LA OPOSICIÓN SE DIVIDE

¿Volveremos a ver una coalición PRI-PAN en las elecciones federales intermedias de 2027?

Hay quienes piensan que no. Y que la decisión de no ir juntos la tomarían los panistas, convencidos de que el tricolor es un lastre. Aunque también es probable que sean los priistas quienes resuelvan distanciarse del blanquiazul, al ver que su corrimiento a la derecha –donde ya estaba instalado Acción Nacional– no ha hecho más que desdibujar al viejo partido de la Revolución.

El destino del PRD –la otra fuerza que integró la alianza Va por México– ya está marcado por su decisión de trascender como Marea Rosa, en un ejemplo más de oportunismo político por parte de los Chuchos, el grupo que se apropió de la dirección del Sol Azteca y consiguió lo impensable: perder el registro.

Personajes como Guadalupe Acosta Naranjo señalan así un derrotero para los políticos que apostaron por el frente opositor: crear un nuevo partido que aglutine a los intereses afectados por el empoderamiento de Morena, sustituyendo siglas desprestigiadas por una nueva marca y, sobre todo, deslindándose tanto de liderazgos indefendibles (Alito Moreno en el PRI y Jorge Romero en el PAN) como de nomenclaturas que prolongan sus agotadas carreras políticas con la cuota de plurionominales.

PODER DE MARCA

Al Partido de la Revolución Democrática le costó la vida sumarse al proyecto neoliberal, la causa contra la que se unieron en 1989 la corriente nacionalista del PRI y las izquierdas partidarias. Ahora, disueltos en el Frente Cívico Nacional (FCN), los perredistas ni siquiera pueden aportar a la nueva formación política el registro legal que heredaron del Partido Mexicano Socialista. Marea Rosa tendrá que iniciar desde cero los trámites ante el INE.

Cuando la izquierda se unió bajo el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas, muchos creímos que su vida como tercera vía en México sería larga. En cierto momento llegó a ser la segunda fuerza electoral en algunas regiones, pero no le ayudó someterse a los designios del PAN. Lo vimos en Colima cuando los perredistas prestaron su base social y su capacidad operativa al candidato panista a la gubernatura, Antonio Morales de la Peña, en la elección extraordinaria de 2003.

López Obrador creó el Movimiento de Regeneración Nacional como una expresión del PRD. Y es presumible que pensara en usar a Morena como un mecanismo para retomar, a través de Alejandro Encinas, el control del partido del cual había sido presidente nacional entre 1996 y 1999. Sin embargo, los Chuchos usaron la coyuntura para deshacerse de ese nuevo líder moral como ya lo habían hecho con Cárdenas.

A través de Jesús Ortega se quedaron con la dirigencia del PRD en 2008, gracias a un fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que fue alentado por Felipe Calderón, ya que AMLO habría objetado cualquier intento de negociación con el gobierno usurpador.

Tanto se creía en el poder de marca del negro y amarillo, que muchos perredistas se rehusaron a seguir a López Obrador al exilio partidista y se quedaron a luchar desde adentro. Así me lo explicó el exsenador Carlos Sotelo García: habían invertido mucha energía, tiempo y dinero en el Sol Azteca, como para dejar que los Chuchos despilfarraran ese capital político.

La historia demostró que la segunda revolución no había llegado para quedarse. Uno a uno sus cuadros fundadores y dirigentes en turno la fueron abandonando: Porfirio Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Robles, Amalia García, Andrés Manuel López Obrador… Y quienes se quedaron más allá de 2018 no supieron honrar su pasado político que, en algunos casos como el de Jesús Zambrano, se remontaba a la guerrilla. Creían indestructible al PRD, y no sobrevivió a la escisión morenista.

La reciente disolución del Sol Azteca presagia un futuro ominoso para el PRI: el tricolor seguirá perdiendo presencia territorial hasta quedar confinado a una fuerza meramente regional, volviendo acaso a sus orígenes como una federación de cacicazcos locales.

En ese escenario, el PAN tiene mayores posibilidades de mantenerse como una oposición viable a Morena. Sin embargo, su base social se ha ido radicalizando y la centro derecha mexicana podría correr la suerte del Partido Popular en España, al cual Vox acabó quitándole los votantes de extrema derecha al capitalizar la ideología libertaria.

