El informe Mueller que denunció la trama rusa y el uso de granjas de bots en Macedonia para influir en las redes socio-digitales de Estados Unidos y, así, darle una ventaja a Donald Trump sobre la candidata demócrata a la Presidencia en 2016, Hillary Clinton, llevó a las plataformas tecnológicas que soportan esas redes sociales a vacunarse para las elecciones de 2020.
Todavía los hackers al servicio de la campaña republicana operaron en las midterms (elecciones de medio mandato) de 2018. Y, como consecuencia, Facebook, Twitter y Google generaron una respuesta relativamente técnica para anularlos: los fact checkers.
Así lo explicó Marta Peirano en Democracia y redes sociales (Conferencias magistrales. Temas de la democracia, No. 40. INE. México, 2022), charla que la periodista e investigadora española dictó a distancia en el marco de las elecciones intermedias de 2021 en nuestro país.
Peirano es especialista en el análisis del efecto de las nuevas tecnologías, la gestión de los datos y la privacidad en la sociedad, así como en el empleo que se les han dado en los ámbitos político, militar e institucional. Y con esa experticia explicó:
A partir del trabajo de organizaciones no gubernamentales especializadas en verificación de información y de grupos de fact checkers que se dedican a identificar la desinformación que circula por la red y a etiquetarla, las plataformas tecnológicas empezaron a editar y a eliminar información como si fueran ellos editores de contenidos, es decir, periódicos.
Para 2020, en Estados Unidos ya operaba una Election Integrity Partnership (comunidad para la integridad de las elecciones) comandada por Alex Stamos que, cuatro años antes, era jefe de Seguridad de Facebook, la plataforma más atacada por las campañas de desinformación rusa y macedonia.
Stamos montó en la Universidad de Stanford su propio centro de investigación de propaganda y actividad ilícita en la red. Y ahora lidera una serie de organizaciones especializadas en propaganda computacional y propaganda electoral.
Esta alianza entre onegés y plataformas digitales buscó, en 2020, contener la ‘acción coordinada ilícita’ dentro de sus plataformas. Querían dejar fuera a los hackers rusos y macedonios, pero también a los que trabajan en China o en Irán.
ACTOS ANTICIPADOS:
En el verano de 2020 se vio claramente que una persona con gran visibilidad y muchísimo poder en todos los espacios de las redes sociales, nada menos que el presidente Donald Trump, estaba lanzando una campaña de desinformación que luego fue amplificada por todo tipo de organizaciones para atacar la estructura del voto por correo y las estrategias de protección civil contra la pandemia de covid.
Sin embargo, las redes sociales decidieron en su momento “que ciertos perfiles quedaban por encima de los fact checkers, de los algoritmos de gestión y de medición de las noticias falsas”: precisamente los políticos de perfil muy alto. Los directivos de las plataformas tecnológicas consideraron, con cierta razón, que la noticia era que el presidente de los Estados Unidos mintiera acerca del origen de la pandemia o respecto a los votos por correo.
Y como “la población tiene derecho a saber que el presidente de su país está contando mentiras manifiestas”, lo que hicieron las plataformas para resolver el problema fue poner notas al calce. En lugar de borrar o eliminar los mensajes de Trump, pusieron advertencias señalando que había mentiras en los tuits y en los posts de Donald Trump. Twitter fue bastante más duro que Facebook a la hora de indicar que un contenido colocado por el mandatario violaba o infringía sus políticas de integridad.
A medida que pasó el tiempo y Trump endureció su campaña contra el voto por correo, se añadieron cada vez más notas, enlaces e información. Hasta que llegaron las elecciones y Twitter, Facebook, YouTube y otras plataformas empezaron a plantearse la posibilidad de que el presidente dejara de publicar mensajes que incitaban a la violencia y pusieran a la población en peligro.
A VUELTA DE CORREO:
La campaña de Trump contra el voto por correo empezó mucho antes de las elecciones de 2020. El presidente había venido llamando a sus votantes a sufragar en forma presencial, para obtener en el conteo una cierta ventaja inicial.
Como el voto por correo tarda más en contarse, si éste le resultaba desfavorable a Trump podría en un momento dado alegar que le estaban dando la vuelta a los resultados para robarle las elecciones.
Advertir que los votos por correo eran fraudulentos (como no esperaba que fueran a su favor, no eran útiles), le permitió a Trump declararse ganador a partir del día siguiente de la jornada electoral, aun cuando el cómputo no estaba cerrado.
