Invitado a charlar sobre Periodismo con los estudiantes de Filosofía en el Seminario Diocesano de Colima, planteo de entrada que el sacerdote es un profesional de la Comunicación: en el confesionario y en el púlpito, el predicador es un comunicador nato; un terapeuta del espíritu para quien aprender a escuchar es tanto o más importante que saber cómo hablar.
Más allá de los límites de la comunicación personal, como portador de la Palabra el ministro de culto ha tenido que aprender a usar los medios masivos en las tareas de evangelización y a emplear estrategias de comunicación colectiva en el trabajo pastoral.
Pero también el comunicador laico (en el sentido seglar del fiel que no ha recibido ninguna de las órdenes de la Iglesia que lo harían miembro del clero, tanto del laicismo como independencia de toda confesión religiosa) tiende a relacionarse con la religión en diferentes prácticas profesionales; una de ellas, el periodismo.
En ese sentido, ha habido avances teóricos en la construcción de una especificidad del periodismo religioso, especialidad profesional que en otros países tiene incluso su propio campo laboral. En las siguientes entregas de esta columna iré desglosando algunas nociones de este ámbito particular.
EL COMUNICADOR NATO
De todas las prácticas sociales de comunicación, el periodismo es quizá la más reconocible y probablemente la más prestigiada, pero no necesariamente la mejor remunerada.
Tras haber superado su condición de oficio, el periodismo se plantea como una práctica profesional cuya enseñanza se da no sólo en el marco de un sistema escolarizada sino –en países como México– a nivel universitario e incluso como posgrado, como una disciplina académica cuyo estudio amerita un proceso de investigación científica.
Siendo la lengua su principal instrumento de trabajo, por la forma en que se expresa el periodismo es: escrito (como en los medios impresos y cada vez más en los digitales) o hablado (como en la radio o la televisión y cada vez más en la multimedia).
Etimológicamente, periodismo se refiere a lo que se publica en un periódico, pero hoy la idea de la prensa se extiende de los medios impresos en papel a toda la industria de la información y la opinión.
Aunque la prensa propiamente dicha nació con la imprenta de tipos móviles de Gutenberg, se ha documentado la existencia de publicaciones informativas desde tiempos de los romanos. Las llamadas ‘actas del día’ eran leídas en voz alta en los sitios públicos, pero antes tenían que ser copiadas a mano por esclavos hasta sumar 10 mil ejemplares a la semana.
Cabe suponer que la función de llevar ‘las nuevas’ de un lugar a otro, antes de la aparición de estas actas o cualquier otra forma de información escrita de carácter público, en las diferentes culturas la cumplieron de viva voz cazadores, pastores, mercaderes, soldados que marchaban al frente o volvían de la guerra y toda clase de trashumantes, en forma espontánea y sin esperar otra recompensa que el agradecimiento de sus escuchas.
Tras la caída del imperio romano, se interrumpió la circulación de noticias escritas por más de mil años. En el siglo XII empezaron a circular en Francia y luego en Inglaterra hojas manuscritas gracias a los buhoneros. Esos vendedores ambulantes fueron los primeros que cobraron por proporcionar información.
Mario Vargas Llosa en su novela El Hablador (Seix Barral, 1987) nos proporciona un retrato verosímil del papel de los comunicadores en las sociedades primitivas. En las tribus machiguengas del Amazonas que todavía hace unas décadas seguían viviendo en la edad de piedra, el hablador era mensajero, cronista, fabulador y chamán (curandero, espiritista y profeta). En sí, el depositario de la memoria colectiva.
En las religiones del Libro (Judaísmo, Cristianismo e Islam) la prédica implicó, además de la expansión de lo que cada credo consideraba la verdadera fe, una estructura de comunicación formal que sirvió para fines políticos e intelectuales.
