El crítico de cine Jesús Taylor y el director de teatro Javier Nieto abordaron el impacto que han tenido en la cultura esos fideicomisos del gobierno federal creados, en su momento, para apoyar a la industria audiovisual y a las artes escénicas.
En la mesa mesa redonda organizada por Julio Hernández López en el espacio de Astillero Informa del 9 de octubre de 2020 (https://www.youtube.com/watch?v=blXBL2CGFhs), Taylor y Nieto describieron cómo funcionaban algunos de los fondos cuya disolución votó la Cámara de Diputados el martes 6 de octubre.
Colaboradores regulares de Julio Astillero, en cuyo programa de internet suelen comentar –como especialistas de cada uno de esos lenguajes– series y películas o bien obras de teatro, Taylor y Nieto encuentran una primera coincidencia en ambos negocios: la pandemia ha obligado a los espectadores a ver cine en las micropantallas de la computadora o la smart-tv, pero tambien a ver teatro en transmisiones online.
Sin embargo, habiendo sido concebido como un espectáculo en vivo es muy difícil que el teatro visto en streaming despierte la misma emoción que desde la butaca, lamenta Javier Nieto. El escenario y los actores están ahí, la obra sucede en ese momento, pero ni los teatreros ni el público terminan de acostumbrarse a ese lenguaje híbrido.
DEL TEATRO A LA PANTALLA
La movilización de actores (junto a productores y directores) en defensa de los fideicomisos para el cine, evidenciaron que aunque muchos de ellos han formado parte de la comunidad teatral, los cineastas son unos y los teatristas otros.
Por cierto, ¿se nota cuando un actor de cine viene del teatro? En relación a quienes se han formado en los foros, ¿son mejores histriones los que tienen experiencia en las tablas?, pregunta Julio Astillero.
Jesús Taylor nos recuerda cuánto se reverencia en el cine a los llamados actores del método, como Marlon Brando, Robert de Niro o Al Pacino. Y cabe agregar que el método (Stanislavsky) viene del teatro ruso, como viene de la escena clásica la escuela inglesa que presumen intérpretes del teatro isabelino como lo fueron Laurence Olivier y John Gielgud o, más recientemente, Kenneth Branagh e Ian McKellen.
“Muchos grandes actores de teatro ingleses, son extraordinarios en el cine. Y no por teatreros”. No es que la formación teatral sea mejor, apunta Taylor, sino que es una experiencia diferente. “Vemos a muchos actores que comenzaron en el cine o la televisión, y cuando se han ido al teatro mejoran muchísimo su capacidad histriónica porque el escenario requiere de otra expresión definitivamente”. No está peleada una técnica con la otra, por el contrario”.
(En el cine mudo, sobra decir, muchos de los actores venían del teatro y hoy nos resultan exageradas a cuadro las expresiones faciales y corporales. Tuvo que desarrollar el cine sus propias técnicas de actuación, hasta lograr esa naturalidad que desterró lo teatral en la forma de moverse frente a la cámara y de pronunciar los diálogos).
EN EL PRINCIPIO FUE EL GUIÓN
Hay muy buenos actores de teatro que son magníficos en el cine. Pero hay algunos otros que no logran dar el brinco al cine, acota Astillero. ¿A qué se debe?
Para Javier Nieto no es una cuestión de técnica, es “muy cerrado el círculo de actores en el medio cinematográfico. De hecho, si ves la cartelera de películas mexicanas producidas el año pasado aparecen como un carrusel los mismos directores y actores. Son como una familia, un núcleo muy apretado”.
“Es más fácil que un actor de teatro dé el brinco al cine, por la preparación y la experiencia que obtiene en los escenarios, a que un actor de cine sin formación teatral dé el brinco al teatro. El lenguaje cinematográfico permite trabajar con base en cortes y, en una toma de unos cuantos segundos, se notan menos las carencias artísticas. Pero cuando tienen que actuar en vivo y en directo, se ven hasta las malas posturas”.
Y en cuanto a su narrativa, ¿el cine es más cercano a las telenovelas que al teatro?, inquiere el anfitrión a Jesús Taylor.
“Depende de qué tipo de cine. Hay un cine bastante mal producido, desde el guión hasta los aspectos técnicos. Pero ahora, con las series, hay una mezcolanza entre el cine y la televisión. La serie de televisión es un híbrido porque lo producen compañías de cine, con un elenco de actores que han estado en el cine. Pero hay un cine que se parece mucho a las telenovelas, por sus malos guiones y su mala dirección.
“Un buen guión es fundamental para lograr un producto cinematográfico que no sea burdamente comercial. Hay una oferta enorme en las plataformas, pero batallamos para encontrar buenas películas. Bollywood, esa sucursal de Hollywood en Bombay, produce muchísimo cine muy comercial. Algunas películas son buenas pero casi todas son de mala calidad”.
