Atrapado en su promesa de campaña de bajar los índices de violencia criminal en cuanto asumiera el poder, por la principal razón de que se acabaría la connivencia entre las autoridades federales y la delincuencia organizada, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha visto crecer en sus primeros meses la cifra de homicidios dolosos.
Las causas son muchas y, más bien, es un problema multifactorial: por un lado se maquillan menos las cifras; por otro, los grupos delincuenciales han intensificado sus ataques contra otros carteles y contra la población civil, como ocurrió en Minatitlán, Veracruz.
Somos una ciudadanía a la que los criminales agreden como parte de una campaña sistemática de terror para disuadirla de no dejar de pagar la droga o la cuota de protección.
El incremento en la violencia inherente al narcomenudeo y la asociada a actividades criminales relacionadas con el cobro de piso, secuestro o extorsión, se debe en buena medida a que la delincuencia organizada no ha llegado a un entendimiento con el Estado.
En pocas palabras, la nueva administración federal y los regímenes de nuevo cuño en estados y municipios no han querido vender la plaza. Y ‘la maña’ –mexicanismo para la mafia– está calando al Gobierno.
“YO TENGO OTRAS CIFRAS”
El enfrentamiento con el protagónico periodista Jorge Ramos demostró que las cifras de inseguridad agobian al nuevo gobierno.
El presentador del noticiero estelar de Univisión consiguió un asiento de primera fila en el Salón Tesorería y el primer turno para preguntar en la mañanera de Palacio Nacional, con el garlito de agradecer a López Obrador haberlo ayudado a salir de Venezuela donde lo habían retenido por la insolencia de llamar “dictador” a Nicolás Maduro.
Ya con el micrófono en mano, Ramos evidenció que su línea editorial es mostrar un México tan inseguro como para que sea justificable construir un muro en la frontera con Estado Unidos. Con todo, es imperdonable que el gabinete de Seguridad no tuviera preparada una explicación sobre el aumento en el número de asesinatos, notable incluso en las estadísticas oficiales.
Al gobierno de la 4T le está haciendo falta una narrativa distinta a la de la herencia maldita de los sexenios anteriores para explicar por qué, con el solo cambio de régimen, no ocurrió el milagro de detener la violencia asociada a la disputa de los carteles de la droga que, como sabemos, evolucionaron ya a otras industrias delictivas.
LA GUARDIA NACIONAL
La respuesta del nuevo jefe de Estado al desafío criminal es la puesta en marcha de la Guardia Nacional, a la que todavía le falta reglamentación.
Atrapado en otra promesa de campaña –la de sacar a las fuerzas armadas de las calles y regresarlas a sus cuarteles–, después de reunirse con el general Cienfuegos, secretario de la Defensa con Peña Nieto, el entonces presidente electo López Obrador cambió diametralmente su discurso sobre la Guardia Nacional.
Si en el proyecto progresista de nación se habló durante más de 12 años de una institución civil, ya como gobierno electo la Cuarta Transformación reconoció la necesidad de una organización militarizada, pero con mando civil.
Al calor de la discusión de la reforma para conformar la Guardia Nacional y librarla de las limitaciones impuestas por la Suprema Corte al declarar inconstitucional la Ley de Seguridad Interior, la idea de mando civil mutó a un mando con doctrina militar.
Ante la polémica internacional, se aceptó que el titular de la Guardia Nacional sería un oficial ya separado del Ejército o la Marina, pero López Obrador acabó nombrando a un general “en proceso de retiro”: Luis Rodríguez Bucio.
Aunque el secretario de Seguridad Ciudadana, Alfonso Durazo, es un civil, el comandante de la Guardia Nacional es además de diplomado en Estado Mayor –requisito para todos los jefes castrenses que aspiran a ser comandantes de zona y de región– maestro en Administración Militar, doctor en Seguridad y Defensa Nacional, y experto en investigación sobre narcotráfico.
Rodríguez Bucio contará además con un estado mayor integrado por una representante de la Policía Federal, uno del Ejército y otro de la Armada, que combinan el conocimiento científico con la experiencia táctica y en tareas de inteligencia.
Este mando conjunto dibuja perfectamente lo que la Guardia Nacional es: la suma de efectivos de la Policía Federal, la Policía Militar y la Policía Naval, reforzados con elementos provenientes tanto del Ejército como de la Marina, a quienes les cambiarán uniforme para hacer realidad la oferta electoral de no usar a las fuerzas armadas en tareas de seguridad.
“UN SOLDADO EN CADA HIJO…”
Amén de su fascinación por los símbolos patrios decimonónicos, especialmente los que tienen que ver con el juarismo, Andrés Manuel López Obrador llama ahora Guardia Nacional a la corporación que en otros sexenios se llamó Policía Federal Preventiva y, en una de sus divisiones, Gendarmería Nacional, porque Guardia es un concepto que ya estaba en la Constitución.
La Guardia Nacional que este lunes 29 de abril inició operaciones, fue fundada en 1846 por el presidente provisional José Mariano Salas ante la amenaza de invasiones extranjeras, como milicias ciudadanas complementarias del ejército regular.
Esta concepción original quedó plasmada en la Ley del Servicio Militar. Y su importancia como fuerza de pacificación, señaladas en sus objetivos de conservar al país de amenazas exteriores e interiores, y conservar el orden público.
Mucho se ha discutido si las fuerzas armadas deben dejar las calles, pero la verdad es que nunca han estado acuarteladas. Como no sea en caso de guerra contra un país enemigo, no se entiende la existencia misma ni el gran número de batallones que hemos tenido en las últimas décadas si no fuera para tareas como las de erradicación de cultivos de mariguana y amapola.
Incluso el crecimiento de la infantería de Marina, a despecho de un número limitado de marineros que forman la tripulación de nuestras naves de guerra y guardacostas, se justifica por el uso que se le ha dado a unidades que en teoría son para el desembarco, en acciones contra bandas criminales.
El contrabando y el narcotráfico marítimo, por no hablar de la pesca clandestina, justificarían el crecimiento de nuestras flotas. Pero lo que ha crecido de la Armada son sus fuerzas terrestres, porque indudablemente se han estado utilizando en labores tierra adentro.
En el discurso de AMLO, se ha mencionado el ideal de reservar las tropas del Ejército y la Marina para actuar en misiones de paz en el extranjero. Pero la realidad exige que, por lo pronto, con el uniforme de la Guardia Nacional las tengamos que usar para someter a sicarios y desarmar autodefensas, convertidos unos y otros en verdaderas fuerzas beligerantes.
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