El Reformador

Por Humberto Silva Torres

Aunque con menor carga emotiva, hay un registro de equiparable importancia al discurso pronunciado por Luis Donaldo Colosio frete al monumento a la Revolución. Se trata de la XIV Asamblea del CEN del PRI en cuyo documento quedó plasmado un interesante análisis sobre el rumbo que debería tomar el entonces partido hegemónico como instrumento central de un sistema político en decadencia. Las conclusiones de aquellas mesas de estudio convergieron en la necesidad de que la institución política iniciara su cuarta etapa luego de identificar precedentes relativos a su fundación, organización y cambio de siglas.

El periodo electoral de 1988 no sólo reflejó la profunda escisión del otrora partido de Estado, sino que deslegitimó el falso ritual democrático de la transmisión del poder. Ello obligaba a redefinir su papel ante un escenario de ebullición social que ponía en riesgo su continuidad, mientras que las nuevas circunstancias de competencia política forzaron a su vez la exploración de alternativas al modelo vertical y autoritario. La iniciativa reformadora, impulsada por la corriente progresista que decidió mantenerse en la institución tras el éxodo cardenista tenía ya a la cabeza al propio Luis Donaldo, y fue en septiembre de 1990 cuando convocó a debatir sobre la democratización de ese partido. “Para realmente reformarnos, teníamos que enfrentar nuestra propia conciencia y los señalamientos de la conciencia pública de los mexicanos. Sólo así podíamos abrir el nuevo camino y deshacernos de anacronismos y de obsolescencias”, expresó en ese momento quien a la postre resultó candidato presidencial.

Colosio y su círculo de asesores entendieron desde su arribo al CEN priista la conveniencia de adaptar el partido a las exigencias sociales como una forma de anticiparse al colapso del régimen; el momento les brindaba la inmejorable oportunidad de rediseñar las pautas de acceso al poder desde sus entrañas y para lograrlo debían trabajar -primero- en la construcción de vías más democráticas y menos dependientes de un corporativismo simulador. En ese proyecto de composición interna las organizaciones presentarían mayor grado de afectación como lo plasmó en su completo ensayo Guadalupe Pacheco: “reformarlo para transformarlo en un partido competitivo moderno, necesariamente afecta los intereses de las organizaciones sectoriales […]. (Pero) si se logra la reforma del PRI y su conversión en un partido competitivo, con una maquinaria electoral moderna y autónoma respecto a las organizaciones como instituciones de control social, el régimen mexicano estará en condiciones de iniciar un proceso de transición democrática”.

Lo que proponía Luis Donaldo era “descorporativizar” el partido, reducir sustancialmente la directriz burocrática, establecer el reconocimiento pleno a los derechos y libertades de la militancia independiente, y conceder autonomía a las organizaciones respecto a la definición de sus dirigentes. Al paso de los años, Alfonso Durazo Márquez, ex secretario particular de Luis Donaldo, destacó el reto que significaba promover el pluralismo en una institución donde la unanimidad es la regla: su amigo, dijo, “fue un hombre que “pretendió reformar el poder y la consecuencia fue su muerte”.

EL FUJIMORAZO

Otro de los personajes que fue cercano a Luis Donaldo es el copropietario de SDP Noticias Federico Arreola. En una interesante charla con Julio Hernández López “Astillero”, el regiomontano narró ante los micrófonos de Radiocentro algunos pasajes de su experiencia personal que delinearon su visión de los hechos. El columnista fundador del diario Reforma extrajo entre el cúmulo de anécdotas una en particular que ilustra el deterioro de la relación Salinas-Colosio. De acuerdo con el relato, el político sonorense llegó a confesarle su preocupación por el cambio de actitud del presidente de la república a quien decía entender cada vez menos; no obstante, recordó que entre la incertidumbre de aquellos días el entonces candidato comprimió en una frase su determinación para continuar en la carrera presidencial: “yo no me voy a enfermar”.