PRIMOR DE PARTIDO

La posibilidad de que el Partido Revolucionario Institucional cambie de nombre se estudia desde 2000, cuando perdió la presidencia de la república después de siete décadas de hegemonía. Por la fuerza social que conserva en ciertas regiones del país, ese paso se ha ido aplazando. Pero quizá llegó el momento en que la única manera de revertir el desprestigio del PRI sea modificando las siglas.

Esa medida la tomarán, a más tardar en 2030, los militantes que todavía se mantengan en sus filas y no hayan migrado a Morena o a alguna de las otras fuerzas del oficialismo. Más al Verde que al PT porque, mientras el PVEM se vende como la Canadá de los partidos, el Partido del Trabajo no oculta ser la Corea del Norte de las formaciones políticas.

Rebautizar al PRI lo harán los militantes que tampoco se hayan pasado al PAN, ya no como prianistas sino como conversos a quienes, para evitar una traición como la de los Yunes, el blanquiazul les exigirá pruebas de lealtad y compromiso ideológico nunca antes vistas.

Los cambios que ha habido en el país van a configurar al final del gobierno de Sheinbaum, un campo de batalla muy distinto al de 2024. Así lo prevé la priista Mely Romero, consciente de que el uso clientelar de los programas sociales va a permitir a Morena reforzar su base electoral. Derrotar al gobierno en las urnas, entonces, será todavía más difícil.

En una reunión con el Círculo de Analistas Políticos, la excandidata a la gubernatura reafirmó su creencia de que el PRI sigue siendo un partido de centro izquierda. Pero no puede evitar preguntarse si, con esa postura, el tricolor en realidad no le está mandando mensajes a un público que ya está con Morena.

La senadora por la primera minoría anticipa que el PAN se va radicalizar para hacer contrapeso al partido gobernante, buscando representar a los sectores sociales que no comulgan con la Cuarta Transformación. En esa lógica, ¿cuántos priistas se quitarán la máscara y revelarán su talante conservador?

REACCIÓN NACIONAL

Qué le queda al PRI, ¿decantarse por el progresismo o correrse a la derecha para ser una oposición reconocible a la izquierda gobernante?

En la primera posibilidad, el tricolor podría acabar jugando el papel que ya desempeña el Verde como comparsa de Morena, en una alianza que el folclor político ya denomina el PRIMOR.

En la alternativa, al acendrar su conservadurismo, el PRI podría acabar diluyéndose en el PAN, no como el socio de una coalición que adopte el nombre que para esa coyuntura le recomienden sus publicistas a Claudio X. González, sino como un contingente más de una derecha unida.

Por su parte, aunque las siglas del PAN siguen resonando fuerte, nomás por joder, propongo nuevas iniciales para el blanquiazul: PRN, el Partido de la Reacción Nacional.

Por lo demás, frente al pragmatismo de una vertiente del PRI que ya hasta en el Congreso local vota con Morena las reformas constitucionales, las fuerzas reaccionarias presionan para que el PAN se corra a la extrema derecha, ante el riesgo de perder su arraigo en los sectores confesionales.

En los pasados comicios, la candidatura mesiánica del Milei mexicano, Eduardo Verástegui, no consiguió entusiasmar a los electores. Pero el nuevo mandato de Donald Trump reconfigurará el horizonte. En ese contexto, muchos de esos priistas que no se sientan tentados a pasarse a Morena pensarán si les conviene volverse de ultraderecha.

LIBERTARI(ARIANI)SMO

La inviabilidad electoral del PRIAN supondrá la derrota definitiva del neoliberalismo que nos gobernó más de 30 años, y la consolidación de un nuevo régimen basado en el humanismo, forma eufemística de llamar al ‘obradorismo’, el mismo que podría mantenerse en el poder varios sexenios más.

Para cuando la derecha regrese al poder, el gran capital habrá encontrado una nueva denominación del proyecto para restaurar el régimen de privilegios. Si lo consigue antes de que los Trump, los Milei o los Bolsonaro demuestren que son chivos en cristalería, esa ideología del dinero podría ser el libertarismo que considera la propiedad privada y los mercados desregularizados como las bases más sólidas para garantizar la libertad individual.

El régimen de pensamiento único orientado a la preservación del neoliberalismo, se habrá extinguido. Ese falso bipartidismo se fue cocinando a partir de 1988 luego que Carlos Salinas convenció a la cúpula panista y a otros sectores de la derecha, como la Iglesia Católica, que desconocieran a su excandidato Manuel J. Clouthier y legitimaran el dudoso triunfo del priista sobre el disidente Cárdenas.