Al ser letrados, educados y minuciosos por definición, los clérigos fueron vitales informadores en los años oscuros del medioevo. No sólo a través de la notificaciones que circulaban por los canales formales de la Iglesia, sino por las referencias a hechos mundanos que frailes ordenados y presbíteros tenían que hacer para contextualizar la homilía.
Cita Wikipedia que, durante la Edad Media, los clérigos iban de aldea en aldea pretendiendo acercar al pueblo los temas cultos y religiosos con un propósito didáctico y moralizador. Su oficio recibía el nombre de mester de clerecía.
SANTO DE LOS PERIODISTAS
Hasta después de la segunda mitad del siglo XX, al periodismo se le consideró un oficio, no una profesión. Es decir, era un conocimiento que no se transmitía mediante una enseñanza formal sino por la acumulación de experiencias.
Con un hibridismo de náhuatl y castellano, talacha, los integrantes de la vieja guardia del diarismo mexicano describían el trabajo rutinario, tedioso y que requiere de gran esfuerzo físico para reportear, redactar y editar las noticias: esos pequeños relatos que nos ayudan a hacernos una idea clara de cómo y por qué ocurrieron los hechos relevantes más recientes.
En Occidente, la Iglesia Católica fue determinante para la profesionalización de los periodistas, aunque seguramente otras denominaciones cristianas hicieron lo suyo en los países donde tenían influencia.
Incluso una religión tan apegada a sus tradiciones como el Islam tiene una estructura de medios. El periodista Frédéric Martel, en su libro Smart. Internet(s): la investigación (Taurus, 2014), describe en un capítulo subtitulado My Isl@m las plataformas televisivas, de medios digitales y redes sociales que operan grupos musulmanes lo mismo en Líbano que en Palestina o la franja de Gaza.
Fue probablemente en un documento pontificio donde aparece por primera vez el término comunicación social, que ahora muchos usan como sinónimo de periodismo, especialmente en el contexto de las antiguas oficinas de prensa, hoy llamadas –en las instituciones públicas más que en las empresas privadas– direcciones de Comunicación Social.
Por expresa voluntad del Concilio Vaticano II, la iglesia romana estableció en 1967 la Jornada Mundial de la Comunicación Social. Desde entonces, el 24 de enero de cada año el Santo Padre envía un mensaje a sus feligreses con motivo de la festividad de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas. Paulo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y el papa Francisco han abordado en ese mensaje temas coyunturales que orientan la posición de la Iglesia frente al fenómeno mediático.
LOS MENSAJES PAPALES
En sus mensajes, Giovanni Battista Montini (Paulo VI) abordó la relación de los medios de comunicación con la familia, especialmente con los derechos de la infancia y la educación de los jóvenes; los medios al servicio de la verdad, los valores morales y la evangelización; la cuestión de la publicidad o de la recepción de los mensajes mediáticos, entre otros.
Con Karol Wojtyla (Juan Pablo II), en su largo pontificado hubo oportunidad de abordar diversos temas, como la relación de los mass media con la religión, la formación de una opinión crítica con sentido crítico o el uso de los casetes y videocasetes en la formación de la cultura y de la ciencia. El pontífice polaco propuso criterios para saber mirar la televisión, habló del cine como transmisor de cultura y de valores, se planteó anunciar el evangelio en la actual cultura informática, cómo evangelizar en el alba del tercer milenio y cómo hablar de Jesús en plena era de la comunicación global.
De nombre secular Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), el alemán que abdicó al trono de San Pedro se preocupó del protagonismo de los medios, de su papel en la educación, de una pastoral en el mundo digital y de las incipientes redes sociales.
Del argentino Jorge Mario Bergoglio (Francisco), catholic.net (http://es.catholic.net/op/articulos/2201/cat/250/historia-de-la-jornada-mundial-de-las-comunicaciones-sociales.html#modal) únicamente cita el título de los mensajes de 2014 y 2015: ‘La comunicación al servicio de una auténtica cultura del encuentro’, y ‘Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor’.
Mi correo electrónico: carvajalberber@gmail.com.