ALGO DE LOS TOROS

Llegan los días de fiesta de los Toros a La Villa y eso motiva al juntador de estas letras a realizar algunos razonamientos en relación con La Fiesta Brava, mismos que probablemente serán controvertidos por algunos de los pocos lectores de CON SAL Y LIMÓN, pero que, aunque subjetivos, son sinceros.

Se trata de una de las fiestas más tradicionales de Colima y nos trae, además, la construcción de la efímera Monumental Petatera que es, sin duda, una maravilla artesanal digna de admiración. Si algo tiene la Villa de lo cual presumir, es esa. Pero, en los últimos años, la fiesta ha tenido que resistir el embate creciente de los animalistas detractores. Un grupo fundamentalista e intransigente que ha elevado a los animales en general, a una categoría a veces superior a los humanos. No pretendo la crueldad hacia los animales, sino sólo llamar la atención con respecto al fundamentalismo de esos grupos. Esos no voltean a ver la crueldad en Guerrero, Oaxaca o Chiapas y menos en Burkina Faso u otros países africanos o asiáticos, la ven los toros bravos, los gallos de pelea o los galgos. Hasta el Congreso del Estado se suma ahora a esa lucha, como si no hubiera asuntos mucho más importantes sobre los cuales trabajar. ¿O es esa la prioridad? ¿O esa es su prioridad?

Los derechos de los animales existen, pero también, son relativos y por ello, no pueden ser iguales a los de los humanos y menos, superiores a los de éstos; por tanto, no podemos respetarlos más que a nuestros congéneres y con mucha frecuencia hacemos eso. Si la Fiesta terminara, los toros bravos ya no tendrían razón de existir y, por tanto, tampoco su costosa crianza, pues se les cría para ser lidiados, no por otra razón. Con ello, estaríamos condenando al toro bravo, a la extinción y supongo que los animalistas fundamentalistas no desearían que eso sucediera. Y menos estoy de acuerdo con ellos, cuando festejan que un torero sea cogido por un toro, y más si el torero muere.

El toro bravo crece con grandes cuidados, como muy pocos animales lo hacen. Antes de ser llevados a la lidia, disfrutan una vida que pocos animales tienen, pues viven como reyes y disfrutan de mimos por parte de sus caporales. Así se les prepara, con alegría y gusto, para enfrentar la muerte que es, por otro lado, una muerte producto de un arte y no una anónima como la de los que son llevados al matadero para servirnos como fuente de proteínas. Así, nos permiten observar el ciclo de la vida: Los animales son preparados para la muerte desde su nacimiento, a diferencia de los humanos que nunca somos preparados para eso. Y mueren a la vista de todos y en medio de la fiesta porque nacieron y crecieron para ello.

La fiesta nos llegó de España como también llegó principalmente a Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Aquí, encontraron terreno fértil porque nuestros pueblos originarios siempre han mostrado fascinación por la muerte. Las primeras reses bravas llegaron de las islas del Caribe y originalmente provenían de ganaderías navarras, a decir de los expertos. La primera corrida en nuestras tierras tuvo lugar para festejar la caída de México-Tenochtitlán y desde entonces gustó a nuestros pueblos originarios. Tiene entre nosotros un arraigo de cinco siglos y desde hace medio milenio han acompañado nuestras fiestas importantes. 500 años de andadura y de gusto, no se borran por el capricho de unos cuantos.

Actualmente, la fiesta brava tiene dos catedrales: La Monumental Plaza de Las Ventas en Madrid y nuestra Monumental Plaza México. Si nuestros pueblos son físicamente distintos, los toros de ambos, también lo son: Mucho más grandes e imponentes los españoles y mucho más briosos y ligeros los nuestros. Y los toreros y su arte, también tienen que ser diferentes. Los toros de ellos y los nuestros embisten de manera diferente: El Olé de ellos es, por eso, más seco y el nuestro más largo y melodioso. De un toro, hay que examinar su trapío y no su tamaño. Mayor toro no significa mejor toro; a pesar del prestigio de los Miura; igual que no es lo mismo lo grandote y lo grandioso.

Pero un buen torero debe triunfar aquí igual que allá: No puede explicarse la trayectoria de Manolete o de Paco Camino sin su paso por México, ni la de Silverio o Armillita sin su andar por las plazas españolas. Hasta se dice en España que Paco Camino era mexicano y Agustín Lara, al cantar a Silverio, le llama azteca y español.

Las Ventas es sinónimo de la fiesta ortodoxa, dogmática. Allá sólo un toro ha sido indultado y conceder un rabo es casi producto de un milagro. Y es una plaza silenciosa, sin banda, sin música, aunque en las otras plazas España si la haya, y tengan plazas alegres como La Maestranza de Sevilla, por ejemplo. La México es una plaza alegre: No es fácil un indulto, pero se otorga y tampoco se corta un rabo todos los días, pero se concede cuando es merecido. La fiesta de La Villa difiere porque es una fiesta ranchera.

La fiesta ha de tener equilibrio: Se requieren buenos toreros, pero también, buenos toros. Los unos sin los otros, no hacen una buena fórmula. Pero la fiesta es mucho más que la corrida en sí. La corrida es sólo la culminación de la fiesta. La otra parte es la música, la comida, el vino y mucho más, pero, sobre todo, la convivencia.

Y la fiesta brava no va a acabar, pésele a quien le pese. En un mundo cada vez más global, las tradiciones más auténticas y más arraigadas de los pueblos, se fortalecerán en vez de acabar. Y nuestra fiesta es una de ellas, por lo cual continuará. Si alguien lo duda que vea Cataluña, la fiesta un día se fue, pero luego regresó y supongo que para quedarse.

Larga vida a la fiesta taurina y larga vida al toro bravo.

Es todo. Nos encontraremos pronto. Tengan feliz semana.

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