Literatura de viajes

 

Cualquier escritor de viajes que se respete suscribiría la afirmación atribuida a Paul Bowles, el autor de El cielo protector (1949) y quien tituló Memorias de un nómada a su libro autobiográfico de 1972: la gran diferencia entre un turista y un viajero radica en que el primero viaja con un billete de vuelta, mientras que el segundo no tiene fecha de regreso prevista.

Al hablar en eldiario.es de “La literatura de viajes, más allá del periodismo y de las guías turísticas”, Miguel Ángel Villena añade que:

“Al hilo de esa distinción, podríamos deducir que el turista convencional se nutre de información para sus vacaciones a través de webs especializadas, páginas de Internet o las guías turísticas de siempre, bien sea en soporte papel o digital. Pero aquellos que pretenden entrar en la categoría de viajeros, que aspiran a descubrir sensaciones nuevas y a que la experiencia los transforme también por dentro (y no sólo en el bronceado de la piel), buscarán literatura con mayúsculas, la de los maestros del arte de narrar un viaje”.

Narrativa y ensayo de viajes como la que hace un escritor que se dedica “desde hace un par de décadas en exclusiva a la literatura y, en especial, al género viajero desde el éxito inesperado de El sueño de África, un libro que marcó un antes y un después en España”: Javier Reverte (Madrid, 1944).

Periodista que fungió durante muchos años como corresponsal en el extranjero y profesional versátil (llegó a dar un curso sobre literatura de viajes en Cursiva, la escuela de Penguin Random House Grupo Editorial), Reverte fue pionero en España de una renovada literatura de viajes, cita Villena.

Es el propio Javier Reverte quien traza una radiografía de la evolución del género en los últimos tiempos:

“Es cierto, a partir de los años noventa surgieron muchos autores de viajes que no tenían ni el talante ni la preparación de un escritor. De este modo se provocó un cierto cansancio en los lectores y bajo el epígrafe de literatura de viajes se vendieron muchas simples guías algo ampliadas.

“Después llegó la crisis que afectó a toda la industria editorial y acabó con una cierta moda de la literatura de viajes. También resulta evidente que la sociedad española ha percibido la literatura de viajes como un género menor, como algo más cercano a las crónicas periodísticas o a las guías que a la narrativa o el ensayo”.

Tal como la novela negra, expone Villena, “la de viajes se puso también de moda y alumbró, en el reciente cruce de siglos, colecciones especializadas en las grandes editoriales, premios literarios bien dotados o suplementos a todo color en los periódicos más importantes”.

El género llegó también a México, donde abundan hoy en la televisión programas de viajeros (la mayoría enfocados al tema de la cocina, por lo que la mayoría de los narradores son chef o en todo caso actores, pero no escritores) y, aunque la revista México Desconocido evolucionó a un portal en internet, han surgido suplementos especializados en turismo como el de Excélsior, Bon Voyage, enfocado al lujo en los viajes de placer.

 

Los caminos de África

Sigue diciendo Villena que, “apoyada además en su extraordinaria versatilidad, ya que los libros de viajes beben de la ficción, de la autobiografía, de la historia o del reportaje de actualidad, entre múltiples fuentes, la literatura de viajes se convirtió en una tendencia de mercado”.

Pero eso ya es historia. “Hace 15 o 20 años -relata Pilar Rubio, antigua librera y hoy responsable de la editorial La Línea del Horizonte, un sello de referencia para los viajeros- fuimos testigos y protagonistas de un momento muy hermoso porque amplios sectores de la sociedad española tomaron conciencia de que los libros de viajes formaban parte de la cultura literaria y de que se trataba de un género muy cultivado en otros países como los anglosajones o Alemania o Francia.

“Ahora bien, como contrapunto, en aquella época se publicó mucho, demasiado, y mucho con poco nivel. Podríamos decir que hubo una inflación de libros de viajes y así este tipo de literatura dejó de evolucionar”, señala Rubio, quien se halla entre las personas que mejor conoce este género tras haber vivido en primera línea sus cambios en las últimas décadas.