Y fue entonces cuando Twitter decidió que el presidente era un peligro para la comunidad y le suspendió la cuenta. Poco después siguieron el ejemplo las demás redes sociales, para gran indignación de Fox News que contó el hecho como si Trump hubiera sido amordazado y no tuviera otra plataforma de comunicación para sus campañas oscuras.
Con todo, la suspensión de la cuenta de Trump llegó muy tarde. La idea de que le robaron las elecciones y con ello se puso en jaque a la democracia estadounidense caló en la gente que, el 6 de enero de 2021, abrió a patadas las puertas del Capitolio para manifestar su desacuerdo.
CREER LO INSENSATO:
El asalto al Capitolio evidenció lo bien que funciona la estrategia de hablarle al oído a los votantes a través de las redes sociales, en este caso para inocularle campañas como Stop the Steal (‘Detengan el robo’).
Esta es una teoría de conspiración del conservadurismo estadounidense en la que los partidarios de Trump promovieron afirmaciones falsas de fraude electoral generalizado durante los comicios que ganó Biden. Dijeron, por ejemplo, que aparecieron votos robados en un camión o que, tal como lo previó Trump, terminó votando más gente de la que estaba empadronada.
Pero el efecto de una campaña oscura se percibe no sólo en asuntos de política electoral. Las personas anti vacunas son un colectivo sorprendentemente grande que piensan que estos medicamentos biológicos son, en realidad, un vehículo que utiliza Bill Gates y una parte de la izquierda estadounidense poderosa para meter un chip dentro de los cuerpos de los estadounidenses y poder vigilarlos o matarlos con las antenas 5G.
Otra cantidad sorprendente de personas piensa que hay un complot entre los progresistas de Estados Unidos y de todo el mundo para secuestrar, violar y hasta devorar niños pequeños, en el que participa Hillary Clinton, Barack Obama y su mujer o el músico Bruce Springsteen.
Grupos de personas que se visten como paramilitares están convencidas que hace falta una guerra civil, para poder volver a recuperar los Estados Unidos próspero en el que todos quieren vivir.
Y hay evangelistas convencidos que Donald Trump –un hombre que se ha divorciado varias veces y claramente ha llevado una vida disoluta– es la gran herramienta de Dios para salvar a la nación.
SUSURRAR AL OÍDO:
Estas posibilidades que las redes sociales ofrecen de susurrarle al oído a la gente y decirle lo que quiero oír, le suscita a Marta Peirano varias reflexiones:
La primera es que los seguidores de Trump, en verdad, piensan que son tan especiales que sólo ellos pueden ver la realidad, además de sentirse capaces de salvar la democracia en un país con millones de votantes solamente entrando al Capitolio con unas cuantas banderas, unos radios y armas.
La segunda reflexión es que, en la crisis poselectoral de Estados Unidos, los únicos que tuvieron algo que decir o que pudieron tomar decisiones relevantes fueron tres personas no elegidas democráticamente: los jefes de Facebook, Twitter y Google.
Ellos resolvieron cuándo esa regla que tienen escrita en la que los políticos tienen que ser respetados incluso cuando mienten, ya no funciona; a partir de qué momento son ellos los que deciden por nosotros, para acabar una campaña como la de Stop the Steal; y cuándo una campaña oscura cruzó la línea de no retorno.
La tercera reflexión es qué habría pasado si Joe Biden hubiera ganado por una menor cantidad de votos, si la diferencia entre ambos candidatos hubiera sido mínima.
¿Qué habría ocurrido con todas las demandas de recuento de votos que puso Donald Trump en la mitad de los estados donde perdió, si una parte de las instituciones no hubieran hecho su trabajo independientemente de sus afinidades republicanas o no?
En otras palabras, ¿qué habría pasado si las instituciones y las personas que tienen que defender la democracia y los resultados democráticos, en ese momento se hubieran dejado llevar por sus emociones o sus simpatías políticas, y hubieran aceptado y respaldado la lucha de Trump por invalidar el voto legítimo de varios millones de estadounidenses?
Peinaro concluye preguntándose cómo debemos reaccionar al enterarnos de que esa campaña para invalidar los votos por correo en un año pandémico, llevaba preparándose desde hacía mucho tiempo.
¿Qué significa para la democracia cuando un candidato, incluso un presidente como Trump, pone en crisis la legitimidad de las instituciones que protegen la democracia?
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