Conocí a Guillermo del Toro en 1982, en la universidad. Es un año menor que yo y probablemente todavía estudiaba la preparatoria en el Instituto de Ciencias, o quizá ya había decidido dejar los estudios para dedicarse a su pasión: el cine.
Lo invitaron a mostrar su trabajo en el ITESO. Y sin tener yo nada que decirle, antes de iniciar la proyección me limité a oírlo charlar con otros tapatíos de amigos en común y sus tiempos del colegio, pero también de los problemas del cine mexicano y la falta de apoyos gubernamentales para el desarrollo de la industria.
Eran los años en que Jaime Humberto Hermosillo había regresado a vivir a Guadalajara. El director de La Tarea (1990) hacía “cine independiente” que en ese entonces era sinónimo de precariedad, de ahí que una toma desenfocada en María de mi corazón (1979) no se haya vuelto a rodar por falta de película.
El joven Del Toro, quien ya entonces era un muchacho regordete que usaba lentes y el pelo un poco largo, proyectó sus primeros ejercicios de stop motion (animación con plastilina). A los estudiantes de Ciencias de la Comunicación que solo conocíamos la teoría del cine y aún no habíamos hecho prácticas con la cámara, nos parecía imperdonable que, de tanto en tanto, alcanzáramos a ver la mano del director asomar a cuadro para sostener la figura en una pose que desafiaba la gravedad.
Luego vimos algunos otros ejercicios de dibujos animados. Y como sus monos de plastilina, casi todas sus caricaturas contaban historias de horror: rostros que de pronto se transformaban en la boca de una enorme planta carnívora y cosas así. Mucho mejor resuelto en cuanto a la producción, evidenciando así el rápido aprendizaje de los meses recientes, quedó un comercial encargado por una refresquera.
Al final, mostró su primer cortometraje: La grieta. Una abertura que evoca a una vulva se abría en la pared de una vieja casa, al principio como una mancha de humedad. Ahí habitaba una mujer en silla de ruedas a quien la grieta terminaría devorando.
Del Toro, quien ya para entonces era un excelente contador de historias, relató que una vez asegurado el financiamiento (con su papá, que era un conocido vendedor de coches usados en Guadalajara) y dominado el trucaje cinematográfico con base en látex para hacer verosímil la grieta, faltaba encontrar a la actriz: “Y estaba cabizbajo a la hora de la comida, cuando mi mamá me sirvió una sopita. Y al mirar hacia arriba… ¡la encontré!”, narró con cierta teatralidad.
Guadalupe del Toro volvería a actuar en cine en Doña Herlinda y su hijo (J. H. Hermosillo, 1985), cuyo productor ejecutivo fue su hijo Guillermo con apenas tenía 21 años.
La familia terminó migrando de Guadalajara después de que a Federico del Toro lo secuestraron o lo quisieron secuestrar. Lejos estaba el momento en que tener un lote de carros usados fuera una ocupación peligrosa, aunque no olvidemos que una de las primeras inversiones conocidas de Rafael Caro Quintero en la capital de Jalisco, a finales de los años 80, fue en una concesionaria de automóviles nuevos.
El primer largometraje de Guillermo del Toro fue Cronos (1993) y le siguió Mimic (1997). Después vendría su etapa española que empezó con El espinazo del diablo (2001) y continuaría con El laberinto del fauno (2006), la cual alternaría con su incursión en Hollywood donde cobró celebridad como realizador de filmes como Blade II (2002), Hellboy (2004) y Hellboy II (2008), tanto como guionista de la trilogía de El Hobbit (2012-2013-2014).
Verdadero artesano del maquillaje y los efectos especiales, Del Toro es ahora un profesional de la producción cinematográfica (empezó con su casa de efectos Necropia y se consagró con la productora Tequila Gang). Y en sus últimos años se ha dedicado a publicar libros y cosechar premios por películas que, si bien, tienen algunos baches narrativos, se miran como una perfecta combinación de las artes plásticas. Además, fue una de las mentes que concibieron el Festival de Cine de Guadalajara que hoy es el más importante del país.
EL LABERINTO DEL TORO:
Con un discurso feminista (que pasó del reclamo por los abusos sexuales a exigir condiciones de igualdad salarial y mayores oportunidades para el desarrollo profesional de actrices, directoras y mujeres cineastas en general) y una fuerte presencia mexicana (reforzada por la iconografía de Coco, la película de Pixar que muestra una versión disneylandesca del Día de Muertos), se celebró la 90ª ceremonia de la entrega de los premios Oscar.
Contra todo pronóstico, entre las estatuillas de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas que se otorgaron al concepto mexicano, figura la de mejor canción para Remember Me, el tema de Coco compuesto por los neoyorquinos Kristian Anderson-Lopez y Robert Lopez, y el reconocimiento a mejor película para The shape of water (“La forma del agua”).
Lo recogió como productor Guillermo del Toro, ganador también del Oscar a la mejor dirección que, este sí, nadie dudaba ganaría pese a la polémica que en diversos momentos de la temporada de premios surgió respecto a un supuesto plagio.
En un principio se ventilaron las similitudes entre la premisa narrativa de la que parte Del Toro en La forma del agua con la del cortometraje de Marc S. Nollkaemper, un estudiante holandés de cine, The Space Between Us (“El espacio entre nosotros”), realizado en 2016.
Luego surgió la presunción de que el extraordinario parecido entre el corto y el largometraje del mexicano se debía a que ambos probablemente se inspiraron en una obra de teatro Let Me Hear You Whisper («Déjame oírte susurrar»), escrita por el ganador del premio Pulitzer, Paul Zindel, y que fuera llevada a la televisión en la década de los 60.
De hecho, hubo una demanda de los herederos del dramaturgo que se presentó en un juzgado de California justo cuando los miembros de la Academia estaban deliberando a cuál de los integrantes de la terna para mejor director debían otorgar el voto.
Pero como el tema de la entrega de este año no era el plagio sino los dreamers y la inmigración, la equidad de género y la diversidad racial y sexual, el escándalo por la falta de originalidad de Guillermo del Toro no influyó en las decisiones de la Academia.
El plagio, por lo demás, es un asunto que debería haberse discutido desde hace tiempo en una industria donde suele pasar que dos estudios estrenan el mismo año proyectos con bastantes similitudes. La verdad es que en el arte ya todo esta dicho y, en todo caso, The shape of water, The Space Between Us, la misma Let Me Hear You Whisper y hasta Chabelo y Pepito contra los monstruos que dirigió José El Perro Estrada en 1973, donde aparece entre otras criaturas infernales “el monstruo de la laguna verde”, no son sino recreaciones de Creature from the Black Lagoon (“El monstruo de la laguna negra”), dirigida por Jack Arnold en 1954.
RESTAURAR LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA:
A mediados de los años 80 fui testigo, y hasta me tocó colaborar acomodando piedritas, de la elaboración del mural “Autonomía Universitaria” por el maestro Adolfo Mexiac.
Los materiales pétreos usados en los paneles lo hacen duradero pero no invulnerable a actos vandálicos, como los que sufrió este fin de semana.
Qué bueno que jóvenes voluntarios de la Universidad de Colima, que asisten al Centro de Desarrollo de la Familia Universitaria (CEDEFU), hayan decidido pintar de nuevo los muros de la Unidad Deportiva Universitaria que también fueron dañados. Ello ayuda a “mejorar la imagen deplorable que presentaban las bardas afectadas”, como celebró un comunicado de la casa de estudios.
Pero coincido que, en el caso del mural, la restauración de una obra que es patrimonio universitario deberá ser hecha por un experto.
Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com.