NUEVO OBISPO

Tras año y medio de sede vacante, el papa Francisco designó XII obispo de Colima al señor Gerardo Díaz Vázquez. Como sufragánea de la arquidiócesis de Guadalajara, durante este tiempo el cardenal Francisco Robles Ortega fungió como administrador apostólico, aun cuando las funciones litúrgicas episcopales (entre ellas las confirmaciones) corrieron a cargo del vicario general Javier Armando Espinoza Cárdenas.

La cátedra de Colima no tenía titular desde el 23 de diciembre de 2021, cuando el Santo Padre le aceptó la renuncia por motivos de jubilación a don Marcelino Hernández Rodríguez. El hoy obispo emérito había cumplido los 75 años en mayo de ese año, y presentó su renuncia al gobierno pastoral de conformidad con el canon.

Es facultad del Pontífice aceptar o no de inmediato la renuncia. Y para cubrir la vacante puede, según las circunstancias, nombrar a un administrador diocesano, un coadjutor o un nuevo obispo. Los primeros dos asisten al obispo ordinario en las tareas de gobierno, pero un coadjutor además tiene derecho sucesorio.

Don José Fernández Arteaga, por ejemplo, siendo obispo de Colima fue nombrado en 1988 arzobispo coadjutor de Chihuahua. Asumió el gobierno pastoral a inicios de 1989, pero no recibió el palio arzobispal hasta mediados de 1991 cuando pasó a retiro Adalberto Almeida y Merino.

75 Y MÁS

En Colima se aceptó la renuncia de Hernández Rodríguez, pero el arzobispo de Guadalajara no tomó control de la diócesis a través de alguno de sus obispos auxiliares. Se dejó al presbiterio de Colima a que se hiciera responsable de sus obligaciones mientras, cosa curiosa, el emérito siguió viviendo en el obispado.

La costumbre (y la cortesía política para con el sucesor) dicta que un prelado retirado no se quede a vivir en su última diócesis sino que suele regresar a su demarcación de origen. Fue el caso del obispo emérito de Netzahualcóyotl, José Melgoza Osorio, quien era oriundo de Coalcomán y regresó a vivir los últimos 17 años de su vida (falleció en 2007) en Villa de Álvarez, donde celebraba misma en el templo de San Isidro.

Otro obispo emérito de Colima, Gilberto Valbuena Sánchez, dejó la mitra en 2005 y se retiró a la arquidiócesis donde se formó como sacerdote, Puebla. Falleció en 2021.

Don Marcelino es de San Luis Potosí, pero tal vez porque ya no tiene familiares cercanos en aquella entidad decidió pasar su retiro en Colima, disponiendo para ello de una casa de descanso que el obispado tiene desde hace muchos años en la zona de Las Brisas en Manzanillo.

Fuentes eclesiásticas confirman que, si bien la aceptación de la renuncia por motivos de edad fue pronta, la designación del sustituto de Hernández Rodríguez se tardó porque la Santa Sede no quiso opacar los festejos por las bodas de oro sacerdotales del obispo emérito: fue ordenado el 23 de abril de 1973.

SEDE IMPORTANTE

El nuevo pastor de Colima viene de la diócesis de Tacámbaro, donde Díaz Vázquez fue ordenado obispo el 22 de octubre de 2014.

Cada que hay un relevo episcopal, los católicos de Colima se divierten especulando, y hasta orando por la elección como mitrado de un párroco local. Sin embargo, prelados que hayan sido consagrados obispos para hacerse cargo de esta diócesis han sido solamente dos:

–El primero, Francisco Melitón Vargas y Gutiérrez, tomó posesión en 1883, luego de haber recibido la orden episcopal en El Beaterio pues entonces no existía la catedral (él inició su construcción); y

–El séptimo, don Rogelio Sánchez González, primero preconizado titular de Colima y después ordenado obispo en el seminario de El Cóbano en 1972.

A Colima llegan por lo regular obispos que ya han ocupado por lo menos una sede episcopal. De los más recientes:

–Fernández Arteaga había sido seis años obispo de Apatzingán;

–Gilberto Valbuena fue obispo auxiliar de Tacámbaro y primer obispo de La Paz, Baja California;

–José Luis Amezcua Melgoza, quien fue ordenado obispo en 1995 para hacerse cargo de la diócesis de Campeche, llegó a Colima en 2005; y

–Marcelino Hernández fue, como titular de la sede simbólica de Ancusa, obispo auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México donde fue vicario episcopal en dos zonas pastorales que sobrepasan las dimensiones de Colima, y luego obispo de Orizaba durante cuatro años, antes de llegar en 2012 a la sede donde se jubilaría casi una década después.

TRIBULACIONES EPISCOPALES

De la problemática que enfrentó don Marcelino Hernández como obispo auxiliar en México habla el caso del sacerdote pederasta Carlos López Valdés, preso por abusar sexualmente entre 1994 y 1999 de un acólito menor edad.

