La información no es como esas tipografías donde el 9 no es sino un 6 invertido. Sin embargo, en las redes sociales circula la idea de que la vida es como es… según el punto de vista. Uno ve un 6 y quien está enfrente mira un 9.
Esta posibilidad de que dos verdades contradictorias cohabiten amablemente, “siempre y cuando las personas que las defienden se traten con generosidad y comprensión”, dice Ricardo Raphael, se anula porque la verdad no es algo a lo que te puedas aproximar con buenos modales: la Tierra es plana o es redonda, gira alrededor del Sol o es el centro del universo.
“Sin importar cuán grande sea la condescencia entre los seres humanos, los argumentos falsos seguirán siendo falsos y no es honorable ofender la inteligencia humana exigiendo indulgencia. Aceptar como ciertas dos verdades antagónicas –por un supuesto arreglo basado en la mutua cortesía– termina significando una mayor falta de respeto hacia el otro que considerar las razones de cada quien en función de lo que verdaderamente pesan”.
En el prólogo de su libro Periodismo urgente. Manual de investigación 3.0 (escrito en colaboración con Lizeth Vázquez Castillo; INAI-Ariel, 2017), Raphael de la Madrid habla de la posverdad:
Una “enfermedad compleja de nuestra época es el relativismo que quiere considerar como equivalentes piezas de información que no lo son. Es la epidemia de posverdad que tiene como constante el menosprecio por la evidencia, los hechos y los elementos objetivos del contexto. Cuando lo verdadero y lo falso pueden ser confundidos masivamente llegó el momento de preocuparse por la civilización”.
POSVERDAD NO ES VERDAD
Uno de los síntomas de la posverdad es esta dificultad creciente para vivir en comunidad porque “las creencias individuales, la fe o las emociones íntimas adquieren ancla absoluta en la conversación. Esta enfermedad provoca que el monólogo triunfe sobre el diálogo; la gesticulación elocuente sobre los argumentos; las pasiones más bajas por encima de las razones y el marketing desprovisto de sentido sobre la política democrática”.
Las libertades dejan de ser el eje a partir del cual nos relacionamos con los seres humanos, cada vez que se destruye el diálogo razonable y razonado. En Estados Unidos, el miércoles 11 de enero de 2017 cambió la vida democrática cuando Donald Trump se negó a responder a Jim Acosta, periodista de CNN, si alguno de sus asesores se había reunido con el gobierno ruso durante la campaña presidencial.
Trump desestimó la importancia del derecho a la información, y ante la insistencia del reportero arremetió con todo el peso de su investidura: “Usted es fake news”. Lo que lleva a Ricardo Raphael a explicar:
“La noticias fabricadas (fake) son expresiones de la propaganda destinada para desinformar a través de los medios de comunicación. Son noticias intencional y verificablemente falsas, cuya principal finalidad es engañar o confundir a la audiencia. Su motivación es siempre económica o política y jamás informativa o periodística”.
En ese sentido, “el periodismo serio es una disciplina que permite distinguir entre la información fabricada y aquella que podría ser verdadera. Se trata, por ello, de uno de los antídotos más eficaces para enfrentar el relativismo y la posverdad. Sus procedimientos ordenados y sistemáticos ayudan a verificar datos y fuentes, aportan contexto, agregan valor para el análisis, contrastan opiniones y logran trascender las subjetividades”.
PERIODISMO Y CONOCIMIENTO
El periodismo también es un campo del conocimiento humano. Pero la gran diferencia con las disciplinas académicas y sus procedimientos para producir una verdad a partir de una observación rigurosa de la realidad, es el ritmo con el que corren los relojes de las personas consumidoras de sus respectivos productos.
El consumidor de noticias periodísticas no tiene la paciencia del lector de textos académicos. Pero eso no hace al periodismo una disciplina de segunda división. “Academia y periodismo cumplen funciones distintas pero complementarias para el discernimiento informado y metódico que necesitan las personas”.
Si la información es poder, subraya Rapahel de la Madrid, “la información falsa suprime la conciencia humana y, por tanto, aniquila la ciudadanía democrática”.
El periodismo contemporáneo “enfrenta dilemas serios que no se relacionan con su naturaleza y función social, sino con los cambios que están ocurriendo con la estructura noticiosa, así como en las vías tradicionales de financiamiento para las empresas dedicadas a la comunicación. Es evidente que tales dilemas están diezmando la eficacia de su antídoto contra la mentira publicada. Sin embargo, frente a esta realidad lo que se requiere es más y no menos periodismo”.