La crisis en 2008, “cuyas secuelas todavía perduran y que significó un auténtico mazazo para la industria editorial”, eclipsó la literatura de viajes. “La gente redujo sus vacaciones, sus excursiones y sus aventuras y, en definitiva, los lectores aficionados cada vez compraron menos libros viajeros”, expone Villena.

Un libro que “va más allá de la pura crónica o la simple guía para descubrir una ciudad, un país o una civilización”, se convirtió en un artículo de lujo. El llamado “segundo libro para un viaje” ya no tenía espacio en mochilas o maletas.

“No obstante, Javier Reverte opina que la crisis afectó por igual a la literatura de viajes que al resto, si bien reconoce que él mismo ya no vende de sus últimos libros las decenas de miles de ejemplares de su Trilogía de África” (El sueño de África, Vagabundo en África y Los caminos perdidos de África, que comenzó en 1996 y fue reunida en 2014).

Reverte explica algunas claves de su estilo como escritor de viajes: “Me gusta escribir en primera persona y, a la vez, ponerme en el lugar de la gente que conozco en mis viajes. A pesar de escribir en primera persona, mi truco para no caer en el egocentrismo se conjura con el humor, con una actitud descreída que debe empezar por reírte de ti mismo, de tus errores y torpezas”.

Nuevos cronistas de indias

Pilar Rubio, Javier Reverte y otros escritores españoles de la generación de la Transición se apasionaron con la literatura de viajes a través de autores extranjeros como Joseph Conrad, Herman Melville, Stendhal, Robert Stevenson, Julio Verne y muchos otros.

Al volver la democracia a España, aumentó el conocimiento de idiomas en su población y se alentó en los jóvenes de los años setenta y ochenta “unas infinitas ansias de viajar”, resume Villena.

“Los expertos suelen señalar que, mucho antes, la tradición española de crónicas de viajes se había extinguido con el fin del Imperio en América Latina y que durante los siglos XIX y XX España derivó en un país atrasado, inculto y pobre que asumió aquel grito de ‘que inventen ellos’”.

(Y en efecto, así ocurrió. Por ello, la Fundación “Gabriel García Márquez” para el Nuevo Periodismo Iberoamericano promueve el movimiento de los Nuevos Cronistas de Indias).

Escritores españoles que suponen la excepción a esa tarea de cronicar las antiguas colonias y el resto del mundo, son “Julio Camba, Josep Pla, Manuel Chaves Nogales, Carmen de Burgos o Miguel Delibes y, entre los autores contemporáneos que siguen en la brecha destaca nombres como Xavier Moret, Suso Mourelo o Jordi Esteva”.

Muchos de esos escritores proceden del periodismo (“porque la profesión te abre muchos mundos”), como dice Reverte, quien reivindica la, a su juicio, imprescindible independencia del autor: “Yo me pago siempre mis viajes y así puedo escribir lo que me da la gana”.

Más allá de las selfies

¿Tiene futuro la literatura de viajes en tiempos en los que millones de personas viajan a los lugares más remotos y exóticos y además envían cientos de selfies a sus familiares y amigos?

Para Pilar Rubio, la receta pasa por elevar el listón de la calidad de ese tipo de literatura:

“Está claro que hoy en día resulta mucho más difícil sorprender a un lector que viaja mucho más y que dispone de una información inmensa en Internet. Por eso hay que apostar por la buena literatura con mayúsculas para viajeros exigentes que no se conforman con ese bloguerismo banal de las 10 playas más limpias o cómo lograr que todo quepa en una maleta pequeña. En la mezcla del viaje y la gran literatura está la clave. Un autor magnífico en esa línea es el francés Patrick Deville de Peste & cólera o Ecuatoria. En ese estilo está el futuro”.

Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com

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