La derecha política y la derecha electrónica (que abarca a las voces conservadoras en la prensa, tanto como a los perfiles reales, troles y bots en las redes sociales) pronto se olvidaron de la causa de las mujeres. En cuanto vieron la rentabilidad política del coronavirus, decidieron cambiar de bandera.
La emergencia nacional que supone la pandemia del Covid-19 les ha dado a los detractores de López Obrador pretexto para cuestionar no sólo las políticas públicas en materia de salud, sino también las de bienestar.
Reclaman abiertamente que el gobierno suspenda los programas sociales y ahorre esos recursos para enfrentar el apocalipsis del coronavirus. ¡Primero los enfermos! (que todavía no existen) antes que los pobres, es la consigna.
Sumados a una histeria mundial que ha llevado a gobiernos como el de Rusia a cerrar sus fronteras y poner en cuarentena a los sospechosos de estar infectados, la oposición en México pide que adoptemos desde este momento las medidas de distanciamiento social impuestas en Italia y España. O, al menos, que se cancelen como en Estados Unidos los eventos masivos y todo tipo de reuniones mayores a diez asistentes.
Poco le importa a la derecha que todos esos países se encuentren en una fase más avanzada del proceso de contagio al que estamos viendo en territorio nacional. Y quizá exigen que se repliquen de inmediato las medidas de aislamiento tomadas por el gobierno de Felipe Calderón en 2009 para enfrentar la gripe porcina (el H1N1 que hoy conocemos como el borolavirus), porque buscan reivindicar una estrategia de salud pública que causó un daño a la economía mexicana equivalente a varios puntos del Producto Interno Bruto (PIB).
DOCE MONOS
El discurso político y mediático de la derecha no entiende la diferencia entre posibilidad y probabilidad. ¿Es posible que contraiga Covid-19?, sí. ¿Es probable?, hace tres semanas menos que hace dos semanas, esta semana más que la semana pasada, y la próxima semana muchísimo más que esta.
Conforme entremos en la fase de contagio comunitario, las medidas para desalentar la convivencia humana se irán ampliando al ámbito laboral y social, como ya se hizo en el entorno escolar. En ese sentido, el gobierno de la 4T ha seguido al pie de la letra las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, que es una rama de las Naciones Unidas.
Ahora bien, es cierto que esos protocolos fueron diseñados para enfrentar pandemias como la del SARS y el H1N1, no la de Covid-19. Y figuras del altermundismo aseguran que las medidas consideradas en ese plan de la OMS serán insuficientes en el caso que estemos ante un virus con una agresividad sin precedentes.
Un virus que, por ejemplo, no sea resultado de la mutación de una cepa ya conocida sino un producto de laboratorio diseñado como arma bacteriológica. Con esa cepa potenciada artificialmente, hipotéticamente se habría dado un salto de varias generaciones entre un virus contra el que ya tenemos anticuerpos y existen vacunas, y otro que representa una etapa muy adelantada en la evolución de una especie que es nuestro depredador. Recuerden que a los humanos ya no nos comen los leones ni los lobos, nos matan los microbios.
Pero volver política pública una teoría de la conspiración es algo que no va a hacer el Presidente de México, a diferencia de Nayib Bukele, el mandatario de El Salvador que, dando muestras de vocación fascista, provocó una crisis diplomática por creer que viajaban 12 enfermos confirmados de coronavirus en un avión comercial procedente de nuestro país.
DISTANCIAMIENTO SOCIAL
La cantaleta de la derecha es que tenemos que aprender de los errores de otros países que, por no tomar medidas extremas, padecen ahora las consecuencias. Y, entonces, tendríamos que estar recluidos como los españoles si no queremos que el sistema de salud colapse como en Italia.
Sin embargo, la experiencia en China es que la epidemia tiene un ciclo. En la región de Hubei que fue el primer epicentro de la pandemia, ya se levantó la bandera blanca. Los chinos demostraron que es imposible contener el virus, pero sí es posible atenuar el impacto disminuyendo el riesgo de contagio.
En resumen, cada fase de la epidemia exige medidas concretas. Pero es pura demagogia decir que en México la epidemia nos va a pegar durísimo porque López Obrador no suspendió la mañanera ni las giras presidenciales, o que en Jalisco y Colima se lograrán atenuar los efectos porque las vacaciones escolares de primavera se adelantaron tres semanas en lugar de dos como consideró el gobierno federal.
Sin duda se reduce el potencial de contagio de los alumnos, pero no desaparece porque, finalmente, los adultos de la familia pueden traer el virus a casa cuando salgan a trabajar o hacer las compras.
VIVIR AL DÍA
Enclaustrar a las familias es algo que no se puede hacer en un país donde la mayoría de la gente vive al día, y si no sale a trabajar no gana dinero para alimentar a sus hijos. Aquí no hay seguro de desempleo como en EEUU ni renta fija como en Europa.
Sólo los burócratas y empleados de patrones solventes pueden aspirar a cobrar sin trabajar cinco semanas, al resto de la gente le van a trasladar los costos de la parálisis en el sector servicios, especialmente a quienes no son asalariados o completan sus ingresos con propinas y comisiones.
Es fácil exigir que se cierren las fronteras terrestres y se cancelen los vuelos, que se impida el desembarco de cruceros o la importación de mercancías cuando eso no te afecta personalmente. Pero si la gente necesita volver a su país o requiere de insumos que están detenidos en la aduana para un negocio industrial o comercial, el asunto no es tan sencillo.
Que Ricky Martin se disculpe por suspender su gira por México, o que Alejandro Sanz y Juanes hagan un concierto juntos para los fans que los siguen en redes sociales, es bueno para sus relaciones públicas pero malo para toda la gente que perderá ingresos. Y eso incluye a los vendedores ambulantes de souvenirs afuera de los auditorios, no sólo a los empresarios y al personal de staff.
Retrasar las medidas de distanciamiento social hasta que se vuelvan impostergables, es un acto de responsabilidad gubernamental; es saber calcular los riesgos para la salud pública, atendiendo a los efectos inevitables para la economía nacional.
QUEDARSE EN CASA
Por lo demás, más que una política de Estado se requiere conciencia social. El fin de semana largo por el 21 de marzo, cuando el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, se ufanaba de que suspendería clases desde el 17 de marzo e impondría filtros sanitarios en los aeropuertos, puertos marítimos y terminales de autobuses de su estado, porque no lo había hecho el gobierno federal, los playas de Manzanillo estuvieran llenas de tapatíos.
Por su parte, prestadores de servicios turísticos en Puerto Vallarta, Barra de Navidad y todos los pueblos mágicos de ese estado, agradecieron la presencia de vacacionistas.
Esos que piden la presencia del Ejército en las playas para evitar que la gente adelante la Semana Santa, son los mismos que se desgarraron las vestiduras cuando el Presidente propuso desaparecer los fines de semana largos y celebrar las fechas cívicas el día que corresponden en el calendario.
Para dejarlo en claro, si se hubieran adelantado las medidas de distanciamiento social cuando los riesgos de contagio eran improbables, ¡la derecha estaría reclamando la renuncia del Presidente porque paralizó la economía!
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