Rumbo al 2021 (segunda parte): Lo que queda del PRI

Si bien en política nunca se puede dar a alguien por muerto, el PRI, para algunos, está mucho más cerca del colapso que de recobrar la fuerza y credibilidad que paradójicamente recuperó y dilapidó con Enrique Peña Nieto. Dado su origen en el poder y desde el poder, siempre han quedado en el intento, o incluso en el discurso, los esfuerzos para democratizarlo, por lo que el PRI nunca evolucionó hacia un proceso que lo llevara a superar prácticas políticas como el “dedazo”, las “candidaturas de unidad”, la “disciplina” o “institucionalidad”. De hecho, el PRI no solamente ha resistido a todo tipo de presiones para desprenderse de estos rituales o características que impregnan su vida cotidiana, sino que además de ello, al paso de las décadas estas prácticas o formas de cultura política han sido adoptadas, en mayor o menor medida, por prácticamente todos los partidos políticos del país.

Los diversos momentos críticos experimentados por el PRI, como los encabezados por los proyectos presidenciales de Juan Andreu Almazán, Miguel Henríquez Guzmán, Carlos Madrazo, Cuauhtémoc Cárdenas o Roberto Madrazo, por citar algunos, que en mayor o menor medida propiciaron fracturas y crisis a partir de la exigencia de democracia interna, por sí mismos y desde luego, por la omnipresencia del poder presidencial, no tuvieron una repercusión externa significativa en términos electorales y políticos, como sí la ha tenido el desempeño de los gobernantes y representantes populares surgidos de las filas priistas.

Por más daño electoral y de imagen que han propiciado las prácticas antidemocráticas, han sido la corrupción, la impunidad, las crisis económicas, la inseguridad y la violencia los factores que realmente han dado los más duros reveces al PRI a lo largo de su existencia, como ha sucedido paulatinamente desde mediados de la década de los 80’s. Guste o no, la historia muestra que la sociedad mexicana le ha perdonado al PRI su falta de democracia. ¨Pese al desarrollo democrático alcanzado por nuestras instituciones y el sistema político, el PRI se ha recuperado sin necesidad de implementar cambios en sus prácticas políticas.

Es así, como desde la trinchera opositora, confiados en su capacidad de rehacerse, resurgir y adaptarse a las nuevas circunstancias capitalizando los errores y promesas que esperan incumpla Andrés Manuel López Obrador, quienes tienen el control en las dirigencias nacional y estatales del PRI, esto es ,los gobernadores y los grupos políticos con los que estos tienen afinidades, llevaron a cabo el relevo de la dirigencia nacional de su partido, más para cumplir con un requisito estatutario y no para hacer del momento una oportunidad de cambio. Nuevamente importó más el poder que la transformación, el poder político rumbo a las próximas nominaciones de candidatos, el poder de contar con espacios que permitan negociar y paulatinamente recuperar las posiciones perdidas, todo esto mientras el nuevo presidente, Alejandro “Alito” Moreno, asciende a la dirigencia con la etiqueta de alfil de Andrés Manuel López Obrador.

Además de la influencia del contexto nacional, la circunstancia local en Colima permite observar un partido sin discurso, sin presencia y sin interés por ganar los medios, las calles y todos los espacios que una fuerza política dominante como el PRI solía tener. Tan grave es la crisis que hasta el propio gobernador dejó de creer en el PRI. Esto lo ha mostrado prácticamente desde el inicio de su gobierno con sus actitudes y decisiones, contribuyendo a que el PRI perdiera la capacidad casi natural que poseía para generar y promover nuevos cuadros políticos para competir. Citar nombres de posibles aspirantes priistas a la gubernatura es casi como contar un mal chiste, pues los intereses y esfuerzos políticos de quien debiera ser el “primer priista del estado”, no han dejado de estar en el terreno de otras alternativas, como fue en un primer momento en el PAN por medio de su primo Pedro Peralta, y ahora, con un aliados en la cuarta transformación, tanto a nivel federal como local.

Por si esto fuera poco, al descrédito alcanzado por el PRI por los resultados del gobierno de Enrique Peña Nieto, hay que agregar los saldos pendientes del gobierno local, que prácticamente ha perdido la batalla ante las problemáticas de violencia e inseguridad, a lo que sin duda hay que agregar el desgaste experimentado por un acumulado de denuncias y señalamientos sobre opacidad, viajes, entrega de concesiones de espacios públicos y diversos compromisos incumplidos.

Curiosamente en los esfuerzos que el priismo local realiza para reagruparse y salir mejor librado de la adversidad, no son encabezados por el propio Ignacio Peralta o el dirigente estatal del partido, sino por el ex gobernador Fernando Moreno Peña. Esta orfandad ocurre en el momento más crítico que ha vivido el PRI en toda su historia.

Las alianzas políticas, que en su momento dieron algunas victorias y permitieron mantener o recuperar posiciones, cerraron espacios para nuevas las generaciones tanto en los cabildos, en el gobierno del estado y los ayuntamientos. De esta manera, compartir candidaturas también significó ceder posiciones para otros y cerrarlas para los de casa, con un costo significativo en la proyección de cuadros en los ámbitos administrativo y político. En el resurgimiento que pretende inventarse a nivel local para el 2021, parece que el PRI no tendrá mejor opción que apostar a la misma receta, esto es retener la gubernatura mediante una alianza con otras opciones políticas, pero ahora con un candidato no priista, que podría ser Virgilio Mendoza, el segundo gran perdedor –después del gobernador- de los comicios del 2018.

Incluso parece lejano que el PRI apueste por un candidato propio de perfil empresarial o externo a las estructuras de poder, como ocurrió en el ámbito municipal con el experimento Walter Oldenburg, que además de resultar un rotundo fracaso electoral, también significó una inversión económica estratosférica y de alto riesgo que seguramente el PRI no está dispuesto a repetir. A ello se agrega que para el gobernador del estado el triunfo del PRI no es el principal objetivo, sino más bien garantizar para sí mismo y para nadie más una salida tersa, así como un futuro libre de auditorías y persecuciones políticas. Muchos se preguntan si con tal de asegurar dicho propósito, Peralta Sánchez sería capaz de pactar la gubernatura con Jorge Luis Preciado o incluso con Leoncio Morán. La probabilidad de que esto ocurra existe y puede ser alta, sobre todo porque para él su partido nunca ha sido lo principal, pues seguramente prefiere trascender como el Ernesto Zedillo colimense.

Amarrando Navajas

+ La elección del presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Colima, así como el sentido del voto en el pleno de los diputados locales, no solo representa la oportunidad de elegir al mejor perfil y llevar un proceso congruencia para los legisladores afines a la cuarta transformación.

+ El proceso legal en contra de Rosario Robles puede abrir una caja de pandora que eventualmente exhibiría hechos, nuevos responsables y montos más allá de los datos que hasta el momento se han hecho públicos sobre la “estafa maestra”, particularmente en Colima. Y es que no es para menos el respaldo presidencial que para efectos de investigar y combatir la corrupción ha recibido Santiago Nieto, un gran margen de acción ante el que no existe escudo mediático o protector político que pueda intervenir, aunque se trate de Mario Delgado.

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