Los comicios de 2018 no sólo fueron la elección presidencial que puso fin al régimen neoliberal que los beneficiarios de ese modelo sostuvieron desde 1988, alternando los colores del PRI con los del PAN. Ese domingo 1º de julio también se celebró un referéndum sobre los gobiernos en turno, y los resultados hablan por sí solos:
En Colima, la coalición Juntos Haremos Historia ganó 15 de los 16 distritos de mayoría y el restante también lo perdió el PRI. El lopezobradorismo ganó los dos escaños de mayoría en el Senado y los dos distritos uninominales en la Cámara de Diputados. Además, Morena y sus aliados ganaron los ayuntamientos de Ixtlahuacán, Tecomán, Armería y Manzanillo.
En los comicios municipales, dos ex panistas jugando por Movimiento Ciudadano ganaron la zona conurbada capitalina, mientras el PAN-PAN se quedó con Cuauhtémoc y Comala. El PRI, en un movimiento de péndulo trianual, apenas obtuvo Coquimatlán y Minatitlán.
El PRI sufrió una derrota aplastante que mediante elaboradas operaciones políticas el gobierno de Ignacio Peralta ha tratado de compensar, por ejemplo, rompiendo la mayoría de oposición en el Congreso y adoptando a los ayuntamientos de MC como propios. Pero los amarres políticos no cambian una realidad:
En gran número los colimenses votaron por los candidatos asociados al proyecto de Andrés Manuel López Obrador para hacer patente su rechazo a la administración de Nacho Peralta que, a tres años de iniciada, se empeña en demostrarnos todos los días que el gobierno está acabado.
A eso obedecen las rechiflas y abucheos que JIPS, como todos los otros gobernadores ahora de oposición, ha recibido en eventos públicos: a que todos esos mandatarios fueron reprobados en el referéndum del año pasado. Y, además, a que los gobernadores se resisten a aprender la lección: persisten en los abusos y los excesos que llevaron a la gente a votar en contra de los candidatos que esos mandatarios apoyaron.
En el colmo, hay casos como el de Cuauhtémoc Blanco en Morelos que, a pesar de ser de Morena, saca a relucir el pequeño priista que todos llevamos dentro y por eso también lo abuchearon delante de Andrés Manuel.
A las cúpulas nacionales del PRI y el PAN se les hace fácil hablar de una maquinación ordenada desde Palacio Nacional para organizar rechiflas a los gobernadores en aquellos eventos donde coinciden con el presidente López Obrador, mas todo apunta a una estrategia para forzar un contrapeso al Ejecutivo en la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) y no a una situación real.
CURARSE EN SALUD
Siguiendo la lógica de la prensa oficialista en Colima, se supone que Morena convoca a sus huestes a abuchear a los mandatarios estatales para tapar la rechifla que se espera el Ejecutivo federal va a recibir como reproche de la población por forzar a las estancias infantiles a cerrar sus puertas y dejar sin refugio a las mujeres que son víctimas de violencia intrafamiliar, como resultado de haber recortado o reorientado el presupuesto.
Recuerdo un artículo de Guillermo Sheridan en Letras Libres (pero incluso pudo haber sido en su antecesora la revista Vuelta) en la que el académico de la UNAM filosofaba sobre el sentido de los aplausos en un informe presidencial:
Cuando el PRI era hegemónico, el aplauso era de aclamación. Servía de acento para dar dramatismo a los pasajes del informe en los que el Presidente desglosaba algún logro o prometía realizar una obra esperada.
Cuando la oposición llevó al Congreso sus reclamos por un fraude electoral o por alguna masacre cometida por agentes del Estado, el aplauso priista adquirió otra finalidad: tapar la sonoridad de un coro que llamaba ¡ilegítimo! o ¡asesino! al mandatario nacional.
Como alumno avanzado de los peores vicios del sistema político –dicen ahora los priistas y sus verdaderos pupilos, los panistas–, Morena golpea a los gobernadores para exaltar la figura de López Obrador y que éste crezca a costa de la estatura política de los gobernadores. ¿Neta?
La hipótesis no se sostiene porque en días recientes, más o menos desde que comenzaron las rechiflas, la popularidad de Andrés Manuel ha llegado a niveles impensables para un presidente que, según sus detractores, ha cometido errores de principiante tan graves como dejar a medio país sin gasolina. En la última medición de uno de los periódicos más identificados con la derecha, AMLO alcanzó el 78%.
