LA ACADEMIA REAL

A la memoria de la maestra Carmen Silvia Casanova

Los mexicanos seguimos viendo en la Academia de la Lengua a un policía del buen español, quizá influidos por el recuerdo de aquella Comisión para la Defensa del Idioma que se integró en los años ochenta.

Pero, en realidad, el papel de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), como las de sus similares en España y el resto de América, va mucho más allá de sancionar lo que es correcto o incorrecto en el uso del español, explica el director de ese organismo, el poeta y filósofo Jaime Labastida:

“Las academias americanas nacieron a instancias de la Real Academia Española. Los peninsulares se dieron cuenta, ya casi al finalizar el siglo XIX, que no había manera de recuperar las antiguas colonias que tenían en este continente y pensaron que la única manera de mantener una cierta unidad en sus antiguos dominios era a través de la lengua.

“En efecto, hay una gran variedad en el conjunto de la América Hispana. Incluso en México las formas de habla del español son muy distintas. Pero ciertas estructuras se mantienen firmes y nos permiten leer lo mismo un libro que se edita en Buenos Aires que otro publicado en Madrid, Bogotá o Ciudad de México.

“En lo fundamental, salvo el caso de la narrativa que usa muchos localismos, hay un español generalizado que se puede manejar perfectamente bien, y nos entendemos a pesar de algunas particularidades léxicas. En Cuba uno no puede decir ‘papaya’, como no puedes decir ‘cajeta’ en Argentina. Pero fuera de eso, a los cinco minutos aclaras qué quisiste decir con la palabra y se acabó el problema”, expone el también director de Siglo XXI Editores.

Entrevistado en Colima a donde vino a recibir el reconocimiento al mérito literario “Juan José Arreola” que le otorgaron la Universidad, la Secretaría de Cultura y la fundación cultural Puertabierta, Labastida subraya que las academias americanas nacieron como correspondientes de la Real Academia Española, y eso significó durante mucho tiempo que tenían una relación con la RAE pero no entre ellas.

“Eran correspondientes con un centro, pero seguía siendo Madrid la metrópolis. Eso se rompió. La gente cree que las academias americanas están subordinadas a la Real Academia, pero no es así. Y se debe a México y a un presidente mexicano: en 1951 la Academia Mexicana de la Lengua convocó al primer congreso de las academias de la lengua española, que nunca antes se habían reunido. Ese congreso fue auspiciado por Miguel Alemán Valdés, quien dio todas las facilidades para que se realizara.

“Lo más asombroso es que la única academia que no acudió fue la española. Una delegación mexicana fue a invitarlos y dijeron que sí, pero no les dio permiso el dictador Francisco Franco porque exigía que México rompiera relaciones con la República Española, que tenía su embajada aquí. A lo que el presidente Alemán dijo: de ninguna manera.

LA SEGUNDA INDEPENDENCIA

“En ese congreso hubo voces como la de Martín Luis Guzmán que proclamaron una segunda independencia de España y mandaron al diablo a la Real Academia. Sin embargo, lo que ocurrió es que se formó una comisión permanente de la cual nació lo que ahora existe: la Asociación de Academias de la Lengua Española”.

La existencia de una estructura horizontal “se debe a México y la mayor parte de la gente lo ignora. El Diccionario ya no se llama de la Real Academia; es DEL: Diccionario de la Lengua Española. Yo lo llamo Diccionario de las Academias, porque lo hacemos entre todas”, apunta Labastida.

Por esa igualdad, “la Gramática se hizo por consenso, en comisiones formadas por todas las academias. No había Gramática desde 1931, hasta recientemente que apareció la Nueva Gramática de la Lengua Española.

“Y la Ortografía también se hizo por consenso. Aunque la Academia Mexicana discrepó –y fue la única que estuvo en contra del consenso– cuando se suprimió el diacrítico, la tilde, en el ‘sólo’ adverbial y en los demostrativos, porque no es igual a ‘solo’.. Nosotros seguimos exigiendo que en México la diferencia se respete poniéndole acento al ‘sólo’”.

Jaime Labastida explica que: “La palabra diacrítico es muy clara en su significado. Las diéresis que tiene la ‘U’, la voluta que tiene la ‘n’ para hacer la ‘ñ’, el acento, se llaman diacríticos. Viene de ‘dia’, que es una palabra griega que significa ‘a través de’ o ‘por medio de’, y crisis, ‘diferenciar’, que de ahí viene la palabra ‘crítica’.

“Ese signo te diferencia una palabra de otra: uno dice ‘el vaso’ pero otra cosa es ‘él’, al que le tienes que poner acento cuando se trata del pronombre y no de un artículo. De lo contrario se confunden.

“Nosotros usamos acentos, Y no podemos, como decía García Márquez, ‘jubilar la ortografía’. El inglés no tiene acentos, pero el español sí. Ya no digamos el francés que tiene otros acentos que nosotros no usamos, o el rumano que, influido por las lenguas eslavas, hasta en las consonantes tiene acentos.

“Las academias no son normativas, no dicen cómo se debe hablar o si se habla bien o se habla mal. Los lingüistas ahora reconocen que quien se dé a entender, habla correctamente.

“Lo que hacemos en la Academia es sancionar una palabra y recogerla en el Diccionario, después de que tiene una cierta extensión en el espacio y en el tiempo. Mucha gente nos reclama por qué no entró tal palabra, pero es que desapareció de la jerga de los muchachos y después de 10 años ya nadie se acuerda de ella. Se recoge aquello que se sedimenta”, resume Jaime Labastida.

 

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