El sábado México inauguró una nueva era: Andrés Manuel López Obrador tomó posesión como Presidente de la República y con ello, México nuevamente tiene Presidente. Tiene las riendas del País en la mano, expresó en su primera conferencia de prensa matutina el lunes. Terminó la etapa de ceremonias y de simbolismos que se inició el sábado y continuó el domingo. Empezó el trabajo cotidiano y esa rutina intensa a la que nos acostumbró cuando era Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Es muy terco, como lo reconoció hoy y sus rutinas no cambiarán. Quienes no conocen suficientemente su manera de actuar, de gobernar, habrán de revisar su pasado para saber cómo actuará desde ahora, y normar así, las actitudes quienes, producto de un régimen vetusto, continúan ejerciendo poderes locales.
La ceremonia oficial del sábado comenzó contrastando la llegada de Peña Nieto al Palacio Legislativo, en uso de todo el boato al que estábamos acostumbrados, a diferencia de López Obrador que llegó al recinto como un hijo más del pueblo. Y luego, vino la reprobación al régimen neoliberal, con su último representante casi junto al nuevo Presidente que regañaba, condenaba; al extremo de que Peña Nieto no supiera siquiera cómo reaccionar. Lo vimos incómodo y huyendo al final como deseando, mejor, ser tragado por la tierra.
Si queremos resumir ese acto y el del Zócalo, solo podría este juntador de letras, encontrar la frase de La Esperanza de México. El pueblo exultante encontrándose con su nuevo Presidente, exultante también. Como diciéndonos que pueblo y gobierno son (somos) la misma cosa. Un pueblo que no perdió su alegría a pesar de un largo discurso de más de hora y media que había sido precedido por una ceremonia colmada de simbolismo que hacía visibles a nuestros pueblos originarios y hacía evidente el mestizaje de nuestro México. De lo sucedido poco antes en el interior de Palacio Nacional, nos enteraríamos después: Una comida servida con austeridad republicana y por supuesto, una comida mestiza.
Pero ¿Por qué la Esperanza de México? Pues porque supongo, es el sentimiento que privaba entre los presentes en esa fiesta, pero también entre quienes dimos seguimiento a los acontecimientos a través de los medios. La esperanza en un cambio verdadero, como el propio Presidente lo estuvo ofreciendo a lo largo de sus campañas: Un cambio real como lo deseamos todos (o bueno, casi todos). Un cambio que deje atrás un cúmulo de injusticias de esas que atentan en contra de la sociedad y que nos haga olvidar los vicios tan enraizados en nuestros gobernantes, sobre todo los últimos. Esto es, volver a tener esperanza; esperanza en un futuro, así, sin calificarlo de mejor o peor. Simplemente, la esperanza de que México podrá continuar siendo México. Y que debemos festejar, más que nada, un maridaje entre pueblo y gobierno. Que tenemos un Presidente que velará por el interés general, por el interés de la Nación. Que el interés del Gobierno coincide con el interés de usted y con el mío, y con el de todos los demás mexicanos. Que tenemos una cabeza que tutelará nuestros derechos, que reivindicará nuestros derechos. Que escucha nuestros deseos y nos otorga armas para disfrutar un bienestar con el que muchos, ya habíamos soñado, pero habíamos perdido la esperanza de que pudiera cristalizar un día.
Muchos males persistirán: Iniciamos una etapa en la cual, convivirán el pasado y el presente: se debe ir eliminando el viejo régimen para dar paso a otro, diferente, o, mejor dicho, transformado. Pero inicia la cuenta negativa de un gobierno nuevo: Ya tenemos los primeros muertos, y entre ellos, un primer periodista. En el béisbol, cuando un pitcher es sacado del juego, todos aquellos jugadores que permitió que se embasaran, si logran anotar, se añaden a su cuenta. Así debería funcionar la política. Y de todos estos males que nos heredan, el desenlace debería ser cargado también a la cuenta de Peña Nieto, el pitcher perdedor de este juego nacional.
Ojalá signifique también, el inicio de una reconciliación nacional real. El pueblo, la base de la nación y su Presidente de la República se han reconciliado. Ojalá también se reconcilien éstos con los poderes fácticos. Eso no será simple, éstos no pierden a gusto. Mucho del éxito que podrá tener López Obrador al frente del Gobierno de la Nación depende de esos poderes fácticos. Esa es la reconciliación que falta. Y respecto a esa reconciliación es la esperanza que todos tenemos y deseamos que cristalice.
El Presidente tiene el talento y la sabiduría para lograrlo. Y nosotros, no debemos esperar con los brazos cruzados. Hay algo que podemos hacer y debemos hacer y me refiero, por supuesto, a cada uno de nosotros. Y no es romanticismo sino más bien, una tarea que debemos enfrentar juntos, unidos. Mi esperanza es, obviamente que triunfaremos. Decía el Presidente en su conferencia de prensa mañanera: Vamos bien. Yo le creo y estoy dispuesto, bien dispuesto a hacer lo que me corresponde. Espero que, dentro de casi seis años, al finalizar este gobierno, el Presidente y todos los mexicanos podamos decir eso: Vamos bien (inclusive, en Colima y por supuesto, en Comala).
Es todo, nos encontraremos pronto. Tengan feliz sexenio.