ESTACIÓN SALVADOR

Como ‘La Carta de Tepa’, Desde la ventana de los recuerdos. Anecdotario de Arnolodo Vizcaíno (Puertabierta Editores, 2021) es un mapamundi de Buenavista donde está pintada la parcela de Arnoldo y se alcanza a ver la vaca Chaquira, como se alcanzan a ver desde el aire sus corrales, sus bodegas, su bordo, su bosquecito de rosas moradas y sus tamarindos, sus guanábanos, en fin, su rancho; “hasta las gentes que anden ahí trabajando”.
 
Tan cerca, tan lejos de la ciudad de Colima, la Buenavista de la infancia de Arnoldo tenía –como la Santa Marta de la canción colombiana– tren pero no caminos transitables todo el año, ni calles, ni redes de agua y drenaje; se ofrece –como dice el memorioso Vizcaíno–, ni electricidad. ¡Ya no digamos tranvía!
 
Incluso trasladarse a la cabecera municipal, Cuauhtémoc, implicaba una penosa travesía, pero en la Estación Salvador uno podía abordar el tren de pasajeros e ir y venir a Guadalajara ¡en un mismo día! Esa modernidad victoriana se le debían a Porfirio Díaz que estimó tanto a su compadre Salvador Ochoa como para mandar poner una estación de ferrocarril en su hacienda.
 
Los colimenses perdimos el camino de hierro por culpa de Ernesto Zedillo, el mismo al que increpó Arnoldo diciéndole “es usted un corrupto” cuando el presidente de la república no quiso saber del fraude electoral cometido por una razón de Estado. En los tiempos de hoy –cuando doña Beatriz Gutiérrez Müller se niega a asumir el rol de primera dama–, esa razón resulta tan incomprensible e injustificable como lo era en su momento. Torcieron la ley para que Cuauhtémoc, el municipio de donde era oriunda la esposa del futuro mandatario, no fuera gobernado por un alcalde de oposición, Arnoldo Vizcaíno.
 
Zedillo privatizó los ferrocarriles y los nuevos concesionarios nos privaron del servicio de pasajeros. Un presidente anterior construyó un aeropuerto que lleva su nombre, Miguel de la Madrid, y por eso a Buenavista –como escribió el poeta Víctor Cárdenas– “ahora llegan aviones” (Ah, y también mototaxis).
 
Según la dirección que se aproximen esos aviones, en sobrevuelo se alcanzan a ver las barrancas, el serpenteo del ferrocarril y la autopista que sigue sin poder ser de cuatro carriles en el tramo donde se asfixia la comunicación con Jalisco. Con el apoyo de las tropas al mando del general Guedea, Arnoldo Vizcaíno consiguió la única victoria ciudadana contra la operadora de la supercarretera: evitar que “abusiva, arbitraria y torpemente” cancelaran los accesos a los predios colindantes con dicha vía.
 
La ventana desde la que se miran esos recuerdos permite asomarnos a una región (Cuauhtémoc, el norte del estado, el territorio de Colima, el occidente de México) donde el niño que Arnoldo fue, vivía en un mundo rural tan diferente al entorno urbano de una ciudad capital que ya para entonces presumía de tener avenidas con camellones.
 
“Buenavista, en los años 50 y principios de los 60 del siglo pasado, y aun antes de esos años, era una comunidad con costumbres diferentes a la mayoría de localidades. En algunos de sus rasgos no se parecía a El Trapiche o Alcaraces, poblaciones bien comunicadas, pero en otros rasgos más se asemejaba a Alzada o Tepames. Evidentemente que el aislamiento y la incomunicación con el resto del mundo siempre ha sido un factor que influye de manera muy importante en las costumbres de la gente de una localidad, para bien o para mal.”
 
Esas costumbres se expresan en muchas de las ‘Historias de Cuauhtémoc y anécdotas de familia’ que conforman la primera parte del libro. La segunda parte cuenta la ‘Vida y peripecias en el norte’, a donde se fue Arnoldo a trabajar de maestro y donde acabó construyendo un Frente Magisterial Cardenista que le dio al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en Baja California uno de sus tres triunfos estatales, junto al Distrito Federal y, cómo chingados no, Michoacán.
 
En la ciudad de Colima en aquellos años el procurador de Justicia trataba de desarmar a los empistolados, pero en el campo los jóvenes se hacían hombres cuando les regalaban un revólver o una escuadra. Por lo mismo, era frecuente que los pleitos terminaran en duelo. Hagan de cuenta como en la entrada de la música en honor de San Rafael, pero todo el año.
 
POLÍTICA CUESTA ARRIBA
 
La tercera parte del libro son ‘Anécdotas políticas’: las de un luchador de izquierda, las de un político de oposición, las de un dirigente partidista que vio nacer y morir en vida al PRD, hoy meras siglas que fueron rebasadas por el movimiento de López Obrador cuyo triunfo electoral, en 2018, se materializa en Colima con la victoria de Indira Vizcaíno.
 
Como dijo la ministra de la Suprema Corte, Yasmín Esquivel: “Nos tardamos, pero llegamos”. Eso se lo podría decir Indira a su papá, pero lo decimos en su nombre todos los que desde 1938, 1968 o 1988 –aunque podríamos fijar el punto de partida lo mismo en 1997, en Colima, que en 2006 a nivel nacional– peleamos en distintas trincheras por acabar con un régimen autoritario y antidemocrático, defensor de los privilegios y la desigualdad.
 
