Se aproxima una disputa cultural e histórica entre los ayuntamientos de Tecomán y Colima por la propiedad simbólica de la fundación de la villa española:
La alcaldesa capitalina Margarita Moreno González remitió al Congreso el Estado una iniciativa con proyecto de decreto para que sea declarado “Año 2023, 500 aniversario de la Fundación de la Villa de Colima”.
Y, por su parte, el munícipe tecomense Elías Lozano se reunió con Emiliano Zizumbo para caminar en unidad hacia la conmemoración del quinto centenario de la fundación, en 1523, de la Villa de Colima “en Caxitlán, actual municipio de Tecomán”, según informó el propio subsecretario de Cultura del gobierno estatal en sus redes sociales.
El debate sobre si el traslado de Caxitlán al asentamiento actual equivale a una refundación o debe considerarse la continuidad de lo que algunos historiadores llamaron la primitiva Villa de Colima, parece haber sido resuelto por la comuna capitalina –no sin una votación dividida al interior del cabildo– en favor de interpretar la fundación de la Villa de Colima como una de “las primeras manifestaciones de identidad política, cultural y territorial de nuestro pasado”.
Durante décadas, los historiadores locales se han preguntado si cuando hablamos de la antigua villa, nos referimos a la hoy ciudad y cabecera municipal, o estamos pensando en los orígenes de una entidad histórica, cultural y política que reconocemos como el estado de Colima.
En todo caso, ¿se trata “de una sola fundación de la capital colimense” o “de una supuesta doble fundación”?
En 1973, en el marco de los 450 años de la fundación de Caxitlán se celebró un coloquio en el que se determinó, por consenso oficial, es decir, por convención, “que hubo dos fundaciones de la Villa de Colima, en lugares y fechas precisas: el 25 de julio de 1523 en Caxitlan y el 20 de enero de 1527 en donde se ubicaba el poblado de Tuxpan”, cita Ramiro Santa Ana Anguiano en la ponencia que presentó en el VI Foro ‘Colima y su región: arqueología, antropología e historia’, convocado por la Secretaría de Cultura estatal en 2011.
FUNDACIÓN E IMPERIO
Para Margarita Moreno no hay duda: es una sola fundación y ocurrió no sólo cuando se gestaron actos jurídicos ante la Corona española, sino cuando “se dio origen a la creación de un pueblo”.
En la iniciativa se señala que “la fundación de la Villa de Colima de la Nueva España, como se le designa en los primeros documentos conservados hasta hoy, fue el 25 de julio de 1523, en la festividad de Santiago Apóstol”. Con esos argumentos, señala el documento, el historiador Miguel Romero de Solís opinó que “hubo tan solo una fundación y está donde hoy en día se asienta la ciudad de Colima”.
Resuelto para la edil capitalina el tema de una sola fundación, ¿pretende el Ayuntamiento de Colima dejar fuera del orgullo identitario al municipio de Tecomán?
En el sexenio de los tecomenses, Silverio Cavazos materializó una idea que defendía el profesor Gustavo Vázquez al reconocer como emplazamiento de Caxitlán las ruinas de un mesón que, indudablemente, no podría ser tan antiguo como el pueblo indígena al que sometieron los conquistadores españoles.
Sin embargo, la disputa que se viene es por la apropiación del concepto de Colima: ¿Esa villa española se convirtió en la ciudad gobernada por una mayoría del PRIAN o en el estado donde el poder ejecutivo lo tiene Morena?
ECHEVERRÍA Y RANGEL
Luis Echeverría tuvo una cierta predilección por Colima, quizá por influencia de su suegro, J. Guadalupe Zuno, gobernador de Jalisco y fundador de la Universidad de Guadalajara quien solía vacacionar en Cuyutlán, nos dice la crítica de arte Blanca Garduño. Y menciona cómo en la Casa Zuno lucen los muebles rangelianos.
Los mismos diseños de Alejandro Rangel Hidalgo los colocó doña Esther Zuno, siendo primera dama, como menaje en la residencia oficial de Los Pinos. Y con ellos se amueblaron y adornaron las embajadas de México en el sexenio de 1970 a 1976. Algunas de esas piezas todavía se encuentran en las representaciones de México en el extranjero.
La parota –escribe Guillermo García Oropeza en el capítulo dedicado al ‘Rangel artesano, arquitecto, escenógrafo’, de su libro Alejandro Rangel Hidalgo, artista y cuentacuentos (Gobierno del Estado de Colima, 2003)– es una de “las maderas más privilegiadas de México si se trata de hacer muebles sólidos y eternos”.
Dura y resistente a todas las amenazas del deterioro, en manos de Rangel la parota se convirtió “en una materia moldeable de suaves curvas para unos sillones fraileros en los que se antoja derrumbarse huyendo de los calores de la tarde o que se pueden estructurar en alacenas, cofres, roperos, credenzas, mesas de centro o comedor y en lo que se quiera pero todo con un estilo de perfiles distintivos”.
Como Rangel “no es castellano sino colimote”, a la tradición del mueble hispánico le añade “un toque de dulzura nacional”. Sobre aquellos roperos “fuertes, indestructibles, de austeridades monacales y un señorío sobrio y soberbio”, Alejandro pinta suaves palomitas. La esencia del mueble rangeliano es el mestizaje. Con su pincel, Rangel añade “un poco de dulzura mexicana que le quita, para siempre, lo austero y le añade, para siempre también, un rostro placentero”, escribe García Oropeza.