Entre 2015 y 2016, ya siendo ordinario en Colima, Hernández Rodríguez tuvo que comparecer ante un juzgado en la Ciudad de México junto con el obispo de Culiacán, Jonás Guerrero, para declarar por señalamientos judiciales de presunto encubrimiento.

Lo cierto es que desde 2007, una vez que la víctima denunció al sacerdote ante la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) –como reportó la revista Proceso en su momento–, la Arquidiócesis Metropolitana de México le abrió un juicio eclesiástico y lo encontró culpable de pederastia, por lo que lo suspendió del ejercicio sacerdotal. Finalmente, en agosto de 2016 el clérigo fue detenido por las autoridades civiles bajo el cargo de violación.

El reclamo que les hacían a los dos obispos auxiliares que conocieron del asunto es que, en vez de denunciar a López Valdés ante las autoridades judiciales, acordaron darle tratamiento psicológico en una casa de retiro para sacerdotes. Pero en su descargo hay que decir que ni Hernández ni Guerrero se mandaban solos, eran subordinados del arzobispo primado.

Y no podemos olvidar que al cardenal Norberto Rivera Carrera una decena de periodistas, académicos y víctimas –coordinados por Bernardo Barranco– lo acusaron en los diferentes capítulos de Norberto Rivera. El pastor del poder (Grijalbo, 2017), no sólo de haber negado sino ocultado con arrogancia, desdén e indiferencia –escribe Denise Dresser– numerosos casos de pederastia en el clero bajo su autoridad.

DIÓCESIS FRANCISCANA

Gerardo Díaz viene de Tacámbaro, casualmente la primera encomienda episcopal de Valbuena Sánchez.

Ordenado obispo y nombrado titular de Vizara Didda (como Ancusa en el caso de don Marcelino, una sede que sólo existe en el recuerdo y son títulos que se dan a quienes no son ordinarios diocesanos sino dignatarios de la Curia Romana, la diplomacia vaticana o, como Valbuena y Hernández, obispos auxiliares), don Gilberto llegó a Tacámbaro para enfrentarse al movimiento herético de la Nueva Jerusalén.

A Valbuena le tocó excomulgar al infame Papa Nabor, que había sido párroco de Puruarán. Y, aunque ya la encontró dividida entre dos liderazgos, también a Díaz Vázquez como VIII obispo de Tacámbaro le tocó convivir con esa comunidad religiosa que tiene fuertes conexiones políticas y, según se dice, incluso delincuenciales.

A Colima mandan, pues, a obispos fogueados. Fernández Arteaga llegó a Colima en 1980 para someter a los sacerdotes que habían hecho dimitir como pastor a Rogelio Sánchez González. Y desde aquella insurgencia de presbíteros identificados con la Teología de la Liberación (no obstante ser el señor Sánchez, cita el complejo parroquial Juan Pablo II, impulsor de una evangelización integral y liberadora, que promovió grupos de reflexión bíblica y dio muestra de su vocación magisterial), les dio por enviar a obispos de una línea más conservadora.

Incluso un papa progresista como Francisco debe gobernar la Iglesia con los pastores y ministros que tiene. Aunque también es cierto que el Sumo Pontífice guía, y Jorge Mario Bergoglio está marcando un nuevo rumbo a la Iglesia Católica con sus nombramientos de cardenales, obispos y nuncios.

En ese sentido, Gerardo Díaz Vázquez está doblemente obligado a ser franciscano: no sólo identificado con el papa argentino sino, ahora también, con el legado de los seguidores de los santos Francisco de Asís, Antonio de Padua y Felipe de Jesús, cuya devoción popular destaca en los altares de la diócesis.

CRECED Y MULTIPLICAOS

Y, finalmente, cabe decir que a Colima llegan obispos experimentados en el gobierno pastoral o con una solidez teológica. La diócesis lo amerita: aunque por su extensión puede no ser más grande que otras de la misma provincia eclesiástica de Guadalajara, como Aguascalientes o Tepic la ciudad de Colima no deja de ser una capital de estado.

Esta diócesis surgió en 1881 como un desprendimiento de la arquidiócesis de Guadalajara, si bien desde 1846 contaba con un seminario auxiliar al tapatío. Terminó siendo una demarcación enorme: llegó a abarcar el estado de Colima, una tercera parte de Michoacán y otra de Jalisco, por donde las fronteras diocesanas llegaban hasta Nayarit.

En 1953, por decreto de la Congregación Consistorial, incorporó las parroquias de Aquila, Coahuayana y Villa Victoria que pertenecían a la diócesis de Tacámbaro. Y en 1961 anexó a los municipios de Tamazula, Tuxpan, Venustiano Carranza y Zapotiltic que pertenecían a Guadalajara.