Aunque hoy pertenece al bando de los vencedores, la actividad política de Arnoldo Vizcaíno fue siempre cuesta arriba. Fue candidato a gobernador cuando los priistas en Colima se reían de la izquierda, ya que ni siquiera tenían por qué temerle a los panistas. Fue diputado local de la legislatura 10-10, y construyó un liderazgo opositor pese a que el PRD era el bloque más pequeño. Hizo huelga de hambre, innumerables plantones y, al final de los días aciagos, enfrentó a la justicia federal por una acusación de sabotaje al puerto de Manzanillo. Arnoldo supo que la suerte le había cambiado cuando “la joven y hermosa juez” Lorena Josefina Pérez Romo dictó sentencia:
 
“Como verá, señor fiscal, en el banquillo de los acusados no está ningún delincuente, yo veo a un líder social que, junto con los miembros de su agrupación, decidieron ejercer su derecho constitucional a la libre manifestación. Busque en otra parte a los delincuentes, quizá estén entre quienes hoy representa. En cuanto a usted, señor Arnoldo Vizcaíno Rodríguez, queda exonerado y absolutamente libre de toda imputación.”
 
La cuarta parte del libro son las ‘Anécdotas y reivindicaciones campesinas’ de un profesor combativo que, concluido su ciclo magisterial, se concentró en las labores del campo, como productor y promotor de una organización de productores dispuestos a zanjar la brecha que separa a los propietarios rurales de los ejidatarios.
 
En uno de esos relatos se me menciona: retrasé el cierre de edición en el Ecos de la Costa para cubrir la invasión que un grupo de campesinos de Buenavista, encabezados por Arnoldo, habían hecho sobre las tierras ociosas de político jalisciense Jesús González Gortázar. La historia de cómo el gobernador Carlos de la Madrid acabó pagando la indeminización de esas tierras es digna de un thriller.
 
DEDICATORIA OCULTA
 
Fabulador innato, en este su segundo libro Arnoldo Vizcaíno es un narrador habilidoso que sabe poner por escrito lo que aprendió a contar con la malicia literaria de la que carecen muchos estandoperos, a una selecta audiencia conformada por familiares, amigos y compañeros de lucha.
 
Este anecdotario, género tan querido por los políticos colimenses, es, sí, como el título lo sugiere, una ventana a un paisaje que ya cambió, a un país que ya no es, a un estado que dejará de ser en breve lo que fue durante décadas. Es el repaso de una historia que nos pertenece a todos, sobre todo a las gentes de Cuauhtémoc que, como Arnoldo, suelen recrear el pasado trayéndolo al presente con una mezcla de erudición y sentido común.
 
A Arnoldo hay que leerlo con tanto gusto como lo hemos escuchado. Para quienes lo han tratado, muchas de esas historias ya son conocidas. Es el oficio de contar lo que las hace novedosas. Este libro debería tener una edición como audiolibro, por supuesto en voz de su autor. La entonación, los silencios oportunos, la exclamación precisa, serían la otra mitad de la experiencia lectora.
 
Y ya que hablamos de transmedia, debí haber hecho una advertencia al inicio: esta reseña puede contener spoilers. Pero termino con tres momentos que suponen una dedicatoria escondida: “A mis hijos”.
 
1.- Juanedi, la hija mayor, regresó de Cuba donde asistió a los festejos de la Revolución de 1988, tras un viaje que se prolongó 15 días. Al recibirla en el aeropuerto, la muchacha corrió hacia su padre, no para darle el fuerte abrazo que Arnoldo imaginaba y esperaba, sino para presumirle “una foto donde el legendario líder, el comandante Fidel Castro, la saludaba de beso en la mejilla”.
 
2.- Un policía federal de caminos detiene al conductor que viajaba con ligero exceso de velocidad. Arnoldo que se jacta de nunca haber charoleado, entrega sus documentos al oficial y para su sorpresa le condona la multa: “¿Es usted pariente del porterito del Atlas? …Lo felicito, yo también tengo un hijo que es compañero del suyo… Ayer ganamos porque su hijo detuvo por lo menos diez tirazos que iban a gol. Entre ellos dos penales”. Hablaba del pequeño Arnoldo, el mismo que siempre traía la camiseta de las Chivas abajo de la del Atlas.
 
3.- Cuando Indira tenía tres años, con voz “chiqueada” y en honor de la cantante colombiana llamó La Chaquira a una vaca cruza de Holstein con cebú. “Noble, mancita, excelente para dar leche”. Esa vaca murió de vieja a los 16 años, pero una vez metafóricamente se salvó de que le cayera encima el avión donde Arnoldo Vizcaíno y Armando de la Mora venían de la Ciudad de México. En lugar de enfilar a la pista, los pilotos confundidos por la poca visibilidad estuvieron a punto de aterrizar en la parcela de Arnoldo.
 
Se salvó La Chaquira, como se salvó el chivo que el niño Arnoldo crió “dándole primero leche en biberón y después trayéndole del campo pasto, siempre verde, y llevándolo a que comiera chilillos y hojas de huizache”.
 
Bueno, se salvó por 15 días, porque al tiempo su padre encontró al chivo, “gordo y tiernito” y se lo ofrendó al gobernador Francisco Velasco Curiel en una comilona. Se vengó Tacho del niño que, en su travesura de esconderle el animalito al birriero, en la visita anterior de don Pancho a casa de los Vizcaíno lo obligó a “matar dos guajolotes (pichos) y varias gallinas, para salir del paso”.

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