HOTEL DE TRES ESTRELLAS
Sin mencionar a Echeverría por su nombre, el arquitecto tapatío que hace el estudio de don Alejandro como constructor, restaurador, ilustrador, pintor, docente de Arquitectura y Diseño o escenógrafo, señala que “un presidente mexicano decidió, en su tiempo sexenal”, llevar la obra rangeliana a Los Pinos.
García Oropeza, quien falleció en 2019 a los 82 años, habría querido una residencia oficial construida por Luis Barragán y decorada por Alejandro Rangel, pero sólo le queda lamentar la remodelación de Los Pinos en esos años de Peña Nieto, cuando el complejo habitacional y de oficinas acabó, “arquitectónicamente, al nivel de un hotel de tres, bueno, de cuatro estrellas”.
“Pero alguna vez, bajo el poder de un presidente, Rangel dejó su huella en la residencia de Los Pinos, en un momento en que el nacionalismo se puso de nuevo de moda y la patriótica agua de jamaica suplantó al ‘gin and tonic’. En ese sexenio se pensó, con razón, que Alejandro Rangel hacía una proposición muy válida de mueble mexicano al mismo tiempo tradicional y moderno. Algo casi irrepetible en un país que sobresale en todas las artes visuales pero que poco, muy poco ha avanzado para crear un mobiliario a nuestro estilo de vivir, a nuestro gusto.
“Pero no solamente el Señor Presidente tuvo acceso a esos grandes muebles rangelianos sino que se llevaron como regalos o muestras de comercio a todos los rumbos del mundo por los que Rangel, entre sus tantas gracias, tiene la de haber dejado junto con sus tarjetas [navideñas], muebles colimotes a lo largo y ancho del planeta.”
García Oropeza añade que así “como hay coleccionistas del Rangel pintor, los hay también de Rangel mueblero”. Menciona residencias de México y Guadalajara, como la de Ricardo Agraz, donde se preservan esas piezas hoy inencontrables. Pero no se acuerda de la Casa Zuno, quizá por la misma repulsión que lo llevó a no invocar a Luis Echeverría.
PASIÓN POR RIVERA
En la fotografía que ilustra esta columna, tomada nada menos que por Juan Soriano, Blanca Garduño posa con Echeverría en su casa de San Jerónimo, donde el ex presidente guardaba una gran colección de Diego Rivera.
Los dos murales del fondo los rescató LEA de la sede del Partido Comunista en Nueva York. Eran ocho paneles realizados en 1933. El edificio casualmente se incendió después de que el magnate petrolero censurara el trabajo de Diego en el Rockefeller Center.
“El año que entra se cumplen 90 años” que esos paneles fueron realizados. “Supuestamente se habían perdido, y un día que lo visité los descubrí y le pregunté [a Echeverría] si eran esos perdidos. Me dijo que los rescató para que México los conociera, Diego los hizo directo allá”, explica Garduño, por muchos años directora del Museo Estudio Diego Rivera y coordinadora en 1993, junto con José Antonio Rodríguez, de una exposición inigualable: ‘Pasión por Frida’.
Al revisar los claroscuros de Echeverría, Alberto Híjar Serrano evoca en un artículo titulado LEA cuando, en el siglo pasado, el Museo Estudio Diego Rivera decidió hacer una exposición del Rivera trotskista. Él y Blanca Garduño pidieron cita para hablar de la exposición:
“Propuse exhibir por vez primera los cinco paneles sobrevivientes del incendio de la escuela trotskista pintada a la par de la destrucción del mural en el Rockefeller Center. La solicitud para ser recibidos fue respondida con un saludo a la Directora y la declaración de que Alberto Híjar ‘es persona non grata’.
“Estos paneles fueron comprados por LEA en una subasta para regalarlos años después a su admirada Elba Esther Gordillo. Encarcelada, pasaron a custodia de la Procuraduría General y el SNTE los exhibió en un hermoso local a un costado de la iglesia de Santo Domingo con pésima cédulas y presentación. De aquí la pertinencia de exigir la extinción de dominio en beneficio del pueblo de México. Ni perdón ni olvido, el Colectivo Híjar trabaja, por la memoria histórica para impulsar la justicia y la verdad como lecciones constructoras para el presente anticapitalista.”
AMANTE DEL ARTE
El hombre que no se tentó el corazón para ordenar actos represivos como los de la noche de Tlatelolco, el Jueves de Corpus o toda la guerra sucia, se conmovía ante la belleza y el nacionalismo en la obra de artistas como Alejandro Rangel o Diego Rivera.
En una visita a Colima, la escritora y crítica de arte Beatriz Espejo contó a sus alumnos de la maestría en Literatura Hispanoamericana sobre las charlas que llegó a sostener con Echeverría para irritación de su esposo Emmanuel Carballo, uno de los profesores universitarios que acompañaban a los estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas aquel 2 de octubre.
Ya septuagenario, Luis Echeverría no sólo estaba interesado en conversar sobre literatura o artes plásticas con una experta como Beatriz Espejo, también estaba aprendiendo idiomas.
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