Luego vino el achicamiento: la primera desmembración territorial fue en 1961 para la erección de la diócesis de Autlán; en 1962, se erigió la prelatura territorial de Jesús María en El Nayar, una región que comprende partes de cuatro estados (Durango, Zacatecas, Jalisco y, obviamente, Nayarit); ese mismo año se erigió la diócesis de Apatzingán con merma del territorio de Colima; y en 1972 fueron erigidas las diócesis de Ciudad Guzmán y San Juan de los Lagos.

Algunos documentos señalan que ese santuario mariano en los Altos de Jalisco alguna vez fue administrado por el obispo de Colima. Pero en el sitio web de la diócesis de San Juan de los Lagos aparece que se desprendió directamente de la metropolitana de Guadalajara. Ya le tocará a Díaz Vázquez, formado como sacerdote en aquel seminario, esclarecer los vínculos entre ambas catedrales.

Dividida en 53 parroquias, la diócesis de Colima comprende hoy todo el estado y los municipios jaliscienses de Jilotlán, Pihuamo, Tecalitlán, Tolimán, Tonaya, Tonila, Tuxcacuesco y Zapotitlán. Cuando se erigió la diócesis de Apatzingán, Colima le cedió las tres parroquias de Michoacán (Coahuayana, Aquila y Villa Victoria) pero, por convenio entre los obispos, siguió atendiéndolas pastoralmente hasta la erección de la diócesis de Ciudad Lázaro Cárdenas en 1985. Actualmente, Colima sigue atendiendo la rectoría de Trojes que, territorialmente, pertenece a Apatzingán.

SÓLIDA FORMACIÓN

El obispo Gerardo Díaz Vázquez nació el 25 de mayo de 1966 en La Angostura, municipio de San Miguel el Alto, Jalisco, localidad perteneciente a la diócesis de San Juan de los Lagos. Realizó sus estudios de secundaria y preparatoria en ese seminario menor diocesano, entre 1978 y 1984.

Fue ordenado diácono en 1991 y, presbítero, en 1993 por manos del obispo de San Juan de los Lagos. Vicario parroquial en Yahualica, Jalisco, entre 1993 y 1997. Fue prefecto y profesor en el seminario mayor de San Juan de los Lagos, padre espiritual del monasterio de Religiosas Dominicanas, miembro del Consejo Pastoral Diocesano y director de la Mutualidad San Rafael.

En San Juan de los Lagos fue asesor diocesano de Pastoral Familiar de 2002 a 2004, cuando viajó a Roma para estudiar la licenciatura en Teología del Matrimonio y la Familia en el Instituto Juan Pablo II de la Universidad Lateranense, que terminó en 2006. De 2008 a 2013 volvió a hacerse cargo de la Pastoral Familiar.

Como obispo de Tacámbaro, en la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM) desempeña desde 2018 el cargo de presidente de la comisión de obispos para la Vida, Familia, Juventud, Adolescentes y Laicos. Era titular del Consejo Permanente de la Provincia de Morelia para el trienio 2021-2024, cargo que tendrá que dejar ahora que pasa a la Provincia de Guadalajara.

DEBIERA HABER OBISPAS

Un obispo tan joven (tiene 57 años) llega a una diócesis como Colima para ejercer un mandato largo (hasta los 75) o, bien, para continuar su preparación hacia un cargo mayor. Es decir, puede terminar siendo obispo emérito de Colima como sus tres antecesores inmediatos (Valbuena, Amezcua y Hernández) o salir de aquí para ocupar una arquidiócesis como Fernández Arteaga.

Siendo la política en la Iglesia tan azarosa como en el poder civil, siempre existe el riesgo de que un obispo acabe su carrera eclesiástica jubilado antes de tiempo, como le pasó a Rogelio Sánchez con menos de 60 años so pretexto de su estado de salud.

Los retos del nuevo obispo de Colima son conocidos por la feligresía. Como todas las diócesis, enfrenta una crisis vocacional enorme y ya casi son más los sacerdotes que se acercan a la jubilación que los seminaristas que se alistan para su ordenación. Con pocos vicarios, los párrocos no se dan abasto para atender las capillas de su jurisdicción.

El tema se conecta con el reclamo de las mujeres a participar de manera protagónica en la vida eclesiástica (“debiera haber obispas”, escribió el dramaturgo Rafael Solana). Y con la inconveniencia que supone el celibato para reintegrar a los sacerdotes casados al culto u ordenar diáconos casados.

Pero en la diócesis de Colima el gran desafío ha sido, desde hace casi dos décadas, la inseguridad en varias de las parroquias de las seis vicarías zonales, no sólo en los decanatos montañoso o transvolcánico. Como otras autoridades, muchos curas y vicarios se ven con frecuencia en el dilema de aceptar plata o plomo por parte de la delincuencia organizada.

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