EL LIBRO SIEMPRE FUE LIBRO

En los años recientes hemos discutido tanto la trascendencia del libro electrónico y el impacto comercial que esta emergencia tecnológica tendrá en el libro de papel, que llegamos a olvidar que un terremoto similar ocurrió cuando apareció en Occidente el libro impreso, un producto que desplazó al manuscrito del mercado editorial.

Algo similar ocurrió con la invención de la escritura que supuso, en el tercer milenio anterior a nuestra era, una mejora en el ejercicio de la memoria. La escritura tendría enormes repercusiones en el pensamiento, de tipo filosófico pero también en el aspecto biológico.

De igual manera, ¿la transformación del manuscrito en libro impreso supuso otra mutación en el cerebro del homo lector? Es decir, ¿empezó a pensar distinto el intelectual que antes leía manuscritos cuando tuvo a su alcance el libro impreso?

Una pregunta semejante se hace Paul Chalus, secretario general del Centro Internacional de la Síntesis, al momento de escribir el prólogo a La aparición del libro publicado en 1958 por Lucien Febvre y Henri-Jean Martin (todas las citas de esta obra en la presente reseña corresponden a la edición del Fondo de Cultura Económica. México, 2005. Primera reimpresión, 2014).

Para Chalus:

“En la carrera del extraño ‘ser’ que es el texto, el escrito, gracias al cual puede transmitirse el pensamiento a través del tiempo y del espacio, aparecen bruscamente características nuevas y revolucionarias. Aunque en un principio su apariencia no cambia nada –el libro del siglo XV se asemeja en todo lo posible al manuscrito– la materia con la cual está hecho es bastante nueva, al menos en Europa: una película vegetal, el papel, que puede fabricarse en grandes cantidades, reemplaza al pergamino de origen animal que sigue siendo raro y costoso. Por otro lado, gracias a los tipos móviles se reproduce infinitamente más rápido y con mayor facilidad: en vez de sumarse lentamente uno tras otro, los ejemplares aparecen por centenas y miles” (p. XIII).

También en los primeros libros electrónicos la apariencia del texto impreso cambió poco en relación al libro objeto, formado con hojas de papel encuadernadas. De hecho, en el formato PDF los textos se ven iguales y los libros parecen idénticos. Incluso en los más modernos dispositivos de lectura (que siguen la idea del Kindle de Amazon) el contenido sigue distribuido en páginas, aunque la cantidad de palabras que alberga cada una varía de acuerdo a la tipografía, el interlineado o el tamaño de la letra. Lo que cambió sustancialmente con el formato digital es el soporte: del papel a la pantalla.

LA APARICIÓN DEL LIBRO

Lucien Febvre inicia el prefacio de La aparición del libro recordando cómo hacia 1450, sobre todo en los países del norte de Europa, aparecieron unos manuscritos muy especiales:

“Por su aspecto, poco diferían de los tradicionales pero no tardó en saberse que estaban impresos en papel o, a veces, en una piel rara y fina –la vitela– con ayuda de tipos móviles y una prensa. El procedimiento era bastante sencillo y la nueva técnica despertó por doquier un vivo sentimiento de curiosidad. En la práctica, estos nuevos libros estaban llamados a producir profundos cambios, no sólo en las costumbres, sino también en las condiciones del trabajo intelectual de los grandes lectores de la época, tanto religiosos como laicos. Tales cambios –no los llamemos revolución–, desbordando sus límites originarios, pronto dejaron sentir sus efectos en el mundo…” (p. XV)

Es importante subrayar que la imprenta de Gutenberg no inventó el libro, ni siquiera al mercado editorial como se piensa generalmente. Y tan importante como la invención de los tipos móviles para el desarrollo de la industria editorial, fue la incorporación del papel al trabajo de reproducción del libro.

No fue pues la imprenta la única de las cuatro grandes invenciones chinas que modelarían la lectura tal como la conocimos en los últimos 500 años, la otra (obviando la pólvora y la brújula) fue el papel. La prensa permitió producir los libros en masa, pero el papel los hizo baratos.

Como comentan Febvre y Martin en un capítulo de su obra dedicada a ‘El libro como fermento’:

“En el transcurso de los siglos que precedieron a la imprenta, los encargados de reproducir los libros a mano habían sabido… adaptar su producción para responder a las nuevas necesidades” (p. 289).

En la primera mitad del siglo XV existían “talleres en los que se copiaba por decenas y aun por centenares los manuscritos más solicitados, libros de horas o piadosos y obras para la enseñanza elemental”. En ese sentido, los contemporáneos de Gutenberg no vieron “en la reproducción mecánica de los textos más que una cómoda innovación técnica, útil sobre todo para la multiplicación de los textos más corrientes”.

Pero el nuevo procedimiento pronto reveló sus enormes posibilidades y sus sorprendentes resultados: “la imprenta hizo mucho más accesibles los libros, aseguró una fuerza de penetración que no podía compararse con la de los manuscritos”. Las casi 35 mil ediciones que han llegado a nosotros, realizadas entre 1450 y 1500, corresponden a cerca de 15 mil textos distintos. Calculando cada tiraje en 500 ejemplares, antes de 1500 se habían producido 20 millones de libros.

BEST SELLERS MEDIEVALES

Febvre y Martin subrayan que impresores y libreros trabajaron siempre con fines lucrativos. Como los editores actuales, los libreros “no se comprometían a financiar la impresión si no estaban seguros de poder vender un número suficiente de ejemplares dentro de un plazo razonable”. La aparición de la imprenta promovió “una mayor circulación de los libros que habían alcanzado éxito en la época de los manuscritos”, y aceleró el proceso para sumergir otros textos en el olvido.

“Poner la Biblia al alcance del mayor número posible de lectores, no solamente en latín, sino también en lenguas vulgares; suministrar a los estudiantes y a los doctores de las universidades los grandes tratados del arsenal escolástico tradicional; multiplicar sobre todo, además de las obras usuales, los breviarios y los libros de horas necesarios para la celebración de las ceremonias litúrgicas y del rezo cotidiano, las de contenido místico y las de devoción popular; y hacer más accesible a un público muy extenso todo ese conjunto de producciones, fueron algunas de las principales tareas de la imprenta en sus comienzos” (p. 294).

Además de los textos sagrados:

“el papel esencial de la imprenta hasta las postrimerías del siglo XV consistió no tanto en difundir las obras recién descubiertas o corregidas por los humanistas como en dar a conocer, multiplicándolos, los escritos por medio de los cuales los hombres de la edad media habían entrado en contacto con las letras clásicas” (p. 294).

Sin embargo, como no era posible imprimir todos los manuscritos que formaban la herencia medieval, se impuso una selección que antes que nada se preocupaba por obtener beneficios y por dar salida a las producciones de los libreros. “En ese sentido, la aparición de la imprenta puede considerarse como una etapa hacia la civilización de masas y la estandarización” (p. 301).

Por otra parte, para los escritores contemporáneos a Gutenberg se creó la posibilidad “de imprimir y difundir sus producciones en múltiples ejemplares y de dar a conocer sus nombres”. Esto fue un estímulo para los artistas de esos nuevos tiempos que en adelante firmarían sus obras, naciendo también para los escritores el ‘oficio de autor’ (p. 303).

Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com. Esta columna también se puede leer en: www.carvajalberber.com y sus redes sociales.

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