El gran mérito de los Folcloristas Unidos no es haberse coordinado para que 900 bailarines, de 37 agrupaciones distintas, ejecutaran sincronizadamente sones tan conocidos como La Iguana o el Camino Real de Colima a todo lo largo del tramo céntrico de la calle Madero.
El mérito es haber logrado conciliar dos concepciones opuestas del baile folclórico que se ignoraron mutuamente desde los inicios de los años 80, aunque al paso del tiempo se fueran influenciando recíprocamente en forma casi natural.
En la ceremonia protocolaria afuera de Palacio de Gobierno, al término del gran bailable callejero se entregaron reconocimientos a impulsores de la danza folclórica en Colima, sin mayor distinción que el motivo:
Los hermanos Irma y Salvador Dávila Esquivel, por su contribución a la creación y ejecución del Son de la Iguana (nuestro equivalente simbólico a la Danza del Venado); Felipe Silva Maldonado, por su ejecución de El Camino Real; Rafael Zamarripa, por su contribución a la difusión internacional de los sones colimenses a través del Ballet Folclórico de la Universidad de Colima, y Manuel Hernández Luna, coordinador del evento y presidente de Folcloristas Unidos de Colima.
BAILARON PAREJITO
El gran número sobre la calle Madero fue una hazaña coreográfica y escénica. A la altura de La Barata Permanente, el almacén de ropa que ha sido propiedad de la familia del alcalde Leoncio Morán desde la generación de su abuelo, se instaló un templete para el mariachi de la Universidad de Colima. Y a partir de ese punto se extendió una red de bocinas hacia un lado y otro, hasta cubrir con sonido cuatro cuadras de la calle principal.
Una o dos parejas de cada compañía que formaron parte del gran cuadro habían acudido a una serie de ensayos para tomar nota de los pasos, movimientos y evoluciones. Y luego compartieron esta coreografía con sus propios grupos.
No obstante el montaje a control remoto, el ensamble final resultó casi perfecto, como lo muestran los videos subidos a las redes sociales. Especialmente ilustrativas son las imágenes que se tomaron desde arriba, por la ventana de alguno de los departamentos encima de los locales comerciales.
Entiendo que la presentación el sábado por la tarde fue, al mismo tiempo, ensayo general. Y si algún bailarín perdió el paso no se notó tanto como la falla de sonido que hubo en uno de los segmentos. Pese a que los bailarines afectados por la desconexión de la bocina siguieron zapateando al ritmo de los demás grupos, la gente que observaba no entendió lo que pasaba y empezó a cruzar la calle estorbando a las parejas.
Cabe destacar que en el largo cuerpo de bailarines había los mismo estudiantes avanzados o graduados de la licenciatura en Danza de la UdeC, que ejecutantes experimentados pero sin formación académica de los varios grupos reconocidos del estado, integrantes de grupos amateurs, escolares con más entusiasmo que técnica y hasta personas con alguna discapacidad. Sin embargo, los conjuntos se veían parejos.
PURISMO CONTRA ESPECTÁCULO
Lejos quedaron el sábado las incomprensiones entre la danza espectacular que trajo a Colima Rafael Zamarripa y el purismo folclórico que defendían, en su tiempo, maestros como Manuel Hernández Luna con su grupo de Villa de Álvarez.
Viejo alumno de Amalia Hernández, sin duda la gran exponente de la proyección escénica de la danza folclórica mexicana; él mismo bailarín estrella en el Ballet Folklórico de México durante sus años como ejecutante; reputado artista plástico, coreógrafo y director del Ballet Folclórico de la Universidad de Guadalajara durante una década, y desde hace 40 años director del grupo folclórico de la Universidad de Colima, Rafael Zamarripa es autor de una técnica de zapateado conocida como Raza, que según los que entienden de eso combina la fuerza sonora del taconeo andaluz con el elegante vigor del baile tradicional mexicano.
Su debut al frente del Ballet de la UdeC en 1981 causó tanto entusiasmo entre el público, como controversia entre otros promotores del folclor que criticaban la manera en que las formas de la danza tradicional se habían modificado sobre un escenario, estilizándolas.
