(Primera parte)
En el año de 1959 ocurrió la muerte de nueve jóvenes rusos, en condiciones tan extrañas que abrieron la puerta a un gran número de teorías fantásticas, en su mayoría, y originó centenares de artículos periodísticos, además de varios libros y documentales.
Igor Dyatlov era un joven ruso de 21 años, estudiante de ingeniería en el UPI, el Instituto Politécnico de los Urales. Atleta consumado, estudiante distinguido, inventor. Organizó con unos amigos igualmente atletas, un viaje de dieciséis días a la región de los montes Urales. El viaje requería recorrer dos días en tren hasta llegar al pueblo de Ivdel y de ahí, viajar un día en autobús, luego en camión de carga de madera y al final, a campo traviesa, en la nieve, con esquíes, unos 300 km hasta llegar al pequeño pueblo de Vizhai, desde donde enviarían un telegrama. El viaje, por tierras no exploradas, tenía que ser autorizado por el instituto el cual aportaría gran parte del equipo de montaña, y este les pidió que incorporaran al grupo a Zolotaryov, de 37 años, veterano de la segunda guerra, que desentonaba con la edad promedio del grupo. Los jóvenes emprendieron el viaje alegremente, juguetones, e incluso en la parada en una estación de tren mientras esperaban transbordo, uno de ellos fue arrestado brevemente porque fingió ser un pordiosero, y se puso a tocar la mandolina en la estación. Jóvenes haciendo lo suyo, pues. El viaje continuó sin trascendencia. Imagine la nieve, el frio, la nada, pero jóvenes atletas, que además estaban entrenados para ese tipo de aventuras, se dirigieron a una región prácticamente desconocida para todos. A punto de iniciar el viaje a campo traviesa, uno de ellos tuvo que regresar porque tenía problemas con el nervio ciático. El grupo original de diez se redujo a nueve. Todo esto se supo porque llevaban un diario, y al menos cinco de ellos llevaban cámaras fotográficas.
Luego, no se supo nada de ellos. Se inició una búsqueda 14 días después del día en que el telegrama debería llegar. Encontraron restos de lo que fue su campamento, en la falda de una montaña con muy poca pendiente, pero lo que vieron no podía explicarse en forma simple: la tienda de campaña estaba hecha pedazos, semienterrada en la nieve. A unos 500 m cuesta abajo, en la línea de árboles, unos cuerpos semidesnudos, con heridas y laceraciones. Además, extrañamente, algunos de ellos estaban cubiertos con jirones de ropa que pertenecían a otros de sus compañeros. Quemaduras de tercer grado en las manos y los pies. Uno de ellos se había arrancado un pedazo de la palma de su mano a mordidas, y todavía lo tenía en su boca. Otro más, con el pelo y un calcetín, quemados. Lo más extraño: a unos cuatro metros de altura, en un árbol, había jirones de ropa. Unos meses más tarde, cuando la nieve se derritió, encontraron otros dos cadáveres sin ojos y uno de ellos, sin lengua. Los nueve jóvenes se habían encontrado en varios grupos dispersos, no estaban todos juntos. Después encontraron que la tienda de campaña había sido abierta de adentro hacia afuera, violentamente. Para el colmo, dos cadáveres tenían signos de radiactividad. Se descartaba una avalancha, porque afuera de la tienda estaban unos skies, todavía clavados en la nieve, en la posición original.
Las teorías comenzaron a emerger: se sugirió que un Yeti, una especie de monstruo de las nieves, era el responsable. Otros, que cerca de ese lugar, había una base secreta militar y los jóvenes fueron sujetos a un experimento, otros, que un misil lanzado desde esa base secreta los había destrozado y los sobrevivientes, se habían vuelto locos. Otra teoría involucraba a la CIA y a espías rusos. Otra teoría decía que en ese lugar donde acamparon había un cementerio sagrado para una tribu de la región, los Mansi, y que ellos se encargaron de castigar a los jóvenes por su sacrilegio. Al revelar el rollo de una cámara encontrada en el lugar, había una figura borrosa, que semejaba un gran simio alejándose del lugar, lo cual despertó la imaginación de todo el mundo, literalmente. De las 75 teorías existentes, la más aceptada era la de la base militar secreta.
El asunto en realidad recorrió el mundo, que aportó más teorías. Se formó una comisión de expertos, incluyendo científicos, investigadores policiales, atletas, y no se pudo llegar a alguna conclusión que explicara lo que pasó esa noche. La comisión tenía como objetivo determinar si había ocurrido un crimen, y no el esclarecer los hechos. Una vez que se concluyó que no hubo crimen, se cerró el caso.
Muchos años después, en 1990, con la caída de la Unión Soviética, el investigador responsable de ese caso dijo que el gobierno ruso lo había censurado, y que no querían que dijera lo que en realidad él había concluido: que los jóvenes habían sufrido quemaduras por rayos provenientes de OVNIs.
En el año 2021, sesenta años después, el caso se reabrió. Un joven comisario, Andrei Kuryakov, fue el encargado de llevar a cabo las investigaciones. Se armó de mapas, registros, y con un equipo de trabajo, se dirigió al punto donde ocurrieron los extraños acontecimientos. Analizó fotografías, registros climáticos y, varios meses después, citó a una conferencia de prensa y dio sus conclusiones: los jóvenes, en la tienda de campaña, salieron abruptamente, sin vestirse, porque escucharon un ruido parecido al de una avalancha, y, expertos como eran, sabían que lo que se hace en esos casos es no agolparse en la puerta de la tienda sino tomar sus cuchillos y rasgar la tienda para salir lo más rápidamente posible. Ocurrió una pequeña avalancha, de hecho, pero nada más. Semidesnudos, corrieron cuesta abajo hasta la línea de árboles, donde sabían que estarían más protegidos de la gran avalancha, que nunca llegó. En la noche, en la oscuridad, dispersos, trataron de regresar, pero el frío y la oscuridad comenzaron a confundirlos y a tomar decisiones erróneas. Se dispersaron. Un grupo buscó ramas para hacer una fogata, pero las ramas estaban mojadas y tuvieron que subir a un árbol en busca de ramas secas, de ahí los jirones de ropa en las ramas de los árboles. Las quemaduras en los pies y en las manos se debían, dijo Kuryakov, a que el fuego no era lo suficientemente grande para calentarlos, y acercaron demasiado esas partes de su cuerpo al fuego. El frío les hizo perder la sensibilidad de las extremidades, y entraron en un estado de adormecimiento o delirio causado por hipotermia. El trozo de la palma de la mano en la boca de uno de ellos se debió sin duda a la falta de sensibilidad y, en estado de delirio, mordió su mano para comprobarlo. Al morir algunos de ellos, los sobrevivientes los despojaron de los pocos jirones de ropa que traían y los usaron para cubrirse ellos mismos. A otros les faltaban los ojos y la lengua por animales carroñeros, y así, una por una, Kuryakov, dio explicaciones que no requerían elementos fantásticos. La radiación en dos de ellos se debió a que habían trabajado o vivido cerca de una planta nuclear, el complejo Mayak, donde había ocurrido un desastre antes (el tercero en importancia históricamente después de Chernobyll y Fukushima).
Kuryakov explicó todo esto en una conferencia de prensa y después fue castigado por haberlo hecho sin previo aviso, enviándolo de burócrata a quien sabe done.
A la gente no le gustó la explicación racional. Prefiere las que involucran complots.
(Continuará)