MÁS OFERTA Y PEOR DEMANDA
El desarrollo de las tecnologías digitales está obligando a la reivención de las estructuras de las empresas de comunicación. Los medios están dejando atrás la Edad Media para entrar al Renacimiento. Y eso significa que “tanto la demanda como la oferta de noticias están experimentando una mutación importante”.
Por el lado de la oferta hay una “dramática reducción de los costos para producir y distribuir contenidos”. Las barreras para entrar a la industria mediática se han desvanecido con la tecnología disponible, que nos permiten elaborar una noticia, subirla a la red y luego obtener dinero por ella. Un video registrado con un teléfono celular puede lograr tanto o mayor popularidad que otro obtenido por el camarógrafo mejor pagado del gremio.
El problema de estos productos amateurs es que muchas veces son elaborados sin control de calidad, es decir, sin que un tercero –por ejemplo, un editor– haya revisado la veracidad de las fuentes o corroborado la solidez de la información. “En los hechos se han debilitado los pesos y contrapesos internos a los que estaba sometido el ejercicio periodístico”.
A esa realidad hay sumar variables como que las audiencias todavía no han aprendido a distinguir entre productos noticiosos. Las verdades periodísticas y las versiones fabricadas se confunden sin que el consumidor esté conciente de ello. Mientras se debilita el control interno de la calidad noticiosa, el control externo –en manos de los consumidores– tampoco a ayuda a confeccionar un contexto de mayor exigencia, enfatiza Ricardo Raphael.
REPUTACIÓN PERDIDA:
Como consecuencia del vertiginoso descenso de la reputación periodística, ya no basta que una información haya sido publicada por la BBC, CNN o The New York Times para que el lector digital la acepte acríticamente.
Hace no mucho el profesional de la información podía padecer sanciones elevadas si se atrevía a producir noticias falsas. Se llegaron a retirar premios como el Pulitzer cuando se descubrió que la realidad había sido falseada. En cambio, las plataformas emergentes son inmunes a este problema.
En miles de sitios nacen, se divulgan mentiras y éstas desaparecen sin que el blog enfrente mayores consecuencias. El problema es que los medios tradicionales compiten por la misma audiencia con esas plataformas no periodísticas.
A los problemas relacionados con la oferta y la demanda noticiosa se suma una tercera variable: la crisis económica de los medios tradicionales. Esas empresas contaron durante décadas con vías de financiamiento que hoy se hallan prácticamente agotadas.
Pero mientras los contenidos periodísticos están siendo consumidos de manera intensiva a partir de las plataformas digitales, los ingresos obtenidos por publicidad no han experimentado la misma migración. En prácticamente todo el mundo, el pastel publicitario –público y privado que antes absorbían la televisión, la radio y los periódicos– se desvío hacia las tesorerías de empresas como Facebook o Google.
PERIODISMO TRASCENDENTE
Esta crisis del periodismo no tiene que ver con la naturaleza el oficio. Como dicen Bill Kovach y Tom Rosentiel en Los elementos del periodismo (2012), si la crisis se explica por el colapso de las vías tradicionales de financiamiento, la sobreviencia dependerá de la manera en que se resuelva el modelo de negocios, no está relacionada con la trascendencia del periodismo.
El trabajo periodístico sobrevivirá porque sus principios y su utilidad social son previos al negocio. “El público no está abandonando las noticias sino los formatos tradicionales para comunicarlas”, cita Raphael a Kovach y Rosentiel.
Los periodistas conteporáneos ya no pueden quedarse en la libreta o la grabadora; están obligados a utilizar una gran caja de herramientas que provienen del desarrollo digital: hoy las bases de datos son vastísimas y las herramientas para la colaboración periodística son casi infinitas.
“En el corazón de estas asombrosa transformación del ecosistema se encuentra el acceso a documentos que antes era imposible obtener… Ciertamente la transparencia y el acceso a la información modificaron la naturaleza del vínculo entre el periodismo y el poder”. Cuando las bases de datos y los documentos públicos están disponibles, deja de ser necesario pedir favores o concesiones para realizar una investigación periodística, resume Ricardo Raphael.
Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com. Esta columna también se puede leer en: www.carvajalberber.com y sus redes sociales.