Javier Nieto concuerda en que la parte más importante de una películas es el guión. Alfred Hitchcok lo decía: las tres cosas más importantes de un filme son el guión, después el guión y, finalmente, el guión. Pero como contó un tiempo atrás en ese mismo espacio Guillermo Arriaga (escritor de tres de las películas más premiadas de Alejandro González Iñárritu y ganador del premio al mejor guión en Cannes), hay un menosprecio de la industria hacia el guionista. A las alfombras rojas, por ejemplo, nunca se invita al argumentista.
“Una película tiene tres partes básicas: una, el guión, la estructura literaria del proyecto; dos, la producción y realización y, tres, la edición y post-producción. Cada una debería tener el mismo valor, aunque todo parte del guión. La mayoría de los guiones que aprobaban en el seno de los programas de estímulo fiscal al cine, eran terribles. No obstante, le dieron millones a películas como No manches Frida o Veinteañera, divorciada y fantástica”.
(A lo que dice Nieto, cabe agregar que esas comedias tan comerciales no esconden que cuentan con mayor presupuesto: están bien fotografiadas, iluminadas, sonorizadas y editadas, sobre todo si las comparamos con el cine comprometido políticamente de los años 70. Sin embargo, a diferencia de Canoa o El Apando de Felipez Cazals, La boda de Valentina o Me late chocolate cuentan una historia intrascendente).
LOS MALOS TAMBIÉN LLORAN
Para Jesús Taylor, uno de los problemas que enfrentan los críticos con la comunidad cinematográfica nacional es que les piden apoyar al nuevo cine mexicano cuando, muchos de esos títulos, incluso las producciones originales para plataformas como Netflix o Prime, son refritos.
“Me cuesta trabajo ver a actores y actrices que estuvieron en Los ricos también lloran” estelarizar, junto a actores y actrices contemporáneos, una serie que es mala por la estructura del guión, por cómo se cuenta la historia. Pero es lo que se produce no solamente en México sino en Hollywood.
“El punto es que se consume y, mientras se siga consumiendo, tendremos que seguir escuchando música desagradable, viendo teatro insulso y por supuesto películas basura, como las que se van a estrenar o a volver a transmitir en plataformas y la televisión con motivo de halloween, a despecho del gran cine de terror”.
Javier Nieto opina que el problema no es que se produzca basura sino que sea con dinero público, con recursos del Estado. Si un inversor privado quiere tirar su capital a una cloaca, lo que está arriesgando es su dinero. Pero cuando el 70 por ciento de las producciones que se hacen con nuestros impuestos son de nivel ínfimo, ahí es donde tenemos que poner el acento.
Aunque como industria, objeta Taylor, “no sé si les duela a todos los mexicanos” que se use el recurso fiscal para financiar churros. “Finalmente hay un consumo, esas películas tienen un mercado. Incluso siendo dinero público, son proyectos que se presentaron y se aprobaron con base en una expectativa de taquilla. Quizá el Estado invierta 100 pesos, pero esas producciones le regresan 200 a la industria del cine”.
Para Taylor, más que una cuestión de dinero es de educación. “En España, Francia o Inglaterra mucho del apoyo al cine también viene de instituciones gubernamentales. Y se produce de todo. Lo que pasa es que la producción de aquí está desbalanceada: hay mucha más mala producción que buenas películas; y cuando los proyectos son buenos, los cineastas se tienen que ir fuera”.
Se producen muchas películas en México. Algunas pegan, otras no tanto, sin importar si son buenas o malas. Nuestros cineastas están buscando en nuestras propias pantallas (pero también en las de Estados Unidos, como ocurre con Eugenio Derbez) ese espacio muy comercial que Hollywood le ha quitado por años.
“Pero quienes quieren hacer cine de calidad, acaban yéndose al extranjero. Es el caso de Michel Franco que terminó armando su propia productora para mantenerse en cierto estándar, para no bajar de ese nivel”.
Franco recién estrenó en el Festival Internacional de Venecia su película Nuevo orden (2020), donde ganó el Gran Premio del Jurado. Y la distribuidora Videocine anunció que habrá dos mil copias circulando.
Sin embargo, Taylor recuerda cuando se colocaron anuncios espectaculares en el viaducto y otras arterias de la Ciudad de México de El último paciente (Chronic, 2015), con Tim Roth, película de Michel Franco que fue seleccionada para competir por la Palma de Oro en Cannes y ganó el premio a mejor guión:
“Había visto la cinta en una premiere y estaba esperando el estreno comercial para hacer la reseña, pero no duró mucho en las salas de ninguna de las dos cadenas exhibidoras mexicanas. A las pocas semanas la quitaron porque nadie la quería ver. No consumimos ese tipo de cine, es un círculo vicioso”, lamenta Jesús Taylor.
(Hasta en Colima hubo un anuncio espectacular de El último paciente colocado en la avenida Carlos de la Madrid Béjar, visible para quienes bajaban el paso a desnivel con dirección al oriente).
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