DOÑA HILDA

Hace muchos años, 43, transcurrían los últimos días de septiembre o primeros del mes de octubre de 1976; estaba por llegar a su fin el gobierno del presidente Luis Echeverría  y éste realizaba su última gira presidencial por nuestro estado. El caso es que la maestra Rebeca Puente Silva, guapa cuarentona, originaria de Colima pero quien profesionalmente se desempeñaba en Baja California, acreditaba ser amiga del presidente, por lo que, otro profesor y yo la acompañábamos pues nos había ofrecido que le pediría  que nos apoyara en nuestra pretensión de cambiar nuestras plazas de maestros a Baja California.

El centro de la anécdota es el siguiente: en las instalaciones del IMSS ubicadas en La Albarrada que justamente ese día inauguraría el presidente, quedamos a distancia, pero frente al mandatario cuando hizo su arribo, percatándose de la presencia de la maestra Rebeca, quien hacia esfuerzos por acercarse entre el tumulto  y el cerco del estado mayor. El presidente a voz en cuello y gesticulando con las manos expresó con fuerza: ¡Rebequita!, eso hizo que los guardias nos abrieran el paso y, casi junto al presidente, expresa nuevamente con voz fuerte “¿Qué pasó doña Rebeca?”, a lo que la maestra débilmente se atrevió a protestar diciendo: “ai señor presidente, ¿por qué me llama doña Rebeca?”, como que la maestra sintió que la expresión contenía alguna alusión a la vejez y ella se sentía y era joven. El presidente con voz fuerte y engolada, respondió: “doña Josefa Ortiz de Domínguez, Doña Leona de Vicario, Doña Rebeca Puente; obviamente la maestra se sintió altamente distinguida. 

Ciertamente el Don, o el Doña, es en muchos sentidos un timbre de admiración, de reconocimiento, de respeto; y ese es el caso cuando así me refiero a la señor Hilda, Doña Hilda Ceballos Llerenas, quien lamentablemente falleció el sábado pasado.

¿Cuáles son las razones de mi admiración y respeto hacia Doña Hilda?:

1ª. Aun ahora, pero sobretodo cuando Fernando Moreno era gobernador y yo diputado, los encontronazos entre ambos eran de antología, había mucha rispidez, fuertes diferencias, conflictos, enconos y descalificaciones mutuas; no obstante, al coincidir frecuentemente en eventos con Doña Hilda, ella siempre me saludaba con respeto y se veía en su mirada la sinceridad cuando también me pedía que hiciera extensivo su saludo a mi familia. Esto es, doña Hilda sabía perfectamente diferenciar las cosas.

2ª. Cuando en aquellos tiempos calló por primera vez seriamente enferma, recuerdo algunas agresiones crueles hacia su persona por su apariencia física en que la había colócalo aquella enfermedad. Recuerdo también que resistió estoica y calladamente aquellos embates enmedio del sufrimiento físico de su grave padecimiento. Eso para mí habla de su grandeza y su extraordinaria capacidad para perdonar.

3ª. Cuando fue diputada federal, coincidieron el en cargo con mi hija Indira. Indira me platicaba que estando allá siempre fue solidaria, que desde el principio le expreso palabras más, palabras menos, “hija, tu y yo somos mujeres y acá estamos solas, para colmo tu eres casi una niña, yo te voy a cuidar, cuidémonos las dos”. Eso para mí habla de su gran nobleza.

4ª. No conozco a sus hijos, pero lo que me platican  gente muy seria y de toda mi confianza es que el muchacho que es doctor es un extraordinario profesionalista, generoso y servicial, muy bueno en su especialidad y con gran vocación de servicio; en Buenavista dejó buenos recuerdos y buenos amigos en su breve paso. Su hija me dicen que es una joven muy sensible, solidaria y noble. Esto quiere decir que Doña Hilda fue una gran madre, pues más que el padre, la mamá es quien se encarga de la educación de los hijos, sobre todo en el apartado de valores. Concluyo reiterando mi pena por el fallecimiento de Doña Hilda y enviando a sus familiares un mensaje de fortaleza que les permita recordarla siempre como lo que fue, una gran madre, una gran mujer, que le tocó sufrir mucho en la vida, pero que con estoicismo se sobrepuso al dolor e hizo grandes cosas.  

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