El estreno del primer programa del ballet universitario ocurrió en un teatro, el de la Casa de la Cultura de Colima. Requirió de luces y decorados, además del vestuario. El público colimense estaba acostumbrado, en cambio, a ver sus grupos folclóricos bailar en patios de escuela, atrios de iglesia, auditorios municipales y teatros al aire libre.
Hoy los contrastes entre la danza como espectáculo y el baile folclórico como recreación de una costumbre ancestral, ya no causan conflicto. Como lo demostró el sábado por la tarde, la comunidad dancística colimense tiene muy claras las distintas dimensiones del baile folclórico.
Con maestros como los hermanos Dávila, el folclor ha tenido siempre una función educativa a través de la danza que se practica en las escuelas, como parte de la asignatura de actividades artísticas y culturales.
Tendríamos que empezar a promover el baile también como una actividad de educación física, que desarrolla coordinación motriz y disciplina tanto como el deporte, aunque sería muy fuerte la tentación de los alumnos de concentrarse en el baile urbano, tipo reguetón, en lugar de otras danzas más exigentes.
Celebremos también la vigencia de un esfuerzo de rescate y preservación cultural como el que lleva décadas realizando el maestro Hernández Luna en la Villa, junto a otros impulsores de grupos independientes en los municipios, algunos incluso a nivel de barrio, colonia o comunidad rural.
Hay importantes promotores del baile folclórico entendido como una actividad recreativa, cuando no lúdica, en casas de la cultura y centros comunitarios. Muchos de esos instructores, no siempre reconocidos oficialmente y mucho menos remunerados por alguna autoridad local, formaron parte de grupos dancísticos más grandes, señaladamente del Ballet de la Universidad de Colima.
A ellos y ellas se debe en buena medida la estandarización de los cuadros folclóricos que hicieron posible que grupos tan diferentes en su origen, ejecutaran una misma coreografía en forma orgánica.
Esos ex bailarines universitarios aterrizaron a nivel comunitario (y sin otra pretensión para los alumnos que el goce estético, es decir, el simple placer de bailar) la técnica, la coreografía y hasta el repertorio de Rafael Zamarripa.
Evidentemente, el cuadro de Las Comaltecas de aquel primer programa del Ballet Folclórico de la Universidad de Colima, ha sido inspiración o influencia para todos los maestros e instructores que llevaron a sus grupos a bailar a la calle Madero.
Pero hay otra seña de identidad en los folcloristas colimenses que, por habernos acostumbrado a verla, no se le mencionó en la entrega de reconocimientos. El traje que hoy consideramos típico de la mujer colimense (torso ajustado sobre amplios olanes y vivos color fucsia sobre un fondo de manta cruda), fue diseñado por el gran creador de la imaginería colimense, Alejandro Rangel Hidalgo, a partir de la combinación cromática del alfajor.
La prenda forma parte del vestuario de todos los grupos folclóricos de Colima, tanto los que tienen un enfoque purista como los más inclinados a la estilización. Y es el que lucen las representantes del estado en la etapa de traje típico de los concursos de belleza.
Pero es tan antiguo como lo pueden ser las primeras bailarinas del grupo universitario, algunas de las cuales ya son abuelas. Ese vestido bajó del escenario, pasó por las pasarelas de los certámenes de belleza y el sábado ganó la calle.
MURIÓ ADOLFO MEXIAC
A los 92 años murió en Cuernavaca Adolfo Mexiac.
Michoacano de nacimiento, mantuvo vínculos con Colima desde mediados de los años 80 cuando el rector Humberto Silva Ochoa lo invitó a realizar el mural Autonomía, en el que yo como otros universitarios de la época, casi como travesura, ayudamos a Mexiac y a su esposa Patricia Salas a colocar piedritas.
Quizá el último sobreviviente del Taller de Gráfica Popular, en el centro cultural que lleva su nombre en el Jardín Corregidora se exhibe uno de sus grabados emblemáticos: el rostro de un indígena amordazado con una gruesa cadena rematada por un candado. Titulado ‘Libertad de Expresión’, fue el símbolo del Mayo francés y del movimiento estudiantil de México en 1968.
Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com.