¿Qué sentido tendría para el Ejecutivo federal enturbiar la relación política e institucional con los gobernadores, cuando no tiene ninguna necesidad de ello?
Así como se ha medido la aceptación del Peje, está registrado el rechazo a esos gobernadores. Y en esas encuestas no opinan únicamente los acarreados a los mítines de AMLO con la supuesta consigna de abuchear al mandatario anfitrión.
Es verdad que, al menos en el caso de Guerrero, grupos locales organizaron rechiflas para el gobernador Astudillo. Y en una de sus conferencias mañaneras, el Presidente fue severo con el infantilismo de esos operadores políticos de Morena.
Los abucheos se han dado. Mas no parecen ser otra cosa que manifestaciones espontáneas, consecuencia de esa euforia triunfalista con la que amplios sectores populares (y también de clase media y alta) recibieron el triunfo de López Obrador en julio pasado.
Hay en la rechifla un dejo del “se las metimos doblada” que Paco Ignacio Taibo II pronunció para otro tema, pero que la gente dedica a los gobernadores que intervinieron en las elecciones pasadas y las perdieron junto con sus candidatos.
Y hay, sin duda alguna, una nueva manera de organizar los mítines durante la visita presidencial. La prensa oficialista ha querido documentar el uso de vehículos para trasladar a las huestes morenistas a Manzanillo, camiones que se utilizaron seguramente para llevar a los beneficiarios de los programas sociales que el Presidente puso en marcha en Colima. Pero el resto de la gente llegó sola y, con toda sinceridad, no necesitaba que nadie le diera cuerda para abuchear al Gobernador.
Al PRI en cambio le hizo falta movilización, acarreo, eso que sabían hacer tan bien pero que dejaron de practicar porque ya no es rentable política ni económicamente. No sólo porque la torta y el refresco son insuficientes para calmar la ira de una población harta de la violencia, la precariedad y la desatención, sino porque de haber movilizado a las fuerzas vivas ninguna garantía tenía el partido del Gobernador de que los operadores no se iban a guardar el dinero –como hicieron en las elecciones pasadas– o de que la gente que recibiera el pago no iba a aprovechar el aventón para abuchear a Nacho.
EL ABRAZO PROTECTOR
Lo cierto es que el Presidente ha querido usar su carisma para acallar el repudio a los mandatarios locales. Les ha cobijado con la promesa de una relación institucional sana y les ha protegido con la advertencia de que, aunque continúen esos gobiernos hasta el término de su periodo constitucional, no habrá más irregularidades en el manejo de los recursos públicos, excesos en los gastos suntuarios ni abusos de poder.
Decir que mientras López Obrador, literalmente, se pone como escudo entre la irritada muchedumbre y el acosado mandatario, el partido del Presidente organiza rechiflas contra el mandatario local, es insolencia. ¿Qué más pruebas quieren de que AMLO no pidió linchar moralmente a Nacho Peralta si al terminar el acto en Manzanillo subieron a la misma suburban?
Pero la impopularidad de Nacho es una realidad. Y a estas alturas del sexenio no sé cómo podrá revertirla. Mientras a Andrés Manuel, sentado en el asiento del copiloto y con la ventana abierta, le gritaba con cariño una mujer: “¡Mi cabecita blanca!”. Nacho, sentado en la segunda fila, del lado del chofer y también con el vidrio abajo, escuchó otra voz femenina increpándolo con los ofensivos apodos que tiro por viaje le espeta en las redes sociales un columnista porteño.
Aparte de odios gratuitos, los que cualquier estadista se gana por el solo hecho de tomar decisiones que afectan a unos porque favorecen a otros, a Nacho lo agreden con asuntos que son resultado de una percepción generalizada y que, ciertamente, no imagino cómo la podrá cambiar:
Asuntos como sus largas ausencias del estado, como el motivo de sus viajes, como la indolencia con la que aborda el problema de la inseguridad o la parálisis económica, como su incumplimiento a compromisos que asume personalmente o como la manera en que se encubren escándalos como el ocurrido en Las Palmas un día antes de la visita presidencial.