En 2000, la virtual fusión asumió forma de alternancia política con la victoria de Vicente Fox sobre el oficialista Francisco Labastida. Al aceptar la derrota de su candidato, Ernesto Zedillo cumplió la promesa que había hecho seis años atrás como abanderado sustituto, tras el magnicidio de Luis Donaldo Colosio.

Con el regreso del PRI en 2012, tras el rápido deterioro de la hegemonía panista la expresión de ese pensamiento único fue el Pacto por México, al que se sumó la tribu de los Chuchos. Fue un sacrificio inútil si el propósito de Nueva Izquierda era crear un tripartidismo y no, simplemente, claudicar a cambio de una recompensa. El PRD no logró que Enrique Peña Nieto reivindicara otras banderas de izquierda que no estuvieran en la agenda “progre buena onda”.

En 2024, buscando frenar el triunfo cantado de Claudia Sheinbaum, la suma de todos los miedos se materializó como una sola fuerza electoral con la denominación Va por México. PRI y PAN creyeron que el arribo de AMLO a la presidencia se debió a que los partidos fueron con candidatos distintos: el priista que había sido panista José Antonio Meade, y el auténtico neopanista Ricardo Anaya. Pero la hipótesis resultó falsa.

La tercera fue la vencida para AMLO en 2018, porque el Peje consiguió ganar la narrativa al convencer a más de 30 millones de votantes de que la causa de todos los males del país era el neoliberalismo. Seis años después, Claudia llegó a 36 millones al convencer al electorado de que la Transformación debía tener un segundo piso, frente a quienes postulaban su erradicación.

PARTIDO NEOLIBERAL

Hoy ya es arqueología política, pero la contradictoria alianza entre las tres principales fuerzas de la derecha, el centro y la izquierda partidaria fue impulsada desde la cúpula del poder político, económico e ideológico, como una manera de sostener el modelo neoliberal ante el fracaso del esquema de partido de Estado que, por ocho décadas, le permitió al Gobierno oscilar entre la centro-izquierda y la centro-derecha, en un movimiento pendular sexenal.

Tan lejos de China y tan cerca de Estados Unidos, el Establecimiento mexicano dio por agotado el modelo político de partido hegemónico, en buena medida porque el PRI ya había perdido gran parte de su base social, y, fundamentalmente, porque al ‘capitalismo de cuates’ no le convenía que la dimensión estatal en nuestra economía mixta evolucionara a un capitalismo burocrático.

El neoliberalismo se propuso la privatización de la empresa pública. El PRI renunció a sus orígenes nacionalistas, agrarios y sociales al declarar la inviabilidad del Estado propietario. El proceso arrancó con Miguel de la Madrid, quien devolvió parcialmente la banca que había sido estatizada por su antecesor, José López Portillo.

Salinas privatizó la telefonía y la televisión pública, y le entregó a sus amigos casabolseros los bancos. Zedillo reprivatizó los ferrocarriles y entregó a particulares puertos, aeropuertos y satélites; amplió las concesiones mineras, desreguló la producción de energía, exploración petrolera y el negocio del gas; y, finalmente, auspició que trasnacionales españolas, anglosajonas y asiáticas tomaran el control de la banca.

Después del interludio panista con Fox y Calderón, quienes continuaron el adelgazamiento del Estado, Peña Nieto emprendió la contrarreforma eléctrica y energética. Pero ya no alcanzó por fortuna a privatizar completamente la salud, la educación, la energía o el agua. Llegó la 4T para devolverle al Estado la rectoría de todos esos sectores.

Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com

Comentarios

2 comentarios

  1. buen análisis. faltaría incorporar el papel del partido naranja.
    triste papel de sepultureros de Alito y el innombrable panista Anaya.
    sería buena y opción progresista, sin la hipocresía, corrupción, inseguridad y acuerdos con el narco que hoy padecemos

  2. Excelente análisis, voy entonces con la marea rosa, porque nunca he creído en el PRIAN, apoye al movimiento de regeneración a sacar al pri en Colima, pero tampoco seré #primor, porque es lo más rancio dela política.
    Gracias por esta joya, de lo que ha sucedido.

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