Arreola, como otros personajes que fueron testigos directos del entramado del poder, evoca al proyecto releccionista de Salinas de Gortari para sugerir algunas de las claves: “Salinas pensó que podía alterar la historia de México y dar una especie de Fujimorazo”. Esto es, añadió, “generar condiciones raras para seguir en el poder”. ¿Crees que fue una ejecución ordenada desde lo más alto del poder, que en ese momento lo concentraba Carlos Salinas?, acotó el entrevistador. “Carlos Salinas o Raúl Salinas de Gortari”, fue su respuesta.

Asociada a esta hipótesis, el archivo digital de las redes nos permite acceder a una añeja charla televisada a mediados de los 90 en la que Porfirio Muñoz Ledo respondió así a un agudo cuestionamiento por parte periodista Ricardo Rocha: “de modo quizá imprudente (Luis Donaldo Colosio) reveló que no estaba dispuesto a ser cómplice de la corrupción. Recibió llamadas de Raúl Salinas para que se entrevistara con capos de la droga… él se negó. (José María) Córdova le mandó un discurso prefabricado para que apoyara a Salinas… él se negó y lo mataron. Mataron a un presidente (sic) por negarse a ser cómplice”.

POLÍTICA FICCIÓN

Si hay una fecha realmente incómoda para los priistas es el 23 de marzo. Como hace 25 años la conmemoración de la muerte del señor Colosio abre un espacio para invocar los reclamos de millones de mexicanos que quedaron inconformes con las investigaciones del caso. La ola de abucheos como los intentos de sillazos al presidente de la república en el primer acto póstumo deben haber marcado un episodio traumático entre quienes han rotado posiciones en la cúpula tricolor. El resultado es que a lo largo de dos décadas y media la norma ha sido procurar actos discretos y marginar de los espacios oficiales la narrativa crítica proveniente de quienes fueron sus colaboradores más cercanos. No es casual entonces, que la dirigencia nacional haya emprendido una campaña de contención de daños en un marco donde el gobierno de López Obrador desclasificó los archivos de las investigaciones y en donde la nueva generación de votantes tendrá la posibilidad de ver, mediante el último estreno de Netflix, la dramatización de lo que se conoce como la mafia del poder. Sin embrago, lejos de practicar el más elemental ejercicio de autocrítica, la intención del discurso parece encaminada más exculpar a Carlos Salinas que a rescatar el legado ideológico de Donaldo.

La tesis de la conspiración yanqui expone tal fragilidad argumentativa que la propia historia vuelve incompatible su conclusión. Al margen del acertado contexto internacional de aquellos días, resulta difícil comprender cómo fue que al gobierno de Washington le estorbó la cabeza de una generación de jóvenes que preparó especialmente para arribar al poder y administrarlo mediante concesiones ventajosas a las empresas estadounidenses. Y es que al igual que De la Madrid y Salinas, el propio Luis Donaldo cumplía con una condición que se convirtió en requisito indispensable durante el periodo neoliberal: contar con estudios de postgrado en las mejores universidades extranjeras.

Como doctorante de economía en la Universidad de Pensylvania, Colosio Murrieta compartía el enfoque de la economía global aun cuando en sus discursos incorporaba matices nacionalistas. Sin caer en las especulaciones de cómo habría sido su gobierno, lo cierto es que su propuesta nunca se basó en el cambio de modelo económico sino en reformar el ejercicio del poder para dar pie a la justicia social.

Si en todo caso el proyecto estadounidense era orientar la transición (más) hacia la derecha, Diego Fernández de Cevallos no habría desacelerado “misteriosamente” su campaña luego de aplastar en aquel famoso debate a Ernesto Zedillo. La elección del 94 pasó a la historia como la más conflictiva de la era moderna, pero también como la última de aquel poder presidencial omnipotente, capaz de recurrir a la sustitución violenta de un candidato y pactar con otro una derrota anticipada.

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