colima tenga una alberca olímpica y fosa de clavados “de nivel mundial”. Será interesante que los órganos de fiscalización y el Congreso del Estado no solamente estén atentos a lo que hará el gobierno peraltista con los 17.5 millones de pesos que generosamente la API invertirá en dicho proyecto, sino que también realicen una investigación minuciosa sobre la calidad y costos de los materiales empleados en la remodelación iniciada hace unos años. Hace unos meses, previo a la Copa Panamericana de Voleibol, en un recorrido el gobernador constató el deterioro de la trota pista, obra que en las campañas de comunicación no se especificó que la capa sintética cubría apenas poco más del 50% de la longitud total, y que el resto estaba recubierta con algo que parece ser pavimento pintado de rojo. Pues resulta que algunos tramos donde se colocó el material sintético, comenzaron a mostrar importantes desprendimientos, que además de dar muy mal aspecto representaban un riesgo para los usuarios. En ese entonces el mandatario estatal instruyó que se realizaran los trabajos de mantenimiento necesarios, los cuales se llevaron a cabo, pero solo de manera parcial y con asfalto pintado del mismo color que el material original. Aquí vale la pena preguntar sobre cuál será la calidad de obras entregará el gobernador y qué hará con los 17.5 millones de pesos que la API le entregará para ejercerlos en una alberca sobre la que desde hace tiempo han trascendido los problemas técnicos por los yacimientos de agua que hay debajo del fondo. ¿Nuevamente el gobernador dará gato por liebre a los colimenses? ¿La fosa que se construirá será para “echarse” un “clavado” de corrupción?