2018 es para México, un año lleno de recuerdos. Estos tienen que ver con el Movimiento Estudiantil y Popular, con los Juegos Olímpicos de los cuales fuimos anfitriones (hace 50 años); los sismos que sacudieron la Ciudad de México (hace 33 años y uno) así como las elecciones y cambios en el poder, porque el proceso que vivimos ahora, hace recordar los que vivimos años atrás. Estos, (al menos alguno de ellos) acaparan conversaciones y espacios en los medios de comunicación.
Algunos que hoy somos viejos, fuimos testigos y a veces participamos directamente en algunos de los hechos que se recuerdan y los jóvenes van descubriendo (a veces en medio de la sorpresa), la historia reciente de México. Así, en nuestras mentes se agolpan anécdotas, hechos y personajes heroicos algunos y despreciables otros. De entre los personajes de otros tiempos que han sido recordados de aquel ’68, está el de Javier Barros Sierra que era rector de la UNAM durante los días del Movimiento (y nieto, por cierto, de Justo Sierra). Su reacción después del brutal bazucazo a la Puerta de San Ildefonso (puerta de gloria, de lucha y de recuerdos), fue enorme y sus actos también. Su discurso después de esos hechos era inequívoco (Hoy es un día de luto para la Universidad…) y su participación en la marcha posterior fue la de un grande. Fue don Javier quien moldeó ese Movimiento y probablemente muchos de los contemporáneos del juntador de letras no estarán de acuerdo con esta afirmación.
Defendió la autonomía universitaria ante los embates del bilioso autoritario que ocupaba la Presidencia de la República y sin ningún temor izó a media asta la bandera en la explanada de la Rectoría en la Ciudad Universitaria al hacer su defensa de la integridad universitaria. Pero sucedieron otras cosas que habría que considerar, sobre todo de la marcha del primero de agosto: Él estuvo al frente de la misma que tomó la avenida de los Insurgentes para dirigirse al Zócalo, y lo hizo acompañado por el Secretario General de la Universidad, Javier Solana y evitó el enfrentamiento con las fuerzas del orden que ya los esperaban para no permitir el paso; enfrentarlas hubiera dejado, seguramente, un baño de sangre y la tragedia se hubiera acrecentado.
La marcha en vez de continuar como estaba programada, regreso a la Ciudad Universitaria, dio una vuelta para tomar la avenida Félix Cuevas y transcurrir después por la Avenida Coyoacán. Caía una fuerte lluvia y fue entonces cuando el Movimiento tuvo las primeras muestras de apoyo popular: Cuando pasaba frente al CUPA, Centro Urbano Presidente Alemán, vecinos de los multifamiliares que presenciaban la marcha desde sus balcones, lanzaron plásticos, capotes y otros objetos para que quienes marchaban pudieran protegerse de la lluvia.
Pero, además, cuando propusieron unirse estudiantes y profes del Instituto Politécnico Nacional, don Javier estuvo de acuerdo y pronunció emotivas palabras para ofrecerles una cálida bienvenida. Gran rivalidad (y hasta odio) existía entre ambas instituciones y ésta se manifestaba, por ejemplo, después de que los equipos representativos de ambas se enfrentaban en el fútbol americano, pues los encuentros deportivos terminaban, invariablemente, en batallas campales. Esa rivalidad terminó en ese momento y los politécnicos marcharon codo con codo con los universitarios. Y desde entonces, se cambió el rumbo del Movimiento. Ya no eran luchas aisladas sino una sola, y coordinada. Se sumaron además otras instituciones educativas y fue la lucha de los jóvenes estudiantes. La gloria de ese movimiento se compartió entre todos los participantes, importando poco su origen: universitarios, politécnicos, chapingueros, de la Normal o de otra institución, pues soñábamos y buscábamos lo mismo.
La claridad de pensamiento y las acciones de don Javier, dieron carácter al movimiento. Y provocaron la ira del sicópata Díaz Ordaz. La formación del autoritario presidente derivaba en su estricto código de obedecer y mandar que tanto privaba en esa época y se detonaba cuando algún enfermo intolerante como éste ocupaba una posición como la Presidencia de la República y ejercía el p0oder sin freno ni límite como este lo hizo. Granaderos y ejército actuaron contra los inocentes, porque en su concepto totalitario, nada ni nadie podía poner en riesgo la posibilidad de que México ofreciera una mala cara ante el gran compromiso adquirido por nuestro País ante el Mundo, cuando se comprometió a organizar los Juegos Olímpicos de ese año.
Lo que nunca razonó ese animal es que si algo ponía en riesgo la celebración de los Juegos era su nula capacidad de diálogo y su no aceptación de la tregua que los líderes del Movimiento le ofrecieron, pues el poder tenía dueño y ése, se llamaba Gustavo Díaz Ordaz. La represión iba creciendo y obviamente, encontró su cúspide en los trágicos hechos de la tarde del 2 de octubre que terminaron con muchos sueños.
Con gran reprobación terminó el sexenio del Gorila y esto también viene a la mente ahora, gracias a la gira de medios que ha emprendido el pequeño Peña para tratar de limpiar su nombre e incrementar al menos ahora sus índices de popularidad y de bajar los de desaprobación. Y lo hace sin capacidad para rectificar sus posturas o pedir perdón. Aquí somos testigos de dos regímenes (ambos priístas) que terminan sus días envueltos en el desprestigio y la desaprobación popular. Dos páginas negras de nuestra historia y ante ellos, la figura luminosa de don Javier Barros Sierra. Algún día, la historia le hará justicia. El que junta estas letras saluda respetuoso, su memoria.
Es todo. Nos encontraremos pronto. Tengan feliz semana.